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¿Cómo adquirimos conocimiento? A menudo nos parecen lejanas aquellas situaciones en las que la gente creía a pies juntillas lo que decía el cura o lo que ponía en la biblia. Hoy día parece que somos más listos y nos hemos librado de ello. Todo esto como si no hubiera un poder subyacente a todo conocimiento que si bien ha cambiado sus estructuras parecen seguir siendo aterradoramente iguales.
En concreto me resulta interesante como se da el poder en dos aspectos, estructuralmente y lingüísticamente, ambos por supuesto están íntimamente ligados. En un primer momento en todos los cursos desde prescolar hasta la universidad el colegio se divide entre dos tipos de personas los que saben y por ende enseñan, y los que no saben. Dentro de estos últimos tenemos los que se adaptan y los que no. El sistema educativo se basa pues en una diferencia clara entre clases sociales en la que solo hay una manera de adquirir conocimiento, mediante el profesor y a través de las normas de evaluación impuestas por los profesores y el estado. Aquí ya comienzan a inculcarnos que si queremos saber tenemos que saber a su manera, en la que una figura de poder nos trasmita conocimiento. De nada sirve que lo busquemos por nosotros eso no cuenta, todo ello quedará relegado a la plaza donde juegas con tus amigos o cuando estás en la universidad al bar donde bebes con ellos. Aquí se separan los caminos de los que aguantan ese sistema y de los que no, ya sea por falta de capacidades memorísticas o comportamentales. No muchos son capaces de soportar que estén llenándole la cabeza como un cubo de información que no aplican y otros tantos directamente no tiene esa capacidad de asumir información como si fueran un dispositivo usb.
Esto, aunque pudiera parecer fútil o autoevidente demarca la estructura de una educación y un conocimiento que se basa en las posiciones de poder y en la creación del conocimiento por parte de los poderosos. No es baladí que las clases sean un montón de sillas y mesas mirando a un estrado, todo eso está bien puesto en su lugar para que no se pierda nunca la noción de que no todos podemos hacer lo mismo. Esta estructura se extrapola con el uso del lenguaje como vía de conocimiento a otras culturas, países y clases sociales cuyas capacidades para adquirir y crear contenidos se ven ampliamente mermadas.
Al igual que no hay conocimiento de los alumnos, no hay conocimiento de muchos otros países, por ello las epistemologías del sur son inconcebibles sin atender al uso del lenguaje que se hace desde ellas y sobre ellas. Cuando hablamos de conocimiento y más en el término académico vemos que éste conlleva el uso del inglés y la suscripción a la academia anglosajona. A lo largo de mi carrera he estudiado mucha filosofía europea, la mayor parte de ella en inglés. No es que tenga aversión hacia esa lengua ni mucho menos, pero desde luego me hace pensar que me estoy perdiendo la mitad del mundo en cuanto a los conocimientos en mi ámbito. Así pues, pareciera que no hay filosofía más allá de las fronteras de Europa, América Latina, Rusia u otros países asiáticos que parecen avocados a la desaparición. Además, en estos países nombrados si alguien llega a hacer filosofía del interés de la academia, deberá traducir sus conocimientos al idioma imperante, el inglés, y si es posible trasladarse a un país donde pueda ser visibilizado. No son pocos los autores españoles que han emigrado a estados unidos o Inglaterra para ver crecer sus trayectorias profesionales y demasiados los profesores cuyo temario se basa en el conocimiento de esos lugares.
Aquí tenemos algunas cuestiones, la primera es el establecimiento del inglés como lenguaje del conocimiento, la segunda es la relación de poder que se da a causa de esto entre diferentes escuelas de pensamiento y la tercera es como articular todo esto en un sistema capitalista.
Decir que el lenguaje es el vehículo de la cultura es poco, condenar un lenguaje a su desaparición o simplemente limitar su capacidad para generar conocimiento, es más que hablar de que se traduzca no se traduzcan ciertas obras. El lenguaje es por tanto conformador de la cultura no solo en cuanto a trasmisión de la misma sino en cuanto a conformación. El problema aquí no es solo que gran parte de la población pobre que no tiene acceso a aprender otros idiomas no pueda acceder a ciertos conocimientos, lo que en palabras de Miranda Fricker sería una injusticia hermenéutica. La cuestión aquí es la incapacitación de diferentes culturas de crear sus propias herramientas epistémicas y crear una base desde la que poder hacer análisis sobre su realidad. En este caso hacer que el conocimiento solo sea válido o reconocido si está en inglés, está incapacitando a otras culturas, a otras maneras de ver el mundo a poder analizar mediante sus medios, es decir mediante el lenguaje. Con respecto a esto siempre se me aparece un ejemplo que considero bueno, aunque quizás pudiera volverse algo trivial, pero sin duda ayudará a ejemplificar esto. La filosofía griega y prácticamente toda la filosofía actual que sigue una tradición metafísica se basa en la distinción entre ser/estar. El ser es algo que excede lo físico, todo lo que “está” necesita “ser”, pero no todo lo que “es” necesita “estar”. ¿Cómo se habría dado este análisis desde un inglés que conjunta ambas nociones en un solo verbo “to be”? ¿Podríamos imaginarnos a platón o Aristóteles usando el inglés y dejando atrás el griego? Seguramente la filosofía habría sido diferente. En este sentido el lenguaje propio se presenta como un vehículo indispensable para la trasmisión de nuestra forma de ver el mundo culturalmente. Nuestro lenguaje acoge el hacer social en cada uno de sus matices y soporta las estructuras de conocimiento según las cuales analizamos nuestro entorno. Por ello estamos haciendo no solo que la gente que no tenga acceso a inglés no pueda acceder al conocimiento, por que afortunadamente hay a menudo buenas traducciones sobre diversos temas, lo que estamos es eliminando la capacidad creadora de las otras lenguas no oficiales y por tanto vedando una necesidad a millones de personas.
En última instancia no solo esto nos empuja a aprender y enseñar en inglés homogeneizando las aproximaciones al conocimiento, sino que nos limita en nuestra libertad de aprender diversas lenguas. Hoy día aprender inglés es característica sine qua non para conocer o ser conocido, invirtiendo muchos años que podríamos haber usado en el conocimiento de otras lenguas y por tanto de otras culturas.
Por otro lado, cabe articular esto con un mundo ampliamente capitalista ¿Cómo podemos crear escuela, sin caer en la marginalidad? Hoy día todo lo que sale de la academia se condena a no poder ser conocido, y el problema ya no es tanto el de ser conocidos sino el de tener esa oportunidad. En este sistema, ser reconocido implica otorgarte un puesto en el que puedes dedicar tu esfuerzo a generar conocimiento ya que, de no ser así, a menudo es necesario tener una economía solvente para poder dedicarse a la investigación o el trabajo intelectual. La historia está salpicada de nobles, príncipes y reyes que han fundado el conocimiento mediante su esfuerzo, pero pocos campesinos han podido permitirse escribir libros y hoy día raro sería encontrar camareros que así lo hagan. Y es que la posición base desde la que se lanza el estatus de una lengua como soporte del conocimiento apoya la diferencia de clases dentro de nuestro sistema. La división entre los que saben y los que trabajan, siendo la realidad de la misma mejor formulada de la siguiente manera, “los que pueden saber y los que no pueden saber”. Mientras sea necesario perder ingentes horas de tu día a día solo por suplir tu derecho a vivir dignamente, estamos generando una clase de gente que puede y gente que no; aunque entre medio esté el filtro de las becas que otorga la posibilidad de subir de estatus a aquellos que se adaptan al sistema educativo.
El lenguaje así se articula como un medio con capacidad para diferenciar clases no muy lejano a otro tiempo, donde el latín diferencia a los que sabían y a los que no sabían. Otro elemento más, que mantiene el statu quo de una sociedad que se disuelve aparentemente en la igualdad pero que se mueve en una amplia falta de equidad, donde las clases parecen difuminadas, pero simplemente han obtenido nuevas maneras de desenvolver su poder y otras no tan nuevas como el lenguaje. Porque aunque hoy pareciera que los monjes no son los únicos ostentadores del conocimiento, podríamos decir que en la academia se habla un nuevo latín y no ésta no está hecha para todos los bolsillos.