Opinión
No hagamos largo el duelo

Parece que al menos en lo que respecta a Madrid, en casi todas las elecciones del último cuarto de siglo largo, del mismo modo que la jornada de reflexión antecede a cada cita con las urnas, hay una jornada posterior también de obligado cumplimiento para la izquierda: la del duelo. Resaca de idiotas en la que una y otra vez caemos, pues nos resistimos a dejar de beber del cáliz de una modesta esperanza, aún sabiendo que es peleón y nos reserva, casi casi de seguro, una caída del guindo colectiva apenas acaben los recuentos.
Pero quien no trepa al mismo árbol de nuevo, armado de fe para divisar finalmente un poco de cielo abierto, se ahorrará seguramente pegársela entre un montón de telodijes, pero tampoco habrá sentido al menos la emoción de atisbar por lo menos durante unos días, unas horas, unos minutos, la posibilidad de horizontes menos adversos. Bonita ensoñación, pero ya está, cataplum, aún duele el cuerpo.
Negación: Al duelo se llega magulladas e incrédulos, la cabeza niega, ¿cómo puede ser? ¿dónde coño vivo? ¿qué drogas consumen mis vecinos? Sube el porcentaje escrutado, las derechas salivan, en los gráficos sus quesitos engordan. Y tú abres y cierras los ojos con fuerza, ¿es esto una pesadilla?, compartes tu desconcierto con compañeros y amigas. No puede ser, escriben miles de dedos en sus móviles. ¡Duplica escaños! Se echan tantos las manos a la cabeza.
Que no se alargue el duelo: celebremos la vida, celebremos creer aún obstinadamente que algo puede cambiar, celebremos tener siempre a personas con quienes llorar en compañía
Ira: Luego la cosa escala, llega la ira. ¿A nadie le importan los miles de mayores muertos solos en las residencias, la desigualdad rampante, la atención primaria abandonada?, ¿de verdad no les cabrea a todos esos fieles votantes la pulsión de repartir pizzas a los niños pobres y contratos millonarios a los amigos? ¿Pero es que no les sulfura la construcción en un festival de sobrecostes de un hospital sin malditas paredes ni puertas ni intimidad, ni médicos? ¡Nos vamos a El Atazar! ¡Nos vamos a Catalunya! ¡Nos vamos a una comuna hippy! ¡Nos vamos al carajo! Y sales por la calle con la mirada crispada, dedicando un odio poco interesante a gente con banderitas de España y otras señales que delaten su porción de responsabilidad en tu duelo.
Negociación: Y entonces paras, porque lo de la mala baba tampoco es sostenible, porque vives donde vives y al fin y al cabo te gusta tu barrio, la primavera obrando renaceres en los parques, los niños jugueteando en las afueras de los coles, cruzarte con gente maja con la que compartes indignaciones y duelos, juntarte con gente querida con quien compartes resistencias y alegrías. Y le sonríes un poco al cielo enorme y no privatizable que te encuentras cuando miras a lo alto renegando. Y piensas que mira, no es para tanto, que total son 26 años de gobierno de la derecha y aquí seguimos, que hoy no hay más neoliberales ni fachas que el lunes campando por ahí, que son solo dos años, y que Vox no entró en el gobierno. Piensas que quizás habrás de conservar un poco de aliento y fe, y negocias contigo mismo una tregua, un refugio, un lugar donde estar bien, donde guarecerse mientras afuera corre el ruido. Negocias un armisticio con las pasiones tristes, a ver si algo cambia antes de hacer las maletas y quemar las naves.
Depresión: Pero el mundo funciona en paralelo a tu gestión del duelo, y ves la escuela de tus hijos donde subirán las ratios, porque Ayuso la privatizadora ha sido refrendada, y ves los centros sanitarios donde no se invertirá dinero ni se sumarán profesionales, porque la política del desprecio hacia la sanidad pública ha ganado por goleada, y ves a cada vez más gente pobre, a la que podrán seguir racaneando ayudas y rentas mínimas, porque a nadie parece importarle una mierda que la Comunidad de Madrid lleve años recortando en subsidios contra la pobreza. Y ves entre la gente el desánimo, un desánimo descarnado, sin peros ni incógnitas sobre qué hubiese pasado si tales barrios votaran, o si la izquierda no entrase en luchas intestinas. Ya está. La gente participó y la izquierda no se peleó: y así estamos. Depresión, bajona desapasionada, la cuarta fase del duelo: consciente eres de cómo está el percal. Y eso aprisiona.
Aceptación: Y bueno, ya está, es lo que hay. Madrid es de derechas, pero no solo. Ayuso sale aclamada en las urnas, pero todo va rápido y a ver qué nos depara el próximo ciclo. La foto fija demuestra que mucha gente ha comprado un discurso, la foto móvil señale quizás un proceso a descifrar, será que hay que disputar el sentido de libertad, será que nos hemos dejado manejar por el ruido, será que falló la pedagogía, será que nos arrasaron los machacones medios marcando agenda, activando cuatro mantras locos pero efectivos. Podemos tener mil debates y los tendremos, de todo se aprende, hasta de la enésima hostia. Y aquí acaba el duelo, con la aceptación del panorama, y su desentrañamiento lúcido.
No nos dejemos atizar tanto por el resultadismo y lo inmediato, quizás la primera victoria sea negarnos a vivir en continuos duelos y concatenados escándalos
Ya está, que no se alargue el duelo: celebremos la vida, celebremos creer aún obstinadamente que algo puede cambiar, celebremos tener siempre a personas con quienes llorar en compañía, celebremos al Madrid magullado que volverá a levantarse, honremos nuestro festival de preguntas, de humanas dudas, de humildes tutibeos en estos tiempos en los que lo hegemónico es tener cuatro conceptos demasiado claros.
Nada ha cambiado mucho, todo ha de cambiar tanto, tiene que hacerlo. Los medios, las redes, las elecciones nos maltratan, busquemos otros escenarios donde disfrutar y crecer en los procesos. Porque tan cierta y sólida como la ansiedad que sufrimos el cinco de mayo, es la pertenencia que sentimos cuando salimos a defender la sanidad pública, es el calorcillo que nos mete en el cuerpo ponernos en marcha, es la victoria cotidiana de confabular con las vecinas, es el orgullo por seguir desafiando como hormiguitas al pensamiento único, e imaginar otras formas de estar, de vivir, de pelearla.
Defendamos la libertad de negarse a la alienación del consumidor y del palmero. Defendamos la alegría que transforma, que es la alegría compartida y colectiva por lo que se consigue para todos. Gobernemos nuestro presente, hagámonos responsables de nuestras pequeñas parcelas, autogestionemos nuestros discursos y olvidémonos de sus marcos. Y no nos dejemos atizar tanto por el resultadismo y lo inmediato, quizás la primera victoria sea negarnos a vivir en continuos duelos y concatenados escándalos. Quizás no se trata de pensar en términos de derrotas y victorias sino de construcción y proceso, y sobre todo de disfrutar el presente y no perder nunca las ganas de treparnos al árbol de la esperanza idiota, aunque sea para volver a pegárnosla. “¿Qué vamos a hacerle? Hay que seguir dando la batalla con coherencia”, me dijo alguien ayer. Y así acabó mi duelo.
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