Memoria histórica
El preceptor del rey emérito que quiso atentar contra Azaña y gasear el Congreso

“Pensé en la posibilidad de entrar en el Congreso con un grupo de amigos pertrechados de gases asfixiantes para acabar allí con los diputados”, dejó escrito Eugenio Vegas Latapíe

El preceptor y su joven alumno
El preceptor y su joven alumno

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23 jun 2020 09:21

Malos tiempos estos del coronavirus para la corona de España, restaurada en 1975 en la figura de Juan Carlos I por decisión del dictador, fallecido en noviembre de ese año. El hijo de aquel rey, Felipe VI, actual Jefe del Estado, renunció no hace mucho  a la herencia paterna que “personalmente le pudiera corresponder” (no a la de la corona) y dejó sin percepción la asignación anual que tiene fijada su progenitor en los presupuestos de la Casa del Rey (para quedarse con ella), y que en los últimos ejercicios se acerca a los 200.000 euros. Con esta decisión, Felipe VI quiso salir al paso de las informaciones que le señalan  como beneficiario de las fundaciones Zagatka y Lucum, esta última investigada por la Fiscalía Anticorrupción, por recibir presuntamente 100 millones de dólares de la dictadura saudí. Don Felipe pretendía así desvincularse de cualquier corrupta granjería que pudiera haber favorecido a su padre en el extranjero.

Quiso el azar -puedo asegurarlo- que mientras estas noticias llegaban a las portadas de la actualidad, me estuviera ocupando de la figura de uno de los preceptores de quien hace algo más de setenta años podía aspirar al trono de España y luego lo ocupó por decisión del dictador Francisco Franco. Todo empezó con el obituario fechado el 20 de septiembre de 1985, publicado en el diario El País,  en el que se daba muy sucinta cuenta de la biografía de Eugenio Vegas Latapíe, quien fuera secretario político del conde de Barcelona, Juan de Borbón, cargo al que renunció en 1947 para ser elegido ese mismo año preceptor  de su hijo y futuro rey Juan Carlos I durante la residencia de este en Suiza. No fue por mucho tiempo porque don Eugenio volvió a España en 1949.

De Vegas se decía en la necrológica aludida que había nacido en Irún en 19o7 y que ingresó en el Cuerpo Jurídico Militar y posteriormente en el Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. “En 1930 fue elegido presidente de la Juventud Monárquica Independiente de Madrid. Latapíe fue uno de los fundadores de Acción Española durante la segunda República [asociación en la que concurrieron intelectuales de ideología ultraconservadora con objeto a modo de grupo de presión contra la segunda República, pues su objeto era la restauración de la monarquía].  El 18 de julio de 1936, Latapíe se sumó al alzamiento del general Franco en Burgos. Tras la guerra desarrolló una gran actividad política, lo que le hizo caer en desgracia, por lo que fue desposeído de sus cargos y fue forzado al exilio, fijando su residencia en Suiza”.  

Hasta ahí la sinopsis biográfica del obituario que se dio a conocer en El País, el periódico más progresista del país en tiempos de la tan celebrada como amnésica Transición. Como cabe suponer, la necrológica fue obvia y sumamente encomiástica en otros diarios más bien “regresistas” como el monárquico ABC (Vegas Latapíe, el intelectual monárquico que se opuso a Franco), así como mucho más olvidadiza con la obra “intelectual” del fallecido. En ninguna de las que he consultado figura un hecho que también forma parte del currículum del difunto militar y político, y que sí encontramos en un libro que tuvo en su día muy buena acogida entre los lectores interesados por nuestra historia contemporánea. Se trata de El holocausto español, obra del prestigioso historiador e hispanista Sir Paul Preston, en la que se da cuenta de uno planes nada intelectuales a los que también alude el autor en su siguiente y más reciente libro, que abunda en el primero, Un pueblo traicionado. España de 1874 a nuestros días: Corrupción, incompetencia política y división social (editorial Debate). 

Hace referencia Preston, en la primera parte de la primera de las obras citadas (Los orígenes del odio y de la violencia), a la reacción que tuvo la derecha española cuando fue asesinado el diputado del partido monárquico Renovación Española José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936, como represalia por los asesinatos llevados a cabo por pistoleros falangistas en las personas del capitán e instructor de las Juventudes Socialistas Carlos Faraudo y de Micheo (1901-1936), el 7 de mayo, y el del teniente coronel de la Guardia de Asalto José del Castillo Sáenz de Tejada (1901-1936), el 12 de julio, cinco días antes del golpe militar del 18 de julio. Uno y otro eran miembros de la Unión Militar Republicana.  


Tras el asesinato de Calvo Sotelo, Eugenio Vegas Latapíe participó en el proyecto  de un atentado contra Manuel Azaña y en un plan para gasear nada menos que el Congreso de los Diputados en una sesión plenaria, según escribe Paul Preston. En cuanto a lo primero  dice lo que sigue: “Pepe, hermano de Eugenio y oficial del Ejército, informó de que varios oficiales del regimiento de El Pardo había decidido liquidar al presidente Azaña en represalia, para lo que necesitaban una metralleta y un coronel o un general, preferiblemente de la Brigada de Ingenieros para capitanear la operación. Pepe Vega  confiaba en su hermano por sus muchos contactos en la milicia, entre los que encontró a tal fin la predisposición del coronel africanista Ortiz de Zárate. Pero cuando se reunió con éste en su casa, ya se tramaban allí los últimos detalles del golpe militar próximo y consideraron que un atentado contra Azaña podía echarlo todo a perder, por lo que fue descartado”.

Parece ser que esto no desanimó a Eugenio Vegas Latapíe, según comenta con ironía el historiador irlandés, y que planeó otra idea para “salvar a su país, más patriótica y católica”, si cabe, y que una vez más demuestra el sólido arraigo de la asonada decimonónica en la historia política de España, como se encargará de refrendar un teniente-coronel de la Guardia Civil casi medio siglo después, sin más violencia esta vez que unos cuantos tiros en el artesonado el Congreso. La historia de lo que cuenta Paul Preston se le podría haber ocurrido al creador del esperpento y extraordinario escritor Ramón María del Valle-Inclán: “Un monje que había trabajado en un hospital psiquiátrico le mencionó [a don Eugenio] que en su trabajo con los enfermos había advertido que ciertos pacientes se excitaban de forma incontrolable ante los disparos de armas de fuego. Sugirió que podían reclutar a algunos de aquellos desventurados, armarlos con granadas de mano, y hacerlos irrumpir en las Cortes para eliminar a la élite política. Aunque este peculiar método era a todas luces inviable, la propuesta del fanático devoto del manicomio siguió viva en la mente de Vegas Latapíe”. 

Decidió don Eugenio que el plan simplemente  precisaba de unos retoques, apunta Preston, y recurre el historiador a las propias memorias del futuro preceptor del Príncipe de Asturias para detallarlos: “Pensé en la posibilidad de entrar en el Congreso con un grupo de amigos pertrechados de gases asfixiantes para acabar allí con los diputados. Por supuesto que no íbamos a jugarnos la vida, sino a perderla. Sería algo semejante a lo que hizo Sansón cuando derribó las columnas del templo”. (Eugenio Vegas Latapíe: Memorias políticas. El suicidio de la Monarquía y la segunda República, Planeta, Barcelona, 1983, pp. 310-311 y 315). La pega para tan bíblica hazaña estuvo en la consecución del material: Un oficial de Artillería a quien conocía le dijo que el gas venenoso solo podía conseguirse en la fábrica que dirigía otro de los hermanos  de Eugenio, Florentino. Antes que permitir que su hermano corriera riesgos, Vegas abandonó sus propósitos criminales. 

Es de significar, para más detalle acerca del currículum conspirador de Eugenio Vegas Latapíe que no cupo citar o se eludió completar en el obituario del diario El País al que me referí al principio, que a finales de septiembre de 1932, cuando la segunda República llevaba poco más de un año instaurada en España y ya había sufrido por parte del general José Sanjurjo (la sanjurjada) un primer intento de golpe de Estado en la madrugada del 10 de agosto, don Eugenio formó parte de un nuevo comité conspirador integrado por el marqués de Eliseda, integrante del grupo de extrema derecha Acción Española y el capitán del Estado Mayor Jorge Vigón, a quienes se les confiaron los preparativos para el éxito de una nueva tentativa. Lo leemos también en la obra de Preston El holocausto español. 

El grupo operaba desde la residencia en Biarritz del aviador y play boy carlista -según calificación del historiador- Juan Antonio Ansaldo (en julio de 1936 se estrellará con su avioneta en Portugal y el general nuevamente golpista Sanjurjo a bordo, que fallecerá en el accidente), y contaba con  la colaboración del teniente coronel del estado Mayor Galarza Morante. Este había participado en la sanjurjada, sin pruebas al parecer que hicieran constar su implicación, y era a juicio de Manuel Azaña uno de los conspiradores militares más peligrosos. Fue enlace entre los conspiradores monárquicos y la asociación clandestina de oficiales del Ejército, la Unión Militar Española (UME), con clara implicación de los primeros en buscar y conseguir apoyo militar en la Italia mussoliniana para el golpe de julio, según ha documentado el historiador Ángel Viñas en su último y recomendable libro ¿Quién quiso la Guerra Civil? La UME fue una pieza clave en esa sublevación que daría paso al conflicto armado.

Hasta aquí las referencias que como conspirador golpista contra la segunda República se han eludido en las biografías transicionales del preceptor (persona que enseña, RAE) del actual rey emérito, por si el discreto lector las estima pertinentes en estos tiempos del virus de la corona que no pintan muy propicios para la corona de España, sobre todo si los asesores del monarca en ejercicio consideran propio de esa institución lo que esa institución hacía cuando su carácter era absoluto y divino, algo que todavía permanece en la personalidad inviolable del soberano y en ocurrencias como la de  apelar y convencer a los dos mil y pico nobles del país para socorrer con sus dádivas de aceite y leche a los pobres del reino que más han sufrido las consecuencias socio-económicas de la pandemia. 

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