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Es el último destino para los viajeros que buscan paisajes impresionantes. Islandia, una isla del Atlántico norte en la que viven 335.000 personas, en 2017 recibió a más de dos millones de turistas. El turismo se ha convertido ya en la principal fuente de ingresos del país, por delante de la pesca secular y la industria del aluminio. Un hecho que podría cambiar la cara del país y de su exuberante naturaleza, una tierra de fuego y hielo.
Islandia confía en la seguridad, con un índice de criminalidad cercano a cero, para posicionarse como un “refugio seguro”, lejos de las amenazas de terrorismo que marcan el Mediterráneo. El dinamismo del sector aéreo, la llegada de nuevos jugadores y el aumento de la competitividad de las tarifas son factores que impulsan al país a la vanguardia en el sector turístico. Las casas de huéspedes se multiplican, ofreciendo una segunda vida a granjas abandonadas, repoblando territorios que habían quedado desiertos.
Sin embargo, el auge del turismo plantea serios desafíos para el país. La infraestructura vial no sigue el ritmo de crecimiento del sector turístico, los hoteles están saturados, la explosión de Airbnb ha elevado el precio de las viviendas en la capital, provocando que los habitantes de la ciudad ahora tengan que luchar por encontrar un techo. Los jóvenes que no pueden encontrar un lugar para vivir abandonan el país, la brecha entre generaciones se está ampliando.
Frente a esta situación, las autoridades trabajan para asegurar el establecimiento de las instalaciones que sean necesarias para recibir a los turistas. Faltan aseos, aparcamientos y letreros. Sitios que antes eran poco visitados ahora se ven asaltados por autobuses turísticos y coches de alquiler. Los turistas que van por su cuenta no advierten la extrema fragilidad de los lugares que visitan. Los riesgos son tales que se ha creado un grupo de trabajo para anticiparse a los problemas que prevén que provocarán los turistas en las próximas décadas.
Se implementan medios para canalizar los flujos turísticos en todo el territorio, para limitar el número de visitantes admitidos en la isla durante todo el año, distribuir las masas y desarrollar los sitios más vulnerables. Estas medidas pueden reducir la presión del turismo en algunos lugares específicos, pero también controlar mejor el impacto ambiental de este turismo ahora masivo.
Frente a esta afluencia de turistas cada vez mayor, el gobierno islandés está planteando soluciones que permitan al país seguir beneficiándose de los ingresos generados por el turismo y, al mismo tiempo, preservar sus sitios naturales. Han implementado medidas que tienen como objetivo canalizar los flujos turísticos por todo el territorio y limitar el número de visitantes admitidos en la isla. Medidas con las que reducir la presión del turismo en algunos lugares específicos y controlar mejor el impacto ambiental de este turismo que se ha vuelto masivo.
El modelo económico de la isla es frágil. Muchos economistas temen que el turismo pierda impulso o
incluso caiga en unos pocos años, antes de que la isla lo aproveche para diversificar sus actividades. Desde el principio, este auge del turismo, especialmente en lo que respecta al de invierno, está directamente vinculado a las redes sociales. Si se vuelven en contra del turismo en Islandia, los efectos se sentirían muy rápidamente. La reputación de un destino es más fácil de destruir que de construir.
Visitar un territorio que inspire integridad ecológica debe ir acompañado de prácticas que promuevan la protección de esta integridad, tanto en la oferta de actividades turísticas como de las opciones para descubrir la isla. La urgencia de la situación implica actuar rápida y adecuadamente para preservar tanto las características naturales como el aspecto de los espacios.
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El impacto ambiental de los millones de vuelos de grandes aviones repletos de turistas y fugitivos, no es despreciable en la crisis climática que sufrimos.
Me dan pena los islandeses, van a odiar el turismo y van a tener que huir de su propio país.