Opinión
Y ahora les duele Gaza: Europa ante el genocidio

Europa no ha dejado de vender armas a Israel, ni de recibir su tecnología militar; sin embargo, ahora no sabe cómo salvar al país de sus propios impulsos autodestructivos.
Fotos Palestina manifestación Nakba Donostia - 2
Manifestación en recuerdo de la Nakba, en Donosti. Javi Julio

Arabista en la Universidad Autónoma de Madrid.

25 may 2025 06:00

¿Qué hacemos con este individuo que está llevando a la ruina nuestro gran proyecto “histórico” en Oriente Medio? Es la gran pregunta que se hacen los dirigentes occidentales desde hace unos meses, en primer lugar los europeos. No saben qué hacer con el primer ministro del régimen de Tel Aviv, ni con su Gobierno, plagado de energúmenos zafios e inconsistentes que gritan a los cuatro vientos lo que el sionismo (“histórico”) ha tratado de ocultar o al menos disimular desde hace lustros.

Le habían dejado un margen de meses para culminar la tarea de arrasar Gaza y reimponer la pax israeliana que estaba cerca, o eso pensaban allá por septiembre de 2023, de culminar la inserción del proyecto sionista en la región y naturalizar su existencia como potencia predominante. Luego vino el imprevisto —o no— golpe de Hamás y se entró en esta nueva etapa que comienza a resultar excesivamente larga. Y sin final previsible.

Colonización y neutralización

El proyecto sionista en Palestina, un artefacto ideológico y operativo inspirado e incoado por las élites europeas económicas y políticas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se basó en dos grandes pilares: la colonización por parte de un grupo racial-religioso diferenciado; y la neutralización de la hostilidad de los pueblos circundantes a la Palestina ocupada, en concreto los árabes, en los cuales se englobaba al pueblo palestino.

Todo esto se llevó a cabo mediante una estrategia de espejo organizativo; es decir, con el reflejo del modelo institucional europeo en aquellas tierras subdesarrolladas, “a-modernas”. De ahí los lemas propagandísticos sobre la “única democracia de Oriente Medio”, el milagro “político y económico” israelí o el respeto de los valores humanos básicos mientras todo el aparato jurídico y legal del aparato sionista se ponía en servicio del primer gran pilar, la colonización. Esto último se llevó a cabo a través de la expropiación de tierras, siempre de forma muy legal e impecablemente justificada según su corpus jurídico “democrático”. Las familias palestinas fueron sustituídas por elementos traídos del exterior, elegidos en función de su pertenencia étnico-religiosa, con la generosa financiación de una red de asociaciones, centros culturales, personalidades y gobiernos (occidentales).

La víspera del 7 de octubre, cerca de la mitad de los países árabes habían firmado, o parecían dispuestos de hacerlo, acuerdos de paz con el régimen de Tel Aviv

La cosa no marchaba mal, porque el segundo pilar, la eliminación de la supuesta amenaza sustanciada en los países árabes del entorno, iba camino de completarse la víspera del 7 de octubre. Cerca de la mitad de los países árabes habían firmado, o parecían dispuestos de hacerlo, acuerdos de paz con el régimen de Tel Aviv.

La cuestión palestina quedó ausente del discurso político en el interior de estas naciones, cuyos gobiernos, en la tónica de sus pares occidentales, se mostraban convencidos de que un nuevo modelo dirigido por Israel sería beneficioso para ellos. Sin embargo, había un problema: los proyectos colonialistas precisan de eso, de colonos, máxime cuando se trata de una propuesta basada en la excelencia racial de una comunidad determinada. Mas en la Palestina de 2023 ya había casi una paridad entre judíos y no judíos (árabes, en su inmensa mayoría) contando los territorios ocupados de 1948, Gaza y Cisjordania. Los asentamientos seguían creciendo y salvo algunas voces aisladas, nadie en Occidente, ni en ese mundo árabe casi domesticado, protestaba por las acciones contra el pueblo palestino. No obstante, hacía falta algo más.

La oportunidad que estaban esperando

Entonces llegó el 7 de octubre. Con independencia de las teorías más o menos conspirativas que tienden a pensar que el propio régimen israelí inspiró, o al menos permitió, el ataque; surgió la oportunidad que los representantes genuinos del sionismo religioso ultraortodoxo, representado por sujetos como los ya tristemente célebres Smotrich y Ben Gvir, estaban esperando.

Había llegado el momento de pasar a la etapa final, la deportación del mayor número posible de palestinos, en pos del gran objetivo: un Israel habitado por una población con una mayoría racial irreversible. Lo estamos viendo en la actualidad: no solo las hordas del ejército israelí han asesinado, hecho desaparecer o herido de gravedad al 10% de la población de Gaza; también han iniciado una depuración étnica en amplias zonas de Cisjordania, la mayor desde su ocupación militar en 1967. El sionismo se ha desatado y camina sin pudor hacia la gran apuesta de un todo o nada que preocupa seriamente a sus valedores occidentales.

No han dejado de vender armas a este estado “genocida”, ni de recibir su tecnología militar ni de trufar sus esporádicas críticas al engendro europeo en el Mediterráneo oriental; tampoco han dejado de repetir el insoportable remoquete del antisemitismo

Veinte meses después de iniciadas las masacres en el enclave, determinados dirigentes europeos se han dado cuenta de la “situación insostenible” que sufre la población, inerme; algunos hablan incluso de “acciones que podrían concurrir en crímenes de guerra”. Otros, representantes de países con un peso específico menor, hablan de genocidio y limpieza étnica y promueven sanciones en el seno de la Unión Europea que pocos piensan terminen en algo concreto debido a los enrevesados (cuando les conviene) sistemas internos de decisión y ejecución de las resoluciones.

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No han dejado de vender armas a este estado “genocida”, ni de recibir su tecnología militar ni de trufar sus, hasta hoy, esporádicas críticas al engendro europeo en el Mediterráneo oriental, con el sacrosanto derecho a la defensa —seiscientos días bombardeando casas, escuelas y hospitales no parece tener mucho de defensivo—; tampoco han dejado de repetir el insoportable, por manido e incongruente, remoquete del antisemitismo.

A pesar de la manifiesta oposición de la mayor parte de su población; el gobierno marroquí permite que los barcos israelíes se aprovisionen en sus puertos y han reforzado la colaboración militar con el régimen de Netanyahu

Eso también lo han hecho algunos gobiernos árabes, como el marroquí, que permiten que los barcos israelíes se aprovisionen en sus puertos y refuerzan la colaboración militar con el régimen de Netanyahu, a pesar de la manifiesta oposición de la mayor parte de su población; o el de Emiratos Árabes, que no pierde ocasión para expresar su apoyo a la visión sionista actual, bien enviando alimentos o reforzando la colaboración comercial y financiera. Ni el gobierno egipcio, que prohíbe las manifestaciones pro palestinas y tiene especial interés, como el saudí, en destruir a Hamás y todo lo que huela a Hermanos Musulmanes, el principal —y único, según parece— problema que tiene el mundo árabe. Hay más interés en esto que en detener la carnicería de un régimen que ha cruzado ya todas las líneas rojas. Pero, al menos, estos últimos no pretenden darnos sermones sobre ética y derechos humanos.

¿Qué hacer con el sionismo desbocado?

Los amigos europeos de Israel se preguntan: ¿Qué hacemos con este sionismo desbocado? ¿Cómo salvar a Israel de sus impulsos autodestructivos? Cómo salvar al pueblo palestino de la muerte, la desolación o el hambre no importa; resulta secundaria, porque, aunque no lo digan, mucha gente por aquí, en los círculos de poder, sobre todo, piensa que la ciudadanía israelí vale más que la palestina. Al fin y al cabo, Israel sigue siendo “nuestro gran proyecto”.

El repentino ataque de humanidad que sufren gobiernos como el británico, el francés o hasta el italiano van más en la línea de asistir a un aliado “histórico” en horas bajas que en hacer justicia a los derechos humanos

Europa está preocupada porque los gobernantes israelíes están desmontado las bases del Estado democrático. O sea, la separación de poderes, la alternancia política, la independencia judicial, la diversidad cultural, social o sexual. Todas esas cosas que hacían a Israel, según ellos, tan democrático y defendible, tan “chic” para participar en cosas como la de Eurovisión. Tenemos que buscarles un asidero, una salida para que se reencuentren consigo mismos y podamos seguir justificándolos. Un alto el fuego y negociaciones determinantes para zanjar el gran asunto, el futuro inmediato de Hamás y compañía, ¡qué necesario es!

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El repentino ataque de humanidad que sufren gobiernos como el británico, el francés o hasta el italiano van más en la línea de asistir a un aliado “histórico” en horas bajas que en hacer justicia a los derechos humanos y el padecimiento de una nación que lleva tantos años sufriendo un proyecto colonialista atroz. Amagamos con sanciones, lazamos declaraciones inéditas, por su tono condenatorio, con el objeto de permitirle una salida digna. “Está bien”, dirá el régimen de Tel Aviv, “paramos la guerra pero queremos contrapartidas”: que alguien se lleve al mayor número posible de palestinos de Gaza; callad ante las presiones ejercidas sobre los habitantes de Cisjordania para que abandonen sus tierras; dadnos cobertura para bombardear Irán; haced la vista gorda ante nuestras aventuras militares en Líbano y Siria. Hay un tic extraño en el gesto, en las palabras, de muchos dirigentes europeos, alentados por los aparentes tumbos del presidente Trump, hoy crítico con Netanyahu, mañana fiel amigo. ¡Cuánto les gustaría volver a decir aquellas palabras sentidas sobre el gran amigo israelí!

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