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Estados Unidos
El caso Trump y la suerte del millonario
No, el último escándalo en torno a Trump —las condenas simultáneas a Manafort, su exjefe de campaña, y Cohen, su exabogado— no amenaza su mandato como presidente.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha banalizado el concepto de “escándalo” con su actitud pública y privada. Su uso de las redes sociales y sus apariciones en prensa; su actitud no ortodoxa hacia la diplomacia; y, además, sus frecuentes encontronazos con la justicia, le convierten en una figura política sin precedentes. Todo ello hace muy complejo entender sus objetivos. Para comprender su situación actual, hay que retroceder en el tiempo y relatar cómo consiguió su fortuna en primer lugar.
En la piel de Richard Nixon para no ser Bill Clinton
¿Qué acaba de pasar esta semana en Estados Unidos? Hay que empezar con las últimas elecciones presidenciales en 2016. Los “perdedores” de las elecciones, el establishment demócrata que torpedeó la campaña Sanders y aupó a Clinton, no tardaron en denunciar el juego sucio de Rusia. Lo que empezó como rumores, se aceleró de tal manera que en enero de 2017 (el mes de la toma de posesión de Trump) la Oficina del Director de Inteligencia Nacional declaró que la inteligencia rusa habría favorecido a Donald Trump contra Hilary Clinton.En mayo de 2017, el subfiscal General de los EEUU designó a Robert Mueller, exdirector de la CIA, investigador principal de un caso con competencias muy amplias. La misión: examinar cualquier posible interferencia rusa en las elecciones; especialmente las relaciones entre Rusia y la campaña Trump. Además, Mueller se reservaba juzgar cualquier actividad considerada ilegal descubierta durante la investigación.
El amplio mandato de Mueller ha permitido realizar registros en viviendas personales de muchos allegados a Trump. Así, tras un año de procedimientos, es difícil predecir el castillo de naipes que podría colapsar sobre la Casa Blanca. Lo más increíble acaba de suceder.
En el mismo día, el 21 de julio de 2018, su antiguo abogado Michael Cohen y su antiguo director de campaña, Paul Manafort, han sido condenados en distintas causas. Estos últimos escándalos tienen poco o nada que ver con Rusia. Están relacionados, eso sí, con la tendencia oligárquica con los que Trump detenta el poder. Y, como se encarga de recordar la prensa pro-demócrata, bastarían para destrozar la imagen de cualquier otro presidente que no tuviese ya una imagen tan degradada.
Empezando por Cohen, su exabogado, éste se ha declarado culpable múltiples fraudes bancarios, fraudes electorales (por exceso de gasto) y evasiones de impuestos. Estas condenas ya son de por sí serias.
No es necesario reseñar que la condena múltiple ha llenado todas las portadas y dado alas a los enemigos de Trump para anunciar que está acabado. Pero, en la práctica, no es probable que el presidente quiera dimitir
Sin embargo, la clave es que Cohen ha declarado en sede judicial que Trump le ordenó pagar a diversas mujeres para que no hablaran de sus affaires con el ahora presidente. Esto implicaría directamente al millonario en el fraude. Además de poner en duda su carácter moral (como a Bill Clinton con el asunto Lewinsky), le coloca en la misma posición que a Richard Nixon. Es decir, oficialmente acusado de un delito, pero no perseguido por el mismo. Cabe recordar que, en Estados Unidos, como en España, la figura del Jefe del Estado posee inmunidad judicial.
El juicio a Manafort, exjefe de campaña, no ha tenido las mismas consecuencias explosivas para Trump aunque, paradójicamente, su perfil es el que más se ajusta a la “conspiración rusa”. Su condena es también por fraude fiscal y otros delitos económicos. De hecho, el motivo por el que Manafort recurrió a métodos ilegales para ocultar su fortuna es el origen de la misma. Durante años, ha sido lobista para multitud de oligarcas y políticos en Ucrania, Rusia y las Filipinas. Fue, de hecho, consultor de Yanukovych, el líder ucraniano pro-ruso expulsado por las protestas del Maidan.
Aunque todo ello aumenta las sospechas, por el momento el fiscal Mueller no ha conseguido constatar ningún enlace directo entre la campaña Trump y el gobierno de Vladimir Putin.
El origen de Donald Trump y la economía de casino
La biografía de Donald Trump es prácticamente un resumen de la historia reciente de los Estados Unidos. Neoyorquino, es hijo de un constructor y promotor, muy lejos de esa “figura hecha a sí misma” que después publicitaría el programa de telerrealidad The Apprentice. En 1976, la ciudad de Nueva York atraviesa una grave crisis fiscal. En aquel momento, el gobierno federal de Gerald Ford está decidido a destruir los restos del Estado del Bienestar de los EEUU. Ford les dice a los neoyorquinos, literalmente, “¡Terminad de morir!” (drop dead). Nueva York era entonces un ejemplo de municipalismo, con multitud de programas públicos que habían construido y expandido el legado del “New Deal” de Roosevelt.
Es entonces cuando entra en escena Trump, que quiere expandir sus negocios desde las barriadas al centro de la Gran Manzana, Manhattan. En una narrativa reminiscente de la España post-crisis financiera, los administradores de la ciudad, desesperados, buscan cualquier tipo de proyecto para revitalizar la ciudad. Trump elige un viejo hotel de los años 20, en coalición con la multinacional Hyatt, para empezar su imperio. De hecho, las autoridades le ofrecen un acuerdo muy especial: la cesión de la propiedad, en lugar de la venta, para limitar los impuestos incurridos. Apenas nueve millones y medio de dólares para comenzar una saga hotelera. Desde entonces, la ciudad ha dejado de percibir 360 millones en impuestos que Trump y sus empresas han evitado.
Desde ahí, el torbellino. Sus comienzos son todo un símbolo para lo que vendría después. La fortuna de Trump comenzó con la nueva economía financiera de inversiones rápidas, especulación, endeudamiento y saqueo de viejas empresas. Películas como Wall Street o American Psycho retratan muy bien esta época. Llegan los casinos. Los campos de golf. Los programas de TV. Su crecimiento como figura afable, respetada por demócratas y republicanos, el dupolio político estadounidense. Es entonces cuando se plantea su irrupción en política.
Jesús Gil for president? O Mussolini 2.0?
Nadie mejor que el mismo Trump conoce sus motivos reales para buscar la presidencia. En cualquier caso, se han aventurado varias teorías. Para muchos de sus apoyos, que una persona con amplios recursos se presente al cargo es positivo. De alguna manera, se piensa que no podrá ser tentado por la corrupción ya que no poseería el incentivo económico. Sin embargo, sus críticos han indicado desde el principio la intención de Trump de utilizar la presidencia para promocionar sus negocios. A la manera de muchos personajes de la burbuja española, como Jesús Gil, el poder sería un instrumento para alimentar sus inversiones inmobiliarias.
Un análisis menos centrado en el individuo, y más en las estructuras de poder, considera que Donald Trump es la última gran apuesta de ciertos conservadores. La alianza neoliberal que aupaba a Hilary Clinton suponía, para ciertos sectores conservadores, un desafío a su forma de entender el liderazgo americano en el mundo. La doctrina Obama estaba centrada en mantener los flujos del comercio mundial mediante nuevos acuerdos bilaterales, tratando de “abrir China” con la ayuda de Silicon Valley y Wall Street. La doctrina Trump, al contrario, busca compensar la relativa pérdida de hegemonía estadounidense reajustando sus relaciones con aliados y enemigos
Crisis financiera
Aranceles, cerdos y móviles de última generación en la crisis global permanente
Hemos entrado en una nueva fase agónica, turbulenta y conflictiva del capitalismo global.
Recordemos que la principal competencia del presidente, bajo el sistema norteamericano, es la diplomacia internacional. Con la nueva guerra comercial, el acercamiento a Rusia, el distanciamiento con Alemania y la UE, la mejora de relaciones en Asia oriental; añadida a su asertividad en el subcontinente latinoamericano: todo indica un reordenamiento geopolítico. Los EE UU están centrados en reorientar su economía lejos de los “felices años” tras la guerra fría. La globalización ha terminado: vuelven los imperios combatientes.
La paciencia del pueblo estadounidense ante los escándalos
No es necesario reseñar que la condena múltiple ha llenado todas las portadas y dado alas a los enemigos de Trump para anunciar que está acabado. Pero, en la práctica, no es probable que el presidente quiera dimitir. Como se suele argumentar en estos casos, considera que estos juicios son asuntos privados de gente que ya no tiene nada que ver con él.La figura legal de moción de censura en EEUU es el impeachment. Por el momento, el Senado está bajo control Republicano, el partido del presidente. No es por tanto probable que una moción de este tipo prosperase. Sin embargo, habrá elecciones de mitad de mandato (mid term) para el Congreso (el Senado y la Cámara de Representantes) en noviembre de este año. No sería descabellado que este asunto, y otros que puedan estallar, ayudasen a la oposición demócrata a ganar representantes suficientes para desafiar a la presidencia.
A nivel general, no obstante, no está claro que esta crisis esté afectando a la popularidad del presidente entre los convencidos. Steinbeck dijo que los estadounidenses se sienten “millonarios momentáneamente avergonzados o en problemas” (temporarily embarrassed millionaries). Esto explica la deferencia del público hacia los oligarcas, ya sean aparentemente “filántropos” (Bill Gates, George Soros), o “villanos” (el mismo Trump). De hecho, la prueba está en que apenas ningún ejecutivo de la gran banca tuvo sanción alguna tras la crisis económica. La impunidad, en los EEUU, es una cuestión de clase.
Así como en España una victoria electoral supone, a los ojos del corrupto, una vindicación de su inocencia; en Estados Unidos, sus grandes fortunas implican que el magnate es un gran hombre de negocios. Es posible que cometiese alguna irregularidad, pero así se hace uno rico.
De hecho, una encuesta reciente, por ejemplo, señala que el pueblo estadounidense está más a favor de la cercanía con Rusia, que con el aumento de sanciones.
Por algún motivo, la narrativa del establishment del Partido Demócrata no está calando en la sociedad. Está por ver si el “efecto Sanders”, y el intento de las bases del partido de revivir el socialismo en tierras norteamericanas, ayuda este otoño a los progresistas a ofrecer un relato alternativo ganador.
Estados Unidos
Una revolución desde dentro
En un año de elecciones de mitad de período (mid term) fundamentales, el creciente ala izquierda del Partido Demócrata se distingue tanto por cómo se organiza como por las políticas que defiende.
Trump, de momento, seguirá dormitando en su castillo de naipes. Curiosamente, el abogado actual de Trump es Rudy Giuliani, antiguo alcalde de Nueva York e impulsor del modelo neoliberal urbano que impera en la ciudad hoy en día. Entre neoyorquinos se entienden. Casi parece que el viejo Donald no haya cambiado desde que fuese un joven heredero en la arruinada metrópoli de los 70.
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No hay que dar por sentado que el señor naranja seguirá hasta el final del mandato (en dos años largos). Como muchos esperamos, las elecciones de mid term traerán cambios notorios en la forma de entender la política, como ha demostrado Ocasio-Cortez en NY. Lo interesante es ver si el partido Demócrata escucha el sonido del cambio io se enroca a la búlgara, como ya hiciera con la candidata Clinton, en vez de dar perferencia a la ola de Sanders.