Democracia participativa
¡Volver a ser habitantes!

“Territorio” es el conjunto de actividades, aprovechamientos y usos que una sociedad hace sobre un espacio físico habitado; el sistema socio ecológico que reúne la sociedad y el medio que ésta habita. El “habitar” es lo que da la medida del sentido, la importancia y la necesidad de nuestra relación con el territorio.

Mares taller
Uno de los talleres impartidos por Mares. Foto: Mares
30 dic 2018 07:09

En las últimas décadas, la sociedad occidental ha ido paulatinamente dejando de entenderse como parte de un territorio. Lo ha dejado en un segundo plano, considerado nada más que un simple escenario. Ha mutado la forma de habitar, en su esencia más social, relacional, política y económica. Se ha establecido un constante mecanismo de intermediación protagonizado por el mercado y las infraestructura de gobierno, que nos han hecho perder toda nuestra capacidad de incidir en lo que realmente es el territorio.

Este alejamiento y falta de interés, no necesariamente corresponde con una falta de sentimiento de pertenencia. Muchas veces nos podemos identificar, reconocer e incluso activar en favor de un territorio, sin realmente ser parte y protagonistas del mismo. Hemos perdido la cotidianidad del “habitar” más allá del simple “vivir”. Habitar debería tener una connotación de protagonismo, donde la acción de vivir esté constantemente conectada con la consciencia de nuestro impacto en el territorio. Una situación que ahora reconocemos sobre todo en forma de excepcionalidad activista, de quienes quieren defender, mejorar o transformar el territorio. No estamos acostumbrados a entenderlo como algo normal y cotidiano.

El auge de los procesos de globalización, y en general, el creciente poder del ecosistema financiero sobre las dinámicas vitales de los territorios, ha reducido la capacidad de la mayoría de las personas de entenderse como protagonistas de la realidad que les rodea; el campo de acción y el espacio de protagonismo sobre nuestro entorno, se limita en realidad a un círculo muy pequeño, en base a una cotidianidad con pocos márgenes de cambio.

Muchas de las cosas que definen y caracterizan nuestra vida del día a día, en realidad dependen de mecanismos que están desligados de nuestra realidad más próxima; y a menudo dependen de decisiones políticas y económicas que han tomado personas que probablemente ni lo han pisado.

El auge de los procesos de globalización, y el creciente poder financiero sobre las dinámicas vitales de los territorios, ha reducido la capacidad de la mayoría de las personas de entenderse como protagonistas de la realidad que les rodea

Esta situación se retroalimenta por un claro proceso de transformación cultural y de estilo de vida, fuertemente influenciado por la tecnología y especialmente por la “ligereza” que nos trae lo digital. Cuando nuestra ciudad no tiene y no ofrece lo que buscamos, nos parece cada vez más fácil y razonable movernos en búsqueda de otra ciudad, en lugar de activarnos para transformar y mejorar la ciudad en la que vivimos. Hemos perdido el interés en “habitar”, desde el protagonismo, en favor del “vivir”, que tiene que ver más con tener garantizado un cierto estilo de vida. Si el contexto en el que vivimos no nos gusta, nos vamos. Cambiamos de barrio o de ciudad. Siempre y cuando nos lo podamos permitir.

Nos implicamos muy pocos en las dinámicas sociales locales y los barrios ya nos son el resultados de nuestro “habitar”, sino contenedores de vidas, cada uno con su estilo propio.

La evolución tecnológica y los procesos de digitalización, junto con las nuevas realidades y formas de trabajo, simplifican y mejoran nuestra movilidad. Nuestro ordenador portátil y nuestro smartphone se vuelven nuestros compañeros inseparables, son los dispositivos que nos permiten traer siempre con nosotros, allá donde vayamos, nuestras relaciones, nuestros recuerdos y para muchos incluso el trabajo.

Pocas cosas nos importan realmente de un territorio más allá del trabajo y las relaciones sociales. El punto de partida parece ser siempre un contexto que ya existe, y que ha sido generado por otros

Tanta “ligereza” nos viene también de habernos liberado de ataduras con el territorio. No estamos implicados en proyectos locales, en economías locales y grupos sociales que dependen de nosotros. Pocas cosas nos importan realmente de un territorio más allá del trabajo y las relaciones sociales. El punto de partida parece ser siempre un contexto que ya existe, y que ha sido generado por otros.

Parece evidente que necesitamos repensar y recuperar consciencia de nuestra relación con el territorio: volver a habitar.

Deberíamos parar de pensar las ciudades exclusivamente en términos de eficiencia y oportunidades económicas y de trabajo. Necesitamos volver a dar importancia a las prácticas colectivas y los procesos de inteligencia colectiva, con capacidad de dialogar con las instituciones públicas y el mercado, pero sin depender de ellos. Conseguir que el intercambio, la organización y el trabajo en un territorio pueda surgir también desde la cooperación y la capacidad de construir en común. No se trata de generar nuevos sistemas complejos o de una visión utópica, sino simplemente de un nuevo imaginario de acción y relación desde el ecosistema existente para activar prácticas de colaboración que básicamente se basan en la economía de la confianza.

La buena noticia es que empezamos a notar una emergencia de nuevas prácticas que van exactamente en esa línea, potenciando las dinámicas del habitar que juntan lo social, lo económico y lo político, sin perder de vista la importancia del propósito de vida que nos mueve a las personas y a la sociedad.

Se abren camino escenarios diferentes, generados desde acciones multiagente, que consiguen disminuir la dependencia de las decisiones de unas pocas personas o entidades: prácticas colectivas capaces de multiplicar y federar los actores implicados en mecanismos de transformación con impacto positivo en el territorio. Procesos que aumentan la implicación y la relación directa entre la cotidianidad de las personas y la realidad de sus territorios. Esto es lo que llamo la vuelta al territorio.

Para entenderlo mejor, vale la pena rescatar la palabra ‘poder’. Todos deberíamos sentirnos con poder. Me refiero a tener conciencia y capacidad de tomar decisiones que tienen un impacto en la realidad más próxima. No se trata de un “poder” que se impone sobre los demás, sino de la capacidad de afirmación de nuestra situación de habitantes de un territorio

Deberíamos hablar más de Economía Cívica, justamente para poner en evidencia, utilizando la palabra cívica, su necesaria relación con la realidad local

Pensemos en el caso de las aldeas ecológicas. Las personas que se implican en este tipo de proyectos, buscan un estilo de vida más sano y una mayor proximidad con la naturaleza y las personas. Su tamaño y su lejanía de la ciudad ayuda a generar un ambiente agradable y mecanismos de gobernanza alternativos. En términos de apropiación del territorio, la clave no viene de lo que habitualmente asociamos a la palabra “ecológico”, es decir al hecho de que cuiden de la tierra y cultiven los productos de los que se alimentan, sino de un conjunto de aspectos, dinámicas y procesos que hace que todos se sientan parte de un ecosistema del que se consideran protagonistas y con “poder”, todos se sienten empoderados con respecto a la realidad que habitan. Todos nos deberíamos poder sentir habitantes con “poder”.

Se trata entonces de que actores públicos y privados, que tradicionalmente conseguían tener un impacto esencial en la realidad de los territorios prácticamente sin compartir su poder y su responsabilidad, empiecen ahora a promover otro tipo de relación con los ciudadanos y todos los actores locales. Con la multiplicación de los procesos con capacidad de transformación y la implicación de muchos más actores y con una ciudadanía que empieza su “vuelta al territorio”, necesitamos generar modelos de colaboración estables y efectivos: necesitan generar un nuevo contexto de legitimidad basado en un aterrizaje más concreto al territorio.

La clave está en la activación de ecosistemas locales basados en la confianza mutua.

Esto es posible trabajando en el territorio. Actor por actor. Proyecto por proyecto, desde lo más humano. Para generar confianza hay que empezar con pocos números y volver a empezar desde lo cualitativo. Me gusta definir este proceso como la creación de un “ecosistema de sinergias”. En ello todos los actores existentes, grandes y pequeños pueden contribuir y actuar. Necesitamos la Universidad, las instituciones públicas, la ciudadanía y las empresas.

El trabajo es en realidad más sencillo de lo que uno pensaría. Humanizar. Volver a hablar con las personas. Las instituciones, las organizaciones, ellas mismas hechas de personas, han perdido capacidad de hablar con las personas. Debemos recuperar el diálogo. Las universidades también pueden aportar mucho a este proceso, implicándose más en las dinámicas locales y dedicando más tiempo en proyectos concretos, conectados con la realidad del territorio y con las personas.

Algunos conceptos nos pueden ayudar a visibilizar este nuevo imaginario: Extitución, Multipertenencia y Adhocracia.

La Extitución define justamente una institución con esta capacidad de suavizar los límites entre el adentro y el afuera. Una organización capaz de integrar las aportaciones externas permitiendo que estas generen transformaciones internas.

Multipertenencia tiene que ver con la capacidad de sentirse parte de diferentes grupos sin que uno sea predominante, evitando que la diversidad divida y permitiendo que sea una riqueza. La multipertenencia nos permite juntarnos desde los puntos comunes sin la necesidad de dividirnos por nuestras diferencias, de manera que toda diversidad encuentra siempre otro grupo de confluencia, generando un ecosistema en red basado en la agregación de multitudes diferentes más que masas homogéneas.

La Adhocracia es la capacidad de auto-organizarnos para alcanzar colectivamente un objetivo sin por ello necesitar la creación de una infraestructura, una gobernanza y unos protocolos que duren en el tiempo. En un contexto adhocrático todos se concentran en el objetivo principal a alcanzar, sin perder energías en generar las condiciones para que el grupo siga estructurado más allá del motivo por el que se ha generado. La pregunta ahora es: ¿cómo estimular esta vuelta al territorio?

Me parece evidente que la única respuesta posible es volviendo a generar dinámicas que generen valores concretos que solo se dan cuando habitamos un territorio específicos y desaparece o disminuye cuando nos movemos. Se trata de conectar las personas con los territorios, más allá de sus puestos de trabajo y su sueños profesionales.

Para conseguirlo podemos avanzar hacia tres líneas estratégicas clave: favorecer el encuentro entre las personas, habilitar nuevos espacios para que esos encuentros ocurran y transformar esos encuentros en procesos y sinergia de colaboración. El conjunto de estos tres factores nos ayudan a activar un ecosistema de sinergias.

Obviamente podemos tener diferentes enfoques. Uno muy importante es el económico, que sin embargo no debería estar desligado de otros factores territoriales. Deberíamos hablar más de “economía cívica”, justamente para poner en evidencia, utilizando la palabra cívica, su necesaria relación con la realidad local.

Veamos ahora algunos ejemplos que están justo en este momento activos y avanzando hacia una dirección de desarrollo sistémico y local, implicando diversos actores y dinámicas y atreviéndose a conjugar participación ciudadana con desarrollo económico.

La Comunificadora, Barcelona

Aun conociendo otros escenarios y propuestas parecidas, quiero compartir el caso de la Comunificadora, por el hecho de ser el resultado de un proceso basado en el diálogo y entendimiento entre la ciudadanía, técnicos especializados y la administración pública desde el primer momento. Es decir que es una iniciativa pública que en realidad nace de una iniciativa ciudadana.

Desde hace años, muchos técnicos del sector vienen recomendando que se realicen acciones formativas y de acompañamiento a proyectos para ayudar a su viabilidad reorientando la economía “colaborativa” hacia el procomún, de manera que se evite su impacto negativo sobre la sociedad.

En 2006 se desarrolla en Barcelona la “Declaración procomuns”, que incluye recomendaciones como propuestas que fueron incorporadas a un proceso participativo en el que se acumularon apoyos hasta ser integradas al Programa de Acción Municipal (PAM), asumido por el Gobierno municipal.

Así nace “La Comunificadora”, como programa de impulso público para favorecer un cambio de rumbo de la economía colaborativa y reorientarla hacia la producción de bienes procomunes, la distribución del valor generado y la gobernanza abierta.

Frente a otros programas de promoción del emprendimiento que no tienen en cuenta el impacto local y la relación directa con el territorio este programa se sumerge directamente, desde su gestión misma, en la economía social y solidaria, promoviendo una economía para satisfacer las necesidades de las personas por encima de los beneficios. Una economía orientada por valores como la equidad, la participación igualitaria, la inclusión y el compromiso con la comunidad.

Este programa está demostrando desde la práctica que es posible una transición hacia una economía procomún, mostrando que la gente no sólo está interesada en obtener ganancias, sino que puede desarrollarse desde la activación de nuevas formas de intercambios y desde la promoción de modelos de gestión de bienes comunes de manera comunitaria.

Crowdvocacy, Barcelona y Madrid

Crowdvocacy es un interesantísima propuesta coordinada por Platoniq Lab que propone cruzar los beneficios de dos vías de participación, por un lado las plataformas de participación on line de los ayuntamientos como por ejemplo Decide Madrid y Decidim Barcelona, junto con las plataformas de Civic Crowdfunding como Goteo.

Podemos entender el Crowdvocacy como un proceso distribuido y coordinado entre diferentes plataformas públicas y privadas, donde las iniciativas cívicas pueden amplificar su influencia, obtener recursos y mejorar su difusión y conexión con los barrios en el que se desarrolla.

Esta propuesta se está desarrollando con dos proyectos piloto uno en Madrid y otro en Barcelona.

En Madrid están trabajando en activar el “involucramiento progresivo” (o progressive engagement), utilizando dinámicas de ludificación (o gamification). Estas dinámicas se centran en proporcionar incentivos a los participantes de forma escalonada, por un lado, invitando a superar metas y, por otro, al alcanzarlas, recompensar con recursos nuevos.

En Barcelona están trabajando para diseñar e implementar una solución tecnológica que permita vincular las comunidades de dos ámbitos que son potencialmente complementarios es decir las plataformas públicas de participación online y las plataformas de micromecenazgo de civic crowdfunding. Con ello se pretende activar lo que se conoce como el “plug and fund” (conectar y dotar de fondos) de la democracia digital directa, que persigue estimular la participación, la cultura democrática y el impacto de las propuestas ciudadanas en las políticas públicas, incluyendo diversas fórmulas de financiación.

Estos pilotos trabajan para conseguir además algo que es esencial para la generación de ese Ecosistema de Sinergia que mencionaba más arriba: un modelo de puesta en contacto entre iniciativas privadas de crowdfunding cívico como es Goteo y otras plataformas de participación cívica que podrán juntar fuerzas por ámbito temático —ecológico, social, político—, o por ámbito geográfico, para diseñar, lanzar y potenciar la sinergia entre diferentes iniciativas ciudadanas.

Mares Madrid

Mares es un proyecto piloto innovador de transformación urbana a través de iniciativas de economía social y solidaria, de la creación de empleo de cercanía y de calidad.

El proyecto se desarrolla en torno a la resiliencia urbana y económica, es decir, la capacidad que tenemos las personas junto a las tecnologías y los ecosistemas de adaptarnos ante situaciones no previstas.

Esta propuesta hace referencia a las numerosas experiencias que la ciudadanía ha desarrollado para hacer frente a la crisis: iniciativas de autoempleo, recuperación de espacios en desuso o redes de economía o de apoyo mutuo. Sus objetivos centrales son la creación de empresas, la generación de tejido productivo y comunitario y la promoción de buenas prácticas ciudadanas e institucionales que lleven a una ciudad mucho más sostenible, saludable y cooperativa.

Para ello se centra en cinco sectores diferentes en cuatro distritos de la ciudad de Madrid: movilidad en Vallecas, alimentación en Villaverde, reciclaje en Vicálvaro y energía en Centro. El quinto sector, que atravesará todos los distritos, es el sector de los cuidados que, al igual que la economía social y solidaria, pone en el centro el mantenimiento y la sostenibilidad de la vida. Un elemento extremadamente interesante viene del conjunto de actores que se unen en este proyecto promovido por el Ayuntamiento de Madrid junto a ocho socios: Dinamia, Estudio SIC, Vivero de Iniciativas Ciudadanas, Ecooo, Todo por la Praxis, Agencia para el Empleo, Acción contra el Hambre y Tangente.

En cada uno de los cuatro distritos se activará un espacio dedicado al proyecto, denominado MAR, que servirá de laboratorio de conocimiento y albergará estas nuevas iniciativas productivas. Se trata de edificios y espacios públicos que estaban en desuso, y se van a habilitar y a poner a disposición de la ciudadanía.

Las empresas que saldrán de los Mares tendrán incidencia urbana, promoviendo una ciudad más sostenible, de bajas emisiones, inclusiva. En definitiva, una ciudad para todas las personas.

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