Opinión
Cuando la memoria se hace rabia

La rabia expresada en las calles no surge del aire. La memoria que pretendió ser borrada ha sido recuperada desde lo político. Sin esa historia, sin todo ese recorrido, no se entiende lo que está pasando estos días en Estados Unidos.

Black Lives Matter Bandera
Byron Maher Imagen creada para el Sindicato de manteros de Madrid para denunciar el asesinato de George Floyd.
4 jun 2020 06:00

A veces parece que el tiempo no pasa. Las imágenes que antes eran en blanco y negro ahora solo cambian en que están coloreadas por la tecnología, pero aun así siguen reflejando el mismo mundo del “blanco y el negro”.

Hace 500 años el blanco creó su poder para pisar “al negro”; en 1863 con la abolición de la esclavitud el blanco en Estados Unidos reformuló su poder pero siguió pisando “al negro”; en 1965 se terminaba el periodo Jim Crow y las personas afrodescendientes podían votar pero el blanco seguía pisando “al negro”; en 1971 Richard Nixon declaraba la guerra contra las drogas y el blanco seguía pisando “al negro”; en el 2009 Barack Obama se convertía en el primer afroestadounidense en ser presidente de los Estados Unidos pero el blanco seguía pisando “al negro”; en el 2017 Donald Trump se convertía en presidente y en el 2020 un policía blanco mata pisando y asfixiando a George Floyd, un negro. El pie del blanco sigue sin levantarse.

George Floyd se suma a la lista de Tryvon Martín, Michael Brown o Eric Garner. Estos son sólo los nombres que han terminado, por un motivo y otro, haciéndose mediáticos. Pero lo cierto es que en Estados Unidos cada año son asesinados por la policía más de 250 personas afrodescendientes. Los jóvenes afros tienen nueve veces más probabilidades de morir en manos de la policía que el resto de la población. En 2016 la policía mató a 1.092 personas de las cuales prácticamente el 25% eran afrodestadounidenses. Cabe señalar que la población afroestadounidense del país es el 12%.

Pero es que, cuando no te matan, te encierran. Hoy en día hay más adultos afroestadounidenses bajo control penal que los que estaban esclavizados en 1850. La desproporción de las sentencias por similares delitos o la sobrevigilancia sobre estas personas generan diferencias estructurales evidentes. Entre el 2007 y 2011 las sentencias de los hombres negros fueron 19,5 veces más grandes que la de los blancos en situaciones similares. Pese a que la mayoría de los traficantes y usuarios de drogas ilegales son blancos, tres cuartas partes de todos los reclusos por estos delitos son negros y latinos. Y todo esto para muchos supone una muerte política, ya que pasar por la cárcel en la mayoría de los estados significa perder derechos políticos y sociales como al voto y prestaciones públicas.

Cuando no te matan, te encierran. Hoy en día hay más adultos afroestadounidenses bajo control penal que los que estaban esclavizados en 1850

Otro campo donde se evidencia esta diferencia es del de las ejecuciones, en un país donde todavía existe la pena de muerte. De las más de 18.000 ejecuciones que han tenido lugar en la historia de Estados Unidos solo 42 personas blancas fueron condenadas por matar a una persona negra, mientras en el caso de las victimas blancas el 75% de las personas acusadas acabaron con pena de muerte. Para el 2011 el 42 % de las personas que estaban en el corredor de la muerte eran afrodescendientes.

Es decir, la rabia expresada en las calles no surge del aire. La memoria que pretendió ser borrada ha sido recuperada desde lo político. Su historia, aunque se empeñaron en negarla desde los tiempos de Hegel, está presente. Porque sin esa historia, sin todo ese recorrido, no se entiende lo que está pasando estos días en Estados Unidos.

Hace 500 años unos patrimonializaron el poder y el privilegio, que como tal lo fueron heredando sus descendientes hasta ahora. Por su parte, el patrimonio de los otros ha sido la ausencia de derechos. La ausencia de la capacidad del ser, del enunciarse. El patrimonio de la negación. Pero el tiempo pesa. La carga se acumula, los látigos, los golpes, las sogas, las cadenas, los disparos. Existe una huella imborrable, porque no la han querido reparar, que sigue marcando los cuerpos. Y entre todo, lo que sí heredaron fue la capacidad de resistir, de luchar y de sobrevivir. Porque un pueblo no aguanta siglos de esclavitud, torturas, segregación y sometimiento sin resistir.

Cuando te hablan de la democracia de Estados Unidos, cuando te dicen que occidente es la tierra de los derechos y libertades, lo que no te dicen es que eso es solo para unos (los de siempre), mientras otros miran desde la barrera. La lucha contra el racismo es la lucha por hacer extensiva esa democracia al resto.

Pero no debemos mirar lo que pasa en Estados Unidos con asombro. Tampoco con esa distancia que lo banaliza y lo transforma en un espectáculo. Las mismas sombras cubren el resto de países. El racismo no es un problema de Estados Unidos, por el contrario, este configura parte del orden internacional. Nuestras sociedades, nuestras instituciones, se articulan desde ese racismo codificado siglos atrás y redefino hasta ahora.

La reproducción de la violencia estructural racista cruza el mundo entero y por eso hay que apoyar a las organizaciones y movimientos antirracistas de nuestras ciudades. No sirve con mirar con asombro, pena o rabias puntuales, como cuando vemos las series y películas sobre racismo en las pantallas. La muestra del racismo en el cine no puede reducirse al ocio del que no lo vive. Nuestras ficciones y distopías son sus realidades.

En París las calles las prenden los mismos, pero con otros nombres. No mueren y torturan a Floyd, Martín, o Brown, lo hacen a Adama Traoré y a Théo. Todos ellos víctimas de un mismo monstruo insaciable. Los nadie que diría Galeano. Los Chalecos negros, en sus propias palabras, “los sin papeles, los sin voz, los sin rostro de la República francesa”, lo dejan muy claro, “Somos inmigrantes que seguimos amenazados por la policía, que nos reprime y nos chantajea en nuestros propios espacios de vida” y denuncian que en el mundo que vivimos los derechos están suscritos a documentos que te legalizan, y sin ellos, simplemente no se existes. Por eso abogan por el fin de ese modelo: “No solo queremos papeles, sino también romper el sistema que crea 'sin papeles” señalaban en un manifiesto publicado en el diario francés L'Humanité el 24 de abril de 2020.

Ese orden internacional racista, reforzado desde lo colonial, es el mismo que define cuales son las muertes que importan. La misma rodilla que ha matado a George Floyd es la que mata en las fronteras de Europa

En España desconocemos los nombres de los asesinados en el Tarajal, tampoco se han vuelto mediáticos nunca los nombres de las miles de personas que mueren cruzando el Mediterraneo. Pero siempre recordaremos a Mame Mbaye Ndiaye, Samba Martine e Idrissa Diallo entre otros de los que desconocemos sus nombres. Podría parecer que estas muertes no tienen nada que ver que con las de Estados Unidos, pero no es así. Ese orden internacional racista, reforzado desde lo colonial, es el mismo que define cuales son las muertes que importan tanto en un sitio como en otro. La misma rodilla que ha matado a George Floyd es la que mata en las fronteras de Europa.

Hace unos años publicaba La construcción del sujeto negro y las muertes que importan un texto en la revista de Relaciones Internacionales de la UAM del que me gustaría rescatar un estracto:

“Desde la globalidad del racismo como una estructura que hace parte intrínseca del sistema capitalista mundial y que surge precisamente como consecuencia de los modelos esclavistas de plantación de los siglos de la trata, este puede localizarse focalizando en barrios de las diferentes ciudades en Estados Unidos. Lo global tiene un claro efecto en las realidades locales, determinando en este caso quienes mueren y quienes viven, o en otras palabras, que muertes importan y que muertes no. De esta forma, podemos poner la vista en el Mediterráneo, un mar definido como la mayor fosa común del mundo. Un mar, que, como ocurre en el barrio de Watts —barrio de Los Angeles conocido por disturbios raciales hace unas décadas—, tiene víctimas de primera y de segunda clase.

El Mediterráneo presenta varios aspectos en común con Watts, empezando por su constitución como un espacio donde mueren muchas personas al año ―evidentemente la magnitud de las muertes en el mar es mucho más grande y debe entenderse la proporcionalidad de los espacios―, la impunidad en general de los responsables de estas muertes, y por último, el hecho de que la mayoría de estas muertes son de personas negras o racializadas. Son dos espacios donde el cuerpo negro, cuerpo sometido al imaginario blanco occidental, carece de aquellos derechos que tienen el resto de personas que los transitan”.

Por eso en España como en Estados Unidos, hace 500 años el blanco empezaba a pisar “al negro”; en 1512 con la abolición de la esclavitud de personas indígenas el blanco seguía pisando “al negro”; en 1837 con la prohibición de llegada de esclavos a la península ibérica el blanco seguía pisando “al negro”; en 1885 Guinea Ecuatorial pasaba a ser una colonia española y el blanco seguía pisando “al negro”; en 1968 Guinea Ecuatorial se independiza y el blanco seguía pisando “al negro”; en 1975 España pasaba de una dictadura a una democracia y el blanco seguía pisando “al negro”; en 1985 España pasaba a ser parte de la Comunidad Económica Europea —en la actualidad la Unión Europea— y se creaba la Ley de Extranjería y el blanco seguía pisando “al negro”; en 1992 con el asesinato de Lucrecia Pérez España se reconocía por primera vez que el blanco seguía pisando “al negro”; en el 2011 tuvo lugar el 15M y el blanco seguía pisando “al negro”; en el 2014 el Tarajal nos evidenciaba que el blanco seguía pisando “al negro”; y en la 2020 los campamentos de chabolas en el Lepe reflejan como el pie blanco sigue pisando con fuerza “al negro”.

La gente no aguanta más. Están cansados de ser los cuerpos con los que otros desahogan sus frustraciones y sus miedos. De que sus vidas no valgan nada. De que matarlos salga gratis

Al final, el tiempo sí pasa. Nacemos, crecemos, morimos y aún así el fondo no ha cambiado, lo que si lo ha hecho son las formas. El racismo nunca se fue. Siguen muriendo los mismos y los que tienen privilegios siguen siendo los mismos. Esto no es nuevo, ni hay una mayor explosión de racismo actualmente, lo único que pasa es que vivimos en una burbuja donde quienes no tienen la piel de los sometidos no lo ven o no lo quieren ver mientras esto es el día a día para el resto. Por eso se debe aclarar que el Racism isn’t getting worse, it’s getting filmed! [El racismo no está empeorando, está siendo grabado].

La gente no aguanta más. Están cansados de que los maten, de que les encierren, de que les exploten, de que les criminalicen y les persigan. Están cansados de ser los cuerpos con los que otros desahogan sus frustraciones y sus miedos. Ser el chivo expiatorio de todos los males. Los sujetos odiables. Los cuerpos que enriquecen a todos menos a ellos mismos. De que sus vidas no valgan nada. De que matarlos salga gratis. De que nunca se cuestione la violencia cuando es utilizada contra ellos. De que nadie se pregunte de donde surge esa violencia. Y de que tras matarles, al final, sean ellos los señalados como violentos.

Lo que une Minneapolis, con Paris, con Madrid, Lepe y con tantos otros lugares en el mundo, es el racismo, por eso debe enfrentarse desde la unión, la coordinación y el aprendizaje mutuo a partir de las distintas estrategias de lucha y para ello es imprescindible estados africanos fuertes que respalden a las poblaciones negras del mundo.

Hemos visto arder edificios en Minneapolis, y el problema es que a algunas les afecta más la “vida” de un edificio que la vida de las miles de personas que muere diariamente por el racismo. No solo matan los disparos de la policía, también mata la precariedad, la segregación, las políticas públicas y la ausencia de ellas, mata el mirar para otro lado, mata la impunidad, mata la opresión sistemática a un pueblo que cada vez tiene menos a lo que aferrarse y cuando se tiene poco que perder, se tiene mucho que ganar. ¿Desde qué posición cuestionas su rabia?

Termino con la misma cita del libro Muerte en el gueto de Jill Levoy, con la que terminé el texto mencionado:

“Coge a un grupo de adolescentes del barrio más blanco y más seguro de Estados Unidos y sumérgelos en un lugar en el que asesinen a sus amigos y ellos se vean agredidos y amenazados continuamente. Hazles ver que eso no le preocupa a nadie y que los asesinatos se quedan sin resolver. A ver qué sucede”.


Los datos están extraidos del libro del autor del artículo: Sí es un problema de racismo, (Diwan, 2018)

 

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