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El neoliberalismo fue un proyecto político diseñado para cumplir con dos objetivos esenciales: eliminar al que fuera el enemigo ideológico del capitalismo durante la Guerra Fría, el comunismo, e imponer la libertad económica y la propiedad privada ante cualquier otra formación política, como la democracia. Conscientes de que la única forma de ganar las elecciones es volver a imponer un paradigma antiguo y sumamente reaccionario, los estrategas de Isabel Díaz Ayuso han centrado la campaña en la idea de que los gobiernos democráticos, concretamente el que componen el PSOE y Podemos (sus enemigos electorales principales), resultan peligrosos para el orden espontáneo de mercado.
Con las elecciones, el PP trata de activar todos los resortes políticos e ideológicos al alcance de los conservadores con el fin de avanzar hacia un gobierno fuerte para una economía libre
Gracias a un fuerte apoyo mediático, el marco “libertad o comunismo” ha desplazado el eje político hacia un eje donde la democracia no es siquiera uno de los polos. El apoyo a la actual presidenta se ha mantenido intacto, desapareciendo el único partido liberal moderado (o, al menos, con menos tintes franquistas), se ha externalizado la retórica más autoritaria hacia Vox —en lo que parece una estrategia acordada entre ambos—, y se han bloqueado las posibilidades de crecimiento de los viejos hegelianos, incapaces de hablar —ni siquiera con la boca chica— sobre planificación económica (se niegan a la regulación de alquileres, desdeñan la política fiscal...). La izquierda, aceptando el frame del enemigo pero con variantes (salud-democracia versus fascismo) que permiten capitalizar su propio espacio, necesitará hasta el último voto obrero para gobernar.
El marco: Madrid es ingobernable
Gobernar, gobernanza o, mejor dicho, gubernamentalidad (del francés gouvernabilité) refiere desde el siglo XIX a la disposición de un sujeto para ser gobernado. La ausencia de ésta, escribe el filósofo francés Grégoire Chamayou en un ensayo soberbio, sería un espíritu colectivo de insubordinación o, simplemente, un fallo en los aparatos de gobierno, una parálisis institucional desatada por algo distinto a la desobediencia civil. En la actualidad, una pandemia, como la del Covid-19; otrora, en 2011, un atentado terrorista. Gramsci, con sus síntomas mórbidos; Lenin, y la oposición a vivir de la vieja forma; o Foucault, quien hablaba de la crisis en los aparatos de Gobierno... Ninguno, si no Samuel P. Huntington, es quien otorga a Ayuso el fundamento de su estrategia. ¿“Es la democracia política, como existe en la actualidad, una forma viable de gobierno?,” se preguntaba el coautor de La crisis de la democracia, un polémico texto de la Comisión Trilateral.
Precisamente con el fin de evitar una hipotética moción de censura del PSOE y Ciudadanos, como ocurrió en Murcia, es decir, una crisis de gobierno, quien afirmaba en Onda Cero sentirse “presa del parlamento [madrileño]” respondió convocando elecciones y, casi de manera inmediata, sentando las bases sobre las que giraría la campaña. “Sánchez castiga (...), Sánchez discrimina (...), Sánchez perjudica (...) a Madrid”, expresó a principios de abril la candidata del Partido Popular. Los medios acompañaron la acrobacia política imprimiendo una sobredosis de desinformación —mayores de las que caben en Facebook— sobre la responsabilidad en la gestión sanitaria de la pandemia. Y Sánchez mordió el anzuelo del rival, tildando de “gobierno fallido” a la Comunidad de Madrid.
La lógica estructural detrás del teatro político de la crisis de Gobierno es que el virus de la covid-19 ha estrechado los recursos financieros de Madrid, incapacitando las dos funciones clave que rigen la particular Constitución económica de dicha autonomía: la acumulación de capital, favorecida por el paraíso de la libertad fiscal madrileño, y la legitimación política del propio sistema. Unas elecciones, o una oportunidad para entablar lucha contra el Ejecutivo progresista, no sólo trata de camuflar las letales consecuencias de la gestión sanitaria de Ayuso alimentando una supuesta crisis de gubernamentabilidad. Más bien, se trata de activar todos los resortes políticos e ideológicos al alcance de los conservadores con el fin de avanzar hacia un gobierno fuerte para una economía libre.
Todos los intentos de regulación procedentes de un hipotético gobierno de izquierdas serían despachados por los tres partidos de la derecha como un ataque a la libertad económica durante los dos próximos años
Al reducir los impuestos al capital en una situación de grave crisis, la situación presupuestal de la Comunidad de Madrid se convertiría en insoportable y el Estado tendría que hacerse cargo. Dado que las competencias están descentralizadas, la salida castiza a la crisis del coronavirus es prolongar la austeridad fiscal de los últimos 29 años, es decir, continuar el ataque contra el estado del bienestar en un momento en que esta política parece irrealizable a nivel estatal.
De acuerdo con los datos del salmón heterodoxo, la Comunidad de Madrid dejó de ingresar 2.663 millones de euros del Impuesto de Sucesiones y Donaciones en 2017, lo que supone un 13,3% del presupuesto total de la Comunidad de Madrid. En relación al Impuesto de Patrimonio, el PP evita que el 0,5% de los madrileños pague el equivalente a lo que se gasta en cultura, turismo, deporte y políticas de empleo juntas en un año. En diez años, esas 17.000 personas se han ahorrado más de 8.000 millones. Esta es una cifra similar al gasto en Sanidad de la Comunidad en 2019. En otras palabras, tras registrar 23.623 muertos, los neoliberales iniciarán una nueva ofensiva privatizadora. ¿Sobre qué análisis político parten?
El mayor éxito de Ayuso es Gabilondo
Parafraseando a Thatcher, aún perdiendo, el mayor triunfo de Isabel Díaz Ayuso sería Ángel Gabilondo. En primer lugar, todos los intentos de regulación procedentes de un hipotético gobierno de izquierdas serían despachados por los tres partidos de la derecha como un ataque a la libertad económica durante los dos próximos años, precisamente cuando termina el acuerdo del “Gobierno progre”, lo cual aumentaría la presión y las fricciones entre los socios. De hecho, esta es la raison d'etre de las elecciones del 4 M: impulsar una campaña contra Moncloa en el mismo momento en que España cierra el año con el déficit más elevado de la Unión Europea y una de las deudas más altas. Los conservadores se crecen en las crisis financieras, pues son los únicos que no titubean a la hora de imprimir las medidas autoritarias de los mercados financieros.
Sin necesidad de especular sobre Madrid, a medida que transcurra la pandemia, el Estado difícilmente podrá garantizar las condiciones de acumulación y mantener la legitimidad al mismo tiempo. Ésta última cada vez se encuentra más socavada por la hegemonía de los capitalistas europeos, a cuyos halcones fiscales Merkel ha hecho llamar, lo que dará lugar a una situación de ingobernabilidad. Cuando el Gobierno central trate de solucionar el problema mediante una nueva expansión de la actividad del gobierno, este se verá bloqueado por la oposición de los austericidas y sin apenas dinero restante de los fondos europeos. Llegado este punto, el plan de los conservadores será acentuar el ataque contra cualquier tipo de intervención estatal en líneas progresistas.
Explotando los límites del PSOE, Ayuso trata de activar una suerte de contrarrevolución conservadora post-covid
Los conservadores saben que toda mayoría política involucra a uno de los partidos del régimen del 78, y que el PSOE es ontológicamente incapaz de desviarse de la línea neoliberal. También que ello frustrará a la clase obrera, cuyas expectativas vitales han sido instrumentalizadas electoralmente, y sumirá a las masas en un nuevo estado de nihilismo o coma. El PP espera que este círculo vicioso que nace del modo de Gobierno en el capitalismo neoliberal, especialmente si la dama blanca se encuentra en el Gobierno de Madrid, facilite un cambio similar a los de otras épocas del bipartidismo. Explotando los límites del PSOE, Ayuso trata de activar una suerte de contrarrevolución conservadora post-covid.
Por último, la cuestión es que la “polarización” en Madrid no ha terminado con una conflagración política entre la líder del Partido Popular y los movimientos sociales que muestre, al estilo de Mayo del 68, los límites de los conservadores, sino con un partido que (ateniéndonos a la lista electoral de Podemos) trata de instrumentalizar dicha movilización social en términos electorales. Paralelamente, la crisis del Régimen del 78 ha hecho saltar las débiles bridas democráticas de la Constitución: si un fantasma recorre las cadenas de televisión, este es el fantasma del neofranquismo. Más allá de las escenificaciones nazis, no hay nada más autoritario que negarle a la masa su derecho a transformar las relaciones de producción capitalistas e imponer la economía de mercado. ¿Cómo se legitima?: “comunismo o libertad”.
Hayek en Madrid
Probablemente, ni el más ferviente oyente de Ana Rosa Quintana conozca que Pablo Casado es un admirador devoto de Friedrich Hayek o que, Madrid, es una vez más “el banco de pruebas” del neoliberalismo. Tampoco que Isabel Díaz Ayuso representa la escala 1:100 de un PP en La Moncloa, como sugirió Casado en 2019 citando como su referente ideológico al filósofo austriaco. Y mucho menos que el artífice neocón Javier Fernández-Lasquetty, quien posa entre los libros de Hayek ante los periodistas del perro fiel de Aznar, sea como Consejero de Economía y también de Hacienda una voz mucho más radical que Nadia Calviño, quien a su lado parece Rosa Luxemburgo. Aunque no se le atribuye en los titulares de los mass media, la ideología de Hayek es perceptible en cada intervención de Ayuso.
“Se puede ser una democracia plena y no ser libre en todos los aspectos”, expresó en una entrevista con Onda Cero. Qué duda cabe de que Carlos Alsina no era consciente de que eso mismo fue lo que le dijo Hayek a un periodista de El Mercurio tras ser preguntado por su opinión sobre la dictadura de Pinochet: “Es posible que una democracia funcione con una falta total de liberalismo”.
Si la presidenta hubiera terminado el argumento, probablemente hubiéramos escuchado de nuevo a Hayek: “Personalmente prefiero un dictador liberal a un gobierno democrático que carezca de liberalismo.” Conviene recordar cuál es el núcleo de este razonamiento: la dictadura es la peor solución, a excepción de las otras, claro, especialmente el socialismo.
De este modo, las condiciones parecen estar listas para que los conservadores vuelvan otra vez su mirada hacia Huntington y afirmen: “lo que los marxistas atribuyen a [la tendencia hacia la crisis de] las economías capitalistas es, en realidad, un producto de la política democrática”. Observamos los inicios de un conflicto entre la formulación de la voluntad colectiva y el sistema de mercado, en cuya base está la libertad individual. Así, la campaña inaugura un interregno: la izquierda acepta públicamente que tal vez pueda existir una democracia en un mundo no derrotado por el capitalismo y la derecha que no existe salvación posible para el capitalismo sin alguna suerte de sedición contra la democracia.
Al fin y al cabo, “la democracia es sólo una forma de gobierno, mientras que la libertad [o la autoridad] debiera ser concebida como una forma de vida [para asegurar una sociedad ordenada]”, señalaba Jaime Guzmán, asesor de Pinochet, en una cita rescatada por Renato Cristi. Aunque expresado de una manera un tanto torpe y vulgar, así es “vivir a la madrileña”, como profesa Ayuso. “Uno se lo pasa bien” y tiene “múltiples posibilidades de empezar de cero una vida”. Al igual que para Hayek, la democracia es sólo un medio y no un fin; “un expediente utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual”, como indica el filósofo austriaco en Los fundamentos de la libertad.
Brevemente, la dicotomía que presentan los conservadores se mueve entre la libertad, entendida como gobierno limitado económicamente, y el totalitarismo (“comunista, antisistema, guerracivilista”), un gobierno ilimitado económicamente. En palabras de Hayek: “La democracia no es, por su propia naturaleza, un sistema de gobierno ilimitado. No se halla menos obligada que cualquier otro a instaurar medidas protectoras de la libertad individual. La libertad tiene pocas probabilidades de sobrevivir si su mantenimiento descansa en la mera existencia de la democracia”.
La democracia electoral se presenta desde los medios como un mercado político donde compiten emprendedores electorales, donde prima la lógica del intercambio de promesas a cambio de votos
Bajo esta lógica, la conclusión es obvia: Pinochet en lugar de Allende, Abascal en detrimento de Iglesias, o cualquier gobierno limitado económica a cualquier forma limitada. “Aunque haya buenas razones para preferir un gobierno democrático limitado a un gobierno no democrático, debo confesar que prefiero un gobierno no democrático sometido a la ley a un gobierno democrático sin limitaciones. Creo que un gobierno sometido a la ley constituye aquel valor más alto que en otro tiempo se esperaba fuera preservado por los guardianes de la democracia”, afirma el filósofo austriaco en Principios de un orden social liberal.
En un momento en que los déficits son abismales, el sector público está fuera de control y donde se necesita una ley sacrosanta para mantener el control, los mercados financieros emergen como una suerte de constitucionalización económica de la política. Así lo explica Quinn Slobodian en Globalistas (Capitán Swing). Esto es lo autoritario, pues la ideología de Vox comienza y termina en el orden espontáneo del mercado. De nuevo en palabras de Hayek, quien hubiera contratado los servicios de Desokupa sin dudarlo un instante, “sólo el sufragio limitado, por ejemplo, a los propietarios de tierras, lograría parlamentos suficientemente independientes del gobierno, con vistas a controlarlo efectivamente.”
Carl Schmitt en Ana Rosa
Observamos que la forma en la que se plasma el “estado totalitario” en Madrid, que en un sentido schmittiano se opone a las medidas donde el estado (de bienestar) cubre todas las áreas sociales y económicas, no es de naturaleza militar: es, por el momento, mediático y cultural. Asistimos a medios de comunicación de masas militantes (desde Atresmedia hasta Mediaset), siendo El Mundo uno de los “activistas” más enfermizos de un estado de propaganda como el que imperaba en la época de Aznar. Aunque más depurado, pues esta conflagración no sólo tiene lugar en programas televisivos de máxima audiencia, sino también a través de herramientas tecnológicas y redes de comunicación que manipulan las mentes en una sola dirección: la libertad de la economía respecto al Estado. Parece justo afirmar que si los periodistas neoliberales volaran no veríamos los hermosos atardeceres de Madrid.
La teoría de la elección pública y las cañas
Emerge otra cuestión, de nuevo señalada por Hayek, sobre la clave del éxito de este movimiento. Si “la democracia no ofrece respuesta al interrogante de cómo debería votar un hombre o qué es lo deseable”, entonces cómo entender el funcionamiento de las elecciones. La respuesta procede de nombres especializados en el campo de las finanzas públicas y la teoría de la elección pública, o de uno de los arquitectos de esta última, James M. Buchanan: mediante la extensión del paradigma del mercado al ámbito de la política madrileña. De este modo, y ahí se encuentran otra de las trampas de Ayuso, la democracia electoral se presenta desde los medios (quizá el summum de ello fuera el debate organizado por el publicista Risto Mejide) como un mercado político donde compiten candidatos, emprendedores electorales, donde prima la lógica del intercambio de promesas a cambio de votos.
Esta dinámica se ajusta desde los medios al mecanismo de gobierno de Isabel Díaz Ayuso desde el estallido de la pandemia. La presidenta ofrece a sus votantes aquello que quieren, o al menos aparentemente: la libertad de asistir a los bares, “ir a tomar una cerveza” después de trabajar. Lo cierto es que sin un sistema de bienestar (ya lo dice Ayuso, “se paga mucho” por vivir), los ciudadanos pueden elegir entre ir trabajar y después tomar cañas o morir. No obstante, el fundamento ético-filosófico de la libertad inalienable al consumo queda intacto, lo cual además refuerza la lógica del coste-beneficio. Estados Unidos ha gestionado a través de este método las políticas sanitarias y ambientales desde la década de los 70, cuando Murray Weidenbaum (asesor económico de Ronald Reagan) decretó el modo de pensar sobre la regulación gubernamental: el coste para los negocios debe primar sobre el beneficio para la salud.
Sin duda, esta es la filosofía pandémica de Ayuso: la ausencia de toda regulación excesiva, o al menos de regulación alguna. Salvo algún ejercicio propagandístico, como el del Hospital Zendal, la salud nunca se ha entendido como un derecho humano y fundamental. Más bien, se ha ponderado el posible coste que tendría para las empresas, o los hosteleros, establecer medidas de cierre de comercios. Dado que es imposible conocer el coste real de una regulación en materia sanitaria, y mucho menos evaluar sus beneficios monetarios, la evidencia científica ha sufrido un vuelco epistémico en favor de la industria: si no es posible cuantificar económicamente el daño hecho, entonces no habrá regulación. Como apóstatas inconscientes de Hayek, la mayoría de medios han acogido este mensaje.
Si seguimos los argumentos expuestos con anterioridad sobre la fiscalidad, el plan de Ayuso pareciera no tener fractura alguna: es más efectivo entregar un beneficio directo al ciudadano que reducir los costes de vida, por ejemplo, mediante una fiscalidad progresiva. A su vez, ello genera un bucle donde no puede haber vuelta atrás para la socialdemocracia sin perder votos. Y una vez controlada la polarización gracias a la piromanía mediática de Vox (el marco democracia versus fascismo debe ser ajeno a Ayuso), la izquierda radical queda reducida a operar dentro de sus límites y a obrar el milagro en el Sur. Todo ello se complementa con alianzas interesadas.
Si Rocío Monasterio hace las tareas de poli malo, emulando la más clara distinción entre republicanos y fascistas, ello es porque sabe que el populismo de derecha en España tiene un componente fuertemente anti-localista y anti-regionalista. Así se desprende claramente de los estudios que tratan la distribución territorial del apoyo electoral. Esto es relevante para las elecciones en Madrid porque el partido se presenta como el representante del 'nacionalismo étnico centrado en el Estado', siendo la capital el lugar donde debiera concentrarse todo el poder político. De nuevo, el famoso Estado fuerte como herramienta para asegurar la libertad de mercado.
La salida dialéctica al “libertad-democracia” en Hayek viene ilustrada por Grégoire Chamayou cuando apunta a que las teorías sobre la crisis se encuentran en la base del “liberalismo autoritario”. Para los neoliberales, el capitalismo se regula solo y las amenazas proceden de fuera del sistema. En general, debido a la politización de la economía. La expresión madrileña de este hecho son los discursos de que existe una crisis de gubernamentalidad económica (no sólo sanitaria) ante lo cual sólo queda limitar la democracia.
La izquierda debe responder con una teoría económica que entienda el capitalismo como un sistema guiado en base a una serie de lógicas internas y estructurales, entre ellas, la tendencia actual hacia una nueva crisis de rentabilidad debido a la incapacidad para mantener los niveles de acumulación pre pandemia. También haría bien en defender una teoría política que sepa navegar en esos límites para alterar algunas de las dinámicas sistémicas y tratar de modificar las líneas motrices del capital. No es cierto que vivamos tiempos neokeynesianos, pero las condiciones están listas para enterrar a la economía de mercado.
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"El neoliberalismo fue un proyecto político diseñado para cumplir con dos objetivos esenciales: eliminar al que fuera el enemigo ideológico del capitalismo durante la Guerra Fría, el comunismo, e imponer la libertad económica y la propiedad privada ante cualquier otra forma política, como la democracia." No pude dejar de leer el artículo cuando comprendí que era una errata poner "formación" en lugar de "forma".
Diaz Ayuso dice y hace lo que le da la gana como Esperanza Aguirre .
“imponer la libertad económica y la propiedad privada ante cualquier otra formación política, como la democracia”. Dejé de leer el artículo a partir de esta afirmación.