Portugal
Portugueses en los dos lados de la Guerra Civil española
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Más de 8.000 voluntarios portugueses lucharon en la Guerra Civil española en el bando golpista. Fue el tercer contingente extranjero más importante tras los fascistas italianos y los nazis alemanes. Conocidos como Os Viriatos, en honor a Viriato, el legendario caudillo lusitano del siglo II, este cuerpo expedicionario constituyó la gran aportación del régimen de Antonio Oliveira Salazar a unos sublevados españoles en cuyo triunfo el dictador portugués pronto intuyó una oportunidad para consolidar su Estado Novo.
Personaje oscuro, de origen campesino, y conocido por su estilo de vida austero, Salazar fue un discreto profesor de economía en la Universidad de Coimbra hasta 1928, momento en el que fue nombrado ministro de Finanzas de la dictadura militar que dos años atrás, en 1926, había derrocado la Primera República portuguesa.
De ideas derechistas y avalado por la buena prensa de su política económica, Salazar iría escalando posiciones en el Gobierno hasta tomar en 1933 todas las riendas del poder, redactar una nueva Constitución y proclamar el Estado Novo, un régimen autoritario en la línea del fascismo italiano y otros regímenes reaccionarios europeos. Interesado en el fin de una República española gobernada por las izquierdas y que prestaba acogida a la oposición portuguesa, desde el primer momento Salazar prestó apoyo logístico y militar a los golpistas.
Vasos comunicantes
No erraba el tiro el dictador portugués en ligar su destino al del aplastamiento de la República española. Las noticias sobre la situación de guerra y revolución en el país vecino, así como la esperanza en una victoria de los antifascistas españoles, habían animado a la oposición portuguesa a rearmarse contra la dictadura. El 8 de septiembre de 1936 estallaba en Lisboa una revuelta de marineros cercanos al Partido Comunista. Aunque la rebelión sería sofocada en el propio día, los marineros llegarían a hacerse por unas horas con el control de tres buques de guerra. Unos meses más tarde, el 4 de julio de 1937, Salazar escaparía por muy poco de un atentado con bomba.
Refugiado en la España republicana, el exilio político portugués fundaría dos organizaciones en esos años, la União dos Antifascistas Portugueses y el Frente Popular portugués. En octubre de 1936 los antifascistas portugueses difundían el manifiesto, Mensagem do Verdadeiro Portugal – A ditadura de Salazar inimiga de Espanha e do povo português, un documento que pretendía dar voz al Portugal antifascista, presentado como la verdadera nación portuguesa.
Portugueses en el bando antifascista
Como los brigadistas italianos o alemanes, los portugueses también tratarían de “limpiar” con su lucha el “honor nacional” de sus respectivos países, “mancillado” por sus respectivas dictaduras, aliadas con Franco. La Guerra de España les ofrecería la oportunidad de dar, aunque fuera en suelo extranjero, la batalla que no podían dar en sus países.
A diferencia de los combatientes de otras nacionalidades, los portugueses no llegaron a formar unidades propias. ¿Cuántos fueron? Resulta difícil de estimar, ya que como explica María José Oliveira, investigadora del Instituto de Historia Contemporánea- Universidade Nova de Lisboa, muchos españolizaron sus nombres y apellidos, por lo que localizarlos en los archivos resulta como “encontrar una aguja en un pajar”.
Oliveira, autora de una tesis doctoral sobre el tema y que prepara una monografía sobre el antifascismo portugués en la Guerra Civil, distingue entre un grupo de militantes que acude expresamente a España a luchar, o que ya se encuentran refugiados en el país por motivos políticos, y otro colectivo mucho más numeroso de emigrantes económicos que con el estallido del conflicto se unen a las milicias anarquistas, socialistas o comunistas.
La colonia portuguesa, dedicada a distintos oficios, se encontraba repartida en Madrid, Barcelona, Galicia y otros territorios. No hablamos de una comunidad menor. Solo en Asturies residían unos 5.000 trabajadores portugueses, la mayor parte de ellos trabajadores de las minas de carbón. En el frente asturiano también combatirían algunos portugueses afincados en Galicia que tras el triunfo del golpe de Estado buscarían refugio en la provincia vecina.
Algunos de estos antifascistas portugueses llegarían a jugar un papel destacado en España, como Germinal de Sousa. Con una biografía militante a caballo entre el anarquismo portugués y español, durante la Guerra Civil llegó a ser un importante dirigente político y militar de la CNT y la FAI. Otros casos conocidos son los del militar portugués Alberto Alexandrino dos Santos, exiliado en España desde 1927, y que llegaría a ser un alto mando del Ejército de la República o el del médico y escritor Jaime Cortesão, participante en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, y uno de los promotores del Frente Popular portugués.
Mención aparte merece el caso de Jaime de Morais, oficial de la armada portuguesa, acogido en España desde el triunfo del golpe de Estado en su país, y que en 1938 trataría de organizar sin éxito una expedición armada de exiliados a Portugal, para así desestabilizar el régimen de Salazar con el apoyo de la República española y la oposición interna. La evolución de la guerra frustraría el plan.
Más allá de estos grandes nombres, la guerra sería, según Oliveira, la escuela de muchos portugueses y portuguesas de clase trabajadora, emigrados en España por razones económicas, y que en algunos casos incluso aprenderían a leer durante el conflicto, gracias a los programas de alfabetización desplegados en las trincheras y la retaguardia por el Gobierno de la República. Muchos unirían sus destinos a los del bando antifascista, sufriendo con ello cárcel, exilio o muerte, tanto en el frente como en los pelotones de ejecución.
El final de la guerra no supondría el fin de esta profunda identificación con España de muchos de estos portugueses antifascistas. Exiliados otra vez tras la derrota de la República, en el destierro francés, explica María José Oliveira, “bastantes renunciaron a la nacionalidad portuguesa para ser enterrados como republicanos españoles, a veces con la bandera tricolor cubriendo el féretro”.
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