Constelación del Común: 45 iniciativas que ponen la vida en común en el centro

”En común” se ha convertido en la referencia que mejor define las alternativas actuales al neoliberalismo. La Constelación de los Comunes, un proyecto audiovisual y un libro, ambos libres, muestran la realidad de casi 50 proyectos que ponen la vida en común en el centro.

Residencias autogestionadas de mayores
La residencia autogestionada de Trabensol es una de las 50 iniciativas mapeadas en el proyecto la Constelación del Común.
2 feb 2020 04:47

No parece descabellado proponer que “común” sea uno de los términos —si no ‘el’ término— que mejor toma el pulso a la transformación social en marcha en este milenio —recogiendo una demanda pendiente de siglos anteriores—, en la medida en que rubrica la oposición a la ideología neoliberal cuyo individualismo, y la competición sin tregua que lo acompaña, es cada vez más contestado. No hay feminismos, ni lucha contra la emergencia climática, ni antifascismo, ni reclamos de democracia política y económica que puedan ser conjugados hoy sin la referencia a la centralidad de lo común. Solo desde ahí es posible poner la vida en el centro dado que la propia vida es, como no se cansa de repetir buena parte del pensamiento contemporáneo, en común.  

Para María Ribero, “hace tiempo que pasó la hora de la resistencia y llegó la hora del crecimiento”, y lo dice en calidad de integrante, en su caso como madre, del proyecto educativo del CEIP Vital Alsar, un colegio público que desde 2012 ensaya otro modo de hacer de la escuela “un espacio diferente de aprendizaje común”, en palabras del director de la misma, Fernando Diego, implicando a padres y madres, profesorado y alumnado. Ribero es una de tantas personas inmersas en proyectos comunitarios que buscan cubrir necesidades esenciales poniendo por delante el buen con-vivir y, por ello, es una de las muchas “estrellas” del archivo que la investigadora y profesora Palmar Álvarez-Blanco ha dado llamar Constelaciones del Común. Se trata de un proyecto de investigación de cinco años volcado en forma de herramienta digital de acceso libre y en un libro —abierto— editado en un proceso común con La Vorágine.


LAS CONSTELACIONES DEL COMÚN

Bajo el título En ruta con el común. Archivo y memoria de una posible constelación (2017-19), Álvarez-Blanco presenta un archivo audiovisual de “experiencias comuneras y comunidades de prácticas de orientación y aspiración anticapitalista y autogestionadas”, con entrevistas —en vídeo y transcritas al castellano y el inglés—a 45 proyectos de partida: una casa común a la que se vayan sumando muchos más.

El equipo de trabajo que encabeza esta burgalesa de nacimiento, catedrática en el departamento de español de Carleton College (Minnesota, EE UU), ha dotado la herramienta, además de la zona de entrevistas de los proyectos y la propuesta de “constelación” de los mismos —un mapa relacional atendiendo a las temáticas que tratan—, de una zona de protocolos que permita el crecimiento de la constelación con trabajos que primen “el uso mancomunado y cooperativo, solidario y comprometido socialmente” y con “valores de compromiso social contrarios al capitalismo”, por lo que pone a su disposición contactos y pautas para poder “constelarse”.

Asimismo, dispone de un “co-diccionario”, elaborado con contribuciones diversas y abierto a más con el objetivo de definir cooperativamente desde el amor a la sororidad, del Antropoceno al videoactivismo. Se ofrece también un “Aula Abierta”, en la que las personas dedicadas a la educación, formal y no formal, puedan aportar y tener acceso a actividades de clase, así como sugerencias de libros, artículos, mapas, plataformas, vídeos… que abran lo común desde lo educativo, que lo inserten en la formación habitual permitiendo cambiar el sentido común individualista por un sentido común de lo común.

“Constelaciones del común” se presenta asimismo como un canal de difusión de conocimiento distinto al del circuito privado y a la lógica productivista, al tiempo que extiende una invitación al ámbito investigador universitario para pensar su actividad desde otro lugar. Una herramienta viva, pues para Álvarez-Blanco, “el archivo no tiene por qué ser solo un espacio de almacenaje de memoria—en muchos casos selectiva—, también puede ser un lugar para vincularse y debatir, un aula abierta, un territorio para soñar, colaborar, jugar, remezclar…”.

LO COMÚN EN EL CENTRO

Cada vez son más las teorías y prácticas comuneras o sobre la comunalidad. Proliferan en los últimos 50 años no sólo las investigaciones referidas a esta cuestión ya sea desde la economía —desde Elinor Ostrom y su cuestionamiento de la tragedia de los comunes, esa tesis falaz de que lo común se defenestra irremediablemente—, el pensamiento —de Giorgio Agamben y Jean Luc Nancy o Roberto Esposito a Virilio, Negri, Pal Pelbart, Dardot y Laval…—, los feminismos —con el auge de los comunitarios, sobre todo suramericanos—... sino, sobre todo, multitud de iniciativas prácticas de construcción de otros modos de vida, que cuestionan la antroponomía neoliberal y sus procesos de subjetivación, que frente a la lógica capitalista, optan por lo cocreado, compartido y cocuidado, y por el valor de la convivencialidad. “El hombre reencontrará la alegría de la sobriedad y de la austeridad, reaprendiendo a depender del otro”, escribió Ivan Illich, “en vez de convertirse en esclavo de la energía y de la burocracia todopoderosa”.

A poner lo común en el centro del sentido común es a lo aspira con su proyecto Rosa Jiménez, promotora de La Escalera (Madrid), uno de los proyectos constelados y grupo de investigación en el ámbito de los cuidados que facilitó procesos de rehabilitación afectiva de varias comunidades en Madrid por iniciativa de alguna o varias de sus vecinas. Jiménez habla de la facilidad que para la tarea aporta cierta “nostalgia de lo común” aún presente en muchas personas: “Es fácil apegarse a lo que propone La escalera, al menos aquí en España, porque los que tenemos en torno treinta años, muchos de nosotros, nos hemos criado en una escalera en cierta medida. Que la vecina se hiciera cargo de ti en los 80-90 era muy habitual”.


Para Jiménez se trata, aunque lo dice con cierta timidez, de micropolítica, ya que “es un espacio doméstico, privado” pero es “donde hemos hecho recaer tantas cosas importantes y fundamentales a nivel político, todas las que tienen que ver con los cuidados”. Y es desde el conocimiento de las virtudes vitales de un modelo comunitario, de su utilidad para el Buen Vivir, desde donde trabajan, al igual que buena parte de los proyectos constelados.

VIVIR DE OTRA MANERA

Trabensol, por su parte, es un proyecto de covivienda de adultos mayores en Torremocha del Jarama (Madrid), también estrella de la Constelación. Allí moría hace poco Antonia, una de sus habitantes, pero lo hacía apoyada hasta el último día por sus compañeros y compañeras, que la sacaron a pasear cada día pese al deterioro de su salud: algo a lo que no se puede aspirar en buena parte de las “residencias de ancianos”, algunas masificadas y con personal cuidador en condiciones precarias. Trabensol es una forma de afrontar en común esa etapa de la vida que, autogestionada, decidida por sus protagonistas, podría ser la mejor, libres ya del yugo del trabajo asalariado. ¿El objetivo final? “La felicidad, la alegría de las personas socias, su bienestar es lo principal”, explica Pilar Ruisánchez. La experiencia es pionera por lo que “vamos improvisando y a la vez, inventando”, explica Jaime Moreno, miembro del proyecto desde el principio. No sólo comparten conocimientos ente ellos, sino que han abierto sus instalaciones a los vecinos y vecinas del pueblo, respondiendo con cordialidad y apertura al aislamiento que se impone como inercia social a los adultos mayores.


Como Trabensol, todos ellos son una respuesta a la pregunta política por excelencia: “¿En qué tipo de mundo queremos vivir?”. Desde ahí, proponen y promueven un buen sentido aspirante a sentido común: “Todas estas comunidades contestan desde la práctica con una pluralidad de propuestas y de ensayos de fórmulas creativamente revolucionarias en el sentido de que validan otras maneras de entender la propiedad, el gobierno de la cosa pública, el trabajo, las relaciones, los cuidados, las transacciones comerciales, la educación, etc”, subraya Álvarez-Blanco. Igual que Moreno, de Trabensol, María González, del Arenero, apunta que lo suyo fue “una respuesta de cuidado para esto tan importante que es cuidar a los niños y a las niñas pequeñas”, y que surgió debido a “una búsqueda para dar respuesta a algo que no encontrábamos en el sistema”.


En la mayor parte de los casos, no se trata de una propuesta teórica sino práctica, una experiencia DIY —Do it yourself, hazlo tú misma— atenta a las potencialidades además de las carencias de sus situaciones vitales, que las impulsa a pensar en común y a investigar en experiencias similares para, finalmente, elaborar propuestas, cada una adecuada a su situación. La existencia de otros proyectos y el apoyo de la comunidad es un refuerzo determinante, pues en muchos casos son experiencias inéditas: “No estamos solas, están las familias que estaban antes, está el Instituto, está el Centro de Mayores, están las personas del huerto, está la gente que va al parque todos los días y nos ve... y eso va creciendo, nos hace fuertes y nos hace capaces de creernos estas alternativas”, explican desde El arenero.

IMPROVISACIÓN VIRTUOSA

Todas estas experiencias comuneras se caracterizan, así, por ser eminentemente prácticas y existenciales. Porque muchas de ellas no fueron diseñadas “con papel y lápiz”, como el CEIP San José Obrero, según explica su director, Miguel Rosa. En este colegio abierto a la comunidad, gracias a su tratamiento individualizado de los chavales y chavalas que han ido llegando hasta él, la diversidad se ha convertido en un patrimonio y motivo de orgullo. Su auténtica constelación del común, o la de proximidad al menos, es el barrio sevillano en que está ubicado, al que se ha ido abriendo desde 1997. Fue entonces cuando, debido a la entrada en el colegio de un contingente de alumnado de etnia gitana decayó la matrícula, pero el director y el equipo no se dejaron amedrentar por el racismo y la falta de estructuras abiertas y se pusieron manos a la obra. Hoy son una referencia estatal por su inclusividad y la fuerte implicación de padres y profesores, pese a que la LOMCE, con su competitividad neoliberal, y los recortes se lo han puesto difícil, pero no piensan rendirse y cuentan con apoyos de sobra.


Por tanto, se trata de iniciativas que no surgen de lo abstracto, de un común definido teóricamente al que la realidad se haya tenido que adaptar, sino que surgen de comunes sensibles, concretos, perceptibles, vitales, existenciales. Gente que une su vida a su militancia y/o compromiso, personal lo político y político lo personal, y arranca alternativas que le permiten una vida mejor. Y no son complementarias, son el centro de sus vidas: no hay más que ver o leer las entrevistas.

MICROPOLÍTICAS DE LA FELICIDAD

Para su promotora, los testimonios recogidos conforman, en resumen “sin romanticismos, pero un horizonte propositivo de buenas noticias que, a la vez, celebra los éxitos y alimenta con historias comunitarias el motor de la ilusión”. Así lo refiere, entre otras, Mireia Mora, integrante de La Tremenda, una cooperativa feminista de gestión cultural y social sin ánimo de lucro para quien “el objetivo de todo esto era no depender de personas que no nos garantizaban la felicidad y que nos iban a exigir más y más y más para ganar más dinero ellos, no nosotras”. Hay un claro empeño en ser felices, lo que no es políticamente menor.


En la mayoría de los casos se trata, como señala Álvarez-Blanco, de proyectos “poliéticos”, porque “una posición política, cultural, ecosocial, existencial a la contra de la complicidad predominante con el sistema capitalista tiene que ser ética”: se trata de ethos, de modos de habitar siempre en marcha, ensayos cotidianos. Y, tal vez debamos dejar de ver los proyectos de este tipo como algo reactivo o defectivo y entenderlo como una forma de riqueza y felicidad. Sus integrantes comunican justamente eso.

Con tal fin, Isidro Jiménez, de Consume Hasta Morir, espacio autónomo de experimentación y un laboratorio ligado a la comisión de consumo y al área de consumo de Ecologistas en acción, señala que, con sus campañas de denuncia del consumo desmedido, pretenden “intentar defender un modelo de consumo que dé la vuelta a los valores actuales (…) porque ese estilo de vida nos da ansiedades y al final terminamos teniendo un estilo de vida que es una rueda de infelicidad”. Jiménez insiste en denunciar la “locura neoliberal” en la que habitamos, es que nos convierte en empresarios de nosotras mismas y convierte en invivibles nuestras vidas: “El sistema está haciendo aguas por todos lados, no genera más que infelicidad y parte de esa infelicidad bestial viene del saqueo y el expolio de otros sitios, y no saben cómo gestionarlo”.

Álvarez-Blanco defiende la necesidad de “contrarrestar el clima cultural cínico, pesimista, escéptico, apocalíptico… tan beneficioso al capitalismo por su capacidad para desarrollar estados de ‘indefensión aprendida’”. Abrir una vía de salida de lo que Marina Garcés ha denominado “condición póstuma”, al tiempo del «todo se acaba», al no hay alternativas… y vivirlas dejando de obsesionarse por las soluciones totales, asumiendo que la solución viene de lo local y concreto y de la entreveración, de la “constelación de los comunes”. Mancomunar esfuerzos “contra y más allá del capitalismo”—expresión de los comuneros Silvia Federici y George Caffentzis— sin dejarse engañar por quienes llaman “covivienda” a la precariedad habitacional o “economía colaborativa” a formas de esclavitud del siglo XXI: no todo lo “co” es constelable y las estrellas de esta constelación pertenecen a una galaxia ajena al “co” de Uber, Airbnb, Deliveroo o Glovo.

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