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Francia
A pesar del covid, la salud ambiental sigue en el olvido
El vínculo entre salud y medio ambiente ha quedado de manifiesto con ocasión de la pandemia de covid-19. Sin embargo, las autoridades sanitarias no se interesan por las cuestiones de prevención y de salud ambiental, parientes pobres de las políticas públicas.
El primer ministro francés, Édouard Philippe, lanzó con gran pompa el pasado 25 de mayo el “Ségur de la salud”: un mes de consultas para hacer balance de la crisis sanitaria. El objetivo es ambicioso, se trata nada menos que de “construir los cimientos de un sistema sanitario todavía más moderno, más resiliente, más innovador, más flexible”. Pero el ejercicio ya parece socavado. El sindicato Sud Sanidad dejó la mesa de negociaciones solo una semana tras su creación y colectivos de sanitarios llamaron a una movilización en la calle el 16 de junio.
Además, las asociaciones ecologistas deploran “el perímetro limitado de las consultas”. “El Gobierno se centra en la reforma del sistema sanitario pero no tiene en cuenta las medidas ligadas a la prevención y a la salud ambiental”, lamenta François Veillerette, portavoz de la asociación Générations futures. “Sin embargo, ellas son indispensables para comprender la crisis que atravesamos”.
Efectivamente, el covid-19 habrá revelado el vínculo íntimo entre medio ambiente y sanidad. No solo su propagación sale directamente de la degradación de los ecosistemas sino que además prosperó gracias a los males de nuestra época. La obesidad, la diabetes y los cánceres fueron factores agravantes de la epidemia. El hospital cedió a la avalancha de una población ya fragilizada por las enfermedades causadas por nuestro modo de vida, la alimentación industrial y la contaminación.
Los vínculos entre el medio ambiente y este tipo de patologías ya no precisan demostración
Se cuentan, en Francia, según las últimas cifras de la Caja Nacional de Seguro de Enfermedad, 20 millones de enfermos crónicos de los cuales 10,7 millones de personas son clasificadas en “afecciones de larga duración” (ALD). La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 14% de la mortalidad en el país se debe ya a causas ambientales, es decir, aproximadamente 84.000 muertes al año. Para un hombre, el riesgo de desarrollar un cáncer se acerca hoy a dos posibilidades sobre tres.
“No es solo el efecto del envejecimiento. Es la consecuencia de los cambios ambientales”, defiende el toxicólogo André Cicolella, presidente de la Red Ambiente Salud. “Se podría esperar que la crisis actual, al revelar nuestra vulnerabilidad, provoque un sobresalto pero ése no parece ser el caso”, se lamenta. “El gobierno no ha cambiado de lógica y las políticas de salud ambiental están en punto muerto”.
Esta situación raya la “hipocresía”, según el toxicólogo. Francia firmó dos resoluciones en la Asamblea General de la ONU, en 2011 y después en septiembre de 2018, para luchar contra “la epidemia de enfermedades crónicas”. En Nueva York, ante un público de diplomáticos del mundo entero, el Gobierno francés se había comprometido, hace dos años, a reducir la mortalidad por enfermedades crónicas en un 30% de aquí a 2030, y a detener la progresión de la obesidad y la diabetes.
Se cuentan, en Francia, según las últimas cifras de la Caja Nacional de Seguro de Enfermedad, 20 millones de enfermos crónicos de los cuales 10,7 millones de personas son clasificadas en “afecciones de larga duración” (ALD)
Ya no es necesario demostrar los vínculos entre el medio ambiente y este tipo de patologías. Una multitud de estudios científicos ha fundamentado la acción perjudicial de la contaminación medioambiental sobre nuestra salud. La contaminación atmosférica aumenta las enfermedades respiratorias, el asma y los problemas cardiovasculares. Los interruptores endocrinos durante la gestación inducen patologías crónicas en la edad adulta. Ellos explicarían, según investigadores estadounidenses, la explosión fulgurante de los casos de autismo (en Estados Unidos, un niño de cada 5.000 en 1975, un niño de cada 45 hoy). La obesidad y la diabetes están también en parte vinculadas a la alimentación ultratransformada y a la exposición a los pesticidas. Mientras estas causas no se detengan, estas enfermedades seguirán desarrollándose.
Desde 2008, Richard Horton, redactor en jefe de la revista médica The Lancet, lo predecía: “Sin una acción política concertada y coordinada, los progresos conseguidos en la lucha contra las enfermedades infecciosas serán reducidos a nada cuando una nueva ola de enfermedades evitables engulla a los más vulnerables”.
Ahí estamos. Pero la crisis no por ello ha permitido la toma de conciencia de las autoridades. En el presupuesto total de la sanidad, la prevención no supera el 1%. El diagnóstico, el 0,5%. La asociación Francia Naturaleza Medio Ambiente habla de “carencia crónica de prevención”. El plan cáncer, que se detuvo en 2019, no incluía el aspecto ambiental. La estrategia nacional sobre los interruptores endocrinos carecía cruelmente de financiación. Cuando una parte de las enfermedades crónicas está vinculada a los factores de exposiciones durante la primera infancia, la protección maternal e infantil ha perdido de igual manera el 25% de su presupuesto en diez años.
“El precio de la inacción es colosal”
Podríamos enumerar de igual forma muchas políticas públicas. La estrategia nacional de sanidad 2018-2022, planificada por la exministra Agnès Buzyn, descuidaba igualmente las cuestiones ambientales. En este documento de un centenar de páginas, la promoción de una alimentación sana no ocupa más que media página. ¿La reducción de la exposición a la contaminación exterior y a las sustancias nocivas para la salud? Dos páginas. La contaminación del aire apenas se menciona. Cuando 48.000 personas mueren cada año por su culpa y su coste se evaluó en un informe del Senado entre 70 y 100.000 millones de euros. “El precio de la inacción es colosal”, subraya Alain Chabrolle, vicepresidente de Francia Naturaleza Medio Ambiente. “Respecto a la contaminación del aire, el Gobierno está más preocupado por las amenazas de sanción de la Unión Europea que por el problema de salud pública”.
¿Cómo explicar esta situación? ¿Por qué la salud ambiental ha pasado al olvido? Más allá de los industriales, de la FNSEA [el sindicato agrícola mayoritario] o del sector automóvil para evitar un aumento de normas vinculantes, las asociaciones ecologistas denuncian también “el formateado de los médicos” y critican “nuestro modelo biomédico”, donde “no se ataca a las causas sino a los síntomas y donde las enfermedades llegan sin que las expliquemos”, describe el toxicólogo André Cicolella. “El cáncer ha progresado de forma considerable desde hace 40 años, ¡y siempre esperamos el medicamento milagroso que nos va a salvar! Con esta lógica, tenemos para rato”.
En las universidades, los temas de salud ambiental raramente se tienen en cuenta. “El tema de los interruptores endocrinos no vino de las facultades de Medicina sino del exterior”, observa la eurodiputada Michèle Rivasi. Según ella, habría que “descompartimentar la sanidad”, abrir las formaciones y los cursos académicos, aportar otra voz. Según un informe de la Inspección general de asuntos sociales, el 98% de la formación continua de los médicos corre a cargo de los laboratorios farmacéuticos. “Es fácilmente imaginable que su prioridad no es cuestionar este sistema”, subraya, amargamente, la eurodiputada.
A falta de atacar los factores ambientales, las autoridades públicas están centradas los últimos años en los comportamientos individuales, con cierto éxito respecto al tabaquismo y el alcoholismo. “No obstante, eso puede tener efectos perversos”, advierte la doctora en salud pública Sylvie Platel. “Se deja primar la idea de que el individuo es el único responsable de su ambiente cuando existen también factores de riesgos generales —calidad del aire, del agua, del suelo, etc.— que afectan de forma duradera a nuestra salud y que están considerados insuficientemente”, dice. “Cuando no se osa enfrentarse a los lobbies, se culpabiliza a los consumidores. Es una regla general”, afirma Michèle Rivasi.
“La salud ambiental fue marginalizada bajo Agnès Buzyn”
Francia se precia de haber sido uno de los primeros países en lanzar un Plan Nacional Salud Medio Ambiente (PNSE). Desde 2004, este plan quinquenal tiene por objeto pilotar y coordinar las políticas públicas sobre cuestiones de medio ambiente y de salud. Pero, tras 15 años de ejercicio y la puesta en práctica de un cuarto plan, “el balance es muy inferior a la urgencia sanitaria”, opina François Veillerette, de la asociación Generaciones Futuras.
Incluso los servicios del Estado son críticos. En un informe de evaluación, el Consejo general de medio ambiente y de desarrollo sostenible escribe que “la práctica choca con una carencia financiera y humana flagrantes”. En el seno de la administración, muchos funcionarios que trabajaban en estas cuestiones no fueron sustituidos por el hecho de la disminución de empleos en el interior de la función pública.
En otro informe, la Inspección general de asuntos sociales constata también que “el Plan Nacional Salud Medio Ambiente organiza una acción muy relativa”: “Muy pocas acciones apuntan a disminuir la exposición a los factores nocivos. Las acciones en su mayoría no se cuantifican, ya sea en término de temas o en término de objetivos; no están combinadas con objetivos de resultado; los medios de actuación no están definidos; el plan incluye muy pocas acciones que tengan como objetivo instaurar una norma, no define los medios de estímulo o contractualización, y no está asociado ningún presupuesto”.
Con el paso de Agnès Buzyn por el Ministerio de Sanidad, la dinámica igualmente recibió un golpe. “La salud ambiental fue marginada”, según Alain Chabrolle. “El equipo de Agnès Buzyn era completamente hermético hacia el tema”. Durante una cita con el jefe de gabinete de la ministra, al vicepresidente de Francia Naturaleza Medio Ambiente se le replicó que la salud ambiental no entraba en el campo de competencia del ministerio y que sobre todo había que contactar con el de Ecología. “Se pasan la pelota y se desentienden de su responsabilidad”.
De hecho, no ha habido reunión del grupo encargado de preparar el cuarto Plan Nacional Salud Medio Ambiente desde julio de 2019. La primera acción de Agnès Buzyn fue suprimir el grupo de trabajo “salud y biodiversidad” en el interior de su ministerio. Una decisión por lo menos anacrónica cuando la crisis del covid-19 ha revelado la interrelación entre la destrucción del medio ambiente y la aparición de nuevos virus. El principio de fundamentos nacionales de la salud ambiental, aprobado en el tiempo de Nicolas Hulot, también fue abandonado.
“Partimos desde lejos”, estima André Cicolella, “pero no tenemos elección. El covid-19 nos lleva a mirar la realidad a la cara: si no hacemos una revolución de nuestro sistema sanitario teniendo en cuenta los factores ambientales, seremos más frágiles en el futuro”.