Racismo
Del amor y el antirracismo en tiempos de rabia (I)
¿Cómo y por qué atrevernos a hablar del amor y el antirracismo decolonial en estos tiempos de rabia desorganizada?

Hace varios días, algunas voces de la izquierda española criticaban fuertemente a algunos de sus ‘referentes’ por un escrito en el que defendían el llamado Decreto Dignidad aprobado por el gobierno italiano de Salvini, sin tener en cuenta su carácter neofascista. Las reacciones fueron previsibles, aunque paradójicas. Temerosas del auge de los neofascismos que se expanden en Europa, muchas de estas críticas resumían en palabras una advertencia ya conocida sobre las posibles consecuencias de esta ceguera en el seno de cierta izquierda: antes de votar por la copia, se votará siempre por el original. Pero, ¿y si no se tratase de una copia? Lo que nos preocupa, y lo que es aún más grave, es que estos dos supuestos tratan de versiones distintas de la misma estructura racista europea. A la izquierda española le encanta circunscribir el racismo a la extrema derecha, a una izquierda no tan a la izquierda como ella o, por último, reducirlo a un problema de clase.
Evidentemente, parte del problema de la izquierda, ahora en estado de shock, recae en su incapacidad para enfrentarse con los límites del racionalismo europeo y de señalar bajo sus pies la estructura racista en la que se encuentra enraizada.
El hecho de que, desde este campo político, prefieran mantener intactos los nervios vitales de esa estructura es una posición política que para las comunidades racializadas y provenientes de la migración poscolonial se traduce en el mantenimiento de un sistema que las empuja hacia una muerte prematura.
Sería más beneficioso que dejaran de mantener la falsa idea de que el neofascismo europeo viene siendo construido de forma externa a sus lógicas progresistas. La historia nos ha enseñado que éste no es más que la continuidad lógica de la colonialidad y de las ideologías racistas existentes ya a inicios de la Modernidad. No existen nuevas atrocidades que la civilización cristiana occidental no haya practicado contra las comunidades y pueblos racializados en todas partes del mundo para gobernarlo, escribía W.E.B. DuBois en relación al desarrollo de los fascismos europeos. En este contexto no podemos evitar cuestionar la normalización cómplice de tal grado de superioridad construida en torno de la UE para dejar al menos 13.000 muertes en sus fronteras marítimas durante los últimos cuatro años.
Lo último que necesitamos es un ejercicio de demagogia racista por parte de una izquierda encerrada en su eurocentrismo. Cuando hablamos de esa izquierda, hacemos una observación amplia y no señalamos con un dedo moralizador a individuos y militantes que siendo sensibles y honestos trabajan decolonialmente dentro de sus espacios. Por otra parte, sabemos que cuestionar el racionalismo instrumental no es tarea fácil, está impregnado en todo lo que tocamos, en todo lo que somos. ¿Cómo y por qué atrevernos a hablar, entonces, del amor y el antirracismo decolonial en estos nuestros tiempos de rabia desorganizada?
Descolonizar la idea de raza
Somos conscientes de que la izquierda, por ocupar el lugar de la blanquitud, evita que abordemos la cuestión racial. Pero también somos conscientes de que una pieza clave para el mantenimiento del racismo es la ocultación de la noción de raza. Sobre todo hoy en día, cuando los neofascismos europeos adquieren mas poder y visibilidad, se vuelve imprescindible entender las estructuras existentes de poder de la blanquitud dentro de los Estados y de las instituciones. Por eso creemos que urge hablar de ella y entenderla como la construcción de una jerarquización a nivel global a partir del colonialismo moderno, cuyas consecuencias determinan la modalidad de vida de toda la población mundial. Desde una propuesta decolonial, debemos poner primero en el centro a la Modernidad europea como productor de los procesos de racialización y al capitalismo como su sistema económico. La colonialidad requiere una continua deshumanización de las comunidades humanas designadas como no blancas a través de las prácticas políticas en torno a la idea de raza. El daltonismo y la negación de las consecuencias reales de la idea de raza solo perpetúan el racismo.
El racismo es estructural e inherente al complejo sistema-mundo, atraviesa todas las dimensiones de las expresiones de vida, incluidas las producciones de conocimiento, las formas de entender el mundo, y las relaciones intersubjetivas.
Históricamente, las prácticas de hegemonía fueron construidas alrededor de una posición hiperhumanizada, racializada como blanca, y antagónica a otras posiciones racializadas como inferiores, subhumanizadas, animalizadas, muchas despojadas del derecho a la vida. Durante siglos, la población de las ex-colonias del imperio español y de los otros imperios europeos fueron jerarquizadas y marcadas en torno a la idea de raza. Esto dejó una herida tan profunda en nuestra existencia real y subjetiva hasta el punto de empezar a vernos a través de la mirada colonial, racializadora. En consecuencia, la racialización también ha condicionado nuestra capacidad de entender quiénes fuimos, y entender quiénes podemos lograr ser.
En términos políticos, la cuestión racial es una relación de poder institucionalizada por los Estados modernos. Sadri Khiari, intelectual decolonial tunecino, dirá que mientras las razas dominantes luchan por preservar su poder y privilegios derivados de éste, las razas construidas como inferiores intentan pertenecer al grupo dominante, o al menos, intentan escalar en la jerarquía racial. Así pues, la condición racial es inseparable de la cuestión de poder. Para Stokely Carmichael, el estado es una abstracción que se concretiza en sus instituciones, y es el racismo de Estado que a través de ellas mantiene a las comunidades racializadas en el fondo de la jerarquía racial: “la sociedad o finge no saber de esta última situación, o es en realidad incapaz de hacer algo significativo sobre ella”. Desde nuestra experiencia, sabemos que el Estado es el que otorga o despoja humanidad en tanto productor de ciudadanía y regularizador del orden económico según lógicas racializantes. Es cierto que los mitos sociales e históricos propios de la colonialidad del estado español han adaptado el poder dominante, invisibilizando la cuestión racial y haciendo del racismo una cuestión interpersonal de carácter moral.
Por otro lado, la historia colonial española ha construido la racialización de los sujetos blancos y los sujetos coloniales de forma heterogénea y estos no ocupan una misma posición. Sin embargo, no ha existido ningún momento en la historia de España, en el que las comunidades racializadas hayan dejado de ser estigmatizadas, perseguidas, explotadas o despojadas. Del mismo modo, es importante tener en cuenta los aspectos particulares de la racialización en nuestras comunidades de origen. Por ejemplo, algunas veces, lo migrante, de forma “abstracta” no termina por definir las ideas de negro, indio o moro. Descolonizar la idea de raza implicaría entender entonces, que la lucha antirracista no busca una igualdad racial, sino poner fin a las prácticas de racialización, tanto a nivel institucional, como a nivel intersubjetivo. La blanquitud, como posición e identidad dominante, no puede ser reinvindicada.
Analizar y denunciar el racismo de Estado desde una perspectiva decolonial.
Revisar la construcción ideológica del Imperio español, su historia colonial y sus pervivencias, rastreando el origen de las relaciones de dominación y opresión que enfrentan las comunidades racializadas y/o provenientes de la migración postcolonial.
Desvelar las heterarquías del poder moderno en torno a la raza, la clase, el género, la sexualidad, la espiritualidad…
Afianzar las condiciones de posibilidad para el desarrollo de un antirracismo político en el Estado español.
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