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Análisis
Musk, Trump y las líneas de fractura en el trumpismo

Fin del ‘bromance’. Éste ha sido el resumen más leído estas últimas horas en los medios de comunicación sobre el intercambio de golpes en redes sociales entre Donald Trump y Elon Musk, cuya intensidad fue escalando a medida ambos se amenazaban con revelaciones explosivas (“@realDonaldTrump está en los archivos de Epstein”) y medidas de presión (“la mejor manera de ahorrar dinero de nuestro presupuesto, miles y miles de millones, es cancelar los contratos y subsidios gubernamentales de Elon”). (CNN ha publicado una detallada cronología de este episodio para quien esté interesado.) Aparte de convertirse, como era de esperar, en la comidilla en redes sociales, el incidente hizo que Tesla se desplomase un 14% en bolsa.
Lo sucedido, con todo, debería estudiarse con más detenimiento como una muestra, acaso la más visible, de las fisuras en el trumpismo que analizó meses atrás Daniel Luban en Dissent, después de registrarse los primeros choques a cuenta de los visados H-1B para trabajadores cualificados inmigrantes entre quienes defendían su mantenimiento —Elon Musk, Vivek Ramaswamy y, en general, los barones de Silicon Valley— y quienes abogaban por mayores restricciones a la inmigración, una derecha nativista capitaneada por Steve Bannon —quien no ha perdido la oportunidad para exigir ahora la deportación de Musk a Suráfrica—.
De que Thiel y otros oligarcas de Silicon Valley vayan a apoyar a Musk en su desaire no hay ninguna garantía
Entonces el hacha de guerra se enterró y Luban concluyó que, a pesar de las intrigas palaciegas habidas y por haber en la administración, había muy pocos motivos para que la base del trumpismo se fracturase, ya que sus objetivos comunes —la evisceración de cualquier órgano social del estado, ante todo— prevalecían sobre otras diferencias. Tras el beef en redes de Musk y Trump, que comenzó con las críticas del primero a la ‘One Big Beautiful Bill’ (OBBB) (sic!) del segundo (“una asquerosa abominación”), quizá ya no sea ése el caso. La sugerencia de Musk de promover un impeachment contra Trump y reemplazarlo con el vicepresidente JD Vance —aupado por otro magnate de Silicon Valley, Peter Thiel— vuelve a sacar a la luz la importancia del lobby tecnológico en la segunda administración de Trump: esta vez como amenaza.
Como ha señalado Yanis Varoufakis, el rifirrafe revela en última instancia el desconocimiento de Musk de la política estadounidense al acusar “a Trump de abandonar sus principios aumentando el déficit” aunque “todos los presidentes republicanos hicieron eso: Reagan, los dos Bush y Trump en su primer mandato”. Más aún, como señalaba Luban en el artículo antes citado, si bien “la idea de Trump como un campeón populista de una socialdemocracia Herrenvolk siempre fue ingenua”, no es menos cierto que “los 77 millones de votantes de Trump son más dependientes que nunca de las ayudas del Estado”, y que eso debe haber tenido algún peso en el cálculo de oportunidades para soltar amarras con Musk. La motosierra-fetiche de los anarco-capitalistas deberá aguardar su turno.
‘F*ck around and find out’
En cualquiera de los casos, puede que al iniciar esta pelea Musk haya incurrido en un caso típico de hubris, ensoberbecido por su fortuna económica e influencia mediática (el periodista ruso-estadounidense Yasha Levine lo ha comparado recientemente con un ‘dios menor’ en el firmamento trumpista). ¿Quizás el consumo regular por parte de Musk de un cóctel de sustancias que van desde la ketamina al éxtasis pasando por hongos psicodélicos haya tenido algo que ver en esta actitud impulsiva y aparentemente poco razonada?
Sea como fuere, cuando Trump amenazó con suspender los numerosos contratos que Musk mantiene con el gobierno estadounidense, éste contestó que en respuesta dejaría de poner a disposición de la NASA la cápsula espacial Dragon desarrollada por Space X, utilizada para transportar a los astronautas estadounidenses a la Estación Espacial Internacional (ISS) (Desde 2008, Space X ha recibido más de 20 mil millones de dólares en contratos gubernamentales con la NASA y el Pentágono).
Efectivamente, tras varias décadas de privatizaciones, de prescindir de las empresas de Musk Washington tendría que encontrar a otros proveedores, una tarea que a buen seguro no debe de ser fácil en determinados campos, en particular en los más especializados tecnológicamente. Menos claro parece que Musk sea capaz de usar X como herramienta de presión, en la medida en que bajo su dirección esta red social ha perdido miles de usuarios y sobre todo su prestigio social, y, por extensión, influencia. No es que X no tenga ya la misma centralidad que tenía Twitter hace unos años: hasta la propia derecha estadounidense que podría ser potencialmente más receptiva a la insubordinación de Musk está diseminada por otras redes sociales, como Truth Social o Gab, y es, en consecuencia, una audiencia dispersada por varios medios y canales de comunicación. De que Thiel y otros oligarcas de Silicon Valley vayan a apoyar a Musk en su desaire no hay ninguna garantía.
“Musk todavía no ha sido hostigado para que abandone el país”, escribe Neil Abrams, que pronostica que justamente eso “sucederá antes de que termine este año”
Trump no tiene las de perder en este pulso, al menos de partida. En un análisis publicado en febrero, el politólogo estadounidense Neil Abrams advertía de la posibilidad de que Musk cayese en algún momento en desgracia y Trump utilizase todas las palancas de la maquinaria administrativa para acosarlo hasta doblegarlo u obligarlo a marcharse del país. No otra cosa hizo en su día el presidente ruso Vladímir Putin con oligarcas como Borís Berezovsky (exilio) o Mijaíl Jodorkovsky (prisión, primero, y exilio, después), incluyendo un método favorecido por Trump como la humillación pública ante las cámaras de televisión, como hizo con Oleg Deripaska.
(Pese a todo, un observador perspicaz de la realidad rusa como es Mark Ames ha matizado estas comparaciones, recordando que Putin “tuvo que proceder con cautela” antes de actuar contra Jodorkovsky, mientras que lo ocurrido ayer no sería más que “una riña petulante”; Levine ha mantenido sin embargo que las comparaciones con el espacio post-soviético, no sólo con Rusia, sino también con Ucrania, son aptas y que Trump tiene en su repertorio unas cuantas opciones para responder a Musk). Comentando la ruptura entre Musk y Trump, Abrams ha sido ahora más expeditivo: “Elon Musk fucked around, and now he's finding out”.
Estados Unidos
Roberto Montoya “Nos dicen que hay que armarse contra Putin cuando el mayor peligro para el mundo es Trump”
Dos fanfarrones, una pistola
Abrams propone el siguiente experimento mental: “Coge a dos fanfarrones egomaníacos y frágiles y enciérralos en una habitación durante un mes. Uno de ellos tiene dinero y medios de comunicación. El otro tiene una pistola. Está garantizado que ocurrirán dos cosas: la primera, que el fanfarrón con la pistola será el único que salga de la habitación con vida, la segunda, que se llevará consigo el dinero y los medios de comunicación. Ahora mismo una versión real de este experimento está sucediendo ante nuestros ojos. […] Musk tiene el dinero y los medios. Trump tiene la pistola, que, en este caso, adopta la forma del Estado y su monopolio de la fuerza.”
“Musk todavía no ha sido hostigado para que abandone el país”, escribe este autor, que pronostica que justamente eso “sucederá antes de que termine este año: apenas llevamos un día de esta bronca y los funcionarios de la administración ya están hablando de la posibilidad de investigarlo”. Abrams insiste en que la pulsión autoritaria de Trump y su desprecio por el estado de derecho conducen más pronto que tarde a este escenario y no a uno en el que Musk tiene margen de escapatoria. “Elon Musk no tiene una base de poder independiente sobre el terreno ni tampoco un ejército privado, son su dinero y sus medios de comunicación lo que le proporcionan influencia, así como los mecanismos de infiltración únicos que ha introducido en las agencias federales; si hay algo que puede salvarle el culo, es eso”, reflexiona Abrams al añadir de inmediato que si las cosas se ponen feas entre ambos, entonces “será el tipo de la pistola quien se lo lleve todo”.
Desde la Unión Europea el incidente ha causado como no podía ser de otro modo perplejidad —además de eclipsar la esperada visita del canciller alemán, Friedrich Merz, a la Casa Blanca— y las llamadas renovadas a incrementar la autonomía estratégica del bloque con respecto a Washington. El comportamiento adolescente de nada menos que el presidente de los Estados Unidos y del hombre más rico del mundo son motivos de peso, desde luego, ¿pero no eran razones suficientes para dar este paso la evidente pérdida de facultades mentales de Joe Biden —y los intentos reiterados de los medios de comunicación por convencernos de lo contrario—, la errática primera administración de Trump o el espionaje que llevó a cabo la NSA a varios dirigentes europeos siendo Barack Obama presidente? ¿O la invasión de Iraq en 2003 y la pretensión del entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, de dividir el bloque entre una ‘nueva’ y una ‘vieja’ Europa? A Europa se le da muy bien indignarse. Claro está, el espectáculo es lamentable —por emplear un adjetivo tan sólo—, pero lo que lo hace más terrible, una vez el shock pierde su efecto, es constatar, una vez más, nuestra impotencia, relegados como estamos al papel de meros espectadores.