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Vacunas
Reflexiones en torno a los cuerpos de las madres y la vacunación
Me pregunto si alguien en toda esta trama social (sanitaria, mediática y política), marcada por la que tal vez sea la mayor polarización de nuestra historia democrática, donde nos atraviesan unas demoledoras violencias intragrupales —de esas de las que hablaba la psicóloga feminista, Victoria Sau, que aparecen en los grupos oprimidos como manera de liberar tensión psíquica— se pregunta: ¿Cómo están llevando las madres, las grandes olvidadas de este sistema, las que nos arrastrábamos como gusanas antes de esta locura vírica, toda esta moral que nos dice que sigamos siendo el amortiguador de todo sin rechistar?
Hemos de sostener cuarentenas sin bajas, niñas y niños menores de 5 años con mocos o síntomas similares a los resfriados comunes aislados en los hogares (con cerca de 3 millones de familiares monomarentales), muchas veces con ausencia de red familiar que apoye las recurrentes obligaciones de aislamiento, refuerzo de disciplina social en las escuelas, mascarillas en exteriores para hacer deporte en los espacios escolares (cuando hay bastante evidencia científica sobre la nulidad de esta medida), aplicación de medidas sanitarias respecto a nuestras hijas e hijos sobre cómo deben ser los “aislamientos” en los hogares totalmente incompatibles con las necesidades afectivas de esos cuerpos chiquitos. ¿Y nadie se pregunta cómo se lleva y estamos llevando esto?
Hemos de sostener cuarentenas sin bajas, niñas y niños menores de cinco años con mocos o síntomas similares a los resfriados comunes aislados en los hogares. ¿Y nadie se pregunta cómo se lleva y estamos llevando esto?
Pero además, sobre las madres, otra vez se impone un mandato moral donde se nos exige ser ejemplizantes en muchas cuestiones de este contexto pandémico. En este texto me referiré exclusivamente a las referidas con las conductas aceptables en la cuestión de la vacunación. Básicamente ahora toca que seamos las valedoras de toda la campaña de vacunación masiva. Hay un mandato implícito de que cerremos los ojos y neguemos las alternativas terapéuticas que están en circulación en contextos más críticos con las narrativas del Norte-norte farmacológico (y sobre esto reflexionó, Nines Maestro, en este mismo medio), y que no tengamos en cuenta un tema prioritario e innegociable: las condiciones pre-existentes (y ahora entraré en esto) de nuestros cuerpos como madres antes de esta pandemia.
Es alarmante que se nos exija, y que se niegue qué pasaba antes de la pandemia con nuestros cuerpos, bajo esta nueva interpretación del “bien común”, y digo “nueva”, porque al concepto se incorpora el beneficio billonario de la industria farmacológica. Ya no hablamos del mismo concepto de “bien común” de hace algunos años, cuando para Hannah Arendt era “el mundo mismo en cuanto es común para todos”. Que sepamos, tales ganancias e intereses económicos estratosféricos están fuera de ese “común” para todas y todos, donde se olvida algo que siempre hemos sabido —que esta industria está regida por derivas neuróticas de acumulación de capital como principal objetivo— como los promotores inmobiliarios sin escrúpulos de mi pueblo, donde las condiciones pre-existentes de nuestros cuerpos como madres no existen. Sí, la exigencia moral y la reproducción continua de la cultura del castigo hacia nosotras.
Atrás queda, escondido en un rinconcito, lo que Arendt considera como condiciones políticas y morales que hacen posible la ciudadanía democrática, como “un espacio para armonizar las diferencias que nunca van a dejar de existir” o aquello de que “la distinción y la igualdad son los dos elementos constitutivos de los cuerpos políticos”. “Bien común” para unos señoros, y negación perpetúa sobre qué pasa en nuestros cuerpos como madres antes de la pandemia, para nosotras.
Siempre castigadas, negadas y exigidas
Ahora resulta que si eres madre y no te inoculas, estás errando otra vez frente a las exigencias del paterestado, convirtiéndote en apestada porque no participas en este nuevo “bien común”, que no tiene en cuenta que muchas madres desarrollamos enfermedad crónicas, sean autoinmunes, sean oncológicas, o que es indiferente a la incidencia de los trastornos mentales medicalizados entre las madres, o a quien no le interesan las nuevas pobrezas y violencias responsables de cómo se va perdiendo la salud una vez se asume el trabajo materno. Urgen estudios clínicos, estadísticos y sociológicos, que crucen datos, y saquen conclusiones desde lecturas feministas sobre tantos temas referentes a la salud de las madres que no parecen entrar entre las preocupaciones de este “bien común” que tanto se preocupa por que vacunemos a nuestros hijas e hijos.
Enfermedades, malestares, violencias y pobrezas reforzadas por la maternidad (por las diversas maternidades) son lo que se llaman “condiciones preexistentes” en nuestros cuerpos antes de la pandemia. Condiciones que habrían de ser tenidas en cuenta por el cuerpo médico, antes de la inoculación masiva, o valoradas por las facultativas para saber si es idónea o no la inoculación en cada caso y desde ahí proceder a la prescripción médica de la misma. Pero no está pasando. Nadie está teniendo en cuenta lo que pasa en los cuerpos de las madres. Se puede decir que tampoco pasa con otros cuerpo, es cierto. La vacunación masiva es lo que tiene: no se atiende a las particularidades de ninguna persona. Sin embargo, hay una diferencia que debe ser nombrada como problema social urgente: hoy día maternidad es sinónimo de enfermedad y pérdida de poder económico/simbólico y psicocorporal al que si se le suma la cuestión vacunal el impacto será sustancialmente superior y por ello urge nombrarlo en su individualidad.
Nadie está teniendo en cuenta lo que pasa en los cuerpos de las madres. Se puede decir que tampoco pasa con otros cuerpo, es cierto. La vacunación masiva es lo que tiene: no se atiende a las particularidades de ninguna persona
¿Alquien se ha parado a recapacitar, dos minutos, si es legítimo, exigir a las madres que asuman el porcentaje de efectos adversos que se están revelando, cada día en todos los países donde se está llevando a cabo las inoculaciones masivas, sin tener en cuenta las condiciones pre-existentes que atraviesan a nuestros cuerpos? ¿Se nos puede exigir que asumamos la ruleta rusa de los efectos adversos cuando millones de niñas y niños dependen de nuestro cuerpo-madre como sostenedor principal? ¿Podemos seguir reproduciendo tal exigencia moral sobre las madres sin tener en cuenta las violencias y pobrezas que nos atraviesan en nombre de una nueva interpretación del “bien común” que incorpora los beneficios billonarios del Big Farma?
Igual es ya el momento de tener en cuenta las condiciones pre-existentes que atraviesan las madres, a sus cuerpos, antes de exigirnos ser ejemplarizantes respecto a esta moral pandémica de única dirección, en un contexto jurídico donde no es obligatoria la vacunación, y donde puedes decidir por ti misma en función del binomio riesgo-beneficio sobre tu cuerpo y sobre cómo esto puede afectar a los cuerpos que dependen del tuyo.
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Gracias por este valiente artículo. Por fin el Salto se pone las pilas y publica cosas q cuestionan el relato oficial y los efectos de asumir esta locura a pies juntillas.