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Salarios para las estudiantes es un panfleto publicado anónimamente en 1975 durante las huelgas estudiantiles en Massachusetts y New York, cuya perspectiva de análisis y reivindicaciones recogen la campaña de la época, promocionada por muchos colectivos feministas que reclamaban un salario por el trabajo doméstico y las luchas “operaístas” en Italia. Sus autoras participan en la redacción del periódico “Zerowork”, que será una referencia intelectual importante en la difusión de la teoría del salario estudiante y el rechazo del trabajo como herramienta central en la lucha de clases. Este texto se ha reeditado en edición trilingüe y completado con la transcripción de una discusión colectiva que tuvo lugar en 2013 en New York, sobre esta reivindicación, que guarda toda su actualidad.
En el momento en que se escribe Salarios para las estudiantes, sus autoras asisten a las primeras turbulencias del “giro liberal” que están sacudiendo particularmente la universidad de Estados Unidos y poniendo en cuestión las conquistas sociales de los años 1950 y 1960. La campaña por el salario doméstico, iniciada en 1972, se dirigía en efecto contra los recortes a las “ayudas sociales” propuestas por el Gobierno norteamericano. Estas ayudas se interpretaban por parte de las activistas como una primera forma de salario doméstico. De igual forma, la introducción de los gastos de escolaridad y la suspensión de subvenciones a las universidades –que se habían visto como avances de un salario estudiante– serán rechazadas por el movimiento que relanzará como respuesta, la idea de un salario para las estudiantes.
¿Por qué reivindicar un salario para las estudiantes?
En primer lugar hay una consideración puramente económica: las estudiantes no disponen de recursos, son pobres, y con demasiada frecuencia dependen se sus padres y/o han de recurrir a un trabajo durante sus períodos de vacaciones o de tiempo libre. Un salario les permitiría liberarse de este estado de necesidad, ser independientes, y no verse privadas de su tiempo libre para “pensar, crear y cuidarse entre sí”. En todo caso, la contribución ideológica fundamental aportada por esta lucha está vinculada a la crítica del sistema educativo y ha sido teorizada antes incluso de la introducción de los gastos universitarios en New York en 1976.
Según las autoras, la universidad no es un lugar de emancipación ni de realización para las estudiantes sino más bien un lugar de explotación: su único objetivo hoy en día es prepararlas para el mercado de trabajo, en el que sus conocimientos serán explotados sobre el altar del crecimiento económico y del beneficio de la clase capitalista. Más allá de la satisfacción puramente material de las necesidades del capital, el panfleto plantea una crítica virulenta y radical de la educación – ya sea la de la familia o la de la universidad – como un proceso para disciplinar y autodisciplinar a las personas. Aprender a permanecer sentada sin molestar, escuchar atentamente, obedecer a las profesoras, memorizar los contenidos de los cursos… son otros tantos ejemplos de aprendizaje de una autodisciplina indispensable para perpetuar el sistema capitalista. La universidad es por tanto, en sí misma, un lugar de explotación al mismo nivel que lo es el mercado de trabajo para las trabajadoras. Es la razón por la que las luchas estudiantes forman parte integrante del movimiento obrero.
No hay ninguna razón, por tanto, para que las estudiantes sean explotadas sin recibir su salario. La ausencia de remuneración priva a las estudiantes del poder que el salario proporciona a las trabajadoras en su relación de fuerza contra el capital. Es por tanto fundamental cambiar las relaciones de poder y el salario es el único medio para lograr este objetivo.
Sin embargo, la exigencia de un salario estudiante no es más que una primera reivindicación provisional; su objetivo final es cambiar radicalmente el sistema educativo con vistas a una auténtica autogestión y emancipación de las estudiantes.
Del salario estudiante a la deuda estudiante
Cuarenta años después, el rodillo asfixiante del neoliberalismo ha modificado totalmente el sistema universitario norteamericano: fin de la gratuidad, aumento en un 500 % de los gastos de escolaridad desde 1985 hasta hoy, endeudamiento medio de 30.000 dólares por estudiante (lo que supone un total de más de 1.100 millones de dólares en Estados Unidos)… En las antípodas de un salario por su trabajo escolar, las estudiantes han de pagar en lo sucesivo y endeudarse para trabajar, durante sus estudios, y después durante su eventual trabajo: “ Nos peleábamos en los años 70 por un salario y actualmente, intentamos escapar a la esclavitud de la deuda (…) En adelante hay que pagar por ser explotada”.
Está claro que con la deuda, herramienta de control por excelencia, el sometimiento de las estudiantes llega a su extremo, obligadas como están a satisfacer aún más los intereses del capital. La perspectiva de su amortización condiciona en adelante su elección del ámbito de estudios o de empleo; es decir, la elección de su modo de vida. Las estudiantes se convierten así, no solamente en consumidoras de una educación considerada como mercancía, sino incluso en emprendedoras-contratistas, en la medida en que han de invertir en su propia formación (y si no disponen de capital han de pedirlo prestado) esperando que esta inversión les será devuelta por la obtención de un buen trabajo y un buen salario… La idea de un salario para los estudiantes tiene al menos el mérito de invertir el paradigma : las estudiantes no son deudoras, sino más bien acreedoras, porque son las instituciones las que prosperan por su trabajo, más que garantizar su derecho a la educación
Crecer en autonomía, poder organizar la propia vida como cada uno desee, ser capaz de entablar una lucha real contra el capitalismo, en favor de una educación distinta: este es el objetivo de la propuesta de un salario estudiante. Reivindicación a debatir pero que, en todo caso, no puede prescindir hoy de la camisa de fuerza financiera que supone la deuda. Las consecuencias nefastas del endeudamiento estudiante en términos de movilización se destacan al final del libro: “Si la actual lucha contra el endeudamiento estudiante y en favor de la educación gratuita fracasa, toda una generación será incapaz de organizar una lucha autónoma contra el capital”.
¿Cómo organizarse y luchar cuando nuestra existencia está abocada a verse salpicada de préstamos en cascada, a estar orientada hacia el único horizonte de los vencimientos de las amortizaciones, verse amenazada por la perspectiva de intereses atrasados o el hostigamiento de las agencias de recaudación? ¡Hay que comenzar por liberarse, juntas, de las deudas estudiantes! Os aconsejamos encarecidamente la lectura de este folleto, que aporta todavía hoy una contribución al debate contra la dictadura de la deuda estudiante y por la autonomía y emancipación de las personas.
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Falta poner en enlace a dicho folleto para que se pueda leer. Gracias por el artículo.