Disturbios en Barcelona Proces
Barricadas de fuego en la noche barcelonesa. Foto: Miguel Lopez Mallach para La Directa.
16 oct 2019 11:28

Las resacas son duras. Y las de esta sentencia se preven complejas. Marchena, queriendo cerrar un libro, ha abierto una caja de Pandora. Es lo que tiene llevar a los juzgados lo que nunca debió salir de las ágoras y las calles, de los parlamentos y las plazas.

Aún con la resaca de la ocupación del aeropuerto, con su fuerza y también con sus cargas, sus excesos policiales y su último ojo robado por las ilegales pelotas de goma, llegaban las primeras noticias de cortes de carretera. Nuevos focos de protestas a lo largo de medio país. Mientras, los activistas se peleaban por descargarse y validar la aplicación de Tsunami Democràtic, ese ente todavía abstracto que en pocas horas ha revolucionado medio país, en un estilo de protesta más distópica que un capítulo de Black Mirror.

El problema es que aunque llegasen a desactivar al Tsunami Democràtic, otros saldrían. Y eso parece que no les entra en la cabeza. A sociedades represivas líquidas, convocatorias libres líquidas

El ministro Grande-Marlaska, con sonrisa burlona, anunciaba que estaban investigando quién hay detrás de ello. Se ve que le genera esto más interés que en su momento saber qué había detrás de las denuncias de tortura a decenas de vascos que pasaron por sus manos. Cosas que pasan.

Y, así, media España preguntándose quiénes son Tsunami Democràtic y medio CNI detrás de él. A la vista del éxito que tuvieron en encontrar las 10.000 urnas del 1 de octubre o en saber quién era M. Rajoy, no sé yo si le daría muchas esperanzas a la cosa. Pero bueno.

El problema es que aunque llegasen a desactivar a estos, otros saldrían. Y eso parece que no les entra en la cabeza. A sociedades represivas líquidas, convocatorias libres líquidas.

Ayer, de hecho, Tsunami Democràtic no convocó nada. La gente andaba todavía peleándose para hacer funcionar ese misterioso aplicativo. Y la que se lió.

Por la tarde, Òmnium y ANC habían convocado en las delegaciones del gobierno de las capitales de provincia y en media docena más de capitales de comarca. Simples vigilias con velas para mostrar el rechazo, con minuto de silencio y todo. Todo muy proceso sedicioso, vaya. Los CDR hicieron una convocatoria paralela.

En Barcelona, cordones policiales vallados y cerrados con candado impedían el acceso a seis manzanas alrededor del edificio. Una hilera de Mossos seguida por otra de la Policía Nacional. “Perdone, ¿no se puede pasar?”. Va a ser que no. “Inténtelo más tarde” les decían, “rollo a medianoche”.

Un cordón de voluntarios intentaba añadir más refuerzo al descrito cordón ante la estupefacción de los manifestantes, que iban llegando en columnas.

Y, esperando, algunas velas encendidas. Algún retrato de Marchena en llamas. Decenas de miles de personas.

Los primeros forcejeos, en el cordón de la calle Mallorca con Paseo de Gracia. Se desmonta la valla. Exaltación popular. La tensión va en aumento. La policía intenta hacer recular con alguna salva. La gente responde. “Ni un paso atrás”.

Como un chiste mal contado, a pocos kilómetros de ahí, la gala del premio Planeta está en ese momento concediendo a Javier Cercas el galardón por una novela sobre un Mosso de Esquadra

El cordón recula 50 metros y se estabiliza a media manzana de casas. Un chaval se sube a un porche de una tienda y se pone a bailar hasta que se marca un calvo de campeonato ante el júbilo de los asistentes. “Los Mossos también son, fuerzas de ocupación” se oye cantar. Ante la tensión, una mujer visiblemente nerviosa agarra un megáfono y entona “La canción del pueblo”, de Los Miserables.

Canta el pueblo su canción
nada la puede detener
esta es la música del pueblo
y no se deja someter

Por su reacción parece su antídoto contra los nervios. Otros se lo toman con más calma. Encima del tejado de un quiosco, un chico leyendo como si nada. Lo que parece el nuevo libro de Eric Snowden. Todo muy acorde.

Ante el cordón policial se hace una pequeña hoguera, que con los minutos se va haciendo mayor. Llueven cosas. A cada tiro policial, “ni un paso atrás” como contundente respuesta de la masa.

Otra vez la masa.

A cada ademán de adelanto de la línea un “A por ellos” cantado con jolgorio.

La tensión escala. El escenario se repite en otros accesos. La organización desconvoca. Los voluntarios se marchan. La veda está abierta. La policía tiene ganas. Y no son los únicos.

Cargas con saña: tratan de aumentar el perímetro policial. Los manifestantes reculan. Intentan mantener alguna posición, sin éxito. Parece que ningún perímetro parece suficiente para los policías, que siguen empujando y haciendo correr lecheras para amedrentar a los manifestantes.

Furgonas arrastrando, de nuevo, manifestantes. Policías volviendo a cargar de cintura para arriba. Mossos resbalando por la cera que hay en los suelos. A alguno, de tanto ímpetu, le sale volando la porra y la tiene que recoger cinco metros más allá. Peloteras otra vez disparando. Unos Mossos reparando ansiosos una rueda pinchada por los cristales de un contenedor volcado en plena operación. Mientras, sus compañeros no dejan de repartir.

La gente explota gritando “Buch dimissió” contra el consejero de Interior del Gobierno de la Generalitat de Cataluña. Como un chiste mal contado, a pocos kilómetros de ahí, la gala del premio Planeta está en ese momento concediendo a Javier Cercas el galardón por una novela sobre un Mosso de Esquadra.

En el centro, sin embargo, se reparten otro tipo de premios. Los policías hacen recular la protesta hasta la Diagonal, con focos de hogueras esparcidos por medio paseo de Gracia. Una moto ha sido comida por las llamas. Una calle está cortada con motos de una empresa de alquiler. Decenas de fuegos pueblan el centro de Barcelona como hacía tiempo que no veíamos. La calle Aragón tiene una enorme barricada ardiendo.

Y entre las hogueras, el siempre eterno repartidor precario de Uber. Y los turistas descolocados. Algunos echándose, cómo no, su rico selfie. A lo gangsta, si hace falta. Y una señora que sale a pasear el perro como si nada y grita, “pero ¿qué ha pasado aquí?”. Pues nada, señora, qué le voy a contar a usted...

Aparentemente, se registran en otras ciudades escenarios parecidos. En Tarragona, un Nacional apaleó al primer secretario de la mesa del Parlament. “Cada vez que le decía que era diputado, me soltaba un porrazo” declaró. Allí mismo también denuncian a nacionales entrando en una consulta médica para identificar manifestantes que habían ido a ser atendidos.

Volvió la rosa de foc, la leyenda de esa ciudad que llevó a Engels a decir eso de “Barcelona, el centro fabril más importante de España, que tiene en su haber histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad del mundo”. En dos días hemos pasado del modelo Hong Kong al modelo chaleco amarillo. Y todo, repito, sin que el Black Mirror del Tsunami Democràtic hubiera abierto boca.

Así no, gritan algunos. Ni que nos haya ido muy bien de la otra forma, dicen otros. Y, como siempre, salen los defensores del contenedor público. Que qué injusticia. Que qué culpa tienen los contenedores. Curioso país donde hay gente que otorga más derechos a un contenedor que a un mantero.

La protesta de ayer ya no era solo contra la sentencia. También lo era contra la repuesta a la sentencia

Algunos difunden el vídeo de un policía nacional añadiendo una valla a la hoguera. Algunos quieren ver ahí un atisbo de montaje detrás de todo. Que si las hogueras ardieron muy rápido. Que si cómo es posible. Pero es que en otro vídeo es un viejo quien decide añadir más combustible. Parece evidente que, con razón o sin, un sector de la gente ha hecho un clic. Ha dicho, ya basta. Tras siete años de un modelo de protesta determinado, tras unas condenas estratosféricas a los jordis por liderar esas manifestaciones rozando lo ridículamente pacífico, tras la ausencia de una unidad estratégica de acción... ¿a alguien realmente le puede sorprender esto?

“Si al que te propone la revolución de las sonrisas le rompes los dientes...”, leía en las redes. La protesta de ayer ya no era solo contra la sentencia. También lo era contra la repuesta a la sentencia. Y contra la inocencia de unos políticos catalanes todavía descolocados. No sé si se acabó la revuelta de las sonrisas, pero parece que nadie puede impedir que en todo caso sea una sonrisa con mirada firme.

Y, evidentemente, en Madrid no faltan los que quieren aprovechar cualquier cosa para aplicar cualquier medida desproporcionada. Sin darse cuenta que eso solo será echar más gasolina al fuego. Casado no tardó en pedir, otra vez, la aplicación de la dichosa Ley de Seguridad Nacional para que ningún Cuerpo policial, dice, “esté sujeto a directrices de los independentistas y se proteja su integridad”. Sinceramente, no se puede vivir más alienado. Mossos repartiendo a diestro y siniestro, disparando a gente que simplemente anda, arrollando manifestantes y rematando a gente en el suelo y sale Casado diciendo cualquier cosa. Mientras, Vox pidiendo que se deje de dar dinero público a los CDR. Sin risas ni nada. Y que se aplique, por lo menos, el estado de emergencia. Dicen los de El Jueves que andan enfadados porque la sentencia no incluye fusilamientos.

Y un nuevo día llega. Con anuncios de cortes en el Ave, en decenas de carreteras y otras tantas columnas de manifestantes empezando las marchas que el viernes deben llegar a Barcelona en plena huelga general.

Marchena esperaba cerrar un libro y ha abierto una caja de Pandora.

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