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Análisis
Negar, polarizar, avanzar: el asalto de la ultraderecha a las políticas climáticas

La semana pasada, la Comisión Europea anunciaba la retirada de la propuesta de directiva contra el denominado “greenwashing”, es decir, los falsos reclamos “verdes” o ecológicos que utilizan las empresas. De esta forma, la Comisión volvía a recular ante la presión de la derecha y la extrema derecha que, desde finales de la pasada legislatura, se han marcado como objetivo, más o menos declarado dependiendo del énfasis de cada grupo político: acabar con el llamado Pacto Verde Europeo. De hecho, hace poco discutía con un compañero acerca del convencimiento de los partidos de extrema derecha al negar el cambio climático. ¿Se lo creían de verdad? ¿Es posible negar las evidencias científicas o incluso empíricas que vivimos cada vez de forma más frecuente?
La verdad es que es difícil descifrar hasta qué punto las posiciones del negacionismo abanderadas por la ola reaccionaria global responden a una creencia ideológica o son parte de una estrategia en defensa de los intereses del poder corporativo y de un modelo económico anclado en la energía fósil. De hecho, es muy posible que respondan a ambas razones, e incluso alguna más. Pero lo que, a mi juicio, está fuera de toda duda, es que el negacionismo climático ha evolucionado desde un discreto segundo plano hasta alcanzar un lugar prominente en las guerras culturales de la extrema derecha, convirtiéndose en una característica casi unánime en las formaciones ultraderechistas a escala global.
A principios del siglo XXI, los discursos negacionistas que cuestionaban explícitamente las evidencias del cambio climático estaban ligados fundamentalmente a grupos residuales de extrema derecha, así como a lobbies, fundaciones o think tanks de la industria extractiva. Esta situación favoreció una asociación entre los intereses de las multinacionales extractivistas y la emergente extrema derecha, cada vez más subvencionada por multimillonarios o grandes empresas, especialmente en los EEUU.
El rechazo al cambio climático fue la coartada del bolsonarismo para denunciar los supuestos ataques del “globalismo”, representado por las organizaciones internacionales, contra Brasil
Como explica John Cook, uno de los mayores expertos en el análisis y el combate de la propaganda climática: “Una fuente prolífica de desinformación climática han sido think tanks conservadores y organizaciones focalizadas en la desregulación de los mercados. Han recibido muchos millones de las empresas de combustibles fósiles» para «atacar de modo general a la ciencia climática, ya fuera el consenso científico, los modelos climáticos, los datos sobre el clima o a los propios científicos”.
Pero el negacionismo climático no se ha circunscrito, ni mucho menos, a la ultraderecha norteamericana. Ha ido permeando al conjunto del autoritarismo reaccionario global. Un buen ejemplo de ello ha sido Brasil, donde el que fuera gran referente ideológico del clan Bolsonaro e inspirador de la revolución derechista conservadora que prendió en el país a partir de 2013, Olavo de Carvalho, abanderó un emergente negacionismo climático. Se refería al cambio climático como una ideología de la izquierda para imponer una suerte de dictadura de las políticas medioambientalistas, defendiendo, en un desafío claro a todas las evidencias científicas, que el calentamiento global no tenía por qué ser el resultado de emisiones de CO₂ causadas por los seres humanos.
El rechazo al cambio climático fue la coartada perfecta del bolsonarismo para denunciar los supuestos ataques del “globalismo”, representado por las organizaciones internacionales, contra Brasil. Esto les permitió desarrollar una retórica de defensa de la soberanía “nacional” de la Amazonia frente a las críticas internacionales por su deforestación, el acoso a la población originaria, o la inclusión de la agroindustria y el agronegocio. “Abrir la Amazonia a las inversiones privadas es la única manera de protegerla”, dijo el ministro de Asuntos Exteriores brasileño (uno de los alumnos destacados de Carvalho) en la sede de la ONU. Una política negacionista y vulneradora de los derechos de los pueblos originarios que hizo las delicias de las multinacionales mineras y agroalimentarias ante las oportunidades de negocio creadas durante el gobierno de Bolsonaro.
La estrategia parece clara: alimentar el descontento de quienes se sienten amenazados por las políticas de mitigación del calentamiento global
En Europa, el negacionismo climático tradicionalmente fue una posición marginal en comparación con su influencia en los EEUU, donde contó con el apoyo de amplios sectores del Partido Republicano. Pero, como muestran diversos estudios, desde la crisis de 2008 la retórica de la postergación de la transición ecológica y el escepticismo sobre el carácter antropogénico del cambio climático ha ganado numerosos apoyos entre sectores socioeconómicos conservadores, ante la incertidumbre de perder su estatus social. Lo que refuerza la idea de que el aumento del negacionismo climático no solo está determinado por factores ideológicos, sino por el contexto de intereses económicos.
En un estudio que analizó la postura en relación con la crisis climática y las políticas medioambientales de veintiún partidos de extrema derecha presentes en el Parlamento Europeo, se demostró que la mayoría de los parlamentarios de extrema derecha votan regularmente en contra de las medidas de política climática y energética —dos de cada tres, según el estudio—, y que la mitad de todos los votos en contra de las resoluciones sobre clima y energía provienen de la extrema derecha. Así, partidos como Vox, Alternativa por Alemania o Hermanos de Italia de Meloni han encabezado el escepticismo climático con discursos no siempre tan radicales y anticientíficos como sus homólogos estadounidenses, pero con fundamentos, objetivos y estrategias similares: preservar los intereses del poder corporativo extractivista y fósil, pero bajo la coartada de defender a las clases medias contra el fanatismo climático globalista.
La estrategia parece clara: alimentar el descontento de quienes se sienten amenazados por las políticas de mitigación del calentamiento global, desde las protestas de los chalecos amarillos o las tractoradas hasta la oposición a las zonas de bajas emisiones en los centros urbanos. Así, aunque prácticamente la totalidad de las formaciones de ultraderecha europeas se oponen a las políticas climáticas, mantienen discursos relativamente heterogéneos: desde el negacionismo anticientífico hasta la defensa de la postergación de la crisis climática, supuestamente en pos de los intereses económicos de las clases medias y trabajadoras. Estos discursos no son excluyentes entre sí; de hecho, pueden emplearse a la vez para apelar a diferentes sectores sociales o para reforzarse mutuamente.
La política de guerra cultural contra las políticas climáticas surte efecto más allá de la aritmética parlamentaria
En este sentido, el llamado Pacto Verde Europeo se ha convertido en el principal caballo de batalla de la guerra cultural del negacionismo climático, sobre el que anudar los diferentes discursos negacionistas de la extrema derecha. Permite no solo negar el cambio climático o su carácter antropogénico, cuestionando su utilidad y minimizando los riesgos, sino también vincular las políticas climáticas a supuestos intereses elitistas o globalistas encarnados en Bruselas, conectando con la revuelta anti-establishment actual sobre la que crece la extrema derecha. Así, se logra dirigir los malestares de los agricultores no contra los acuerdos de libre comercio, sino contra las políticas climáticas; el malestar de las trabajadoras, no contra los recortes en el transporte público, sino contra las zonas de bajas emisiones.
Una batalla sobre la que construirse y avanzar, basada en una estrategia de polarización principista que choca con la tradición de pacto y acuerdo del Partido Popular Europeo dentro del marco de la gran coalición. La ultraderecha no negocia: si los consensos no son los suyos, no tienden puentes, sino que los destruyen; no se moderan, su objetivo es imponer sus valores, no negociarlos. De esta forma, la extrema derecha no ha tenido problema en quedarse en absoluta minoría cuestionando la declaración del Parlamento Europeo de emergencia climática o el Pacto Verde. En cinco años, ha conseguido arrastrar a los populares europeos a sus posiciones, debilitando la ley contra la deforestación, una directiva clave en la agenda verde europea. Se han marcado como objetivo acabar con cualquier rastro de política verde en Europa durante esta legislatura… y ahora, con el PPE, tienen mayoría para conseguirlo.
Dana
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Pero la política de guerra cultural contra las políticas climáticas surte efecto más allá de la aritmética parlamentaria. Así, la preocupación por el cambio climático en los últimos cuatro años ha descendido en nuestro país en todas las cohortes de edad, pero la caída más fuerte se da entre los jóvenes de 18 a 24 años, con 23,7 puntos menos, y casi 16 puntos entre los de 24 a 28 años, mientras que en el conjunto de la población ha caído un 7,3 %. Incluso un 40 % de los menores de 28 años considera que la crisis ecológica se está exagerando, según un estudio del Observatorio de la Juventud de la Fundación SM. Las franjas de edad donde más crece el negacionismo o escepticismo climático son justamente donde Vox obtiene sus mejores resultados electorales.
Indudablemente, la conciencia climática sigue siendo mayoritaria tanto en nuestra sociedad como en el conjunto de Europa, pero no deja de ser paradigmático que, según el clima empeora, el negacionismo crece. Porque, ante los miedos y las incertidumbres que generan los límites del planeta y la crisis ecológica —que a su vez es una variante de la crisis sistémica del capitalismo que genera una subjetividad crecientemente reaccionaria—, la extrema derecha ofrece una respuesta y una alternativa: un regreso (imposible) a un pasado de “abundancia”. Una promesa de recuperar un modo de vida que ahora se percibe como negado, dirigiendo contra las políticas climáticas la culpa de la pérdida de “nuestro modelo de vida”; una propuesta reaccionaria que conecta con la utopía capitalista del crecimiento sin límites.
El avance de las posiciones del negacionismo ultraderechista en contra de cualquier política de mitigación de la crisis climática, demuestra que la evidencia científica y empírica de la crisis ecológica por sí mismas no sirven. Mientras no construyamos una alternativa de superación de la lógica capitalista del crecimiento que permita albergar un principio de esperanza en el futuro, el negacionismo del autoritarismo reaccionario seguirá creciendo.