¿Sabe tu hija que está bien enfadarse?

A las niñas se les enseña, a través de normas de cortesía que suprimen el comportamiento disruptivo, a usar métodos indirectos para lidiar con la rabia. Por ejemplo, no es “propio de una señorita” gritar, es “vulgar” decir palabrotas o chillar... El comportamiento pasivo-agresivo o la ansiedad son consecuencias normales de reprimir la rabia. 

Niña enfadada
Foto: Greg Westfall
Traducción: Isabel Pozas González
20 mar 2018 07:42

La ira ha sido un tema recurrente en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016.

Todos los candidatos masculinos a la presidencia se aprovecharon directa y abiertamente de la evidente rabia que el público estadounidense estaba sintiendo (y aún siente).

Golpearon podios, levantaron la voz, dijeron palabrotas y gritaron sin que nadie los llamara divas, chillones, inestables, feos o desagradables. Más poder para ellos, literalmente.

Hillary Clinton, en cambio, tuvo que andar por un camino más estrecho a la hora de expresar, o incluso reaccionar, a un enfado legítimo. Clinton, después de décadas bajo la mirada pública, sabía que tenía que gestionar con cuidado las demostraciones abiertas de cualquier tipo de sentimiento.

La mayoría de las niñas y mujeres entienden los riesgos que corren cuando se enfadan. Sin importar que esté justificado o no, aparecer enfadadas no les hará ningún favor, sino que, en realidad, socavará la percepción que la gente tiene de ellas en lo que se refiere a sus capacidades y simpatía.

Los estudios demuestran que cuando los hombres están enfadados, la gente tiende a perder su propia confianza y conceder autoridad a las opiniones de ellos. Cuando las mujeres se enfadan, ocurre justo al contrario. Los estudios también revelan que la gente acepta trabajar para hombres agresivos que parezcan enfadados, pero no para mujeres agresivas que parezcan enfadadas.

Por desgracia, ni esos estudios, ni los que van a venir después, reconocen las experiencias de personas no binarias, un problema normal en la investigación. Hombre y mujer no son términos opuestos, ni son los únicos géneros que existen.

En el caso de los hombres, por ejemplo, la ira refuerza las expectativas tradicionales de género; en el de las mujeres, las frustra

Pero el problema con los estudios, que confirman lo que muchas mujeres ya saben, es que pueden contribuir a que las mujeres se vigilen incluso más a sí mismas y a que los padres enseñen a las niñas que ser buenas es lo mejor del mundo.

Y es por eso que ver a una mujer enfadada abiertamente y por una razón justificada, una mujer a la que no le importe que a alguna gente no le resulte simpática, es tan importante.

Según la Asociación Psicológica de Estados Unidos, aunque todos los géneros experimentan ira, y vergüenza relacionada con esa ira, lo demuestran de diferentes maneras. En el caso de los hombres, por ejemplo, la ira refuerza las expectativas tradicionales de género; en el de las mujeres, las frustra. Ese conflicto en sí mismo es una fuente de ansiedad. 

Las niñas son más propensas a aprender que sus sentimientos de ira, sin importar la razón de su origen, están “mal” y fuera de lugar en sus identidades como niñas. También son más propensas a intuir que mostrar ira pone en peligro sus relaciones. Peor aún, asocian la ira con ser poco atractivas en un ambiente social en el que hay pocas cosas peores para una niña. 

Esos mensajes comienzan de inmediato. Las ideas sobre la ira en niños se inculcan rápidamente mediante prejuicios parentales implícitos y expectativas de género.

En un estudio, vistieron a los recién nacidos con ropa de un color que no está asignado a ningún género y los investigadores informaron mal a los adultos sobre el género que se les había asignado al nacer. Los padres presentaron mayor tendencia a describir a los bebés que creían que eran niños como “molestos” o “enfadados” que a las niñas, a las que clasificaban como “agradables” y “felices”.

En general, y desde que son bebés, a los niños en los Estados Unidos se les da más libertad en cuanto a estar “fuera de control”. Los padres y los profesores esperan de las niñas que se autocontrolen más y les ponen el listón más alto, por lo que las niñas tienden a mostrar una mejor autorregulación.

Muchos padres no solo piensan que los niños no se pueden controlar, sino que, en un nivel subconsciente, esperan que los niños estén enfadados y las niñas sean sociables. Cuando los niños no cumplen con esos estereotipos, los padres responden a menudo (normalmente de forma subconsciente) de una manera que estimula esos atributos en consecuencia. Para las niñas, eso supone una gran cantidad de represión.

“Las reglas de género tácitas —escriben Deborah Cox, Karin Bruckner y Sally Stabb, autoras de The Anger Advantage (“La ventaja de la ira”)— apoyan que las mujeres no puedan reconocer la ira”. La ira se desvía en las mujeres, que, desde pequeñas, incluso dejan de reconocer su propia ira. A las niñas se les enseña, a través de normas de cortesía que suprimen el comportamiento disruptivo, a usar métodos indirectos para lidiar con la rabia. Por ejemplo, no es “propio de una señorita” gritar, es “vulgar” decir palabrotas, chillar o no parecer atractivas. 

Las niñas que se adaptan encuentran formas socialmente aceptables de internalizar o canalizar su malestar y su ira, a veces con un alto coste personal. El comportamiento pasivo-agresivo, la ansiedad y la depresión son las consecuencias normales.

El sarcasmo, la apatía y la mezquindad también se han relacionado con la rabia reprimida. Comportamientos problemáticos, como mentir, faltar al colegio, acosar a otras personas e incluso ser socialmente incómodas son, a menudo, señales de que una adolescente está lidiando con la ira, a la que no es capaz de llamar ira.

Las niñas a las que se les enseña a ignorar su ira se disocian de sí mismas. La ira se reprime con tanto éxito que las niñas pierden la capacidad de entender qué se siente y cómo es. ¿El corazón se acelera? ¿Enrojece o tiembla? ¿Aprieta las mandíbulas por la noche? ¿Le salen sarpullidos? ¿Llora sin motivos? ¿Se ríe de manera inadecuada durante conversaciones difíciles? ¿Pierde el control sobre algo que parece intranscendente? 

Ya puedes hacerte una idea de adónde quiero ir a parar. Esas hormonas de niña loca, ¿verdad? Mejor considerarlo una fase, simplemente. Sin embargo, para demasiadas mujeres, esa fase nunca acaba. Sus vidas transcurren sin expresar nunca esa ira, para nada, pues creen que no tienen el derecho ni la capacidad para hacerlo sin correr un gran riesgo.

Según crecen, a las niñas se las enseña eficazmente a anteponer las necesidades de los demás y se las recompensa por hacerlo

Curiosamente, las razones por las que la gente tiende a enfadarse son diferentes. Un estudio llevado a cabo durante 15 años con niñas y mujeres descubrió que había tres causas principales de ira que son exclusivas de las mujeres: el sentimiento de impotencia, la injusticia y la irresponsabilidad de otras personas.

Cuando llegan a la adolescencia, los sentimientos de ira de muchas niñas han sido retorcidos de formas tan diferentes que ya no vuelven a encajar con las formas estándar (léase: varones) en que creemos y entendemos que se manifiesta la ira.

Cuando mucha gente piensa en la gestión de la ira, piensa en términos de lo que se puede ver: gente frustrada y pataleando (con mayor frecuencia, retratados como hombres), tirando cosas, quizás gritando o golpeando algo.

En 2004, investigadores que estudiaban el género y la ira concluyeron que la compleja gestión de la ira de las mujeres “no se puede explicar según los modelos existentes de ira”. En otras palabras, utilizar los estándares masculinos para entender el problema significa, para muchas niñas y mujeres, simplemente no entender el problema.

Contener la ira es tan dañino, o incluso más, que manifestarla mediante actos violentos. “La gestión de la ira” también debería tener en cuenta lo que no se ve, el tipo de ira que las mujeres son más propensas a experimentar. La forma en que pensamos sobre la “gestión de la ira” debería incluir, en términos generales, el enseñar a las niñas que no pasa nada por estar enfadadas.

Pocos padres tienen en cuenta los efectos a largo plazo cuando, inconscientemente, modelan o enseñan a sus hijas lecciones de cortesía o de cómo ser sociables. Según crecen, a las niñas se las enseña eficazmente a anteponer las necesidades de los demás y se la recompensa por hacerlo, hasta bien entradas en la madurez.

El resultado para muchas niñas y mujeres es un gran número de daños físicos, psicológicos y emocionales que perduran hasta la vejez. La ira altera el sistema inmunitario de las personas, contribuye a la hipertensión arterial, al daño coronario, a las migrañas, a las afecciones de la piel y a la fatiga crónica. La ira no resuelta contribuye al estrés, la tensión, la ansiedad, la depresión y el nerviosismo excesivo. Ahora se estima que el 30% de las adolescentes sufren trastornos de ansiedad.

La ira no resuelta contribuye al estrés, la tensión, la ansiedad, la depresión y el nerviosismo excesivo
Entre los 12 y los 15 años, el número de niñas con depresión triplica al de los niños del mismo grupo de edad. Los sentimientos de impotencia e ira también son parte esencial del desarrollo de desórdenes alimenticios. Las tasas de suicidio en niñas entre los 10 y los 14 años se han triplicado en los últimos 15 años.

Normalmente, antes de la pubertad, los niños y las niñas experimentan depresión con la misma frecuencia. Las “presiones sociales” parece que son mayores para las niñas, y a todos nos han enseñado el impacto de las “hormonas y las emociones”. Pero las niñas no solo se deprimen durante la adolescencia. También sufren más depresión a los 20, 30, 40 años, y después.

La depresión es complicada, pues tiene parte genética, hormonal, medioambiental y económica. Las mujeres que ganan menos que sus colegas, por ejemplo, son cuatro veces más propensas a sufrir ansiedad y dos veces y media a sufrir depresión.

Las niñas tienen que saber, y se les tiene que decir explícitamente, que sentir ira está bien, que es una emoción saludable que, como seres humanos, tienen el derecho de sentir y expresar

Imaginad lo que pasaría si, en su lugar, les estuviera permitido enfadarse. Los médicos consideran que la ira constituye gran parte de la depresión: un tipo específico de ira causado por una pérdida o negación real o percibida.

Hay muchas razones por las que las niñas y mujeres jóvenes pueden sentirse rechazadas, impotentes y enfadadas:

1. Empiezan a ver los efectos del doble rasero basado en el género que atenta contra todo lo que han aprendido hasta ahora sobre sus capacidades, la igualdad y el potencial. Las niñas adolescentes notan el muy real impacto dispar de las limitaciones sobre su libertad física y su comportamiento. Parece que todo el mundo tiene opiniones de control sobre su ropa, su apariencia, sus movimientos y su cuerpo.

2. Toman conciencia de su vulnerabilidad física. El acoso sexual y callejero son incidentes comunes, incluso en el colegio. Se enteran de lo que son las agresiones sexuales, si no han sufrido ya una (el 43% de las agresiones se producen antes de los 18 años). Se adaptan a tener que limitarse a sí mismas.

3. Empiezan a toparse con el borrado cultural de las mujeres (personas que se parecen a ellas y a las que se espera que imiten) como algo autorizado. Cuanto más mayores se hacen, menos mujeres ven en puestos de poder y liderazgo. Las niñas pasan de estar en ámbitos en los que las mujeres eran sus principales cuidadoras, profesoras, niñeras y adultos de confianza, a instituciones en las que tienen una representación marginal como líderes.

Los modelos a seguir son, en comparación, escasos y aislados para las niñas, que crecen con un cambio de registro de género que no se espera de los niños o que, por lo general, no se les permite. Al mismo tiempo, a los niños les ocurre lo contrario y su confianza va creciendo durante ese mismo periodo.

4. Están navegando la tensión estresante que hay entre gestionar su propia sexualidad y la presión que supone la dominante cosificación sexual de las mujeres. Los adultos que hay a su alrededor a menudo evitan los dos temas. El código de vestimenta de los colegios, por ejemplo, es el ejemplo perfecto de que los intentos que se hacen para que las chicas dejen de “sexualizarse a sí mismas” resuelve el problema de forma conveniente para ellos.

Entender y gestionar la ira puede formar parte de grandes lecciones para la infancia sobre resiliencia, empatía y compasión

Aunque la mayoría ve la ira en niñas y mujeres como algo irracional, en realidad es completamente racional. Las niñas aprenden a filtrar sus vidas a través de mensajes de impotencia y desvalorización cultural. Las niñas podrían estar más inclinadas a sufrir depresión porque asimilar la marginación y la irrelevancia en tu propia cultura es algo increíblemente deprimente.

¿Por qué no te enfada todo esto?

Las niñas tienen que saber, y se les tiene que decir explícitamente, que sentir ira está bien, que es una emoción saludable que, como seres humanos, tienen el derecho de sentir y expresar. Podría no ayudarles a hacer amigos, pero ese es otro tema diferente. Tampoco significa dar a los niños, independientemente de su género, permiso para tener un comportamiento violento, disruptivo o de niño consentido. 

Entender y gestionar la ira puede formar parte de grandes lecciones para la infancia sobre resiliencia, empatía y compasión.

fuente
Fuente: EveryDayFeminism. Publicado por primera vez en Role Reboot
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