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Llevo toda la vida asistiendo al despojo colectivo sin grandes alardes de resistencia. Soy una sana hija del régimen del 78En realidad soy un ser desesperantemente cívico. Llevo toda la vida asistiendo al despojo colectivo sin grandes alardes de resistencia. Toda mi rabia ha sido puntualmente canalizada en votos, artículos de opinión, discusiones con amigos y manifestaciones pacíficas. No magullé ni un cajero automático aunque los bancos arruinaron a un país que después se hipotecó nuevamente para salvarles. No quemé ni media papelera cuando los distintos gobiernos decidieron trocear los derechos sociales para engordar los privilegios de quienes eran ya privilegiados. No me encadené a nada cuando nos colaron la ley mordaza. He pasado muchas veces por delante de las cuevas de Ali Babá sitas en la Calle Génova sin ni siquiera escupir. Soy una sana hija del régimen del 78.
Formo parte de la primera generación que nació en democracia. He sido socializada en una impotencia afable. Nosotras, que crecimos sintiéndonos más o menos a salvo, hemos ido perdiendo las certezas gradualmente y sin estruendo. Protestábamos sí, en manifestaciones en horario no laboral ni lectivo, barruntábamos otros mundos posibles en asambleas o bares. Y los años pasaban. El 15m fue una sana disrupción a todo eso. Si queréis cambios votad, insistían. Cread un partido y votadlo, maquinaban. Para votar no hace falta mucho tiempo, solo lleva un ratito cada dos o cuatro años. Tú vota y a ver qué pasa. Ha pasado de todo. Y con todo hemos tragado. Mucho de lo que nos parecía intolerable permeó lo posible y se hizo status quo.Voy en el autobús, afuera hay sol y duermen las luces navideñas esperando la noche. Sé que la ciudad está llena de gente que quiere algo distinto a lo que hay. Pero no tiene tiempo para pelear por ello. La ciudad está llena de gente que quisiera defender su dignidad ante las élites que la crisis engordó, emprenderla a patadas contra las puertas cerradas de los pisos vacíos convertidos en carroña para buitres. Pero nos faltan las agallas.
En realidad esto no es cierto: en todas las ciudades están quienes paran desahucios, quienes bloquean los engranajes de la banalidad del mal con su solidaridad férrea. Están quienes le plantan cara al miedo al despido, al temor de ser multadas, o incluso detenidas. Están quienes entretejen sus precariedades para crear resistencia y abrigo. No reconocer eso, esas semillas de un bosque nuevo, sería injusto y ciego, sería perpetrarse tras el fatalismo ombliguista y acomodaticio del nihilismo. Pero esas resistencias que admiramos, esos árboles que prometen otros frutos, ¿podrán hacer bosque o solo los miramos embelesadas para no tener que afrontar la maraña que tiembla atrás, mientras llegan los monstruos?
Para parar a quienes quieren hacer pasar el racismo y la misoginia por opciones políticas respetables hace falta tiempo, y sobretodo agallas
Para echar a las casas de apuestas de los barrios hace falta tiempo, y sobretodo agallas. Para parar a quienes quieren hacer pasar el racismo y la misoginia por opciones políticas respetables, para confrontar al vecino que piensa que el feminismo es el origen de todos sus males, para rebatir a la pasajera que increpa en el metro contra los inmigrantes, para escrachar a quienes salen siempre impunes nos sobran las prisas, pero también nos sobra nuestro apacible civismo.
Se viene otra crisis económica, la existencia de mucha gente pende de un hilo. Sin el colchón familiar, gran parte de la población caería al vacío. Trabajar no nos alcanza para llegar a fin de mes, los anuncios de las inmobiliarias lucen precios que son para gente de otro mundo. Como si la desposesión capitalista no fuera suficiente, tenemos que soportar un facherío más envalentonado cada día, idiotas que compiten para ver quién dice la frase que contenga más abismo. Y aquí seguimos. Ciertamente preocupados, admirando con fascinada impotencia como se acerca la tormenta.Bajo del autobús, la casa de apuestas número 25 me recibe. Sobre su oscura cristalera se refleja un cielo azul de invierno, no hay rastro de las borrascas que los titulares anuncian. Y sin embargo, aquí huele a nubarrón oscuro. De niña me dijeron que cuando llueve fuerte, ponerse a correr solo sirve para empaparse hasta los huesos. Será que hace falta tiempo para poder mapear la tormenta, será que hacen falta agallas para enfrentar el aguacero y no dejarse intimidar por los potenciales truenos. Así que eso nos deseo: tiempo y agallas para no seguir perdiendo.Relacionadas
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Bravísima y tan acertada!!! Nos sobra miedo, civismo y tolerancia frente a quienes nos desposeen de futuro, los intolerantes y los que atacan sin civismo ni miedo!!! Qué maravilla de artículo!!
Creo que se os ha colado una errata en la segunda frase: me "rebelo", no me "revelo". Vale la pena cuidar y escribir bien esa palabra... ;)