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Memoria histórica
De profesión torturador. Manuel Brabo Montero
Buceamos entre toda la porquería que puede crear una mala persona, a la que por desgracia se le concede poder y manga ancha. Un esbozo de lo que fue la vida de un torturador franquista.
No es la primera vez que vuelvo a colgar un artículo cuando me llega bastante información nueva sobre un tema, un grupo, o como en este caso, de una persona. Hace poco que conseguí La muerte del espía con bragas, de José Fernando Mota Muñoz y Javier Tébar Hurtado. Estoy investigando a Manolo Huet con la intención de escribir sobre él y en este libro se habla de unos de sus colaboradores, Joaquín Gastón, el citado espía. Y se habla mucho de Manuel Brabo Montero, el protagonista del artículo y uno de los instigadores de la muerte de Gastón.
Por otro lado, más vale tarde que nunca, quería pedir disculpas a los autores de dicho libro por haber usado sin citarlos, una de sus fotos, que acompañaba mi artículo. Ahora, leído su más que interesante trabajo, trato de subsanar mis errores y presentar un artículo más completo… Vamos allá.
Aunque no hagamos más que mala sangre, hoy recordamos a este torturador, asesino, agresor sexual, putero y todos los adjetivos despectivos que se os puedan pasar por la cabeza. Hoy recordamos a ese criminal llamado Manuel Brabo Montero, porqué las cosas que hizo este ser no pueden caer en el olvido, pues sería su última satisfacción.
El monstruo nació en Madrid el 27 de enero de 1904 y era hijo de otro infame ilustre, Manuel Brabo Portillo, jefe superior de la policía en Barcelona a principios del siglo XX. Al padre lo mató un grupo de acción anarquista el 5 de septiembre de 1919, pues el señor Bravo Portillo era el encargado de los pistoleros y la guerra sucia contra el sindicalismo anarquista en aquellos años de plomo. Tanto se distinguió el ilustre policía en la represión sindical que acabó de la misma manera en la que él trataba a sus contrarios, con una dosis de plomo, cuando salía de visitar a una de sus queridas en la Ciudad Condal.
Volvamos a nuestro personajillo principal, del que su mujer, Josefina Naveiras decía que era tan putero como su suegro. El asesinato de su padre por los anarquistas lo marcó y se dedicó en cuerpo y alma a perseguir cualquier cosa que le oliera a marxismo o anarquismo. En 1920 ingresa en la academia de infantería de Toledo, de la que sale dos años después como alférez. Entre sus destinos pasará por el tercio de legionarios en Melilla, donde alternará con Franco y Millán Astray, formando parte de la guerra africana. En 1928, cuando Franco es director de la Academia General Militar de Zaragoza, incluye al teniente Brabo como parte de su claustro de profesores y miembro de su total confianza. Después pasará por Asturias y Tenerife, donde tendrá un proceso por llamar mamarracho a un superior, aunque el asunto fue finalmente archivado. Posteriormente volverá a Asturias a combatir a los mineros en 1934. Allí formará un trío innombrable junto a Lisardo Doval y Nilo Tella, quienes rivalizarán entre ellos por la fama de ser el más cruel e inhumano en su trato ante el supuesto enemigo. Tras los hechos de Asturias, Nilo Tella acabará en prisión por torturador y Franco tendrá que “esconder” a Doval y Brabo Montero en Marruecos hasta que se olvide el tema.
Pese a lo que se pueda suponer, Brabo no se pone del lado fascista al estallar el golpe, e incluso algunos militares le acusan de ciertas informaciones mandadas a Escofet sobre el papel de la Guardia Civil en Barcelona. Luego tendrá que inventarse su propia versión de los hechos. De hecho, cuando se le ingresa en el barco-prisión Uruguay el 29 de julio, lo hace a voluntad propia y como persona protegida ante el temor de que pudiera ser represaliado por los obreros o las patrullas de control.
También se le nombra responsable de la inspección de los paquetes enviados a los presos. En noviembre su situación se complica y finalmente en enero es juzgado por un tribunal popular por auxilio a la rebelión y condenado a 20 años, pero no será hasta el 1º de marzo cuando deje de cobrar su paga como miembro de las fuerzas armadas. Se le mantuvo preso hasta el 27 de enero de 1939 cuando logra fugarse y entregarse a las tropas franquistas en las cercanías de Gerona.
En febrero del 39 Brabo ya fardaba de su expediente, ex cautivo, quintacolumnista, huido de los rojos y presentación a las tropas franquistas, además de contar con importantes avales de destacados militantes del nuevo régimen. Se le incorpora a la Guardia Civil y es en los días posteriores al final de la guerra cuando Brabo Montero crea el rondín antimarxista, especie de fuerza paramilitar formada por policías, guardias civiles, falangistas y confidentes. Como sería su actuación para que Eduardo Quintela, jefe de la Brigada Político Social de la Ciudad Condal, se refiriera a ellos de la siguiente manera: "Sus tropelías hicieron reverdecer el recuerdo de las checas rojas". En otro de sus informes comentaba: "Recién liberada Barcelona, constituyó el entonces capitán Brabo una sección de falangistas-policías que, por su cuenta, detienen, formulan atestados y los remiten a la Autoridad Judicial, y ya desde el principio espanta a la gente por los procedimientos de tortura que emplea para arrancar declaraciones a los detenidos".
Se llegó a dar cuenta de sus métodos al jefe superior de policía, el marqués de Ravals, pero este consideró positivos sus resultados. El citado rondín perduraría hasta marzo de 1940. Entre su prepotencia y lo brutal de sus métodos, fue de nuevo cambiado de destino, a territorio hostil, un lugar donde pudiera perseguir y torturar a un montón de “rojos”. Los montes de Asturias eran el lugar ideal. Fue enviado con el grado de capitán a dirigir las fuerzas de Cangas de Narcea, donde estuvo hasta julio de 1942. Su clímax sangriento lo ejerció en la primavera de ese mismo año, tras la matanza que realizó la partida de Santeiro en el puerto del Connio. No consiguió ni capturar ni eliminar a ningún elemento de la partida, pero el grado de ensañamiento contra el vecindario de izquierdas en la zona quedará grabado a fuego para siempre. Ocupó militarmente los pueblos, deteniendo, interrogando y torturando a placer. Se agravaron condenas, se reabrieron procesos y consiguió desmantelar parte de las redes de apoyo y descubrir alguna de las cabañas soterradas. Se volvió a encarcelar a antiguos miembros de la partida.
A resultas de las actuaciones policiales, Secundino Rodríguez se rebanó el cuello con un cuchillo para intentar evitar seguir siendo torturado por Brabo. De hecho fue de nuevo trasladado, esta vez a Rioseco, epicentro guerrillero por su proximidad a la cuenca minera. Allí quien se quitó la vida tras pasar por los “cuidados” del capitán fue Belarmino Orviz. Entre los sutiles métodos de este criminal, sus víctimas relataban que eran desnudados, suspendidos del techo, asidos por las extremidades y sistemáticamente apaleados hasta que perdían el conocimiento, recuperando el mismo con duchas de agua fría a presión. Para evitar que gritaran mucho, se les introducían bocados de sal en la boca, o se les provocaban quemaduras con cigarros. También impuso sanciones económicas desorbitadas y aplicó a varios detenidos el tiro en la nuca.
Con respecto a las mujeres, había que sumar el abuso sexual a la lista común de torturas, lo que llevó a Isabel García a tirarse al tren en septiembre de 1942 para poder librarse de los ultrajes del capitán o a María Alonso a saltar por la ventana, no sabemos si para evitar más interrogatorios o porque se les fue la mano y la tiraron ellos.
No tiene desperdicio la descripción que hace el monstruo sobre dichas mujeres: "Las mujeres se ofrecen, campesinas y juguetonas, coloradas y sanas, podridas y vengativas, una —pobrecilla— se tira al tren por no acudir a mi presencia, otra se corta las venas de la mano en un calabozo para suicidarse, que en su sostén, único sitio vedado al registro, llevaba afilado puñal, para utilizarlo contra ella o contra mí, otra se inocula una grave enfermedad y viene a mí para hacerme participe de su mal. Grandes y sublimes mujeres enemigas que se sacrifican por un ideal revolucionario antes de CANTAR, españolas al fin. Yo no las toco, me volví casto y sigo mi camino, o mi Imperio, con mis cárceles y mi Ley, humillándome solo ante Dios de las Alturas".
Se atribuyó la matanza de cuatro guerrilleros en Val (Lugo) en diciembre del 42. En marzo de 1943 fue condecorado por la misma con la cruz del mérito militar con distintivo blanco, reintegrándose tras ello al servicio de información de la Guardia Civil en Barcelona, donde siguió haciendo de las suyas. De nuevo Quintela, jefe de la temible BPS, emitió un informe sobre él, acusándole de robos y comentando que se consideraba la labor de Montero como nefasta para la patria y para el régimen. Es más que interesante ver el pulso mantenido entre los dos a lo largo de estos años, del que salió vencedor el inspector de la BPS.
Su suerte acabó al detener ilegalmente, y posteriormente torturar y asesinar en una checa falangista, a Joaquín Gastón San Vicente, un ¿triple? agente que trabajaba para los ingleses, la Gestapo y la Dirección General de Seguridad española, y por lo que, a nuestro lado toca, estaba integrado en la red de evasión Ponzán, por lo menos como enlace de información, y también posiblemente como parte de la antena marítima dirigida por Manolo Huet y Juan Zafón. Desconozco desde cuando trabajaba para los servicios españoles, o si jugaba a todas las bandas como Eliseo Melís, lo que sí sabemos es que falangistas barceloneses lo secuestraron por orden de Bravo Montero y lo retuvieron, interrogaron y torturaron en la sede del Distrito IX de Falange, sita en la calle Valencia.
Finalmente apareció asesinado cinco días después de su arresto, golpeado y con hundimiento de cráneo, en los alrededores de Argentona. Para hacer parecer el crimen un asunto entre homosexuales, habían depilado a Gastón y le habían puesto bragas. Lo malo fue que no lo registraron bien, y que aparecieron documentos entre sus ropas que inculpaban a los falangistas. La Segunda bis, Quintela y los enemigos de Montero no desaprovecharon la ocasión, que acabó con los falangistas en la Modelo y con una condena a Brabo de dos años y cuatro meses por detención ilegal y suspensión de empleo por el mismo tiempo.
Salió de la prisión de Monte Olivete el 30 de abril de 1945. No sería su última condena. Vivió en Barcelona y posteriormente en Andorra. En los años 60 se separó de su mujer y se unió con una norteamericana de apellido Greenberg con la que se casó en Chipre, donde moriría el 6 de julio de 1973. Según su mujer, a causa de envenenamiento. Mucha gente a buen seguro brindaría ese día por su muerte, entre ellos, Manolo Huet, quien en 1949 estuvo a punto de bajar a saldar cuentas con el torturador por la muerte de Gastón, pues, como ha quedado plasmado en el artículo, otra cosa no, pero enemigos tenía sobrados el señor Brabo.
Fuentes: Los rojos de la guardia civil (José Luis Cervero), Luchadores del ocaso (Ramón García Piñeiro), La muerte del espía con bragas (José Fernando Mota y Javier Tébar) y Los senderos de la libertad (Eduard Pons i Prades).
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Puestos a llamar fascista a cualquiera por el mero hecho de no pensar como vos, o torturador porque vos lo dice y los demás nos lo tenemos que creer... Yo le llamo a usted TORTURADOR, pero de la HISTORIA de España. 1.500 muertos provocó la insurrección de Octubre del 34, por no hablar de todos los robos y destrozos ocasionados y todo eso no lo hizo la Guardia Civil, más bien al contrario, los criminales y revolucionarios fueron los Rojos, que luego fueron amnistiados bajo el gobierno del Frente Popular del 36. Esque a usted se le ha olvidado contar esa parte, pues ya lo cuento yo. Su sectarismo histórico impide tomarle en serio.
No he leído llamar asesinos a los que asaltaron varios cuarteles de la Guardia Civil en Asturias, y mataron a unos 60 guardias, y violaron a varias mujeres ; no se a lo mejor eran hermanitas de la caridad.