Andalucía
Za ze zi zo zú, yo no hablo como tú: estereotipos y prejuicios acentuados
Cecear o jejear supone ser diferente del resto para lo bueno, pero mayoritariamente para lo malo. Para el resto del Estado no hay duda, pero casi más peligroso resulta cuando dentro de Andalucía jejear o cecear acapara todo tu ser. Vas a ser conocida como la Zole, el Alfonzo o la Jilvia, pero no en una entonación igual o similar a cuando los mismos nombres son pronunciados como se consideran de forma correcta, con la letra s aunque nos comamos letras finales o cambiamos la l por la r. Entonar con jejeo o zezeo automáticamente te hace bajar puestos en la escala de valores.

Investigadora en el Instituto de Migraciones de la UGR.
Integrante del colectivo Antroposures.
Las personas, por lo general, tenemos una capacidad innata para aprender a hablar. Hay tantas formas de hablar como personas que hablan. Esto se traduce en una pluralidad de formas de expresión, interpretación y acentos. Todo sonido toma una forma de significado ya que todo sonido es a su vez personificado. Aquello que se conoce como “el habla” está compuesto por dos sistemas: un sistema de sonidos por una parte y un sistema de significados por otro. Este sistema de significados está condicionado a su vez por el contexto donde se produce, esto viene siendo el lugar donde se practica, las personas que lo practican y la serie de características que le son atribuidas a este sistema de significados. De ahí, que se hable de comunidad lingüística cuando hay un grupo social que comparte un lenguaje en común, realzando el entendimiento , la identificación y la solidaridad con grupos donde el lenguaje es compartido frente a grupos con un lenguaje distinto y por tanto desconocido.
Podríamos decir que las palabras dan significado a nuestra interpretación del mundo. Esta es una de las cuestiones que explican el poder que el lenguaje juega. Ser hábil a la hora de hablar y expresarse es un símbolo de poder. Si a la vez se tiene la habilidad de hacerlo en varios idiomas distintos el poder se acrecienta. En un mundo que, como diría García Canclini, se achicó sin que hayamos crecido, las habilidades idiomáticas son símbolo de reputación y oportunidad.
El lenguaje, como símbolo de poder, produce acercamiento y conflicto a la par. Orgullo y reconocimiento, a la vez que marginación y sospecha. Esto va a depender del puesto en el que se encuentre en la escala de valor el lenguaje con el que nos mostramos al mundo. No solo el idioma, si no la personificación que de él hacemos y esto viene marcado por los acentos. Paul Bohanan entiende que se produce un acento cuando un hablante no nativo pronuncia las palabras de un idioma con los fonemas de otro, de modo que los oyentes tienen que realizar los ajustes necesarios para conformar los sonidos extraños a los correctos. O lo que es lo mismo, identificamos un acento cuando no se corresponde con nuestro modo de pronunciación y entonación.
Una ilustración podría ser la escala de valor que ocupa el castellano y una concreta forma de entonación, frente a otro tipo de interpretaciones del mismo como ocurre en el caso del andaluz, en el cual queremos poner énfasis.
La interpretación oficial que se ha hecho de los idiomas no incluye ese carácter de pluralidad, diversidad y unión, si no de alteridad, otredad y exclusión para quienes interpretan el lenguaje a través de distintos acentos. Con una entonación especial en unos más que en otros. El caso del andaluz es conocido por ser amado y odiado a pares iguales. Despierta risa a la vez que resulta entrañable. Hay una simbología construida y compartida a partir del andaluz que va desde el arte hasta el lastre, desde las cavernas museísticas hasta la muestra del último reducto de lo que fuimos.
La cuestión se complejiza cuando incluimos dentro del contexto andaluz, la diversidad a la vez de entonaciones, pronunciaciones, palabras y expresiones típicas que encontramos en las distintas zonas que lo conforman. Esto es, una pluralidad cuasi inabarcable que también nos pone a las una contra las otras. Como máximo exponente de esta pluralidad vamos a realzar dos facetas de entre las diversas cualidades de los diversos acentos: el jejeo y el ceceo. No creo que necesiten mayor presentación. Se trata del uso de la j o el uso de la Z en sustitución de la s.
Cecear o jejear supone ser diferente del resto para lo bueno pero mayoritariamente para lo malo. Para el resto del estado no hay duda, pero casi más peligroso resulta cuando dentro de Andalucía jejear o cecear acapara todo tu ser. Vas a ser conocida como la Zole, el Alfonzo o la Jilvia, pero no en una entonación igual o similar a cuando los mismos nombres son pronunciados como se consideran de forma correcta, con la letra s aunque nos comamos letras finales o cambiamos la l por la r. Entonar con jejeo o zezeo automáticamente te hace bajar puestos en la escala de valores.
El jejeo y el ceceo son el máximo lastre tanto para quienes quieren sumarse al proyecto homogeneizador que ofrece el mito de la modernidad como para quienes quieren resistir y conservar esta singularidad fuera de su comunidad lingüística particular. Para los primeros hay una necesidad urgente de olvidarse y borrar todo vestigio de su acento que les recuerde al lugar de donde vienen, comúnmente el pueblo, o lo que es lo mismo “a hablar como los del pueblo”. Para los segundos es quizás más peligroso porque se supone conservar restos del indigenimo que los vió nacer en otras latitudes donde no es común, ya sea dentro de Andalucía (medianamente posible) como fuera de Andalucía (esfuerzo titánico).
A su vez, dentro del zezeo y el jejeo también vamos a encontrar diferencias. El zezeo es aceptado con más amabilidad que el jejeo, que ha venido a representar el culmen de lo chocante, de lo molesto, de lo que representa a quienes “no saben a hablar” Jejear o zezear es un suspiro cuando desarrollas tu vida fuera, dentro de esta idea de resistencia y llegas al pueblo. Con los años ya ni zezeas tanto ni jejeas tanto pero tampoco adaptas el acento del lugar de residencia o no en su totalidad. Terminas volviéndote de ninguna parte de algún modo y al decir el nombre de tu pueblo donde se zezea o se jejea, comúnmente te vas a exponer a un: “ ¡ah, pero tú no eres tan basta!” o un poco más suave “¡pero no hablas como en tu pueblo!” Esto te da un reconocimiento distinto, es decir eres de allí pero has logrado corregirte (en un sentido irónico) Los pueblos se identifican por multitud de características pero de nuevo el acento es un marcador cultural clave.
Complejizando aún más la cuestión, ser mujer, andaluza y zezeante o jejeante va a sumar un plus a esa exotización que la condición de andaluza te da por parte del resto. Bien tu figura va a ser comparada con el arquetipo de la mujer bella y andaluza, pero cateta y básica. O con el arquetipo de mujer bella y andaluza a quien hay que premiar si se encuentra en espacios considerados como complejos, porque se atreve a seguir perpetuando su j o su z. Por tanto ser mujer andaluza y zezeante o jejeante fuera de tu comunidad de hablantes aun cuando te encuentros dentro de territorio “seguro” (Andalucía) va a ser una cuestión desafiante ante el resto.
Con todo lo expuesto, se intenta dar una visión de conjunto de las marginalidades internas. Los acentos dentro de un mismo lenguaje pueden llegar a ser elementos de perversión. No hay un fundamento teórico que lo describa como tal, sin embargo se produce esta división normal/anormal que va en aumento según en el grado que nos encontremos: andaluz/a, andaluz/a ceceante o andaluz/a jejeante. Por suerte, desde un tiempo a esta parte, pareciese haber un movimiento reivindicativo de estas esencias que se está materializando a partir de diversos materiales, artículos y todo tipo de ingeniosos materiales que las nuevas tecnologías nos permiten. Como responsables de una nueva “regeneración” que está por venir, nos compete el respeto y la salvaguarda de los tesoros de nuestra Andalucía, en este caso, de los valores que encierran los modos de expresión que rompen con lo únicamente comprendido como correcto y válido.
Za, ze, zi, zo, zú, yo no hablo como tú… ni quiero.
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