Contigo empezó todo
Las dos Marías en la locura franquista
Dos hermanas de Compostela retaron al franquismo con color y alegría. Las llamaron “locas”, pero la locura estaba a su alrededor.
Maruxa se ajusta el pañuelo verde que le cubre el pelo y, antes de abrir la puerta que da a la calle, se mira en el espejo. Falda roja, zapatos amarillos, el pañuelo y una chaqueta azul por encima de una blusa blanca. Maquillaje sin límites, haciendo que su cara se vea más blanca imposible. Luego contempla a su hermana. Zapatos de tacón blancos, vestido rosa chillón y una cara igual de maquillada pero con más colorete. Estamos en 1950 y el régimen considera que las mujeres deben vestir con recato. Las hermanas Fandiño no dan el perfil. “Hoy estás encantadora, Coralia”. “Y tú, hermana”.
A pesar de ser agosto, estamos en Galicia así que no es raro que el día sea plomizo. Pero, más allá del clima, todos los días en Santiago de Compostela son grises, tristes, aburridos. Así es desde que acabó la guerra y comenzó el imperio del miedo, la monotonía y la sumisión. No es de extrañar que el paseo diario de ‘As Dúas Marías’, ‘Las Dos en Punto’, este par de hermanas a contracorriente, sea todo un acontecimiento, un estallido de color y escándalo entre tanta mediocridad.
Algunos ya se van acostumbrando y las saludan con educación o simplemente hacen caso omiso. Pero la mayoría se quedan boquiabiertos al ver el aspecto de las Fandiño.
Pagaron por tener esos hermanos. Alfonso, quien era secretario general de la Federación Local de Sindicatos de la CNT aquel fatídico 18 de julio de 1936 y ahora está exiliado en Francia. Manuel, en ese momento secretario liberado de la Federación Regional de la Industria Pesquera y que lleva un año en la cárcel. Antonio, miembro de los comités de la Confederación Regional y en prisión desde 1947.
En Porta do Camiño, una señora con abrigo de visón y gafas de sol —aunque no hace ni frío ni sol— pone una mueca entre el disgusto y el asco al verlas pasar a su lado. Coralia, la más joven pero mucho más alta que Maruxa, le dedica su mejor sonrisa. El visón sale corriendo como si hubiera resucitado.
Desde 1936 hasta la detención de Manuel y Antonio, la represión se cebó con Maruxa y Coralia. Los golpistas querían saber dónde se ocultaban los tres hermanos. Les raparon el pelo, las desnudaban en público, las golpeaban, las insultaban —“roxas”, “putas”…—, tiraban sus muebles a la calle, irrumpían en su domicilio de madrugada para nuevos interrogatorios… Las señalaron y nadie más volvió a hacer encargos a su taller de costura. Del hambre, se les notan los huesos de la cara, están escuálidas.
Llegando al Toural, un guardia civil a quien conocen demasiado bien mueve, como es costumbre, la cabeza en señal de desaprobación. Las dos hermanas cambian de acera, es mejor no arriesgarse a revisitar ciertos momentos. Con los estudiantes universitarios la cosa es diferente. Esta tarde, pasan por delante de un grupo de ellos, que les obsequian con los silbidos burlones de rigor. Un atractivo joven moreno se planta delante de ellas y hace unos comentarios galantes. Maruxa, con diferencia la más atrevida de las dos, le corta con un “¡guapo!” y el ademán de tocarle el culo, que el sorprendido estudiante esquiva no sin antes tropezar, para regocijo de sus amigos. Maruxa vuelve a agarrar el brazo de su hermana y emprenden el regreso triunfal a casa.
Las Dos Marías serán personajes centrales en la sociedad compostelana durante décadas, generando el cariño tanto de aquellos que conocían su trágica historia como de los que no. Sin ingresos, sobrevivirán gracias a la ayuda de gente que les compraba comida. En una ocasión, una tormenta les dejaría sin techo en casa y una colecta recogió unas espectaculares 250.000 pesetas para repararlo.
Al terminar el paseo, con la satisfacción del deber cumplido, Coralia y Maruxa se cambian de ropa y se sientan a la mesa para su frugal cena: sopa con un poco de pan. Coralia, que es mujer de pocas palabras, dice su clásica frase a la hora de la cena: “Echo de menos a mis hermanos”.
Se considera que Coralia y Maruxa estaban locas porque vestían como no debían vestir, se maquillaban como no se debían maquillar y se comportaban como no se debían comportar. En Galicia, donde no hubo guerra propiamente dicha, de 1936 a 1939 fueron ejecutadas 4.700 personas por motivos políticos. Más de 28.000 sufrieron persecución judicial. Coralia y Maruxa no mataron ni persiguieron a nadie. No estaban locas, la locura estaba a su alrededor. En los cuarteles del Ejército, en los púlpitos de las iglesias, en los sillones de las instituciones del régimen. Allí estaban los verdaderos locos, los que nunca vestían con colores chillones ni se maquillaban.
A la hora de dormir, en el alma de las hermanas se debaten dos sentimientos. El primero, las ganas de llorar por un pasado y un presente miserables. El segundo, la ilusión por el paseo de mañana por la tarde.
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