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Coronavirus
¿Producción, o vida? Las cartas sobre la mesa
Una de las cuestiones que de manera más evidente se está dejando ver con creciente nitidez es la visión altamente economicista y empresarial que inunda, y en muchos casos ahoga, la manera en que está sociedad se organiza.
La situación a la que nos enfrentamos, aunque no es la primera gran epidemia de la historia –ni siquiera reciente–, sí es la primera que afecta fuertemente a población occidental de ese mal llamado ‘primer mundo’ en un contexto de múltiples canales de comunicación e información casi en tiempo real. En España esto está permitiendo, entre otras cosas, que la sociedad civil esté en gran medida marcando el ritmo de la respuesta institucional, y que las reacciones y debates en torno a la misma sean amplios, abiertos, evolucionen y estén muy vivos.
Una de las cuestiones que de manera más evidente se está dejando ver con creciente nitidez es la visión altamente economicista y empresarial que inunda, y en muchos casos ahoga, la manera en que está sociedad se organiza. Un desequilibrio que en situaciones de supuesta estabilidad está plenamente instaurado y normalizado, asumido con mayor o menor consciencia, aunque señalado desde numerosos sectores y posiciones por la necesidad de equilibrarlo con otras esferas de la vida.
Pero ese desequilibrio estructural ha sufrido un golpe inesperado que no ha venido ni de sindicatos, ni de movimientos sociales; tampoco del anticapitalismo, feminismo, ecosocialismo, u otros posibles orígenes previsibles (y ante los que aquellos agentes defensores de esa visión están acostumbrados a funcionar); esta vez ha venido desde la salud. Por lo que estamos ahora en una nueva y diferente situación de desequilibrio, donde la variable sanitaria toma un protagonismo brutal. Algunos agentes clave para la gestión de esta crisis, como gobiernos u organizaciones y asociaciones empresariales, siguen enrocados en esa visión y según pasan los días, y las medidas de defensa y gestión de esta epidemia se refuerzan, se hace más evidente su rigidez y su resistencia –¿vértigo?– a salir de esa postura.
Como se ha hecho en otras ocasiones –tenemos ejemplos paradójicos recientes como la incorporación de una pretendida sostenibilidad a discursos claramente orientados al crecimiento ilimitado, o más cercano aún, la idea de responder al cambio climático con un green new deal que pretende seguir creciendo bajo esquemas convencionales y que no asume esa crisis climática como parte de una global más compleja–, y como las palabras parecen aguantarlo todo, se están construyendo discursos que defienden la compatibilidad del crecimiento económico con, casi, cualquier cosa. En este caso, con la respuesta a esta situación de urgencia. Se deja bien claro que la salud es lo primero, pero que no podemos dejar caer la economía. Se argumenta que es posible seguir con la producción económica a la vez que se cuida la salud y la seguridad de las personas. Hasta aquí, desde la generalidad y en una situación de relativa normalidad, una idea que probablemente podamos compartir toda la sociedad. Aunque con muchos matices, pues son numerosas las situaciones de desprotección laboral en el día a día. Pero como se viene señalando desde diversas perspectivas y la realidad parece cumplir, no estamos ante una situación normal. Estamos ante una difícil encrucijada en la que puede que el intocable crecimiento económico haya de ser puesto en segundo plano. Tomar esta postura no supone rechazar o infravalorar las tremendas consecuencias que paralizar la economía puede tener. Pero, precisamente, por eso es una emergencia.
En cualquier caso, estos agentes están, a través el discurso del miedo y el shock, alimentando un debate que en realidad no existe, y desviando la atención de otro más profundo y crucial. La cuestión aquí no es si va a haber graves consecuencias económicas, o no; si estas van a tener dramáticos efectos en múltiples esferas y colectivos, o no; si estas medidas extremas van a ralentizar la economía, o no. Posiblemente todas y todos sabemos que va a ser así, y de ahí los muchos y diversos mensajes que se están viendo en las últimas semanas, desde la prensa a los grupos de whatsapp, sobre la importancia de responder desde lo común, la solidaridad, el apoyo y las redes colectivas. Porque sabemos que vienen, otra vez, tiempos duros. Y más, para aquellas personas en situaciones más precarias, potencialmente o de facto vulnerables.
En una situación de emergencia sanitaria (no queda claro cuál de las dos palabras, o si es el conjunto en sí, no ha quedado claro), en la que colectivos especializados en la materia parece que han visto que no es compatible el mantenimiento de la producción económica a un ritmo normal o intermedio con la protección de la vida de miles de personas en potencial riesgo, el debate real es si se prioriza una u otra cuestión. Producción o vida. En un contexto de ‘normalidad’, el sistema capitalista en el que vivimos prioriza la primera; pero las consecuencias de seguir haciéndolo en este parón forzado son de tal gravedad que están descolocando a muchos agentes y sacando a la luz las estructuras sociales de fondo. Así, las posiciones empiezan a quedar claras. En Euskadi, por ejemplo, el Gobierno Vasco y la Confederación Empresarial Vasca (Confebask) están desplegando con admirable sincronización todas las herramientas posibles para enviar un mensaje alto y claro: hay que frenar el impacto económico a toda costa.
Esta línea argumental, y la acaparación de medios de comunicación públicos y privados para extenderla, ha sido desarrollada a lo largo de las últimas semanas. Y ha tenido dos fuertes repuntes recientes tras presentarse el decreto que endurecía las limitaciones a las actividades económicas. El primero fue el mismo domingo 29 de marzo, en la entrevista que el canal de la televisión pública vasca Etb2 realizó en directo dentro del programa informativo de la noche a la consejera de desarrollo económico e infraestructuras del Gobierno Vasco, Arantza Tapia. El segundo fue al día siguiente, en las noticias del mediodía de ese mismo canal, donde tras unos primeros minutos donde el guión de la presentadora lanzó claros mensajes de crítica, miedo, caos, o irresponsabilidad ante las medidas recién aprobadas, se hizo otra entrevista en directo al presidente de Confebask, Eduardo Zubiaurre. En ambos casos, la apertura de espacio para otras voces, miradas y posicionamientos fue mínimo o inexistente. Y la manera en que la televisión pública se convertía en altavoz de la postura del Gobierno Vasco, más que evidente.
Frente a ello, en línea con comités de personas expertas así como con ciertos agentes civiles, políticos y sociales, el Gobierno de España se está decantando, no sin tensiones, ni polémicas, ni presiones, ni luchas internas, ni errores, y –muy importante– por detrás de lo que pide la calle, por poner la prioridad en la salud, en la vida. Todo esto no supone que ni a los primeros no les preocupe la salud, ni a los segundos la economía. Reducir el debate a lo anterior sería simplificarlo. Pero sí indica qué orden de prioridades se define ante dos caminos incompatibles, ambos malos. Y todo indica que son incompatibles, porque ni siquiera parece que garantizando las medidas de seguridad e higiene en los centros de trabajo sería suficiente para responder a esta gran epidemia. Ya que la movilidad y el potencial de contacto y contagio seguiría siendo muy alto. Eso en una situación teórica, porque la cuestión es que, además, muchos son los testimonios que indican que en muchos centros y puestos de trabajo no se están cumpliendo dichas medidas y condiciones de protección, desde la industria, pasando por servicios de transporte públicos, hasta la limpieza de portales en comunidades de propietarios. Situaciones que han llevado en algunos casos a que el cierre temporal de empresas se haya organizado desde la propia plantilla por no ver garantizada esa seguridad. Por cierto, esta falta de control en los centros de trabajo contrasta con el gran esfuerzo por mandar un mensaje de responsabilidad a la ciudadanía de que nos quedemos en casa y con el, en ocasiones, excesivo control policial en la calle a las personas que se desplazan por ella.
Así, esta segunda vía que prioriza la salud y la vida se ha asumido y defendido también por agentes diversos, entre ellos miembros del mismo Gobierno de España, nada sospechosos de mantener una posición de izquierda (radical o no), y que han estado en otros conflictos y situaciones posicionándose con claridad del lado economicista y empresarial. Es decir, las presiones desde ese mismo lado, desde esa misma visión, no habrán sido pocas. Y sin embargo, se han tomado estas medidas. Puede ser una pista de la gravedad de la situación y del todavía potencial daño que esta puede ejercer sobre nuestra sociedad. En conclusión, está por ver dónde fijamos como sociedad el precio, en vidas, a la producción del tejido económico. Sin duda no es tan simple el reto que nos ocupa, y son sin duda decisiones difíciles de tomar bajo múltiples y cambiantes presiones y escenarios. Solo esperamos que cuando echemos la vista atrás no nos arrepintamos. Como escuché ayer mismo a una gran pensadora, «si tengo que elegir, sin duda me quedo en la defensa del bien común y la profunda creencia de que somos seres interdependientes. Y si me tengo que equivocar en mi posicionamiento, que sea por cautela y no por kamikaze».