Andalucía
Vísperas de un 10 de agosto: Romper el mito, habitar la tierra

La madrugada del 10 de agosto fue fusilado en el kilómetro 4 de la carretera Sevilla-Carmona, Blas Infante Pérez de Vargas. Un fusilamiento es el despojo físico de una vida. Pero hay cuestiones que transcienden y jamás se convertirán en una historia yerma.
Entrega Premio Memorial Blas Infante

Investigadora en el Instituto de Migraciones de la UGR.
Integrante del colectivo Antroposures.

Soledad Castillero Quesada. Antropóloga Social. Premio Memorial Blas Infante 2021
9 ago 2023 10:29

Revisitar la obra de Blas Infante me ayudó a poder afirmar como la realidad geopolítica, socio cultural y simbólica que Infante describió tiene un enlace directo con la situación andaluza que marca nuestros días. La sensibilidad por la cuestión campesina, la denuncia de las condiciones de las mujeres que sostienen un bien esencial para la vida como es la producción de alimento así como la interpretación foránea que de la sociedad andaluza se venía construyendo, sitúan su obra como esencial para análisis actuales y venideros. El trabajo de campo que desarrollé junto a muchas mujeres andaluzas y habitantes de Andalucía significó muchas cosas. Una de las principales fue visualizar como el síndrome de la impostora era un germen extendido e intrínseco en el desarrollo de distintas profesiones laborales, así como en nuestra propia expresión y modos de relacionarnos. Es por eso que agradezco a todas las mujeres andaluzas y a quienes habitan Andalucía y la hacen un mejor lugar. Su talento para resignificar historias con su hacer cotidiano. A quienes están en las bases y a quienes las pasaron de largo. Aquí estamos. A mis compañeras y compañeros. A Ana Pinto, Najat, Ana Lepe, jornaleras infatigables de nuestra Andalucía y parte viva en esta historia  y a tantas otras mujeres que injustamente tenemos que nombrar con pseudónimos porque existe una línea abisal fronteriza que dicta quienes están en la línea del Ser y a quienes se les relega a la línea del No Ser. Pero su poderío desborda esta y la otra línea. Ellas lo saben, nosotras también. A ti, Fátima, que te quedaste en el camino, pero que siempre serás infinita. A las pensadoras de los feminismos andaluces por territorializar y describir las opresiones para que comprendamos cuales son los caminos y sobre todo cuál es el amor que nos merecemos. Por crear referentes que la historia había obviado una y otra vez. Por construir el patio, la corrala, el carmen, la reja. Gracias. A las personas que componen la Fundación Blas Infante de Sevilla y a todos los agentes de cambio implicados desde distintos frentes por salvaguardar la memoria y hacer justicia.

El síndrome de la impostora es un síndrome contagioso que anima a pensar que aquello que nos ocurre es por mera suerte, azar, y que en algún momento nos van a descubrir y juzgar porque realmente no lo merecíamos. Y de eso, las mujeres andaluzas, sabemos un rato. Algo por otro lado totalmente normal si lo que nos han contado sobre nosotras ha sido a través de un discurso centrado en una feminidad y exotismo desbordante, un romanticismo interpretado sin contar con nosotras en ningún momento. Cuando hablo de nosotras hablo de ellas. Hablo de quienes estáis de frente y de a quienes tenemos y tuvimos atrás. De esa genealogía que fue omitida, que fue desagenciada de su poder político y transformador. Blas infante decía: «Todos los hombres y mujeres conducimos en sí a nuestros abuelos arcaicos. Que nuestra vida actual es un complejo de vidas de nuestros antepasados, del cual somos una actual resultante». Sin duda es una verdad redundante, pero tiene que darse la casuística de reconocer, de admitir, de aceptar quiénes son nuestras abuelas y nuestros abuelos arcaicos, quiénes son nuestros antepasados y nuestros contemporáneos. Y eso hoy se torna en un ejercicio de militancia frente a la era de la globalización que nos atañe, donde el horizonte está en unificar las identidades, en negar las pluralidades o en el caso de que se reconozcan, jerarquizarlas. Y negar las identidades es también negar las realidades sociales de cada cual. Por eso, en un proyecto civilizatorio, las raíces molestan. Antonio Manuel dice que el alma de un pueblo es su identidad cultural. Pero, para que el pueblo lata, necesita identificarse con él y no únicamente con lo que le habían contado de él. En esta línea, Antón Chéjov exponía que para ser universal era necesario hablar de tu pueblo, de tu aldea. Bien, hagámoslo, pero hagámoslo bien, contemplando una forma inclusiva y de justicia.

Blas Infante expuso en el Manifiesto andalucista de Córdoba que tanto en España como en el extranjero a Andalucía se la señalaba como un pueblo diferente y que su degeneración sería a la vez la de todos nosotros y nosotras. Por eso, no es casual, sino causal, que cuando pensamos en “la mujer andaluza” se activen una serie de dispositios que nos remiten a una imagen concreta, la cual corresponde a la creación de un mito. Según el antropólogo Levi Strauss (1955), los mitos son patrimonio de una cultura y su sentido reside en los elementos que lo componen. Por eso el mito de la mujer andaluza cobra sentido, en tanto en cuanto pertenece a la condición mítica del pueblo andaluz. El mito que se ha construido en torno a la mujer andaluza pasa por su representación como un cuerpo de sensualidad latente, identificándose con lo terrenal e irracional, con lo dionisiaco, en contraposición con el raciocinio de lo apolíneo. La mirada crítica en torno a este emito es fundamental porque no podemos echarlos del imaginario colectivo, pero sí podemos darle su lugar y reconfigurarlos dentro de la arqueología de nuestro conocimiento y, por supuesto, no darle un valor universal.

¿Qué se despierta al hablar de una mujer andaluza?: una mujer bella, flamencona, sexualizada, romantizada, folclorizada, de clase baja, basta, ardua, sin nivel académico, oficio reglado o agencia política. Una mezcla de folclore, orientalismo y sospecha que impera en el imaginario colectivo y que impide identificar lo andaluz con un cultura emancipante, pues en la creación del mito no hemos estado presentes nosotras, las mujeres andaluzas, sino que nos ha venido impuesto. Construida  desde entes y personalidades masculinas a partir de distintos géneros como son el cine, la pintura, la música, la televisión o el teatro entre otros. Pues, como expone Isidoro Moreno, pocos son los lugares que como Andalucía han gozado o sufrido, según se mire, de mayor cantidad de mitificaciones, idealizaciones, alabanzas y denuestos. Pocos lugares en el mundo han exaltado tan continuadamente el imaginario foráneo». Esto explica como si hacemos mención a La Chiquita Piconera, enseguida le asignamos un papel central en cuanto al culmen de belleza de la mujer andaluza en general y a la belleza cordobesa en particular. Pero esa morena, con los ojos de misterio y el alma llena de pena […] Esa Morena, la de los rojos claveles, la de la reja florida, la reina de las mujeres. Morena, la del bordado mantón, la de la alegre guitarra, la del clavel español». ( Como se recita en el Pasodoble compuesto por Alfonso Jofre de Villegas Cernuda y Carlos Castellano Gómez), tiene nombre y apellidos. María Teresa lópez, hija de una familia cordobesa emigrada a Buenos Aires y nacida en la capital argentina, regresó y se instaló en Córdoba a los 7 años . Tenía 15 años cuando comienza a posar para el pintor. Uno de los motivos por los que María Teresa se relega al anonimato fue precisamente lo que le da el valor de musa. Aparecer con el hombro y las piernas al descubierto. Un hombro y unas piernas que no se corresponden con las suyas propias, pues era aún una adolescente. María Teresa falleció en 2003 tras una vida de precariedad absoluta y siendo víctima de un desahucio. No ha habido una trascendencia social sobre la pintura para centrar el valor en la persona que la habita, más allá de su condición de musa.

Y esto en un mantra en la representación de la feminidad andaluza, que juega sin nosotras hasta el punto de elevarnos al estatus de Venus.  Según el Diccionario de la Real Academia Española, una Venus puede ser una Representación plástica de la diosa Venus, una mujer muy hermosa,  o un deleite sexual o acto carnal. George Apperley conocido como el pintor inglés de Granada y uno de los últimos románticos, se afincó en la ciudad en 1917. Su tema central, al igual que para otros tantos escritores, fotógrafos y pintores, fueron las mujeres de las zambras del Sacromonte, la interpretación de la mujer flamenca. Casi la totalidad de la obra de Apperley está representada por mujeres. Obras que llevan títulos como: Idilio, Andaluza flamenca, La maja, Musa granadina, Ídolo eterno, Modistilla, Granujilla, Enigma, Musa andaluza, Venus andaluza, Venus dormida... Es necesario apuntar los nombres de estas porque las palabras crean mundos y no es solo la estética de los cuadros, sino la forma de nombrarlos, lo que las constitutuye. Una de sus obras culmen es la Venus andaluza. Elevar a la mujer al estatus de Venus es algo que no ha ocurrido en otros territorios del Estado. La mujer que representa la Venus andaluza, fue también su esposa Enriqueta Contreras, una mujer gitana que en el momento del enlace contaba con apenas 14 años. Mientras el cuadro ha pasado a la historia como una obra de arte, la figura de Enriqueta Contreras, su condición, lo que le llevó a contraer matrimonio con alguien que le doblaba la edad o qué supuso a ella o qué necesidades tenían el resto de mujeres para  posar de cierto modo en tiempos combulsos, ha pasado absolutamente desapercibido en la historia. Una agencia silenciada, donde las mujeres, al ocupar el estatus de musas, perviven desde el arquetipo, no desde su propia referencia.

Cambiando de género artístico y fijándonos en el cine, vamos a encontrar, al igual que en la pintura, una corriente inspirada en Andalucía sin Andalucía. En este caso nos referimos al género conocido como españolada. El estereotipo más frecuente ha sido reducir o identificar la realidad española a partir del uso y extracción de elementos andaluces desde el folclore o los tópicos populares. Se trata de un género que tiene su origen en el siglo xix, muy influenciado por la visión de los románticos. La mujer ha la representante icónica de este género. Uno de los rasgos principales fue la suplantación de identidades. Por ejemplo, en la película Malvaloca, la protagonista es María Amparo Rivelles (1925-2013), una mujer madrileña que se hace pasar por andaluza, concretamente malagueña. El oficio de Malvaloca es el de prostituta y englobaría características vistas hasta ahora como serían la belleza, el tipo dionisiaco y en este caso también la ociosidad. No obstante, el elemento clave que nos interesa resaltar es cómo constantemente los papeles de las mujeres andaluzas en el cine han sido encarnados o interpretados por mujeres de distintas latitudes y no por las propias mujeres andaluzas. Imitando acentos, recreando paisajes y corporalidades sin contar con ellas. Malvaloca es un ejemplo, pero podríamos citar innumerables más como Morena clara o Carmen, ambas obras culmen de este subgénero. Tanto en Malvaloca como en Morena clara como en Carmen se consolida el arquetipo de lo que podríamos denominar la femme fatale andaluza, mujeres cuyo rasgo principal es la belleza y la habilidad para con los hombres y que sobreviven de forma subversiva gracias a su corporalidad, encontrando en ocasiones tintes de brujería como en la obra Morena clara, en la que además se interpretaba a una mujer gitana a partir de actrices no gitanas Porque si encontramos una suplantación de identidades andaluzas, en el caso de las mujeres andaluzas gitanas esto se afianza aún más.

Al igual que la Chiquita Piconera, la figura de Malvaloca ha sido poetiza y cantada. Volvemos a rescatar algunos versos:

“Malvaloca era por toas las esquinas una flamencona de «vaya con Dios», el pelo más negro que una golondrina, el talle de junco, la boca de flor. Este querer me está matando, dice Miguel de Mairena, que Malvaloca me está dando una de cal y otra de arena” [Pasodoble de Rafael de Quirón)

Malvaloca, La Venus andaluza o La Chiquita Piconera son ejemplos de cómo se representa a la mujer andaluza exaltando una hipersexualización, omitiendo otras aportaciones como son su labor en la economía, la política, la religión u otras esferas de la vida.

Situándonos en una época más contemporánea y deteniéndonos en una obra que marcó un hito, pues fue considerada la primera película del cine andaluz de la transición, nos detendremos en analizar algunas fricciones que presenta la película

Manuela, del director Gonzalo García Pelayo. considerada la primera del cine andaluz de la transición. El principal tema de la trama es el campo andaluz, de ahí que los oficios, los países y el grueso del film se desarrollase en los campos de Carmona, Lebrija y Sevilla. La historia gira en torno a la vida de una mujer, Manuela, que es interpretada por la actriz de Salamanca Charo López. Si bien la película rompe con algunos estereotipos, pues la protagonista es una mujer rural, se repiten tópicos y suplantaciones de identidad. Nuevamente una mujer andaluza es interpretada por una actriz no andaluza, que además actúa en un acento castellano “neutro” en absoluto común entre las mujeres andaluzas rurales que tienen este tipo de oficios. Rescatamos la sinopsis: «Manuela, hija de un cazador furtivo, se casa con el criado del rico don Ramón, quien está enamorado de ella. Su belleza natural y su sensualidad a flor de piel encienden pasiones que desencadenan toda clase de conflictos». Por otro lado, y no menos destacable, la figura femenina andaluza que participa en la trama es Carmen Albéniz, bailaora gitana de Écija. Su papel o actuación puntual se centra en un taconeo final. Aunque ha sido el momento que más ha caracterizado la película, considerado como el mejor taconeo de la historia del cine, no es casual que sea la única participación que se le concede: mujer andaluza gitana taconeando como cierre del espectáculo. Queda relegada a un único espacio, el del entretenimiento.

Estos cuatro ejemplos podrían haber sido otros cuatro de otros cuatro artistas. No es ni de lejos la intención aquí desmerecer las obras ni restarles valor. La intencionalidad de esbozarlos es ejemplificar y darle un sentido a esa serie de dispositivos que mencionábamos anteriormente que se despiertan sobre la mujer andaluza.  Y ayudarnos a comprender por que se despiertan esos y no otros, aunque la cuestión sea mas compleja.

Por eso, urge preguntarnos ¿cómo nos afecta el mito a las propias mujeres andaluzas? ¿Qué consecuencias tiene vivir con una historia segmentada, incompleta, parcial de la sociedad de pertenencia? No es de extrañar que se produzca así una negación identitaria, una transformación a otras formas culturales que han sido exaltadas, identificadas, definidas como lo moderno, lo transgresor y por tanto emprender un camino de huida sin idea de regreso.

Además de mujeres nos atraviesan otras muchas intersecciones. Ocupamos el sur de Europa, el sur del Estado español y, dentro de esa ubicación, también ocupamos en norte de África. Hay que atender a que no es igual ser de pueblo que ser de ciudad; no es lo mismo sesear, cecear o jejear; no es lo mismo ser heterosexual que pertenecer al colectivo LGTBIQ+; no es igual tener estudios reglados que ocupar un puesto de trabajo en el sector servicios; no es igual ser blanca que ser hija de personas migrantes… Y así seguiría la cadena de las intersecciones que nos conforman. Como vemos, el mito de la mujer andaluza no refleja ni una sola de ellas. Por eso es mito y no realidad, lo cual no quiera decir que no se haya interpretado como la verdad. Tan central ha sido el mito que ha provocado que las mujeres no trasciendan como agentes transformadores, sino como parte de una naturaleza costumbrista pasiva. Esto provoca, entre otras cuestiones, una ausencia de referencias y por tanto una necesidad de búsqueda en el exterior.

Y esta búsqueda en el exterior y esa huída la hemos comenzado mientras que, sin embargo, el considerado como primer manifiesto feminista en el Estado Español ha sido elaborado en Andalucía por dos mujeres andaluzas, concretamente en la provincia de Cádiz. Hablamos de Josefa Zapata y Margarita Pérez, ambas gaditanas. En 1856 crean lo que se llamará El Pensil Gaditano, periódico de corte feminista y social (Pulpillo, 2020). El contenido de El Pensil trabajaba sobre la emancipación de las mujeres y las clases populares. Reflexionaban sobre el veto a la educación de las mujeres, las precarias condiciones laborales y la necesidad de revertir las desigualdades de las mujeres trabajadoras (Pulpillo, 2020). No obstante, pese a la vanguardia de esta obra, y el indispensable trabajo de Josefa y Margarita, su legado ha pasado casi inadvertido.


Deconstruir el mito es un deseo que se tiene desde que hay una conciencia de la creación de él. Así, en 1916 se crea en Sevilla la revista Andalucía del Centro Andaluz, donde en agosto del mismo año se dedica un número a la mujer andaluza. En él, entre otras cuestiones, se problematizaba sobre los tópicos y estereotipos con los que las mujeres andaluzas venían siendo representadas, folclorizadas y sexualizadas. Como rescata Javier Castejón Fernández en su artículo titulado «Feminismo andalucista», las mujeres se mostraban contrarias a los tópicos en las que se veían «eternamente vestidas de colorines, con la pandereta y la caña de manzanilla en las manos, como instrumento de sensualidad y de placer». Consideraban esa representación como leyenda apartada de la realidad de mujeres que se autodenominaban inteligentes y sufridas (Revista Andalucía 1916 en Castejón, 2001). No solamente es que no se reconocieran, sino que lo que les ocupaba era otro tipo de urgencias de las realidades sociales que se daban a su alrededor y en las que sí se reconocían como la miseria en la que vivían. Desde la misma publicación se creó un cuestionario para acercarse a la realidad de las mujeres jornaleras, pues las condiciones de estas eran consideradas literalmente como espantosas.
Además de Josefa y Margarita, Otra precursora y ejemplo de ello fue María Luisa Cobo Peña, jerezana propulsora del feminismo revolucionario y de clase en Jerez. Allí se creó el Sindicato de Emancipación Femenina, el cual llegó a contar con más de 200 afiliadas de empleos feminizados, aunando trabajadoras del textil y del servicio doméstico que quedaban fuera de los sindicatos (Piña, 2021). No obstante, el aspecto sindical y militante de las mujeres en Andalucía no solo no ha tenido  el eco que se merecían, sino que incluso de esta actividad sindical y lucha obrera se ha hecho una romantización que ha aportado al mito.  Por eso, si pensamos en la lucha de las cigarreras, el aspecto que más se ha destacado ha sido la figura de Carmen, también conocida como Carmen de Bizet, por el autor de la ópera. Es considerada la ópera más importante y la más interpretada del mundo, pero no por el poder político transformador de las trabajadoras de las fábricas de tabaco, sino  por el embrujo y la desventura que Carmen, una mujer cigarrera, gitana y andaluza y su hechizo propio de la fascinación y el enigma andaluz que se proyecta en las artes escénicas. Pues al final el reducto del papel femenino es el mismo: belleza, misterio y peligro. Mujeres-fantasía, mujeres-enigma, mujeres-hechizo, mujeres-oscuridad. Las jornadas de 12 a 14 horas las llevó a organizarse y a desarrollar una conciencia de clase para cubrir las necesidades entre compañeras. Lograron la incorporación de guarderías, escuelas y salas de lactancia, así como la salubridad de las fábricas (Alberjón, 2020). Protagonizaron huelgas para exigir derechos en sus fábricas, así como en las fábricas de compañeras presentes en otros territorios, como es el caso de la conocida como huelga de brazos caídos que protagonizaron en solidaridad con las compañeras de La Coruña en 1918. La complicidad entre las cigarreras de Sevilla y Cádiz era tal que recaudaban fondos las unas para las otras cuando hacían huelgas o protestas contra la maquinización de las fábricas y la pérdida de empleos. Fueron las precursoras del bienestar del que podemos disfrutar hoy. Pero a ellas no las han conformado como heroínas.

Ante esta historia yerma, las mujeres andaluzas han ido ocupándose de salvaguardar esta serie de hitos referenciales. De ahí que hablemos de feminismo andaluz como oráculo. Para romper el mito, para habitar la tierra. Una tierra sostenida por miles de mujeres anónimas sitúan a Andalucía como la primera región exportadora en cultivos claves con son el fruto rojo. Mujeres jornaleras, temporeras, mujeres contratadas en origen, mujeres de distintas geografías cuya condición de mujer las relega a las tareas que están más cerca del suelo y que por ende tienen menor reconocimiento social. Bajo también el mito de la delicadeza de sus manos, se naturaliza que la recogida de la fresa y el manipulado lo encabecen ellas, mientras los puestos de control y técnicos sean dirigidos por hombres.

Blas Infante sentía una continua indignación explícita ante la realidad campesina, la situación de los jornaleros y las jornaleras. En el Ideal andaluz dejó constancia de la situación de las mujeres jornaleras exponiendo:

 (…) “he sentido indignación al ver que las mujeres se deforman consumidas por la miseria de las rudas faenas del campo, al contemplar cómo sus hijos perecen faltos de higiene y de pan, cómo sus inteligencias se pierden atrofiadas por la virtud de una bárbara pedagogía, que tiene un templo digno en las escuelas como cuadras; o permaneciendo totalmente incultas requerida toda la actividad, desde la más tierna niñez, por el cuidado de la propia subsistencia, al conocer todas, absolutamente todas, las estrecheces y miserias de sus hogares desolados. Y, después, he sentido indignación al leer en escritores extranjeros que el escándalo de su existencia miserable ha traspasado las fronteras, para vergüenza de España y de Andalucía”

El ideal andaluz y hoy están totalmente conectados. Dolores de cintura, lumbares, dolor de riñones, en las muñecas y enfermedades crónicas. Todas las mujeres entrevistadas que aparecen en la obra tienen algún dolor concentrado fruto del diálogo que Andalucía tiene con el sistema mundo. Un diálogo con el exterior a partir de un modelo productivo intensivo diseñado para la exportación en que, como cuentan sus protagonistas todo vale. Como expone una de las participantes en la obra: “cobro prácticamente lo miso que hace 30 años” y no, la vida no vale lo mismo que hace 30 años. Los hogares desolados de los que hablaba Blas Infante son hoy las chabolas construidas en muchos casos por las propias mujeres contratadas en origen para la recolección de fruto rojo que deciden quedarse pues, no obviemos que estamos ante una modalidad contractual que  más allá de su función como jornaleras temporeras ligada a la campaña no les otorga valor, pasan de ser una herramienta de trabajo a ser un problema. Se construye así una subjetividad hacia estas mujeres de hecho, pero no de derecho. Son las imprescindibles a la vez que son a las que no se quiere. Se les permite una especie de momentaneidad legal. Como afirma un entrevistado: «Queremos un retorno porque dan muchos problemas las marroquinas»; Esto explica como a pesar de ser miles cada año desde hace 20 años, siguen siendo consideradas como unas completas desconocidas: las temporeras, las marroquíes, pero poco más.

La indignación que sentía Blas Infante al leer en escritores extranjeros como el escándalo de su existencia miserable ha traspasado las fronteras, para vergüenza de España y de Andalucía es la que sentimos nosotras al escuchar la descripción que el relator de la ONU hizo tras la visita de distintos asentamientos chabolistas. Es la que sentimos cuando vemos la implicación de colectivos de distintos países ante la falta de condiciones socio-vitales dignas que las trabajadoras asumen. Infante decía que la rebeldía ante las injusticias es una de las más altas virtudes pero acaso no es el rebelde el que deja de cumplir el convenio colectivo? El que no paga las horas extras? El que no ofrece unas instalaciones y unos tiempos acordes con la vida digna? El Colectivo de Jornaleras de Huelva en Lucha y su quehacer no son las rebeldes, son las que necesitan justicia porque pese a ir cada día al trabajo, pese a haber convertido a Andalucía en pionera en la producción y exportación de fruto rojo, ven sistemáticamente mermados sus derechos: salarios que no se pueden estirar más, una dependencia de la temporada dada por la producción intensiva, unas instalaciones deficientes y , pese a haber sido consideradas como personas esenciales durante una pandemia mundial donde no descansaron ni un solo día, no han visto ni una sola mejora. Y sabéis qué han hecho? Organizarse, exponerse, muchas perder sus empleos no por pedir, sino por clamar soberanía, hacer piña con las subalternas, porque las hay, no por que lo sean sino porque les han obligado a serlo. Montar asesorías jurídicas, repartir información sobre los convenios, hacer denuncia pública, hacer muchos kilómetros para cuidar aa compañeras y compañeros en peligro y poner el tema en el centro del debate. Son nuestras andaluzas levantás pidiendo tierra y libertad.


Josefa y Mariana, María Teresa López, Enriqueta Contreras, Manuela, Luisa Cobo, Carmen, Ana, Najat y a todas las que no os puedo nombrar, gracias por romper el mito, gracias por habitar la tierra.



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