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Coronavirus
Elena
El confinamiento está lleno de historias. Una o mil historias en cada casa. En la acera o en el albergue. Merecen ser contadas. Para que se recuerden. Para que germinen. Esta es la historia de Elena. Nos la cuenta, como en un susurro, María González Reyes.
De pequeña deseaba que todo se parase, aunque fuera un segundo. Eso pedía siempre al soplar las velas de mis cumpleaños. Que parara todo. Que parase el despertador de madrugada para avisar a mi padre de que tenía que ir a currar. Que parase mi madre que se levantaba siempre antes de que sonase el despertador. Que parasen los gritos. Que parase la tensión por el dinero que no llegaba para todo. Que parase la sensación de que nuestras vidas iban a estallar en cualquier momento. Pero no. Ahora sé que no se puede parar. No todo puede parar. La vida no se mantiene desde la quietud. No puede parar quien cuida a las personas ancianas en las residencias. No puede parar quien cocina para quienes están investigando para encontrar una solución a todo esto o las que tratan de curar como pueden. No pueden parar las cajeras de los supermercados. No pueden parar las madres.
Yo tampoco voy a parar. Me apunté a la bolsa de trabajo para ir a limpiar a los hospitales. Al parecer hace falta. No sé si será porque muchas estén enfermando. Me pregunto si me habría apuntado si no me hubiesen echado del curro el día después de que empezara toda esta mierda.
En mi barrio mucha gente tiene miedo. Hay lugares donde los miedos se agolpan. Me refiero a que mucha gente tiene miedo a enfermar, a la saturación de los hospitales, a no curarse, a contagiar a alguien. Pero en mi barrio a ese miedo se le suman otros. El miedo a no poder pagar el alquiler. El miedo a no volver a tener curro. El miedo a que cuando tu hija te pide más leche sepas que la respuesta es “no hay”. Aquí los miedos se te atragantan. Te impiden respirar. Esa sensación en el pecho y el aire que no entra.
Pero también mucha gente se está ayudando. Como puede. Pero se ayuda. Son redes de apoyo mutuo. Ayuda mutua en circunstancias difíciles. Mi barrio es un lugar abandonado donde la gente se cuida. A veces las dos cosas se tocan.
Pero hay miedo. Nuestra existencia ahora parece todavía más frágil. Cuanta menos luz entra por tu ventana más miedo tienes.
Me gustaría que nadie pensase que estar confinadas en nuestras casas nos iguala.
No todas las casas tienen las mismas ventanas.
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Supongo que tu desinterés será algo generalizado en muchas facetas de tu vida. Lo lamento mucho y cuídate.