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Obituario
Montañero de la senda del Buen Vivir
Se quejaba de las rodillas, pero cómo trotaba por el monte. Los compañeros del grupo de montaña Gredos, que fueron de excursión con él un sábado poco antes su partida para Jordania, dicen que iba todo el rato de los primeros, ligero, como corresponde a un montañero originario de las Dolomitas, el impresionante macizo alpino que se yergue al norte del Véneto. Marco Rizzardini era un hombre de montaña, enamorado de la naturaleza agreste que por su orografía limita inevitablemente los impulsos destructores de la sociedad capitalista. Y el domingo de la semana siguiente cogió el vuelo a Amán junto con su hija pequeña. Allí los esperaba Maite, su mujer, que trabaja en la solidaridad con la gente que puebla los campamentos de refugiados de Jordania y Líbano. Poco después, el jueves, Marco sufrió un ataque al corazón en mitad de una visita al desierto y se murió. Tenía 62 años, un hijo y dos hijas, y mucha vida y proyectos por delante. Nos dejó desolados.
Marco vivía desde los dos mil en Arenas de San Pedro (Ávila) y uno de los compañeros de la Plataforma Valle del Tiétar en Transición decía, al enterarse de la noticia, que “toda la nieve de Gredos no podrá cubrir la huella que deja este italiano”. Cuando llegó al Tiétar, era un militante de largo recorrido, que había comenzado muy joven, en los años setenta, dentro del poderoso movimiento de contestación social que se desarrollaba en Italia. Ya en España, desde los noventa destacó dentro del internacionalismo y la solidaridad. Fue muy activo en el movimiento antiglobalización. Entre muchas otras cosas, dirigió durante años la revista África América Latina. Cuadernos, de SODEPAZ. Fue miembro de la junta directiva de la Coordinadora Estatal de ONG de Desarrollo, responsable de Organismos Internacionales y Organizaciones del Sur. Siempre apasionado de la justicia social, participó en diferentes proyectos de solidaridad, pedagógicos e informativos, entre otros en el periódico El Otro País. En fin, había colaborado en un montón de fregados y se había dejado mucha vida en aquellas luchas. Marco era sociólogo, especialista en desarrollo internacional y sociología de la educación. Venía al valle con una formación y una experiencia que le aportaban una mirada larga y la extraña capacidad de saber salir del bucle, de la tribu cerrada y revolucionada sobre sí misma en que se suele convertir el izquierdismo.
Sensible, amable e inteligente, elegante, lector incansable y reflexionador pausado y agudo, era uno de esos seres extraordinarios capaces de acercar la práctica a la teoría con una honradez y un corazón gigantes
En Arenas de San Pedro se recuerda todavía con fruición (y ahora, con mucha pena) la taberna que fundó y sacó adelante durante años, el Boccherini. Fue capaz de conjugar su saber vivir con el compromiso con la defensa del producto cercano y de calidad, que es como decir el producto que construye y no destruye el mundo. Asentado en la falda de los montes de Gredos, enfocó el esfuerzo en lo más concreto: la alimentación, la soberanía alimentaria. Tejedor infatigable de relaciones sociales y solidaridades, fue clave en el impulso del movimiento Slow Food en la comarca y en Castilla y León. Marco se ganó el aprecio de consumidores, hosteleros y pequeños productores, y supo hacer una labor encomiable de pedagogía político-gastronómica en un territorio complicado. Era, sin duda, el alma de Slow Food. En las comidas periódicas, como la del día de la Madre Tierra, cada 10 de diciembre, hacía de organizador, excelente cocinero, animador. Siempre en un entorno natural increíble, podían bien ser un centenar las personas que se alimentaban y disfrutaban aprendiendo de ese italiano lleno de sabiduría y con tan buena mano en los fogones inspirada desde el principio por su madre, María, una admirable mujer a la vez veneciana y alpina a la que su hijo adoraba. Al tiempo, Marco era una pieza importante en el esqueleto del movimiento por la sanidad pública del Valle del Tiétar. Con el Buen Vivir como bandera y un corazón muy ancho en el que cabían muchos nombres, era capaz de conectar a las personas más heterogéneas para conseguir hacer cosas juntas. De ahí también su importancia en la articulación de la Plataforma Valle del Tiétar en Transición, que reúne ese espíritu que se fraguaba ya hace casi treinta años bajo el lema de pensar globalmente, actuar localmente.
Comunista sensato, educador de la labor colectiva, Marco Rizzardini fue un apóstol incansable de la construcción organizativa basada en la honestidad y la reflexión, en el Buen Vivir: ser eficaces y a la vez cuidarnos los unos a los otros. Lo dijo muchas veces, pensar lo que hacemos, hacer lo que pensamos. Lo intentó en el Podemos que ilusionaba a tantos, desde dentro de la dirección de Castilla y León como responsable de Medio Rural, hasta que cuerpo y alma le dijeron basta y regresó al trabajo local, en la falda de los montes de Gredos. No se paró nunca. Sensible, amable e inteligente, elegante, lector incansable y reflexionador pausado y agudo, era uno de esos seres extraordinarios capaces de acercar la práctica a la teoría con una honradez y un corazón gigantes. Por eso nos ha dejado a tantos compañeros y compañeras en estado de shock con su muerte prematura. Su cuerpo regresa a sus montañas de adopción, las que defendía y exploraba. En Gredos, también en los Alpes, queda su pisada ejemplar, inspiradora, marcando el sendero hacia un mundo mejor.