Tecnopolítica
Mayo

La primavera de los movimientos ha cumplido diez años, con el amargo regusto en el paladar de una revolución que sólo pudo tuitearse y que ha visto a muchos de sus hijos abrazar las moquetas y apoltronarse en aquel poder que criticaron
15M 10 Aniversario - 6
15M, Acampada Sol. David F. Sabadell

Historiador y Doctor en Derechos Humanos y Desarrollo

1 jun 2021 06:33

El auge y caída del neoliberalismo, la disrupción digital, al éxito de cuyos gigantes contribuyeron las protestas y ocupaciones de plazas en medio mundo, las guerras culturales y la actual pandemia, hacen que aquellas acampadas resulten aún más lejanas en un tiempo cada vez más vertiginoso que ha dejado de pertenecernos. Quizá reclamarlo fue parte de las entrelíneas de las historias que desbordaron las asambleas de aquellos días.

Hace una década ocupamos las plazas de medio mundo para reclamar una democracia real. Lo hicimos con el cuerpo, con las manos abiertas, pero también con los dedos sobre móviles y tabletas, montando placas base en las acampadas y asambleas, generando códigos abiertos, la multitud indignada. Lo que pasó después no deja de sorprendernos y muchos no queremos siquiera unir aquello con las derivas actuales de la tecnopolítica.

En otros lugares del mundo no fue diferente: primero listas de correo, mensajes al móvil, convocatorias en redes sociales corporativas, de las que se pensaba entonces, cándidamente, que eran herramientas para la democracia y los derechos humanos.

Se abría una oportunidad para pensar la casa común fuera de los marcos de siempre. La primavera nos invitaba a abrir las ventanas y salir de los cuartos propios

Quizá también en aquella primavera de 2011 perdimos lo que restaba de una inocencia maltrecha por militancias equidistantes de diverso signo y años de abulia y abatimiento. Los jóvenes, precarizados, hipercualificados, desclasados y urbanos salieron a las plazas y los partidos envejecieron súbitamente, como El Roto ilustró en aquella viñeta.

Para muchos parece que la vida se detuvo en aquel instante y nos quedamos atrapados intentando entender. Para quienes investigamos cómo son los movimientos sociales y nos habíamos pasado la década anterior en América Latina, se abría una oportunidad para pensar la casa común fuera de los marcos de siempre. La primavera nos invitaba a abrir las ventanas y salir de los cuartos propios. En aquella casa, que parecía nueva, se abrían nuevos pasillos y corredores, parecían cerrarse los cuartos de siempre, para siempre.

Comenzó una guerra larvada que hizo de la política un lodazal una vez más, mientras lo político volvía a morir de abatimiento en eternas asambleas amañadas

Quizá el exceso de optimismo nos cegó ante la posibilidad de que en aquella indignación antipolítica, tan de lo político, de otra política, anidara también el huevo de la serpiente que eclosiona estos días, como síntoma inequívoco de una transición en la que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no nace aún, asfixiado por las ruinas del progreso que no fue, sobre las que siempre sobrevuela el Ángel de la Historia, como el presagio trágico de que los cielos no se asaltan con Twitter. No se puede desmontar la casa del amo con las herramientas del amo, enseña Audre Lorde.

La revolución no se había televisado, ni tampoco pudo tuitearse, y muchos de sus hijos abrazaron las moquetas, no sin cierto incomodo para propios y ajenos. Comenzó una guerra larvada que hizo de la política un lodazal una vez más, mientras lo político volvía a morir de abatimiento en eternas asambleas amañadas de un modo u otro.

Los partidos no consiguieron rejuvenecer, aunque los hijos de aquel mayo consiguieron sacarle las camisas por fuera y remangárselas. También les hicieron entender que parte de la guerra era una guerra por las palabras, en la que importaba más lo de abajo, desde abajo, al menos en el relato, mientras que los que seguían diciéndose de abajo, eran vistos cada vez más como impostores en ese relato escrito por quienes narran la Historia, enterrando las historias en el ruido y la furia.

Fue una tarde de mayo, hace diez años. Nadie sabía muy bien qué era aquello, tal vez la primavera abriéndose paso tras el duro invierno. Nos encontró de sorpresa, como suele encontrarnos la primavera una tarde cualquiera. Aún está ahí, siempre lo está. Como escribiera Cortázar, es la vida defendiéndose.

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