Economía digital
Tú también serás, si no lo eres ya, proletariado digital


Precaria no era una clase, era una condición de existencia. Una condición definida por el fin de las certezas fordistas, trabajo, casa, estructura y caminos definidos. Precario era ese todo que quedaba fuera del régimen de previsibilidad y protección social salvaguardado por el fordismo, el sindicalismo y el estado de bienestar.


Riders coronavirus noche
Dos repartidores de comida durante el fin de semana por la zona del metro de Bilbao, en Madrid. Álvaro Minguito
21 abr 2020 21:49

Hay muchas imágenes que pueden definir el nuevo curso de los tiempos. Australia ardiendo a consecuencia del cambio climático. El primer ministro, y bufón oficial de Reino Unido, saliendo de cuidados intensivos tras casi morir por la Covid-19. Pero yo me quedo con otra. Una que nos muestra que el momento del impasse ha llegado a su fin. Se trata de una fotografía sencilla, casi anecdótica, no especialmente bella. No sugiere, pero grita. Se trata de una fotografía del proletariado del siglo XXI, en el que, por fin, acabamos de entrar.

En esa foto, puede verse a una trabajadora de Uber Eats al lado de sus herramientas de trabajo, una bicicleta, una mochila y un teléfono móvil. Esta inverosímil trabajadora esencial, observa a un jeep militar y a una ambulancia en la Puerta del Sol. Hay una amenaza epidémica. Madrid es una de las ciudades del mundo más afectadas. Hay hospitales de campaña, el ejército está en las calles. En las UCI mueren cientos de personas cada día. Pero allí está ella. ¿Qué material esencial porta en su mochila? ¿Unos tacos, sushi, una burguer con queso y bacon?

El obrero masa murió como ejemplo de la centralidad del trabajo en el norte global, sí. Cuando este modelo productivo dejó de ser prevalente en el Norte Global los sociólogos se pusieron a mirar. Y vieron el fin del trabajo. Tal vez se fueran muchas de las trabajadoras, pero el trabajo nunca se marchó. Se equivocaban. El entierro y epitafio del trabajo y de las trabajadoras ha sido escrito y narrado por casi todas las religiones marxistas del universo.

A pesar de lo masivo del sepelio, lo que vendría no quedó definido. El obrero cognitivo, la trabajadora del conocimiento, el trabajador inmaterial, la precaria… Las intelectuales hablaban de la ciudad-metrópoli como fábrica, del obrero del conocimiento, de la sociedad de control, de la producción inmaterial. Estas imágenes se construyeron a partir de fragmentos de una realidad que no terminaba de nacer. Por eso, lo más cerca que estuvieron de aproximarse a lo que vendría fue cuando acuñaron el término de precario.

Precaria no era una clase, era una condición de existencia. Una condición definida por el fin de las certezas fordistas, trabajo, casa, estructura y caminos definidos. Precario era ese todo que quedaba fuera del régimen de previsibilidad y protección social salvaguardado por el fordismo, el sindicalismo y el estado de bienestar. Precario era el afuera, el margen, los migrantes, los temporales, los indefinidos. El afuera se convirtió en el nuevo normal.

Precario era ese todo que quedaba fuera del régimen de previsibilidad y protección social salvaguardado por el fordismo, el sindicalismo y el estado de bienestar.

Ahora casi todos somos precarios, pero no tenemos nada en común salvo nuestra existencia precaria. Estaba la sustancia, el alma de lo que vendría, pero no su carne. Todas esas definiciones no eran más que abstracciones que describían de manera más o menos esotérica una realidad brumosa, jodida e inquietante. Hoy, ya si puede hablarse de un proletariado de nuevo cuño. Puede hacerse porque hay un nuevo sistema de explotación que se está extiendo de manera global.

¿Qué tienen en común una repartidora de Deliveroo, una conductora de Uber, una profesora de una universidad on line, una operaria de un centro logístico de Amazon? No se trata de quién les contrata, ni de qué producen. Tampoco cómo se identifican o cómo les califica la ley o su empresa. Les une un mismo modelo de sistema de extracción de plusvalía, un mismo modelo de explotación. Les une estar del lado de aquellos que no poseen los medios de producción.

Un sistema de explotación, el actual, que se caracteriza porque: 

Hace un uso masivo de maquinaria digital o algoritmos:

Como otros sistemas industriales, este sistema hace un uso extensivo de máquinas, pero en muchos casos éstas no pueden olerse ni verse ni tocarse, aunque sirven para producir. Los algoritmos son máquinas porque transfieren valor a la mercancía desde el trabajador. Contribuyen a la producción. Son máquinas que se portan, que están diluidas en la red, pero que se manifiestan en los dispositivos móviles que todos llevamos. Por eso, ahora, cuando nos dicen que la ciudad es una fábrica, vemos que no es una abstracción. Lo que hace a Uber Uber no es el coche, sino el software que define los precios, que marca las rutas y que, sobre todo, asigna trabajadores con pasajeros. El software de Uber es su maquinaria, y la ciudad (virtual y física) la fábrica.

Los algoritmos son máquinas porque transfieren valor a la mercancía desde el trabajador. Contribuyen a la producción. Son máquinas que se portan, que están diluidas en la red, pero que se manifiestan en los dispositivos móviles que todos llevamos.

Las plataformas digitales poseen los medios de producción:

Resulta paradójico ver cómo los argumentos de ciertos sectores postmodernos y los de las empresas digitales han venido coincidiendo en torno a la cuestión de los medios de producción. La retórica construida entorno al trabajo cognitivo y la producción inmaterial, señalaba al “nuevo cognitariado” como poseedor de los medios de producción. Producción que solo mediante técnicas de captura era reapropiada por el capital. Del mismo modo Deliveroo, Uber, Glovo y otras empresas han defendido que ellas no poseen los medios de producción, que ellas no son empresarias. En su mundo paralelo estas empresas globales solo proporcionan servicios a los verdaderos empresarios, los raiders y drivers.

Ha tenido que ser una jueza de Valencia quien ha puesto sobre el papel lo que para las trabajadoras, clientes, y el público en general, es obvio, que “los verdaderos medios de producción en esta actividad no son la bicicleta y el móvil que el repartidor usa, sino la plataforma digital de emparejamiento de oferta y demanda propiedad de la empresa y al margen de la cual no es factible la prestación del servicio”.

Esto que la jueza ha determinado para las repartidoras de una plataforma digital se extiende para otros sujetos sometidos al mismo sistema de explotación digital. Pensemos en el precarizado profesorado de cursos on line, universitarios incluidos. Contratos temporales, eventuales, por obra y servicio. Los medios de producción de este profesorado no son su intelecto, ni su trayectoria. No existe un mercado de sabios, que ofrecen su experiencia e intelecto, al modo de la antigua Grecia. Las personas buscan certificaciones expedidas por instituciones públicas y privadas a fin de probar, bien una cualificación bien un reciclado profesional. El alumnado no busca al experto, se matricula en universidades on line, es decir estructuras plataformizadas.

En estas plataformas se desarrolla la prestación de servicios, mediante los canales y la maquinaria proporcionada por la universidad. Al igual que en otras plataformas digitales, las universidades se nutren de trabajadoras informales. Falsas empresarias, falsas temporales, falsas eventuales. Sin la plataforma la prestación de servicios no podría tener lugar. Una plataforma controlada y gobernada por la empresa privada. Lo que no hace sino demostrar que estas empresas poseen los medios de producción.

Prolonga hasta el infinito las jornadas laborales:

Hay una considerable cantidad de investigaciones que señalan cómo las plataformas digitales, lejos de acortar la jornada de trabajo, la han multiplicado. Parte de ello tiene que ver con la ilegal forma de contratación de falso empresario, que fomenta la autoexplotación por el mínimo beneficio. Cuando no hay horarios, cuando se trabaja por pieza producida, cuando se trabaja desde casa, la jornada laboral se funde con la vida cotidiana. Y ésto, lejos de ser emancipador para el trabajador, lo somete aún más al empresario.

Hay una considerable cantidad de investigaciones que señalan cómo las plataformas digitales, lejos de acortar la jornada de trabajo, la han multiplicado.

Pongamos el ejemplo de los mensajeros de Glovo, quienes cobran por pieza. El algoritmo premia a aquellos repartidores con una mayor tasa de aceptación de pedidos y de tiempo conectado. Cuánto más repartas, más recibos tienes. La duda surge con los espacios de escasos o nulos pedidos. El empresario no solo monetiza el tiempo trabajado, remunerado mediante pieza, sino también la disponibilidad, que es un valor que oferta. El tiempo de descanso que media entre horas punta, o el tiempo de espera entre pedidos, no pueden considerarse como de la trabajadora. Es sencillamente tiempo de trabajo no remunerado. Del mismo modo, el “tiempo libre” de la trabajadora on line es simplemente el tiempo que media entre tareas. Un tiempo devaluado en términos cualitativos, dado que la disponibilidad es un requisito. Un tiempo devaluado en términos económicos, porque el trabajo por pieza distribuido en jornadas de 24 horas y 7 días a la semana no llega ni al salario mínimo

Eleva la intensidad con la que el capitalista explota al trabajador:

Los sistemas de explotación digitales monetizan cada segundo de la jornada de trabajo imponiendo una brutal vigilancia. Da igual que seas conductora, repartidora, operaria de un almacén o profesor on line. Desde el momento que haces login hasta que abandonas sesión cada uno de tus movimientos queda registrado. Cada clic, cada página vista, cada objeto colocado, cada metro recorrido, cada mensaje a una alumna, el tiempo que dedicas corrigiendo, el que vas al baño, los frenazos bruscos, las veces que rechazas un pedido, las veces que los aceptas... Hace no tanto tiempo, semejantes condiciones de vigilancia no solo hubiesen sido intolerables, eran también imposibles. Hoy se han convertido en clave de la nueva normalidad.

Los sistemas de explotación digitales monetizan cada segundo de la jornada de trabajo imponiendo una brutal vigilancia. Da igual que seas conductora, repartidora, operaria de un almacén o profesor on line.

Comodifica y privatiza todo, cualquier espacio o infraestructura pública o privada puede ser (re)privatizada y explotada con fines extractivos:

Estas plataformas no solo explotan al proletariado digital lucrándose con su fuerza de trabajo. Aprovechan sus infraestructuras, su casa, su línea de Internet, su coche, su bicicleta. Tu casa es su oficina y su clase, la bici que ofertan es tu bici, tu coche es de hecho su coche. Tú pagas, ellos se lucran.

Estas empresas privatizan también amplios espacios comunes devolviendo poco o nada gracias a su ingenio fiscal. ¿Qué sería de estas empresas sin las infraestructuras sufragadas por todos, desde las líneas de Internet y comunicación a las carreteras, calles y demás? La ciudad es su fábrica sí, pero ellos no pagan el alquiler.

Es radicalmente antisindical:

Como cualquier otra formación social capitalista, el capitalismo digital no quiere sindicatos, ni negociación colectiva, ni protesta, ni organización de la clase trabajadora. Para ello se vale de dos estrategias, dos tipos de leyes. La primera es la ley contractual. A estas empresas les gusta que seas empresario porque los empresarios no se sindican, no tienen negociación colectiva, no pueden ir a la huelga. Este torticero uso de la figura del falso autónomo tiene como fin, entre otros, el de destruir cualquier atisbo de organización obrera.

Por otro lado, emplean la ley de sus algoritmos para destruir cualquier tipo de unión. Han construido un sistema de valoraciones y de asignaciones de trabajo por puntos que literalmente enfrenta a unos trabajadores con otros. Deliveroo, Uber, Amazon o cualquier plataforma similar emplea métricas oscuras y opacas para jerarquizar a sus operarios. Tratan con ello de instaurar una condición de inquietud, miedo, desconfianza e individualismo. Los sistemas de puntos que aúnan tanto la valoración de usuarios como la “efectividad” de los trabajadores son gestionados tras bambalinas por las corporaciones. Estas jerarquizaciones se disfrazan de una falsa neutralidad tecnológica. Pero el código tiene ideología, tiene dueño y tiene objetivos.

Han construido un sistema de valoraciones y de asignaciones de trabajo por puntos que literalmente enfrenta a unos trabajadores con otros.

A modo de conclusión, nos encontramos ante un nuevo sistema de explotación en funcionamiento. Un sistema por el cual grandes plataformas digitales, haciendo uso extensivo de maquinaria digital, explotan la fuerza de trabajo precaria. Este sistema no ha venido a reemplazar a los anteriores sino que los perfeccionará, se aprovechará de unos, deglutirá otros o los tornará en obsoletos. Por eso mantiene la estructura básica del capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción, la explotación de la clase trabajadora, ya sea en su función productiva, reproductiva o afectiva.

El confinamiento por la Covid-19 ha acelerado la implantación de este sistema de explotación. El gigantesco laboratorio que entrañan millones de personas teletrabajando no va a resultar en una falsa conciliación y reducción de jornadas gracias a la tecnología. Tu trabajo no va ser digitalizado, va a ser proletarizado, plataformizado. A no ser que seas uno de los pocos privilegiados, seguramente terminarás formando parte de este modo de producción, si es que no lo formas ya. Por eso, te interesa ver que esa foto del confinamiento en la que aparece una raider con su bici, su teléfono, la ambulancia, el jeep militar y... los ¿nachos con queso? forma parte de la nueva normalidad de la explotación en el trabajo.

Tu trabajo no va ser digitalizado, va a ser proletarizado, plataformizado.

Debemos aprender de las formas de articulación sindical que el nuevo proletariado de las plataformas está poniendo en marcha. Hay que prestar atención a la manera en la que están consiguiendo sortear las estrategias antisindicales de los capitalistas digitales, cómo están superando la individualidad impuesta por el sistema. Hay que indagar en cómo están consiguiendo articular luchas y herramientas tradicionales con otras más actuales. Incluso en medio del estado de emergencia, las repartidoras han conseguido organizarse y demostrar su rechazo a un capitalismo digital sin escrúpulos.

De cara al futuro nos quedan dos tareas. La primera, seguir y apoyar las luchas de los sindicatos del proletariado digital, que ya están marcando la línea. Combatir con todas nuestras energías las estrategias de los capitalistas digitales. No somos empresarios, somos clase obrera explotada y lucharemos como tal. La segunda, no perder de vista el largo plazo. Las tecnologías cambian, desde luego, pero no la raíz de todo este asunto. Los capitalistas digitales ostentan el poder porque poseen los medios de producción. Y este es el verdadero debate. Tal y como ha señalado recientemente Ekaitz Cancela, es preciso construir una estrategia socialista que nos permita hacer frente al capitalismo digital. Una estrategia desde la que pensar cómo socializar los medios de producción de la era digital.

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