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Como argumenta el antropólogo David Graeber en su obra La Utopía de las Normas, las elecciones son un ritual clave de los sistemas representativos. En ellas asistimos a un combate entre aristocracias, con similitudes a las que se ejecutaban entre las familias nobles del Imperio Romano con todo su personalismo, teatralidad y dramatismo.
La participación del pueblo se reduce a escoger cuál es su aristocracia preferida, arrinconando toda su potencialidad a la de un mero espectador. Pero la de un espectador que, además, es instigado al linchamiento de las aristocracias contrarias, negando todas sus propuestas y palabras. Realizando ataques incluso personales, en los que se reduce la política a una forma de entretenimiento. De este modo, se reafirma el circo representativo, viniendo a “confirmar” que “menos mal que tenemos representantes y no democracia, pues pobres de nosotros si le damos el poder a estos exaltados”. Una mentira que es repetida mil veces incluso cuando los representantes son incapaces de formar un gobierno. Claro que esta es una trampa que solo puede funcionar si a la par se invisibilizan todas las prácticas que diariamente una parte importante del pueblo accionan en las calles:
Cuidar de sus comunidades, paralizar desahucios, organizar el tejido vecinal, evitar cortes de suministros básicos, movilizar huelgas de trabajadores, fundar colectivos de pensionistas, proponer leyes en defensa del feminismo, potenciar grupos de personas migrantes, y convocar manifestaciones globales a favor de la sostenibilidad medioambiental. O sencillamente, ser honestas y éticas con las personas que se tiene alrededor. De este modo, la mentira más repetida de los grandes medios de comunicación es disimular y ocultar que el pueblo puede gobernarse a sí mismo.
Y que se me interprete correctamente en esta afirmación. No me refiero a los periodistas en particular, muchos de los cuáles realizan un excelente y sacrificado trabajo. Tampoco a medios de comunicación más modestos e independientes de los bancos, sino a los consejos de administración de grandes medios de comunicación que están subordinados a los poderes políticos y financieros.
Claro que podría ser de otro modo. Podríamos tener la capacidad de convocar a la ciudadanía a votar cada año varios referéndum a la vez sobre sanidad, vivienda, fiscalidad y cualquier tema político. Y que pudiera ser la propia ciudadanía la que propusiera estos referéndum recogiendo un número significativo de firmas ciudadanas en pos de una propuesta de ley. En estos procesos, los medios de comunicación públicos podrían jugar un papel clave: organizando debates sobre las consecuencias posibles de las opciones de cada referéndum. Para los mismos, se invitarían a expertos. No a políticos ni a tertulianos, sino a expertos en la materia concreta con perspectivas plurales.
Asegurando un debate calmado basado en consideraciones éticas, datos y conocimientos sobre el terreno. Con lo que los medios de comunicación se convertirían así en una herramienta pedagógica que reforzará la reflexión por parte de la ciudadanía a la hora de votar decisiones. No se trata pues de escoger a una aristocracia que tome las decisiones por nosotros, sino de que nos emancipemos como pueblo tomando las decisiones directamente. Y que poseamos foros públicos para deliberar sobre las mismas colectivamente como en la antigua Atenas; sin la necesidad de partidos políticos que a la postre necesitan del conflicto constante para perpetuar su existencia.
Cambiar el sistema institucional y mediático es posible. Más que posible. Para devolver el poder a quien lo debe ostentar: al pueblo. Esa, y no otra, es la base de lo que denominamos como demo (pueblo) y cracia (poder).
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¿Cómo sería de complicado organizar algunos debates de este tipo desde El Salto? Coger algún tema candente, convocar a tres o cuatro expertos de verdad con posiciones diversas y hacer un debate serio, grabarlo y difundirlo de alguna forma?
Breve reflexión de 4 minutos sobre la Soberanía de un país:
https://www.youtube.com/watch?v=rBiVx9mrOI8
Espero que sirva de algo.