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Música
E150, a mil por hora en este matadero

Querían verles muertos, cantaban, y sin embargo ahí están. Si solo fuera vivos. E150 ensaya a conciencia para su reaparición esta primavera-verano. Será una voladura controlada. La mítica banda barcelonesa vuelve a juntarse para cuatro fechas bien escogidas entre mayo y julio. El festival Malas Artes de la capital catalana, el 20º cumpleaños del sello y distri La Agonía de Vivir en Oviedo, Vallecas con Zanussi y el festival de Flexidiscos en València son las contadas ocasiones para verles más de 20 años después de la despedida en 2004 de una andadura iniciada en 1995.
Beni, guitarrista, explica cómo se ha gestado este regreso. “Es todo más improvisado de lo que parece. Hace dos años nos juntamos para grabar unos temas que quedaban de Fix Me [el anterior combo de todos sus miembros] y Jos, de [la banda neerlandesa] Seein Red, nos invitó a tocar en su cumpleaños en Ámsterdam el verano pasado. Para ese día pensamos en tocar como Fix Me, ensayamos los temas y nos encontramos con que nos anunciaron como E150 y, además, cabezas de cartel. Ya no podíamos decir que no. Era algo que no pensábamos que haríamos, sino que en todo caso nos quedaríamos con el nombre y repertorio de Fix Me, pero la cosa fue bien. Este año nos llamaron del festival Malas Artes y, como Seein Red dijeron que sí, pues nosotros también”. Abraham, vocalista, asegura que E150 es una cuestión de amistad: “A mí ahora mismo me dice alguien de hacer un grupo nuevo y no. Somos colegas de toda la vida y el contacto se ha mantenido, seguimos quedando”.
Han reeditado, vía Bcore, su discografía integral, descatalogada hace tiempo, pero no crearán temas nuevos. “Tampoco hay intención de más bolos o de continuar como grupo. Hay ofertas, pero no queremos que esto sea un revival ni un autohomenaje. Estirar el chicle no tendría sentido”, afirma Beni.
Para las fechas de este año, Abraham resume qué esperar —“¡cincuentones puteadísimos!”— y habla de sentido de hiperresponsabilidad. “Para el concierto de Ámsterdam, que fue en julio, llevábamos ensayando desde febrero. Sería pretencioso hablar del legado del grupo, pero sí que hay algo de no joder el buen recuerdo que pudiera tener la gente”, coincide el guitarra.
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El origen de E150 está en un verano, el del 95. El último del felipismo. En los cuartos de estar del país se alterna el estreno del Grand Prix con las imágenes de la matanza de bosnios en Srebrenica. La banda sonora del cierre de Galerías Preciados es “El tiburón” o “El venao”. Beni y Carlos, amigos desde adolescentes, todavía tocaban guitarra y batería en Manifesto, banda de hardcore con letras socialistas que dejarían en poco tiempo. “En esa época pasaba que, aunque tuvieras un grupo, te juntabas con otra gente en un local porque no tenías pasta para salir”, apunta Beni.
Fue, sin embargo, en otro sitio donde se gestó el nombre del comando que ambos formarían junto a Abraham y dos colegas más, Italiano en otro micro y Elías al bajo. “Íbamos a un bar en el barrio de Llefià y había una oferta de patatas y Coca-cola, que era un poco nuestro menú de la tarde”, evoca Abraham. Ahí se quedaron con E150, el colorante que da el aspecto de caramelo a la bebida.
Si antes les llamamos banda barcelonesa fue por resumir. Siendo precisos, la rabia de E150 procede del Barcelonès Nord o Baix Besòs, territorio de pedigrí obrero que comprende Badalona y Sant Adrià. Sus ensayos recorrieron el camino de la ciudad del Joventut al barrio capitalino de Poblenou, en los desaparecidos locales Musicomuna compartidos con Standstill, y Bellvitge, en L’Hospitalet. “Somos hijos de la clase trabajadora cien por cien —explica Abraham—. Yo curraba en una fábrica. A veces te tenías que inventar cosas para ir a tocar. Como anécdota, Beni y Carlos conocieron a mi madre antes que a mí: curraban juntos en el Pryca”. Hubo no pocas mañanas en su puesto sin apenas dormir tras una noche de concierto.
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Tocar a mil por hora y gritarle verdades al mundo fueron siempre dos marcas de la casa. “El grupo nos pilló en un momento en el que ya trabajábamos. No éramos adolescentes y teníamos problemáticas de adultos. Para mí, lo que hacíamos no tenía sentido con otro tipo de letras. Tampoco había ninguna pretensión de cambiar el mundo con música”, cuenta Beni.
“¡Nadie iba a tomar el Palacio de Invierno con letras de E150! —añade Abraham sobre esos mensajes comprimidos al máximo—. Supongo que eran fruto de un tío de 19 o primeros 20 años que vive en un entorno que no le mola. Venimos de un ambiente en el que nuestras familias siempre han ido muy justas. Si hubiera sido de otra manera, quizá habríamos cantado de otras cosas”.
En los textos había críticas a la alimentación ultraprocesada —“Quieren vernos muertos”—, la religión organizada, el militarismo o la manipulación mediática: “Hoy es más burda. Nos reíamos de Buruaga y ahora nos parecería Kapuściński”, comparan.
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Hablar de los años de actividad de E150, último lustro del siglo XX y primero de este, es hacerlo sobre un tiempo en que no era descabellado que un concierto de hardcore, prácticamente al margen de todo circuito comercial, congregase a un par de centenares de personas. “Así como hemos romantizado mucho el rollo Do It Yourself, también es que no había otro remedio. No era una elección consciente. Se hacía todo de manera desinteresada, no había competitividad entre grupos. Aparte de que siempre ha habido el tabú del dinero en el punk, nadie esperaba sacar un duro. Hacíamos conciertos a 300 pesetas o a 400 regalando el single. La gente se ofrecía a ayudar. Cuando había un concierto, preguntabas quién lo montaba para saber con quién hablar por si se necesitaba un coche o sitio para dormir. Se hablaba de eso de la escena, que evidentemente que había una. Yo estoy a favor de ese amiguismo porque no era nada elitista. Se hacían cosas por amistad, pero era muy fácil entrar en ese círculo. Lo veías de concierto a concierto. Uno se traía a unos de su clase y al otro día ese se llevaba a unos con los que patinaba”, sostiene Beni. Tanto él como Abraham consideran clave en esa efervescencia la red de espacios disponibles para la música, como los centros sociales ocupados. “Tuvimos la suerte de contar con el Ateneu de Vallcarca y el de Badalona, que hacía muy fácil para nosotros no tener que ponernos a pensar dónde montábamos cada concierto”.
Así, ocurrían cosas como 200 personas en Badalona un lunes viendo a His Hero is Gone. Con el grupo de Memphis se embarcaron E150 en una gira estadounidense durante otro verano, el del 99. No pasó porque la banda creciera y ese fuera el siguiente paso natural.
Martín Sorrondeguy, vocalista de Los Crudos y Limp Wrist, y Kim Bae, redactora del fanzine Punk Planet con intención de hacerse con una furgoneta para llevar grupos, se lo propusieron en persona durante una visita a Barcelona. La primera parada, Chicago, que un día fue el matadero del mundo. Sus fábricas de carne, retratadas por Upton Sinclair en La jungla, inspiraron a Henry Ford para las líneas de montaje de automóviles. En la ciudad de Los Crudos, con el asfalto derritiéndose, batidos de plátano y viendo conciertos en librerías, nuestros músicos parecían, como escribió Beni en un diario de la época, “los rusos del Mundobasket’86 que iban como locos a comprar tejanos al mercadillo de Santa Coloma”.
“Yo allí no quería dormir, lo quería ver todo, hablar con todo el mundo, comprarme todos los discos” —recuerda hoy el guitarrista—. Pasábamos tiempo colgados en la carretera cada dos por tres. Una vez, tras tocar en Detroit, teníamos que cruzar la frontera con Canadá. Nos vestimos bien. His Hero is Gone creo que llevaban un contrato falso de grabación con el estudio de uno de Propagandhi o algo así. Pero el tío de la frontera estaba durmiendo, así que pasamos. Al poco, petó la furgo allí en medio de Canadá, así que vino a buscarnos la policía montada, que nos invitó a desayunar y todo”. La historia acabó con los catalanes durmiendo dentro del vehículo mientras este era arreglado en un taller.
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Al cruzar la frontera en sentido inverso, un funcionario estadounidense les preguntó si llevaban mangos o papayas, tomando por Carmen Miranda a nuestros aguerridos punks. E150 realizaría después una segunda gira, esta vez por la costa oeste, con distancias de catorce horas en coche. Abraham guarda un recuerdo especial de haber conocido a la poeta Sarah Kirsch cuando estuvieron en Los Angeles con Please Inform the Captain This is a Hijack. O al grupo de Nueva York Born Against, o de tocar en casas con colchones en las ventanas, o en un sótano con un palmo de agua, o en el Wilson Center de Washington, donde años antes lo habían hecho Minor Threat, Faith o Void.

En su última formación, la compuesta por Abraham, Beni, Pepe y Carlos, estarán el viernes 9 de mayo en el festival Malas Artes. Organizado por el colectivo Industrias MDA, va en esta edición a beneficio de la Comunitat Palestina de Catalunya y reúne un jugoso cartel en el que se citan Cœur à l’Index, S.H.I.T., Bombardement, The Mob, Belgrado, Borla, Nakar, Tatxers o Seein Red.
La relación de E150 con estos últimos es casi de hermandad. “No pillamos a Lärm en su momento, pero me escribía por carta con Paul”, cuenta Beni. “Ellos igual tenían 30 años y nos parecían veteranos. Vinieron con Manliftingbanner a tocar a la sala Garatge y dijimos: hay que intentarlo. Les preguntamos hasta qué día se quedaban por Barcelona y les propusimos tocar al día siguiente en Badalona, simplemente con la promoción del boca a boca en ese momento en la puerta del Garatge y cuatro llamadas. Y Paul dijo que sí, pero con la condición de que tocásemos también nosotros”.
Años después, en la despedida de E150, gratis en Rock&Trini, estos legaron a los holandeses el capital que les quedaba como banda. “Escribieron diciendo que querían venir a vernos. Les pedimos que tocasen. Nosotros nos separábamos y nos quedaban 300 eurillos. Era todo lo que teníamos del grupo. Les dijimos que era para ellos, para los vuelos. Recuerdo su cónclave discutiendo, en holandés, si coger el dinero o no. Nos costó que lo aceptaran”.

E150 se sienten apreciados. Es otro tipo de capital, de paladeo más duradero que el de las cifras. “Es uno de los motivos para tocar. Es como: nos habéis reclamado que lo hiciéramos, a ver si ahora respondéis —ríe Beni—. No vivimos la época de las redes sociales y sí nos sorprendió, al crear la cuenta de Instagram, que apareciera gente de entonces de la que hacía tiempo que no sabías, o gente más joven. Nos fascina que haya gente que, con toda la oferta que hay hoy, quiera ver a un grupo que lo dejó hace veinte años y no vieron en su día”.
Que nadie espere más nostalgia que tralla. Zapatilla. Biela. “No idealizamos el pasado, para un grupo ni de coña era mejor, hoy hay más facilidades para que te escuchen”, afirma Beni. Motivos para gritar sigue habiendo. Abraham ve “una juventud a la que le han robado el futuro. Tenemos a la reacción dispuesta a aplastar. Un genocidio en directo. El mundo siempre ha sido un matadero, pero ahora da miedo”.