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Cine
La carrera espacial (¿y cinematográfica?)
EE UU y Rusia vuelven a competir en la carrera espacial, esta vez a través del cine con El primer hombre (2018) y El tiempo de los primeros (2017).
El pasado jueves se estrenó en España El primer hombre (Damien Chazelle, 2018), la película basada en la biografía de James Hansen First Man: The Life of Neil A. Armstrong. La cinta estadounidense, que cuenta con Ryan Gosling en el papel de Armstrong, ha tenido, como cabía esperar, una importante repercusión en los medios de comunicación incluso más allá de las críticas, con artículos y reportajes dedicados a las vidas de los primeros astronautas en pisar la luna.
No obstante, la crítica de El primer hombre gana interés si uno amplía la perspectiva para incluir en ella a otro film reciente, El tiempo de los primeros ('Vremya Pervykh', Dmitri Kisiliov, 2017) —otros títulos para el mercado internacional son La era de los pioneros o El paseo espacial–, una cinta rusa sobre la misión Voskhod-2, en la que el cosmonauta Alekséi Leónov realizó el primer paseo espacial, de 12 minutos y 9 segundos. Ambas se centran en la vida de un astronauta —o cosmonauta, según la denominación rusa— que tuvo un papel pionero en la exploración espacial, los problemas técnicos durante la misión, las presiones políticas y el impacto que todo ello tuvo en sus vidas privadas, e incluso sus carteles son parecidos, pero difieren a la hora de abordar la historia.
Aunque en la carrera especial, uno de los muchos ámbitos de aquella 'competición entre sistemas' entre la URSS y EE UU, el balance fue, en perspectiva, favorable a los soviéticos —primer satélite artificial (Sputnik-1, 1957), primera sonda espacial en llegar a la Luna (Luna-2, 1959), primer hombre en el espacio (Yuri Gagarin, 1961), primera mujer en el espacio (Valentina Tereshkova, 1963), primer paseo espacial (Alekséi Leónov, 1965), primer vehículo lunar (Lunokhod, 1970), primera estación espacial (Salyut 1, 1971), y hasta primer afrodescendiente (el cubano Arnaldo Tamayo Méndez, 1980), dentro del programa Interkosmos—, la crisis y posterior desaparición de la URSS, simbolizadas en la cancelación en 1993 del programa para el desarrollo del transbordador espacial Buran —que realizó un único despegue no tripulado— y los conocidos problemas de la estación orbital Mir a lo largo de los años 90, así como la hegemonía cultural estadounidense sobre Europa occidental, primero, y sobre todo el continente, después, han distorsionado en buena medida nuestra percepción histórica. La huella de la bota de Buzz Aldrin sobre el suelo lunar eclipsó todos los logros de la ciencia soviética, aunque las bases de ésta se remontan a antes de la existencia misma de la URSS, con las aportaciones científicas de Konstantin Tsiolkovsky (1857-1935). A El tiempo de los primeros le ha pasado algo parecido al programa espacial soviético. Con un presupuesto de 400 millones de rublos, acabó recaudando en taquilla 561 millones, por lo que se consideró que la película había pinchado a pesar de la buena respuesta por parte de la crítica y el público locales y el apoyo institucional. De unos años para aquí, la industria cinematográfica rusa busca abrirse paso entre el público local, pero también el regional —el espacio post-soviético— y el internacional. Además de producir películas de género con desigual fortuna —siendo en esta categoría el cineasta ruso-kazajo Timur Bekmambetov el nombre más conocido internacionalmente—, se acude a temas históricos y nacionales presentados de una manera moderna y atractiva, y con una factura técnica solvente, copiando el estilo visual y narrativo de las producciones estadounidenses. Lo que no signfica, en ningún caso, exentas de calidad. La película de Kisiliov podría considerarse un buen ejemplo: no solo porque los efectos especiales están a la par con los de una producción estadounidense, sino porque —siempre dentro de los marcos de un producto comercial, claro está— se permite momentos de cierto lirismo, como cuando Leónov, interpretado por Yevgueni Mironov, recuerda el cielo estrellado que contemplaba durante su infancia, en el que se entrecruzaban las luciérnagas, y que despertó su fascinación por el vuelo.
Habiendo desaparecido en buena medida las diferencias entre Rusia y EE UU en lo que respecta a su modelo económico, y por ende también en buena parte en lo cultural —aunque el peso e influencia del legado soviético es ineludible—, resulta interesante constantar qué separa a El tiempo de los primeros de El primer hombre a la hora de abordar la vida de sus respectivos protagonistas.
En El tiempo de los primeros, el personaje protagonista, a diferencia del taciturno Armstrong, muestra en varias ocasiones su jovialidad y creatividad a través de su afición a la pintura —por otra parte real, ya que Leónov también es pintor— o sugiriendo mejoras en el traje espacial para realizar la misión en condiciones mejores que las impuestas por las autoridades a contrarreloj. Pero destaca sobre todo por la solidaridad y generosidad hacia su compañero, Pavel Belyaev (a quien da vida Konstantín Jabenski), quien a punto estuvo de no participar en la misión debido a problemas de salud y a su edad, superior a la media. El primer hombre, en cambio, convierte a Buzz Aldrin (Corey Stoll) en una suerte de antagonista de Neil Armstrong —un impecable Gosling, con una interpretación contenida y sensible que viene siendo su marca de fábrica y que se ajusta, según parece, a la personalidad discreta del Armstrong real— al punto que la película llega a 'robar' a Aldrin la icónica fotografía de la pisada en la luna (Buzz Aldrin no ha comentado hasta la fecha la película y, a diferencia de los de algunos miembros de la familia de Armstrong e ingenieros de la NASA, su nombre no aparece en el capítulo de agradecimientos en los créditos).
A pesar de que el espectador conoce más o menos el desenlace de la película —que los cosmonautas regresaron a la Tierra—, Kiseliov también consigue que éste comparta el entusiasmo y el temor a lo desconocido del protagonista, y que temamos por su vida durante los numerosos problemas que plagaron a la misión del Voskhod-2 inmediatamente después del paseo espacial (contratiempos que no fueron conocidos por el gran público hasta la desclasificación de documentos secretos que siguió a la desaparición de la URSS): desde las dificultades de Leónov para regresar a la nave —que motivaron que la televisión soviética cesase las emisiones en directo— hasta el aterrizaje en los densos bosques del alto de Kama, donde las temperaturas descendieron hasta los 5 grados bajo cero y los helicópteros que transportaban a los equipos de rescate no podían aterrizar.
La película estadounidense —que cubre ocho años de la vida del astronauta, desde 1961 hasta el alunizaje del Apollo 11, el 20 de junio de 1969, y los primeros días tras su regreso a la Tierra— es, por descontado, más espectacular en sus momentos de acción y más melodramática en las escenas sobre su vida familiar, a las que dedica una mayor atención y más tiempo. Estando detrás Spielberg —en esta ocasión, como productor ejecutivo— todo termina siendo, como es habitual en él, la historia de un reencuentro familiar y reparación emocional. El viaje de Armstrong a la luna es también una odisea personal que sirve para clausurar el trauma de la muerte de su hija Karen en 1961 debido a un cáncer cerebral, aunque no hay ningún documento que acredite que arrojase la pulsera de su hija en un cráter lunar, tal y como se muestra en la película.
En suma, el cine estadounidense, a despecho de las pretendidas diferencias entre uno y otro, también mitifica a sus héroes nacionales, pero lo hizo y lo sigue haciendo de manera más efectiva. Allí donde el cine comercial contemporáneo ruso sigue arrastrando una inclinación por el relato histórico y los héroes positivos y vitales, el estadounidense apuesta más por el drama psicológico y la apelación a las emociones. En este sentido, conviene destacar la excelente banda sonora de El primer hombre, a cargo de Justin Hurwitz, colaborador habitual de Chazelle, que acompaña y subraya los momentos más íntimos, pero también los más dramáticos de la película. No menos interesante en lo que se refiere a la construcción de sus propios mitos nacionales es que El primer hombre omite toda referencia al entonces presidente de EE UU, el impopular Richard Nixon. Fuera queda la conversación telefónica que Armstrong mantuvo con Nixon desde la luna, y que hubiera emborronado no ya el carácter histórico, sino hasta épico del momento, además de íntimo para el protagonista en su versión cinematográfica. En su lugar, Chazelle opta por mostrar a su retorno material de archivo de John F. Kennedy, el impulsor del programa aeroespacial.
La única polémica de El primer hombre ha girado en torno a otro momento que no aparece en el alunizaje: el de la colocación de la bandera estadounidense. Pesos pesados del conservadurismo estadounidense, como el senador Marco Rubio, el actor James Woods o el analista Bill Kristol, han criticado su ausencia, e incluso Donald Trump —un presidente como poco tan impopular como el Nixon que escamotea Chazelle— ha intervenido asegurando que se trata de una elección “desafortunada” y “terrible”, “casi como si estuvieran avergonzados de que el logro viniese de América”.
De poco ha servido que el productor Wyck Godfrey declarase a Deadline Hollywood que no se incluyó, no tanto por las connotaciones que podía tener, sino porque su director quería que toda la escena “estuviese en sintonía emocional con el personaje” y su proceso de un “viaje emocional”. El propio Damien Chazelle recordó a Variety que aunque Armstrong plantó la bandera, Aldrin le ayudó en aquella tarea, y es a él a quien vemos en la reproducida fotografía del momento (tomada por Armstrong). “No estamos haciendo la historia de Buzz Aldrin, o la historia de Buzz Aldrin y Neil Armstrong —insistió Chazelle—, estamos haciendo los recuerdos de Neil Armstrong, subjetivos yu emocionales, sobre su pasado en la luna de una manera surreal, emocional, ésa era nuestra prioridad”.
En El tiempo de los primeros, hay un momento en que Alekséi Leónov mira por la escotilla y ve la luna. “La próxima vez, cuando viajemos a la luna...”. La frase queda sin terminar. Como todos sabemos, no hubo esa próxima vez. Los estadounidenses se apuntaron ese tanto. Y más de cincuenta años después han vuelto a hacer lo mismo, pero en el cine. Suyo es el aterrizaje en la luna y suya sigue siendo la hegemonía cultural, por lo menos en este rincón de Europa.