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Ecofeminismo
Aua Keita, adiós a la voz de la tierra
El pasado 24 de octubre fallecía Aua Keita, una mujer que vivió esparciendo semillas de igualdad en Guinea Bissau. Gracias a la periodista Rosa M. Tristán, que la conoció personalmente, honramos su memoria y trabajo en este artículo
Los pimientos picantes adquirieron un protagonismo inesperado en la vida de Aua Keita. La chispa de su voz, la energía que trasmitía su mirada, ese no parar de un lado a otro esparciendo las semillas de la igualdad que ayudaron a acabar con el sabor amargo de unas tradiciones que, ancladas en el patriarcado, dificultan la vida de las mujeres africanas. Ahora, en muchas aldeas de Guinea Bissau, la vitalidad y la sonrisa que llevaba Aua a cuestas se echará de menos. Habrá un agujero difícil de llenar en ese paisaje social que recorría un día tras otro, regañando a los hombres bajo la acacia, animándolas a ellas a tomar las riendas. Era su ‘cosquilleo’, como lo llamaba, el “ si tengo derechos, lucho por ellos”, que la encendía como el calor picante piri-piri se los ‘robaban’. Asi, año tras años, hasta que una enfermedad, que posiblemente hubiera podido superar en Europa, se la ha arrebatado a su gente.
Aua, que en castellano suena a manantial, a río, a fuente, tenía 45 años y una hija adolescente que era a la vez su amiga y confidente. También lo fue ella de su madrastra, una combatiente por la independencia de su país, como su padre. “Soy una mezcla de étnias, transfronteriza como el proyecto que ahora ocupa mi tiempo”. Me lo contaba hace un par de años, cuando nos conocimos en la zona fronteriza con Senegal, la Casamance. Cuando nos encontramos, Aua trabajaba en la asociación que fundó en el año 2000 junto a otras 21 personas, Aprodel (la Asociación para la Promoción Local Integrada), centrada en un proyecto con la ONG Alianza por la Solidaridad que buscaba mejorar la gestión de los recursos naturales en la frontera de su país con Senegal y de Senegal con Gambia.
El azar quiso que naciera en Zinguinchor, esa ciudad senegalesa y destartalada junto al río Casamance, a pocos kilómetros de la tierra de sus raíces. “Mi padre fue un luchador por la independencia de Guinea Bissau en los años 70 y, después, como era militar, llegó a ser guardaespaldas de altos dirigentes del país, hasta que lo mataron en un enfrentamiento”.
Para entonces, ella y sus hermanos ya vivían con su madrastra, la mujer combatiente que se enfrentó al reto de seguir adelante sola, con cinco criaturas y un pequeño pedazo de tierra. Fue allí donde la niña Aua aprendió a sembrar, a plantar, a abonar y a saber cuándo había que cortar las malas hierbas. Pero el destino quería algo mejor para ella, así que un día de 1983 la viuda se presentó a pedir para tres de los hijos las becas que ofrecía el Gobierno y que podían proporcionarles un futuro mejor que lo que iba a darles su pequeña huerta.
Aua embarcó, con apenas 12 años, camino de Cuba para no regresar en ocho largos años. En este largo paréntesis vivió junto a angoleños, etíopes, nicaragüenses o sudaneses en la famosa Isla de la Juventud, por donde pasaron en 40 años mas de 35.000 niños y adolescentes africanos.
De allí regresó convertida en ingeniera agrónoma. Aquella semilla que había sembrado su madrastra del amor a la tierra había echado raíces y recordaba entre risas que fueron los pimientos, los pequeños frutos rojos a los que dedicó su tesis, quienes la convirtieron en la única mujer seleccionada en su región para defender el trabajo ante un tribunal universitario.
Con ese expediente bajo el brazo, pronto consiguió trabajo en un proyecto agrícola financiado por una ONG holandesa. No tardó en comprobar que en Ginea Bissau el trabajo del hombre y la mujer, puestos en una balanza, no pesan lo mismo, que el peso no se inclinaba nunca hacia el lado donde estaban ella y sus compañeras. Comprendió que no basta con que la Constitución de su país hable de igualdad de derechos, porque lo cierto es que las mujeres ni siquiera son dueñas de la tierra que cultivan.
Cuando acabaron los fondos holandeses, y con ellos el proyecto, Aua y sus compañeros crearon Aprodel. Llevaban una década apoyando a unas comunidades que no podían abandonar, así que buscaron una nueva aliada: Alianza por la Solidaridad.
Aua tenía muchas tablas y energía para ir a las aldeas y hablar a los hombres de igual a igual sobre los derechos de sus mujeres e hijas, de la injusticia que tenía asiento privilegiado en sus hogares. “Como no es fácil conseguir cesiones, pensamos: ¿por qué no hacer a las mujeres propietarias reales de la tierra sin los hombres? ¿por qué no inscribir su nombre en los registros para que no sean esquilmadas en herencias o por empresas sin escrúpulos?”, me contaba.
El proyecto fue tomando forma y Alianza y Aprodel, juntas, lograron que más de un millar de mujeres vieran crecer sus tomates, sus habas, sus pimientos, en unos huertos que florecen al tiempo que su incipiente igualdad. Son inolvidables aquellos días en las que juntas recorrimos las huertas comunitarias de las mujeres que ayudó a crear. Y pude comprobar cómo las enseñó a hacerse oír en reuniones donde su voz antes no tenía presencia. La de Aua, cargada de ‘pimienta’, les espoleaba para exigir que no dejaran a sus hijas fuera de las escuelas, para que no se quedaran fuera de las decisiones. “A veces estoy cansada, pero no puedo dejar de venir. Ellos la respetaban.
“Nací mujer, mi madre fue una luchadora mujer y mujer es mi hija. Debo seguir luchando para que en su mundo futuro la igualdad sea real. Ver cómo cambian las cosas es el mejor fruto que cosecho en esta tierra”.
Adiós, Aua Keita . Mujer anónima, mujer valiosa, la voz de la tierra.
Ahora es parte de ella.
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Hasta siempre compañera, amiga, hermana
, seguiremos con tu trabajar eb defensa de derechos de las mujeres
Hasta siempre Aua. Tu semilla seguirá dando grandes frutos para todos y para quienes más los necesitan.