Música
Otras vacaciones a su ritmo

¿Es la canción del verano un producto creado por la industria, de consumo estacional y escasos atributos artísticos o ese concepto ya ha quedado desfasado?

No habían pasado ni 24 horas desde que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, pronunció la frase el 13 de junio en el debate de la moción de censura presentada contra él por Unidos Podemos y el vídeo ya circulaba a toda velocidad por las modernas autopistas de la información, las redes sociales.

Algo más, pero poco, apenas un día, tardaron los titulares y artículos —ávidos siempre de visitas y animados por la búsqueda de clicks masivos, esa práctica industrial de cazamariposas digital que iguala por lo bajo al blog recién llegado y a la página web de la cabecera impresa más leída— en hacerse eco de la nueva: ¡ya tenemos canción del verano!

El remix con autotune Cuanto peor mejor para todos, publicado por Iván Lagarto en YouTube a partir del galimatías lingüístico que Rajoy dirigió a Pablo Iglesias, se postula así como primer candidato a ese honorífico título que nadie sabe muy bien quién otorga ni según qué criterios pero que, cada verano, obsequia a una canción que se convierte durante tres meses en inevitable.

Momento cumbre en fiestas de todo tipo, aunque pegue poco con el resto del repertorio; banda sonora en las excursiones a la playa, y presencia insistente en los chiringuitos; los ripios y ritmos asociados a la canción del verano difícilmente serían aceptados, disfrutados y bailados en cualquier otra estación. No de la misma manera, desde luego.

La morena de mi copla, de Estrellita Castro, en 1939, aparece como la primera canción del verano según un trabajo de Radio Televisión Española. Desde entonces, en muchas ocasiones, son productos perecederos que a la altura de la primera semana de septiembre ya muestran claros síntomas de mal estado. En otras, sin embargo, se trata de canciones que han resistido el paso del tiempo y han conseguido anclarse en la memoria.

“Si entendemos la idea clásica de la canción del verano como el producto creado por la industria al servicio de un consumo estacional, de escasos atributos artísticos, intrascendente y vinculado a la ideología de la fast music, tal y como la hemos conocido durante las últimas décadas, en estos momentos no tiene demasiado sentido”, opina Valentín Ladrero, autor del ensayo Músicas contra el poder (La Oveja Roja, 2016), quien alude a las formas actuales de consumo musical como responsables en parte de esa pérdida de fuelle: “En una realidad fragmentada y dispersa, sin el poder ya de una radiofórmula hegemónica, por ejemplo, la indiferencia del público crece. En una realidad que conlleva otras muchas formas de consumo, la canción del verano pierde su significado, sorteando la vieja dictadura de la industria y los medios”.

“Una verdadera canción del verano opera para eludir los conflictos, haciéndose ligera sobre el modelo musical que impere en cada momento histórico”, opina Valentín Ladrero
Héctor Fouce, profesor de Comunicación en la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Músicas Populares en el Conservatorio Superior de Música de Aragón, comparte a medias este diagnóstico: “Es cierto que el consumo cada vez es más fragmentado pero también que la música es omnipresente en los espacios comunes, de los bares a las tiendas. En verano, liberados de las horas de permanencia en el lugar de trabajo, se circula más por estos sitios, y además están los miles de fiestas y verbenas en los que la música tiene que apelar a públicos variados. Así que, como músico, tiras de “Despacito” porque sabes que todo el mundo la conoce, y como oyente no te puedes librar de su omnipresencia porque suena en sitios cuya banda sonora no puedes controlar”.

Alto ahí. Fouce ha pronunciado el título más señalado este verano. Pese al rápido entusiasmo, no exento de chirigota, con que fue acogida, resulta poco probable que la canción meme sobre Rajoy —siempre fuente inagotable para este tipo de intervenciones— desbanque a Despacito de Luis Fonsi como la reina del estío.

Lanzada en enero, en apenas medio año ya roza los 3.000 millones de reproducciones en YouTube —el medidor de éxito musical en el siglo XXI—, ha sido remezclada o adaptada por todo tipo de artistas —desde la policía de Perú al superventas Justin Bieber— y en mayo alcanzó el número 1 de la lista Hot 100 de Billboard, el ranking de los sencillos más vendidos en Estados Unidos, convirtiéndose en la primera canción en español que llega a esa posición en los últimos 20 años. 

De confirmarse como el tema estrella de este verano —“no tengo ninguna duda”, apunta Fouce—, ratificaría asimismo la tendencia a las músicas de raíz latina como las preferidas en los meses estivales durante la última década. En el citado estudio de RTVE, figuran como canciones del verano desde el año 2000 títulos popularizados por Shakira, Juanes, Daddy Yankee, Don Omar, Lorna, Pitbull o Juan Magán.

Ladrero recuerda que, históricamente, la canción del verano fue un fenómeno allí donde la industria discográfica era fuerte “y el apoyo de los medios estaba comprado para hacer un éxito”. Se produjo principalmente en los países del sur de Europa —Italia, Francia y España— y en buena parte de Latinoamérica. Pero en la actualidad, precisa, “en tiempos de globalización ningún mercado escapa a un éxito programado para este cometido, así que ya no podemos asegurar que sea un fenómeno exclusivamente occidental”.

La creación de hits de carácter mundial, canciones que triunfan masivamente en cualquier rincón del globo, está directamente relacionada con un tablero de juego (y unas normas) que ha experimentado cambios sustanciales en las últimas décadas: la propiedad de la industria discográfica, cada vez más concentrada, y la irrupción de internet como distribuidor de contenidos.

A principios de siglo, cinco grandes grupos multinacionales controlaban más del 70% del mercado discográfico mundial. Tras la compra de EMI por Universal en 2012, ese cetro se redujo a tres. En cuanto a internet, su aparición ha transformado profundamente los canales y modos de crear, consumir y escuchar música.

Un ejemplo es el papel actual de las emisoras de radiofórmula, elemento clave durante muchos años a la hora de proponer —mejor: imponer— cuáles eran las canciones que había que escuchar. Lo que entraba y lo que quedaba fuera del top 40, poniendo como coartada la voluntad de la audiencia expresada mediante una supuesta votación semanal que decidía el orden. Así, los circuitos de rotación de las emisoras de radiofórmula decidieron también, a golpe de talonario, cuáles serían las canciones que asociaremos para siempre a nuestros recuerdos veraniegos. “3, 2 o 1, tú y yo lo sabíamos”.

Los responsables de algunos de los mayores éxitos del pop de los últimos años no son Backstreet Boys, Britney Spears, Katy Perry, Taylor Swift o Ariana Grande sino un estudio sueco encabezado por Denniz Pop y Max Martin
En realidad, saber sabíamos bien poco. En ese ecosistema, ni siquiera se conocen los nombres reales de quienes crean los temas que suenan hasta la extenuación. Como cuenta John Seabrook en La fábrica de canciones (Reservoir Books, 2017), los responsables de algunos de los mayores éxitos del pop de los últimos años no son Backstreet Boys, Britney Spears, Katy Perry, Taylor Swift o Ariana Grande sino un estudio sueco encabezado por Denniz Pop y Max Martin, quien suma 21 números 1 en el Hot 100 de Billboard con canciones creadas por él e interpretadas por otros.

“Las claves para un tema veraniego las sabemos casi todos, creo”, dice entre risas Chenoa a El Salto. Para ella, la receta consta de un tema pegadizo, fresco y con buen ritmo pero apunta que el ingrediente más importante es “que la gente lo adopte como su banda sonora del verano. El público manda y sin ellos no hay canción que sea un hit”.

“El estatus de estrella es para unos pocos. Pero se puede hacer lo que te gusta y sobrevivir. Todo depende de si quieres hacer música o que te conozcan por la calle”, dice Chenoa
Chenoa alcanzó la fama en esa factoría televisiva que, durante algunos años, fue otra vía de la industria para redefinir lo que es el éxito en la música. Pero ella llevaba ya una década de carrera profesional como cantante. “Hoy en día hay más ventanas para que la gente que empieza pueda darse a conocer y exponer su música —valora—. El estatus de estrella es para unos pocos. Pero se puede hacer lo que te gusta y sobrevivir. Todo depende de si quieres hacer música o que te conozcan por la calle. Las dos vías son aceptables pero lo importante es que tú lo tengas claro y seas honesto contigo mismo”.

Ladrero se muestra escéptico ante la posibilidad de una canción del verano distinta. “Algunas canciones de mucho éxito no han estado exentas de un mensaje explícito en contra de los argumentos del poder, pero no creo que se las pudiera catalogar de canción del verano, tal y como se registró en el mercado, tal y como se han entendido siempre”, considera.

Su razonamiento concluye con una frase inapelable: “Una verdadera canción del verano opera para eludir los conflictos, haciéndose ligera sobre el modelo musical que impere en cada momento histórico”.

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