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En momentos como estos, en los que el régimen español del 78 muestra una vez más su verdadero rostro, es importante tomar conciencia sobre el poder totalitario de las ficciones políticas sobre las que descansa el Estado moderno. No vamos a negarlo, para nosotros tampoco hay nada de esa España, de la España que vela el totalitarismo a través de una constitución pseudo democrática, que sea necesario conservar. No obstante, con decir esto nos quedaríamos cortos. Es más necesario, y definitivamente más emancipador, desmantelar el Régimen de 1492. ¿Por qué 1492?
Las nuevas formas de subalternización de la diferencia puestas en marcha a partir de 1492 conformarán, en base al paradigma de la raza, un principio organizador del Estado moderno que perdura hasta la actualidad. Nos encontramos ante la sistematización de una férrea jerarquía civilizatoria que sitúa a la identidad occidental, en aquellos momentos históricos sumida en el que será su proceso clave de homogeneización simbólica y militar, sobre las otras.
1492 no es una simple fecha simbólica. Nos encontramos ante un momento muy particular de la historia que sienta las bases de un nuevo proyecto civilizatorio dotado de una capacidad de violencia sin precedentes: Europa. Europa (EE UU es la consecuencia fundamental de Europa) no es un continente; es la identidad de un proyecto civilizatorio creado en base al genocidio, al epistemicidio, la explotación y el extractivismo. No, no lo hemos dicho lo suficiente, menos aun desde el Estado español: Formas de vivir y de morir; formas de soñar y de concebir lo trascendente; formas de respirar, de crear, de amar -también de destruir- fueron sistemáticamente ninguneadas y exterminadas para que esa (esta) Europa fundamentalista fuese posible.
Es necesario hacer hincapié en que queremos confrontar un relato político que no ha sido cuestionado con la determinación adecuada. En base a la realidad material y epistémica de ese relato estructural se sustentan importantes privilegios; en base a dichos privilegios se construyen opresiones; tales opresiones desembocan en persecución, sufrimiento, dolor, mutilación y muerte allá donde residen las vidas humanas que no merecen ser vividas.
Modernidad y Racismo
Interrogar al siglo XVI desde una perspectiva decolonial es descubrir algo tan esencial como incómodo: el racismo constituye una dimensión estructural de la modernidad occidental ¿Qué significa exactamente esto? Generalmente, a causa de la influencia nefasta del antirracismo moral, percibimos el problema que nos ocupa como si fuese parte de una anomalía en el seno de una sociedad democrática, igualitaria y sana. El racismo es, entonces, una patología interpersonal que se curará a través de una pedagogía intercultural −monitoreada por determinadas instituciones y sus ONG´s−, combatiendo rumores y enfrentando los prejuicios y los estereotipos de los individuos que no han comprendido el valor de la diversidad de nuestras sociedades.Decir que el racismo es institucional no debe quedar en un eslogan vacío que se pronuncia porque resulta estéticamente atractivo. Banalizar un discurso tan valioso en momentos como este es políticamente irresponsable. No negamos que existe una dimensión social del racismo ni menospreciamos las iniciativas que lo combaten, así como sus logros, pero no nos podemos permitir gastar más energías en tales proyectos. De la misma manera, afirmar que el racismo es institucional porque las fuerzas políticas conservadoras están en el poder es quedarse definitivamente en la epidermis de la cuestión. El racismo es un patrón moderno del poder occidental y aquí es donde reside el núcleo nervioso de la crítica decolonial.
Desde un prisma eurocentrado, la modernidad es un periodo emancipador de la humanidad en su conjunto que rompe con el oscurantismo, la religión, la tradición y el anquilosamiento de la cultura. No obstante, hay que decirlo: esta es una perspectiva local y narcisista que se pretende universal y se impone a través del imperialismo militar y epistemológico al resto del mundo. ¿Qué significa entonces la emergencia del proyecto moderno para tres cuartas partes de la humanidad? La modernidad no es un ente abstracto, etéreo que aparece en nuestras conversaciones de café. La modernidad es un proyecto civilizatorio cuyo producto estrella es el Estado. Hatem Bazian, pensador decolonial palestino, lo define lúcidamente:
“Ser moderno es ser secular, capitalista, racional, industrial y, por supuesto, desconectado, tanto en el pensamiento como en la acción, de los vínculos con los ancestros”
Por todo ello es necesario revisar la construcción ideológica del Estado Imperial español, su historia colonial y sus pervivencias, rastreando el origen de las relaciones de dominación y opresión que actualmente enfrentamos. No olvidemos, y repitamos hasta la saciedad, que somos sujetos postcoloniales y racializados del Estado que, en la modernidad temprana, se caracterizó por inaugurar nuevas heterarquías del poder en torno a la raza, la clase, el género, la sexualidad, el conocimiento, la espiritualidad que serán exportadas al resto del mundo. Por lo tanto, una crítica al racismo que no pone en crisis el proyecto civilizatorio en el seno del cual se produce la ideología racial es una crítica a medias; esa es, para nosotros, una de las limitaciones fundamentales que representa el antirracismo moral.
Este antirracismo solo reacciona a pequeña escala, invisibilizando el racismo estructural, reduciendo su campo de acción a la dimensión social. Si el racismo es un problema político, la lucha que lo enfrente ha de ser política. La lucha contra el racismo no puede ser individual porque el racismo no es un problema individual. Debe estar conectada a organizaciones que representen intereses, que defiendan una línea política clara y definida; que se alíen en la búsqueda de un horizonte común, inshaAllah.
Analizar y denunciar el racismo de Estado desde una perspectiva decolonial.
Revisar la construcción ideológica del Imperio español, su historia colonial y sus pervivencias, rastreando el origen de las relaciones de dominación y opresión que enfrentan las comunidades racializadas y/o provenientes de la migración postcolonial.
Desvelar las heterarquías del poder moderno en torno a la raza, la clase, el género, la sexualidad, la espiritualidad…
Afianzar las condiciones de posibilidad para el desarrollo de un antirracismo político en el Estado español.
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