Economía social y solidaria
La pequeña producción vuelve a la casilla de salida

La crisis del coronavirus ha puesto al límite a muchos pequeños proyectos productivos y microempresas de la Economía Social y Solidaria en el sector de la alimentación. Lucía Sáez, quesera artesanal de Torremocha de Jarama, en Madrid, nos lo cuenta en primera persona.

Elaboración de queso artesanal
Elaboración de queso artesanal ©@laproyectoradeideas
8 may 2020 09:00

Siempre deseé usar mis manos para trabajar, ligada a la tierra. Después de estudiar Biología a punto estuve de tirar por la borda ese sentimiento y encerrarme para siempre en un despacho, pero un día (que, en realidad, fueron meses) el cielo se puso tan gris y mi cuerpo tan enfermo que tuve el motivo perfecto para hacerle caso a esa utopía que hacía eco en mi interior.

La utopía era concisa, tenía rasgos propios: quería dedicarme a hacer algo relevante para la sociedad, pero no desde el podio de la prepotencia universitaria, sino más bien algo tangible, algo que llevarse a la boca. Así que, pensando qué era lo que sabía hacer, me vi haciendo de mi mayor pasión mi profesión: yo, de mayor, sería quesera.

Me lancé a la búsqueda de un compañero de camino guiada por el denostado “feeling” y en ese pálpito encontré a una persona que después se convirtió en socio, y que ahora es un amigo con el que comparto un proyecto. Juntos decidimos ser queseros, pero cuando empezamos a dibujar nuestro sueño -y aunque roce el absurdo voy a escribir esta frase- no sabíamos que para ello tendríamos que montar una empresa. 

Remodelamos un espacio inhóspito e inadecuado, le dimos los acabados necesarios para la salubridad del proceso y colmamos de manos amigas cada una de las rozas y remates. Teníamos la quesería, los medios de producción a nuestro servicio, pero nos faltaba tejer mimbres de realismo: hacienda, seguridad social, prevención de riesgos, sanidad, medio ambiente, declaraciones, papeles, bancos, dineros. Tantos y tantos trámites necesarios, los mismos que si nuestro objetivo fuera levantar un emporio, una gran industria.

Por fín, tras un arduo camino de papeles y pagos por adelantado, nos convertimos en emprendedores. Y eso que nosotros veníamos pensando que no comenzábamos nada, sino que tomábamos el relevo de aquellas personas pioneras a las que les dio por pensar en cómo conservar la leche para consumirla cuando hiciera falta y dieron con la alquimia a la que debemos este  placer culinario.

Dentro de nuestra burbuja nos movemos a placer: fermentaciones, mohos, cortezas, pruebas, cuajada, suero. Todo el día de pie, usando nuestro cuerpo, nuestras manos y nuestros sentidos para elaborar algo real y necesario, ahí abajito en la pirámide de Maslow. El producto de nuestro esfuerzo y atención convertido en alimento y placer para muchas personas. 

La tormenta del coronavirus

Tres años se cumplen justo este mes desde que iniciáramos nuestro camino de artesanía y, sin querer, también el de emprender. La RAE define este último como <<Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro>>

La dificultad es ese palito en la rueda de la creatividad que te sacude cuando empiezas a adormecerte con el traqueteo amable del recorrido. Si no, estaríamos perdidas. Pero claro, nunca puede ser más grande el palo que la rueda del carro. En una comparativa absurda, veo la inmensa crisis en la que andamos inmersas como el gran tronco que ha caído en el camino que va desde la puerta de nuestro obrador hasta tu mesa. Y en las últimas semanas no dejamos de pensar en cómo soslayar este bache, cómo hacer para  al menos  llegar a vuestras casas, con dificultad, más despacito, pero llegar, LLEGAR.

Porque ese obrador, en el que entre cuajadas hemos dibujado nuestro cuento de queseros, es también un sumidero de recursos tangibles y que tan sólo se pagan con dinero. Levantar el cierre requiere miles de euros mensuales en forma de contribuciones a la seguridad social, suministros, abastecimiento de materias primas, alquiler, seguros (hasta 5) por si por si por si, registros, analíticas, cuotas asociativas, tasas… Y dos grandes gastos: nuestra rica leche, de unas gentes buenas y trabajadoras para las que no existe ni virus ni cuarentena que cierre sus pastos; y los salarios, que en nuestros sueños ni se perfilaban como algo importante y que ahora se convierten en instrumento de supervivencia.

Cuando toda esta tormenta estalló, sentimos miedo. Supongo que como todo el mundo. Hemos atravesado todos los estados de ánimo, desde el agobio por una quesería llena de producto listo para las ferias de bienvenida de la primavera, a la angustia por un entorno personal devastado por un peligro tan invisible como destructivo. Un proyecto con sólo cuatro manos tiene difícil mantenerse cuando no queda alternativa más que debatirse entre persona o empresa, entre cuidar o producir, entre precaver confinada o atreverse alimentando.

Los caminos, muchos de los canales de comercialización habituales (ferias, mercados, tiendas de barrio y especializadas, restaurantes), se han llenado de troncos. Y es que, a pesar del importante apoyo de muchas personas y colectivos cercanos, nuestro carro sólo puede ser conducido y reparado por nosotros. Por cuatro manos que, además, tienen  familia. Dos, en realidad. En estos tres años habíamos creado una red y un lenguaje que nos permitía estar conectados con muchas mesas.  En una simbiosis equilibrada (con sus cosas), las gentes se movían hacia su alimento. En esta etapa que atravesamos, somos las productoras quienes hemos de llegar hasta cada una de esas mesas, una a una, mano a mano. Nuestros tiempos son los mismos, nuestra capacidad también.

¿Cuidar o alimentar?

En este momento de crisis a los sectores primario y agroalimentario se nos considera más que nunca como fundamentales: lo somos, y ya veréis cuánto cuando comiencen a escasear todas esas provisiones que vienen de fuera, cargadas de CO2 y de injusticia socioambiental. Poco a poco se va pensando en la pequeña producción agroalimentaria y se plantean algunas medidas para apoyarnos, aunque está por ver si serán efectivas, y hay muchas más que se podrían adoptar para garantizar la continuidad de pequeños proyectos y explotaciones y del comercio de proximidad.

Pero por imprescindibles que seamos, quienes producimos también tenemos un entorno personal, familias que están sufriendo, que se han llevado golpes profundos, que requieren de cuidados. A veces, y menos mal, dejamos de ser superhéroes y superheroínas. Y sufrimos. No sólo por no poder pagar las facturas, que también y mucho, sino porque la vida (y la muerte, desgraciada y desgarradoramente) debería estar en el centro y se nos hace imposible en este contexto aunque sea (dicen), nuestro momento: el de las pequeñas productoras a las que han ignorado, vapuleado y menospreciado mientras grandes producciones e importaciones industriales plagadas de sustancias indebidas se adueñaban de las neveras de las familias. Y he aquí nuestro dilema: ¿hija o quesera? ¿nieta o emprendedora? Aunque nos hayan robado el mes de abril, por favor, que no nos deshumanicen.

¿Vuelta a la casilla de salida?

Y así, con el corazón encogido, seguimos trabajando. Sorteando obstáculos. Asumiendo que estamos en la cuenta atrás que marcan los dígitos de una cuenta corriente (de banca ética, claro) que se va agotando porque la máquina de triturar pequeños proyectos (los gastos) sigue su curso y la demanda de los hogares no logra llenarla lo suficiente. Porque las cuatro manos no consiguen hacer lo que antes hacía una red social y de consumo responsable en plena forma. Porque cuando esos números se agoten no habrá más que hacer. Ya una vez, hace tres años, invertimos todo lo que teníamos en construir algo que mereciera la pena. Sólo nos quedará volver a la casilla de salida y valorar las fuerzas que nos quedan para volver a tirar el dado.

Una cuenta atrás que sólo puede frenarse desde cada uno de vuestros hogares, pero también desde esos despachos en los que han de entender que una cadena es más resistente y más fácil de desinfectar cuantos menos eslabones tiene.

Encerrada en casa planeo la próxima elaboración de queso mientras tejo una falda. Un tributo a la persona que me legó una caja llena de botones y el gusto de crear con ayuda de una aguja y toda una tarde por delante.

 A mi abuela y a todas las personas que esta crisis se llevó por delante.


Sobre este blog
Saltamontes es un espacio ecofeminista para la difusión y el diálogo en torno al buen vivir. Que vivamos bien todas y todos y en cualquier lugar del mundo, se entiende. También es un espacio para reflexionar acerca de la naturaleza, sus límites y el modo en que nos relacionamos con nuestro entorno. Aquí encontrarás textos sobre economía, extractivismo, consumo, ciencia y hasta cine. Artículos sobre lugares desde donde se fortalece cada día el capitalismo, que son muchos, y sobre lugares desde donde se construyen alternativas, que cada vez son más. Queremos dialogar desde el ecofeminismo, porque pensamos que es necesario anteponer el cuidado de lo vivo a la lógica ecocida que nos coloniza cada día.
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#61872
28/5/2020 9:26

Escribes muy muy bien, yo no descartaría emprender por ese camino también. Mucha fuerza.

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#59761
8/5/2020 16:05

Precioso artículo, y además, a mi juicio, un retrato fiel de lo que supone emprender, más difícil aún si cabe en los tiempos que corren

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#59719
8/5/2020 10:39

Que hermoso

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