Opinión
Miedo a acudir a una manifestación en esta consolidada democracia
Han pasado dos años desde el 1 de octubre y nuestras reacciones cada vez son más tibias. No es que no nos duela, es que todo lo normalizamos; no es que no sea nuestra lucha el derecho a decidir de los otros, es que ni nuestras propias luchas estamos peleando.

Cataluyna se llenó de gente. En la calle y en los aeropuertos, amigas, compañeros, familias que se juntan a derramar su indignación por todas partes. Qué suerte tienen de que su indignación aún les movilice hacia algún lugar, de que la injusticia aún les agite lo que tenemos de humanos, qué envidia verles juntos, formando parte de algo. Algo tan fuerte que se enfrenta a pelotas de goma y porras autoritarias, algo tan vivo que desborda la indignación del tuit, una dignidad a la que no le alcanzan las palabras ni escritas ni dichas, ni tan siquiera gritadas y necesita estar ahí, interrumpir las rutinas del acatamiento por cansancio que nos dictan los defensores del statu quo, perpetrados en sus coches antidisturbios, en sus incontestables togas, en sus platós de televisión con sus discursos de grandes hombres de Estado.
A la mierda todos, les dicen en las calles cientos de miles de personas. Independentistas o no, catalanes o no, hay algo que a veces supera todo vínculo previo con los tuyos, y es el vínculo con todas aquellas con las que logras compartir un hasta aquí hemos llegado. Y es un vínculo que no pide aprobación o retuits, sosegados debates ni sesudos análisis, pide estar en la calle, pide detenerlo todo: el ritmo de los aviones y los trenes, las jornadas laborales, la preelectoral sucesión de declaraciones. Pide detenerlo todo porque todo se ha vuelto insoportable.
Independentistas o no, catalanes o no, hay algo que a veces supera todo vínculo previo con los tuyos, y es el vínculo con todas aquellas con las que logras compartir un hasta aquí hemos llegado
Es insoportable, pienso desde Madrid, bloqueada, ante la soledad de una pantalla. Gente condenada a años de cárcel por urnas y manifestaciones, por desobediencia civil y resistencia. Gente condenada a años de cárcel por una pelea de bar. El poder judicial como esa cosa intocable que nos minoriza como ciudadanas. Léete la sentencia, tú qué sabes de secesión, cuestionar el derecho es poner patas arriba el andamiaje entero de esta democracia. Qué fácil que es hablar en caliente, no sabéis nada, no lleváis toga, no os avalan nuestro lenguaje incomprensible y nuestros años de carrera.
No hay que ser jurista para entender que llevar a la cárcel a gente que motivó una votación respaldada por una parte importante de la sociedad es un error, no hay que ser un fino analista para que te duelan las entrañas viendo a líderes de organizaciones civiles en prisión por convocar movilizaciones no violentas. Es en ese dolor interno, esa ética compartida de lo inaceptable donde reside mucha más verdad que en cualquier llamada a la legalidad y la calma.
Ellos, los arbitrarios, los que emplean decenas de páginas en acomodar los hechos a la narrativa necesaria para defender sus condenas, los que filtran decisiones en el día de la fiesta nacional y escupen su sentencia en plena campaña electoral, se arrogan el poder de la neutralidad, la racionalidad científica en la exposición de los hechos. El ojo clínico y paternal del orden democrático.
Y aquí estamos, han pasado dos años desde el 1 de octubre y nuestras reacciones cada vez son más tibias, no es que no nos duela, es que todo lo normalizamos, no es que no sea nuestra lucha el derecho a decidir de los otros, es que ni nuestras propias luchas estamos peleando, nos falta esa masa de gente que en el hasta aquí hemos llegado, encuentra vertebración, hombro afines en los que apoyarse. No hay nada que movilice más que el hecho mismo de movilizarse. Eso que estamos olvidando entre decepciones electorales, estrés y precariedad. Eso que peligra bajo el imperio del miedo, cuando no hay vínculos más fuertes que la impotencia que te acompañen y saquen a la calle.
Esta tarde habrá una manifestación en Madrid y no sé si iré, tengo miedo de acudir con mis hijas. Recuerdo aquella imagen de un hombre, el día del referéndum, con un niño en brazos, rodeado de guardias civiles
Esta tarde de 16 de octubre habrá una manifestación en Madrid y no sé si iré, tengo miedo de acudir con mis hijas. Recuerdo aquella imagen de un hombre, el día del referéndum, con un niño en brazos, rodeado de guardias civiles. Las críticas que se llevó por exponerle, como si lo descabellado fuera pensar que uno puede protestar sin miedo. Yo no quiero exponer a mis hijas y sin embargo, cómo duele, cómo fuerza las costuras de nuestra fe en que esto tenga remedio, temer acudir con niños a una manifestación pacífica.
Recuerdo la primera vez, julio de 2013, aquí en Madrid, frente a la sede del PP en Génova. Se habían filtrado los mensajes de Rajoy a Bárcenas, un hasta aquí hemos llegado palpitaba en el ánimo de mucha gente harta de impunidad y cachondeo. Al final, me dio miedo acudir a una concentración pacífica con un bebé. Quizás podría pasarle algo. Es a nosotros a quienes nos pasan cosas. A ellos casi nunca les pasa nada, el mismo Rajoy puede dar fe de ello.
El lunes a un chico de 22 años le pasó algo terrible. Lo imagino despertando esta mañana. Puede ser que no se haya mirado al espejo, le falta un ojo, va a tardar en habituarse a ese vacío. Se le ocurrió que podía manifestarse, no imaginó que le iban a cambiar la vida para siempre. Ellos son los que tienen el poder para cambiarnos la vida sin que nada les pase. Nosotras cada vez nos damos cuenta de que podemos cambiar menos cosas. Esta consolidada democracia cada vez consolida más nuestra impotencia.
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