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Filosofía
La “generación Q” y las sombras de la excelencia en la investigación
Los nervios y las ilusiones contenidas suelen protagonizar los momentos largamente esperados. Recientemente defendí de manera exitosa, con nervios camuflados e ilusión manifiesta, mi tesis doctoral. No tengo ninguna duda de que mi tesis no cambiará el mundo, pero sí que puede que sea un detonante positivo en mi vida personal y profesional. El cambio deseado es el inicio de una carrera académica dedicada a la filosofía y la ética.
Los caminos profesionales de la academia son tortuosos. La precariedad, la cultura del sobretrabajo, los sueldos bajos a pesar de la alta cualificación, la crisis de salud mental (incluyendo principalmente el estrés, la ansiedad y el insomnio), las dificultades de conciliación (con sus respectivas inequidades de género), la realización de tareas profesionales no remuneradas, la excesiva servidumbre burocrática, el extendido fenómeno de la impostora o las inciertas perspectivas de futuro son algunos de los males que plagan las carreras académicas. El doctorado es una etapa en la que están presentes muchos de ellos, algunos incluso de forma acentuada.
En lo que sigue me gustaría reflexionar sobre otra característica distintiva de la academia actual: la omnipresencia de las métricas de evaluación de las revistas científicas. Para cualquiera que quiera hacer carrera académica, el doctorado supone una inmersión apresurada en la cultura de las métricas. Aunque el uso de indicadores de calidad es en muchos aspectos deseable e incluso inevitable, el abuso de las métricas de evaluación ha transformado la experiencia predoctoral y, en cierto modo, ha pervertido la naturaleza formativa del doctorado.
¿Cómo funcionan las métricas de las revistas científicas? Simplificando, el prestigio de las revistas científicas depende principalmente de su factor de impacto y de su posicionamiento relativo respecto al resto de revistas. Por un lado, el factor de impacto se mide de distintas maneras, pero generalmente indica la proporción normalizada de los artículos publicados por una revista y las citas recibidas durante un periodo concreto. Esta representación numérica da información bibliométrica bastante simple: cuanto más factor de impacto, mejor.
Por otro lado, el posicionamiento relativo de las revistas según su factor de impacto se divide en cuartiles. Es decir, las revistas que cumplen ciertas características como para ser indexadas en bases de datos científicas (como Scopus o Web of Science) son agrupadas en cuartiles. El primer cuartil (Q1) recoge a las revistas de mayor impacto, es decir, a las posicionadas en el primer 25%. A su vez, las revistas Q2 representan al segundo 25% mejor, las Q3 al tercero y las Q4 al cuarto. Estos cuartiles se actualizan cada año.
Como era de esperar, la aspiración mayoritaria del personal investigador es publicar en revistas Q1, o, en su defecto, en revistas Q2. Esta pretensión también la sostienen las personas que actualmente hacen su tesis doctoral. Tal cosa era impensable hace décadas. Como me recuerda mi director Francisco Lara Sánchez, a los de su generación —formados a principios de los ’90— se les recomendaba, curiosamente, que no publicasen nada hasta después de doctorarse. Los tiempos son tan diferentes que, ahora, en muchos de los programas de doctorado nacionales se requiere al menos una publicación indexada para poder depositar la tesis.
En resumidas cuentas, o se publica en revistas de prestigio, o se corre el riesgo de perecer en la carrera investigadora.
Estos cambios generacionales se deben, en parte, a la cultura de “publica o perece”. Publicar poco durante el doctorado o hacerlo solo en revistas de cuartil bajo disminuye las opciones postdoctorales. Sin publicaciones también es muy difícil sobrevivir profesionalmente hasta conseguir plaza fija. Y promocionar desde un puesto permanente es poco probable si no se cuentan con publicaciones bien indexadas. En resumidas cuentas, o se publica en revistas de prestigio, o se corre el riesgo de perecer en la carrera investigadora.
Educación
La filosofía en la Academia Todas somos impostoras
Las métricas de la la Generación Q
Estas reglas del juego son las que han dominado los últimos años. Los que nos hemos formado al albur de estas reglas formamos parte de lo que podríamos denominar, si se me permite la expresión, la “generación Q”. La generación Q se ha formado en investigación sabiendo que publicar en revistas de altos cuartiles es una de las claves principales de la supervivencia académica. Esta generación, la que está acostumbrada a escuchar repetidamente la pregunta “¿cuántos Q1 tienes?”, ha internalizado prontamente el afán de posicionar los resultados de sus investigaciones en las revistas de los cuartiles de mayor impacto.
A diferencia de las generaciones anteriores, de las cuales muchas personas han tenido que adaptarse a los cambios en las reglas de juego modificando sus costumbres de publicación, a los integrantes de la generación Q nos han dejado claro desde el principio que las publicaciones bien indexadas son un mérito preferente para promocionar en la academia. Dentro de la colección dispar de méritos curriculares (docencia reglada, proyectos competitivos, charlas en eventos científicos, estancias en instituciones extranjeras, revisiones para revistas, divulgación, gestión, etc.) que puntúan para el avance en la carrera universitaria, las publicaciones se han erigido como el factor diferencial.
Hasta aquí, se ha explicado cómo lleva funcionado recientemente el sistema de evaluación científica. Quienes provengan de sectores profesionales no relacionados con la ciencia, puede que se pregunten ¿y qué tiene esto de malo? ¿El objetivo de hacer buena investigación no debería ser publicar en buenas revistas? ¿Al igual que el de los buenos escritores publicar en buenas editoriales? ¿O el del mundo del arte exhibir en los mejores museos? ¿O el del mundo del espectáculo actuar en los mejores teatros, cines y salas de conciertos? ¿O el de los deportistas profesionales competir en las mejores ligas y torneos?
A bote pronto, una primera respuesta al razonamiento anterior consiste en señalar que este sistema deja gente atrás injustamente. Obvio, publicar en revistas Q1 y Q2 no siempre es fácil. Alguna gente no lo consigue y otros lo hacen a duras penas. Pero esta respuesta no es especialmente satisfactoria. No todas las actrices pueden actuar en Broadway o Hollywood, ni tampoco todas las artistas pueden exponer en el MoMA o en el Guggenheim de Bilbao. Como en cualquier sector profesional competitivo, los méritos que dotan reputación no están distribuidos de manera equitativa. Es más, esta posible réplica debe tener en cuenta que el mérito también es una cuestión de justicia. Precisamente, publicar en revistas de alto impacto se valora tanto porque es difícil conseguirlo. Así, para los jóvenes investigadores, el hecho de publicar en revistas bien posicionadas supone, qué duda cabe, un empoderamiento. Al fin y al cabo, la universidad es una institución jerárquica con privilegios de antigüedad en la que obtener reputación gracias a la “investigación excelente” puede aliviar las diferencias de poder entre generaciones.
Vistos los problemas del anterior intento de respuesta, cabe preguntarse, de nuevo, ¿qué tiene de malo la omnipresencia de las métricas de evaluación de las revistas? ¿qué sombra proyecta la cultura de excelencia de las revistas de impacto? ¿qué secretos oscuros esconde este sistema? A continuación, voy a desarrollar brevemente cinco problemas de considerable envergadura. Aunque no puedo ofrecer un análisis exhaustivo, creo que estas cinco sombras —bien conocidas por el personal investigador— obligan a repensar la noción de excelencia científica y a reformar las evaluaciones de las carreras investigadoras.
Universidad
Educación De Bolonia a Google: la universidad al servicio del mercado
El gran negocio y las desigualdades de la “batalla de los cuartiles”
En primer lugar, la mayoría de las revistas de mayor impacto pertenecen a editoriales privadas con ánimo de lucro. Estos consorcios editoriales (como Springer-Nature, Elsevier, Taylor & Francis, Wiley y otros de reputación más dudosa como Frontiers o MDPI) cobran cantidades enormes de dinero para que las publicaciones aparezcan en acceso abierto. Los investigadores pagan normalmente estos gastos a través de sus instituciones o de sus proyectos de investigación. A la postre, esto se traduce en un expolio multimillonario de dinero público por parte las editoriales comerciales, las cuales copan las rankings de impacto que favorecen los sistemas de evaluación.
La mayoría de las revistas de mayor impacto pertenecen a editoriales privadas con ánimo de lucro [...] A la postre, esto se traduce en un expolio multimillonario de dinero público.
En segundo lugar, la cultura del pública o perece tiene consecuencias dañinas para la ciencia. El intento desenfrenado de mejorar el currículo mediante la publicación en revistas indexadas ha incitado múltiples malas prácticas científicas. Se han incentivado perversamente dinámicas de investigación éticamente dudosas o directamente inaceptables, entre las que cabe destacar el plagio, el autoplagio, las publicaciones duplicadas, la falsificación, fabricación y omisión de datos, la autoría fantasma, la autoría honoraría, prácticas cuestionables de citación y revisiones fraudulentas. En particular, últimamente ha resonado con especial fuerza el escándalo de los miles de investigadores, un par de ellos españoles, que publicaban un artículo aproximadamente cada 5 días. Con lo oneroso que suele ser publicar, sospechar de estos “prolíficos investigadores” es inevitable.
En tercer lugar, el sistema actual promueve inequidades entre regiones del mundo, favoreciendo particularmente a los países anglosajones –especialmente a las universidades más famosas. Además de las diferencias de recursos, una de las causas de las inequidades globales se deben al privilegio del inglés. Desde hace décadas, el inglés se ha convertido en la lingua franca de la comunicación científica, una especie de nuevo latín para el mundo de la investigación, lo cual genera desventajas significativas a las personas no nativas. Estas desventajas a veces producen discriminación lingüística éticamente condenable, en la que se rechazan artículos originales y correctamente escritos por el estilo lingüístico de personas no nativas. La discriminación lingüística es especialmente sangrante en disciplinas de humanidades como la filosofía, lo que ha llegado a movilizar la declaración sobre los Principios de Barcelona para una Filosofía Globalmente Inclusiva.
En cuarto lugar, también se producen inequidades entre disciplinas, las cuales varían enormemente respecto a su factor de impacto. Las mejores revistas de filosofía tienen mucho menos impacto que las de psicología, y las de psicología mucho menos que las de medicina. Por esta y otras razones, las evaluaciones suelen dividirse en comisiones disciplinares. No obstante, hay otro problema: aunque casi todas las revistas de mayor impacto rechazan muchísimos artículos, las tasas de rechazo varían significativamente entre disciplinas. Un estudio reflejó que la tasa de aceptación en las revistas de filosofía más prestigiosas ronda el 10%, mientras que en las revistas de ciencias de la salud ronda el 50%. En otras palabras, dependiendo del área del conocimiento es más fácil o difícil publicar en las mejores revistas de la disciplina.
En quinto lugar, y no menos importante, el actual sistema tiene efectos negativos para el bienestar del personal investigador. En muchos casos, la presión por publicar alarga la jornada laboral hasta colonizar el tiempo familiar, de ocio, descanso y (auto)cuidados. A esto hay que sumarle lo que comentamos al inicio sobre los múltiples males de la carrera académica. Aunque cabe remarcar, de nuevo, los serios problemas de salud metal que la actual cultura de publica o perece está creando. La ansiedad, el estrés y la depresión amenazan la calidad de vida del personal investigador en todos sus niveles, estando estos factores más presentes en los estadios iniciales y puestos no permanentes, tal y como relatan algunos testimonios sobrecogedores.
Finalmente, puede que estemos cercanos al ocaso del “imperio de los Q1” en los sistemas de evaluación. Las iniciativas de la reforma de la evaluación científica como DORA o CoARA y los consecuentes cambios en los criterios de acreditación y de valoración de los sexenios de investigación por parte de la ANECA son buena muestra de ello. Ni que decir tiene que pasar de criterios de evaluación cuantitativos a criterios cualitativos (incluso con usos responsables de las métricas) no es ninguna panacea. Esta alternativa también es imperfecta: se corre el riesgo de que los sesgos y la subjetivad distorsionen las evaluaciones, dificulta las apelaciones y favorece las habilidades de marketing de quienes saben vender narrativamente la valía de sus investigaciones.
En cualquier escenario, es importante que los hábitos de publicación no se reduzcan a elegir las revistas como fines en sí mismos, sino como altavoces necesarios mediante los que maximizamos el público de nuestras mejores investigaciones. Se pertenezca a la generación Q u no, la carrera académica, no olvidemos, es personalmente privilegiada —constituyendo una vida dedica al saber— y colectivamente enriquecedora —gracias a la creación y transferencia de conocimiento. Así, en la persecución de este fin al servicio de la sociedad, es fundamental que la vida académica se dé en condiciones laborales dignas y que se antepongan la búsqueda del bien común a los intereses de las editoriales comerciales que dominan la batalla de los cuartiles, y sin perder nunca la innegociable aspiración de hacer investigación de calidad.