Opinión
Cadena de montaje
Eva Blanco, Begoña Crespo y Carmen Werner protagonizan ‘Cadena de montaje’, texto teatral de Suzanne Lebeau sobre la violencia incrustada en nuestra forma de vivir.

Dos mujeres clavadas en la arena de un desierto. Suspendamos la realidad para recordar lo que pasó. Lo que está pasando. El poder simbólico del teatro es inconmesurable. Texto de la canadiense Suzanne Lebeau, puesto en escena por el cartógrafo dramático Carlos Sarrió, sale por los cuerpos de Begoña Crespo y de Eva Blanco. Los cuerpos vivos de dos actrices que atravesaron muchos ciclos para mantener la libertad creativa con acciones poiéticas que denuncian estructuras y proponen mapas. Cueste el precio que cueste. Y sin embargo, la entrada a su teatro en Aranjuez, conectado con Cercanías a la metrópoli madrileña, sigue siendo muy accesible. Y agradable.
Lorca se preguntaba por la verdad que espera un desentierro bajo la arena del teatro. Crespo y Blanco escarban en esa arena, desde sus propios cuerpos y circunstancias. Y trascienden las coordenadas de una situación particular. No hay casos aislados. Ellas desentierran ropas y amuletos de mujeres asesinadas en el Norte de México, no solo Ciudad Juárez, en la línea que trazan los más de 1.250 kilómetros de frontera con Estados Unidos. Mujeres cuyos nombres están escritos en la memoria de la piel. Crítica al periodismo de datos. Llamada de atención al contexto. La célula se expresa. Se trata entonces de desenterrar las palabras, como dijo Clara Valverde.
Recuerdo el montaje que hizo Alex Rigola en 2008 a partir de la novela de Roberto Bolaños 2666. Hoy las cuatro cifras se quedan cortas. Eva Blanco y Begoña Crespo se mueven entre el lenguaje de lo que fue, es y será. Las dos actrices son artistas de acción clavadas en el aquí y ahora. Informaciones del feminicidio encubierto que se reptiten en la historia del universo y se mezclan en la arena con sentimientos de rabia y dolor.
Entonces, un coro de nueve mujeres vestidas de negro que han estado sentadas en la primera fila del teatro salen a proscenio, de forma escalonada. Extensión de los cuerpos de Blanco y Crespo a 11 seres que son millones. Las mujeres, integrantes del colectivo La Mirada de Ellas (Aranjuez), arman una fila de palabras y latencias. Un coro atávico de cientos de miles de mujeres menospreciadas, explotadas, esclavizadas, abusadas, asesinadas. El machismo nos mata.
El grupo de mujeres replica la acción de los zapatos rojos que Elina Chauvet activó en Juárez (2009) para reivindicar la erradicación de las violencias machistas. Arte público repetido en cientos de ciudades del planeta.
Cruces rojas para la desmemoria se levantan de la arena. La coreógrafa y bailarina Carmen Werner entra por la izquierda. Su presencia cierra el sentido de esta pieza. Gesto cósmico, fuerte y suave, rudo y preciso. Werner hace un mapa con la ropa desenterrada. Cuerpo Werner baila con las paredes y las asesinadas. Desenterrado el cuerpo, desenterrado el desnudo, desenterrada la verdad.
Cadena de montaje mantiene el halo teatral del siglo XX, una base sobre la que muchas caminamos hacia otro lugar. Lo efímero, lo etérico, lo inefable de una vida, de una experiencia tan bella y subjetiva como intransferible y, quizás, transmisible. La presencia de las artistas transforma el espacio, las relaciones escenario-butaca. Miran con todo. Saltan con todo. Respiran con todo. Ahí, clavadas sobre la arena de un desierto en suspensión. Un cuadrado de arena espera un grito a corazón abierto.
Un teatro en resistencia
Este año la VI Muestra de Creación Escénica Surge Madrid da cobertura a 50 estrenos, creaciones escénicas multidisciplinares que se verán hasta el 2 de junio en 21 salas de Madrid, 19 en la capital y dos en Aranjuez y Navalcarnero.
Según la organización, “la muestra se convierte en la mejor forma de reconocer y promover el movimiento alternativo, un fenómeno que tiene un auge especial en Madrid, dejando su impronta en la cultura de la región”.
Algo pretencioso escribir esto cuando lo que pasa es que las compañías alternativas a la industria cultural y los teatros independientes del poder político de turno aguantan niveles de supervivencia demasiado largos en el tiempo y demasiado peligrosos en el espacio. Se necesitan apoyos materiales, partidas estables de dinero y recursos, inversión a fondo perdido (la cultura no es un gasto), más que gestos simbólicos o palmadas en forma de premios que parchean la falta de estructuras consolidadas para la economía de la cultura.
En este contexto, la compañía Cambaleo Teatro es historia viva de las artes escénicas independientes españolas y también una banda de performance. La Nave de Cambaleo vuela al mismo tiempo desde Aranjuez hasta el ya extinto centro social okupado Tacheles de Berlín hasta el Centro Dramático Nacional de un país sin nombre que defiende los derechos culturales, y hasta el futuro teatro en espiral de Brasil.
Cambaleo es un puente que une generaciones y formas de expresión. Así lo lleva haciendo, década tras década, en una democracia cuarentona del sur de Europa. Cada vez que veo un trabajo de la compañía, generalmente en La Nave de Aranjuez, salgo con una pregunta que une zonas periodísticas y artísticas: ¿permanecemos imperturbables ante el espectáculo de nuestra propia manipulación? El teatro en resistencia que hace Cambaleo “me cambalea” y me dibuja la posibilidad revolucionaria del no.
Impresiones personales
La mirada de alguien que nació en Zaragoza, España, hace 39 años. Un país como este, con una historia colonial y racista negada, es un territorio que no ha sanado, que hoy muestra en Instagram o Twitter las fisuras de una transmisión generacional del silencio y de la violencia de Estado. Un lugar que no quiere recordar el dolor, la herida causada, es un lugar dañado, dañido y perdido. Pero muchas y muy diversas gentes estamos haciendo brechas de memoria y acción.
Deseo que Cambaleo siga haciendo lenguaje teatral durante al menos cuatro décadas más. Atando en corto, deseo un Díptico de los Feminicidios, cuya primera parte acaba de ser estrenada en el VI Surge Madrid y ya estaría lista para girar por el mundo.
En 2020 podría llegar una segunda pieza que nos pusiera de frente a la costa andaluza, sur de España, al Estrecho de Gibraltar, a la Europa Fortaleza, al negocio de la fronteras, al genocidio del mediterráneo, a Frontex, EASO, los CIE, a la mercantilización de los cuerpos otros no blancos que vienen de África huyendo de la miseria y la guerra que desde aquí —mundo civilizado enriquecido— generamos para perpetuar un bienestar tan individualizado como insano.
Se trataría de hablar de lo que pasa en El Ejido, hablar de las denuncias de las trabajadoras de la fresa en Huelva, hablar con mujeres migrantes, valientes y empoderadas a pesar del silencio mayoritario de la sociedad y de los medios de comunicación. Se trataría de contar lo que pasa al lado. Y hacerlo desde lenguajes creativos, formas de expresión compartidas que nos ayuden a crear herramientas y caminar juntas sin rompernos.
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