Trabajo invisible que mueve el mundo

El 30 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Trabajadora del Hogar. Este año, las circunstancias excepcionales de la crisis del coronavirus han situado en el foco de atención los cuidados y toda la imprescindible y precaria red que los hace posibles. Según CC OO, en Extremadura 20.000 personas se dedican a este sector. Las evaluaciones del sindicato apuntan a que solo una de cada cuatro personas está afiliada a la Seguridad Social.


Mujer hogar
David F. Sabadell Una trabajadora de hogar, limpiando las ventanas.

María se levanta muy temprano. Antes de que empiece el día del resto de la familia, ella ya ha restablecido un cierto orden en la casa: esas zapatillas de por medio, aquellos cojines chafados, el último cigarro del cenicero. Como por arte de magia, cuando los demás aparecen todo ha vuelto a su sitio, ¡como si cada cosa, abracadabra, tuviera el suyo! El desayuno cae en la boca abierta de unos ojos todavía cerrados, miembros que se desperezan entorpeciendo el trasiego del cerebro materno en modo multitarea. Los niños salen camino del colegio como por inercia. Vuelta a casa, café en vena y en marcha al curro. Todo lo narrado era solo la vida.

Lleva quince años trabajando en otros hogares, prácticamente desde que terminó la E.G.B. Al principio se ocupó de los niños de una “familia bien” en la ciudad, una experiencia que le enseñó otro mundo y de la que guarda un buen recuerdo propio de la juventud. La chicas jóvenes de pueblo de familias humildes eran hasta hace nada el servicio doméstico de la gente acomodada de la ciudad. Parece otro mundo (tal vez lo sea), pero esto era así hasta que la globalización de los cuidados sustituyera a la chica pobre de pueblo por la chica pobre de otro país. Esa es otra historia.

Con el tiempo, María volvió a su pueblo cacereño, uno de tantos que en la última década se han convertido, de facto, en residencias de ancianos que viven en sus propias casas. Así pues, encontró el sustento atendiendo a los abuelos que requieren de una ayuda para algunas labores cotidianas, o para todas. Limpiar la casa, hacer la compra, cuidar del aseo personal, incluso pasear a las mascotas y llevar controlada la medicación. Se ocupa de varias casas y está contenta. Al fin y al cabo -nos cuenta-, trabaja para ella, cosa que agradece, y además dispone de flexibilidad horaria, lo que le permite organizar su trabajo para que el día (y el sueldo) le cunda. A simple vista se puede decir que su labor es indispensable. Pero el problema de María es, precisamente, la falta de visibilidad.

A simple vista se puede decir que su labor es indispensable. Pero el problema de María es, precisamente, la falta de visibilidad

Según un estudio de Oxfam Intermón y del Laboratorio de Derecho Social de la Universidad Carlos III de Madrid, son 630.000 las trabajadoras del hogar en España, una gran parte de ellas sin contrato de trabajo o con contratos que cubren solo parcialmente su jornada laboral. Tanto es así que, si su trabajo fuera remunerado de acuerdo con la Ley, las trabajadoras del hogar supondrían el 2,8% del PIB. Este dato ha aumentado imparablemente en los últimos años, cuestión que choca de lleno con la disminución de las trabajadoras registradas en la Seguridad Social desde 2015. Entre estos registros y la Encuesta de Población Activa (EPA) hay una disparidad de más de 10.000 trabajadoras, mientras que el informe antes citado eleva hasta 165.000 el número de trabajadoras que no cotizan a la Seguridad Social.

Pancarta 8M Bilbao
“Limpiamos vuestra mierda y nos dejáis en la miseria", pancarta del 8M de 2020. Hordago El Salto

La cuestión es compleja. La falta de contrato expone a la más absoluta precariedad a las trabajadoras del hogar y, sin embargo, aquellas que han conseguido regularizar su situación se ven atadas a salarios muy bajos y a la dificultad para acogerse a prestaciones sociales que complementen sus insuficientes ingresos. Es la situación de Ana, otra trabajadora del hogar que, como María, prefiere mantener el anonimato. En su caso, al dinero proveniente del cuidado de ancianos puede sumar los 150 euros mensuales que recibe de su exmarido en concepto de pensión alimenticia de paternidad. Este es su cuarto año como empleada del hogar, un trabajo del que puede contar, en su mayoría, experiencias positivas, pero que no le ofrece estabilidad y en el que algunas veces se ha sentido más como una criada que como una trabajadora.

El día que se presentó el Decreto que establecía el confinamiento, Ana llevaba ya un mes sin trabajar. No es algo nuevo, sino una constante. Hay veces que la persona atendida muere, pues la mayoría son muy mayores, y otras que simplemente su trabajo hace de puente mientras las personas dependientes encuentran plaza en una residencia geriátrica. De nuevo, Ana percibe su labor como imprescindible a todas luces, y las tareas que desempeña, vitales, lo que convierte en un sinsentido su sueldo. Pero el sinsentido se explica en la feminización de los cuidados y su falta de reconocimiento social e institucional.

Ana percibe su labor como imprescindible a todas luces, y las tareas que desempeña, vitales, lo que convierte en un sinsentido su sueldo

El futuro inmediato no le ofrece ni a Ana ni a María perspectivas muy halagüeñas. El “escudo social”, anunciado por el Gobierno para hacer frente a la crisis derivada de la epidemia del coronavirus, no contempla la realidad del trabajo informal, pese a que este se encuentre perfectamente integrado en el engranaje productivo y garantice, como en el caso de los cuidados, la reproducción social. Esta invisibilidad de los cuidados es consecuencia, tal y como muestra el estudio de Oxfam Intermón, del deficiente desarrollo de lo que hace unos años fue conceptualizado como “el cuarto pilar del Estado de Bienestar”, es decir, la Dependencia.

La otra historia

Carla Chavarría, natural de Honduras, va a cumplir cuatro años desde su llegada a España. Vive en Cáceres y es trabajadora del hogar. “Emigré en noviembre de 2016 a España, trabajaba como funcionaria pública, pero renuncié debido a la criminalidad e inseguridad de mi país buscando mejor vida. Vienes aquí a algo incierto y desconocido. El trabajo del hogar es fácil de encontrar, por lo que comencé a trabajar nada más llegar. He tenido varios empleadores con buenas, malas y malísimas experiencias”.

Ahora, gracias a una buena persona, se ocupa como interna del cuidado de una anciana con alzhéimer. Entra los domingos a las diez de la noche y sale el viernes a las nueve. A raíz de la crisis sanitaria, vive confinada con la persona que cuida. “Es muy preocupante porque tengo la responsabilidad de la vida de la persona a la que cuido, literalmente su vida depende de mí. Yo tengo que hacer la compra e ir a la farmacia, estoy expuesta. Quisiera estar en mi casa, segura, sin salir. Te agobias mucho porque no hablas con nadie, estar con una persona con la que no puedes hablar también te afecta mucho. Hay momentos en que me veo psicológicamente afectada. Luego está el duelo de no estar con los míos, y agrava más la situación, porque ellos también están expuestos al COVID-19, que no perdona distancias ni razas. Los míos están expuestos, y yo aquí. Tienes una guerra mental y psicológica”.

Aunque trabaja con una persona de alto riesgo, no ha recibido ninguna instrucción por parte del Sistema de Salud

Aunque trabaja con una persona de alto riesgo, no ha recibido ninguna instrucción por parte del Sistema de Salud. Se proveyó de mascarillas y guantes para protegerse. Asegura que sus compañeras están desprotegidas y que ha tenido que diseñar su propio protocolo de higiene. Aun estando confinada y en esta situación laboral, asegura que hay compañeras en peores condiciones: “somos aproximadamente 650.000 empleadas del hogar de las cuales 420.000 estamos dadas de alta. Lo demás es economía sumergida”.

Trabajo domestico
El trabajo interno lo realizan principalmente mujeres, muchas de ellas migradas. Álvaro Minguito

Según CCOO, en Extremadura 20.000 personas se dedican a este sector. Las evaluaciones del sindicato apuntan a que solo una de cada cuatro personas está afiliada a la Seguridad Social. “Sé de casos de compañeras que dejan a sus hijos solos para poder salir a trabajar. En Madrid hay una chica que trabaja de limpiadora en un hospital que está dándole de comer a personas con COVID y deja a su niño de 11 años solito con sus compañeras de piso. Parece que ahora las sinpapeles y las trabajadoras domésticas somos útiles cuando nunca nos han querido limpiando casas ni hoteles”. Quizá, la mayor prueba de la precarización que sufren sea que en plena crisis sean ellas, precisamente ellas, las que reciban ofertas de trabajo. “Nunca hemos entrado en sus preferencias y ahora nos llaman hasta para el Hospital de Cáceres, aun no teniendo papeles ni títulos de sociosanitarias”.

Si bien en las crisis se agudizan las desigualdades, rara vez las demandas de los colectivos son nuevas. Las trabajadoras del hogar llevan años pidiendo que España ratifique, como Alemania, Portugal o Italia, el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Están desamparadas hasta en pleno estado de alarma. El Gobierno no ha tenido consideración con la relación laboral de carácter especial en el servicio del hogar familiar que, ya de por sí, es una relación con pocas garantías y con desigualdades injustificadas respecto al resto de regímenes laborales, tal y como denuncia la Asociación Libre de Abogadas y Abogados. “No quiero entrar en heridas y cosas del pasado, pero aquí todavía está la mentalidad de la esclavitud, de la colonización. Nosotras trabajamos para las clases pudientes, se supone que ellos tendrían que pagarnos mejor porque nosotras estamos en regímenes especiales. Si fallece la persona, nos quedamos sin trabajo. Esto es cuestión de clases sociales, de discriminación, de xenofobia”.

Según CCOO, en Extremadura 20.000 personas se dedican a este sector. Las evaluaciones del sindicato apuntan a que solo una de cada cuatro personas está afiliada a la Seguridad Social

Tales son sus experiencias que han decidido organizarse. Tejen redes de solidaridad y defensa a través de la reciente Asociación Extremeña de Personas Trabajadoras del Hogar. Todavía tienen pendiente formalizar sus estatutos, pero ya han conseguido su objetivo más acuciante: ser visibles. “Dada la emergencia contacté con mis compañeras y hemos recargado pilas. Estamos en un grupo de WhatsApp haciendo recuento de necesidades. En Extremadura no hay asociaciones y nosotras estamos en proceso de elaborar estatutos, estamos a medias, pero trabajamos por nuestro bienestar”.

«Dejamos a los nuestros para cuidar de los tuyos», señalaba el lema que utilizó la Asociación Extremeña de Personas Trabajadoras del Hogar el año pasado por estas mismas fechas. Un lema que podría firmar Palmira. Ella trabaja en Extremadura, y vino -sola- hace muchos años desde Guatemala. No ha parado de trabajar desde que aterrizó en España. “Para mucha gente ser trabajadora del hogar es indigno. Así, los empleadores piensan que son dueños de tu vida, que pueden disponer de ti. Consideran que tú no tienes vida”. Poco le importó la consideración de su trabajo con tal de sacar adelante a su familia.

“Las instituciones públicas no quieren controlar el sector, no porque tengan un concepto equivocado de lo que es el trabajo del hogar, sino porque les sale más barato", señala Isabel Otxoa

Al principio era muy considerada, inocente. Creía en la bondad de las personas. Sin embargo, hoy, después de haber trabajado casi una década al servicio de un hombre mayor, está despedida. Casualidades de la vida, un primo de Palmira había viajado a uno de los países afectados por los contagios, en pleno epicentro de la pandemia, por lo que regresó a Extremadura antes de que cerraran las fronteras. “Cuando se lo conté a la familia de mi cuidado, ni te imaginas cómo se pusieron. Me dijeron que cómo era tan irresponsable. No me preguntaron qué tal estaba mi primo, ni yo, solo se preocupaban por cómo podía afectarle eso a la persona que cuidaba. Estás despedida, me dijeron. Y colgaron el teléfono”.

Ahora, como todas las trabajadoras del hogar, no tiene derecho a paro. “A nosotras nos pueden despedir cuando quieran, echarnos a la calle. Abusan de la empleada del hogar. No tenemos dónde ampararnos. Desde que llegué no he hecho otra cosa que no sea trabajar, he pagado mis impuestos, tengo una hipoteca, imagino que tenemos derecho a algo cuando nos despiden”. Recuerda amargamente cómo las palabras de un amigo se vuelven realidad: “tú estás trabajando, pero el día en que no te necesiten, te despedirán sin pena alguna”. Y así fue, porque como dice Isabel Otxoa: “las instituciones públicas no quieren controlar el sector, no porque tengan un concepto equivocado de lo que es el trabajo del hogar, sino porque les sale más barato (...) El empleo del hogar sin derechos es una fórmula de ahorro en gasto social”.

¿Cambiará la percepción social acerca de las trabajadoras del hogar cuando todo vuelva a la normalidad? Por redes sociales circulan mensajes esperanzadores, “valoraremos lo importante cuando todo esto acabe”, dicen. Palmira no lo cree, y Karla tiene dudas: “Leo mucho las redes sociales y dicen que seremos mejores personas. Una compañera de Cáceres comentó las declaraciones de VOX sobre inmigración preguntándose cómo era posible que esta crisis no tocase corazones. Ni te imaginas la cantidad de ofensas e insultos que recibió. Los empleadores te utilizan, te contratan 8 horas con pernocta, somos vistas como peones, objetos, no como personas con sentimientos. Nosotras lo llamamos esclavitud moderna. No hay otro nombre. Así nos ven por mucho que estemos en la Seguridad Social. Aunque te paguen bien y tengas derechos, sigues siendo esclava. El 25 de diciembre están todos con sus familias y nosotras cuidando a sus mayores. Es muy fuerte. No seremos valoradas a no ser que el Ministerio de Trabajo nos dé lo que merecemos. Este mundo está enfermo en muchos sentidos y parece que esto no va a cambiarlo”. 

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