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En el taller de Magdalena Sapeta se observan numerosos violines, algunas virutas de madera y bastante luminosidad. Esta última —debida a la claridad que entra por las ventanas— es uno de los motivos por los que ha instalado su espacio de trabajo en la planta superior de la casa en la que vive, en el municipio de San Lorenzo de El Escorial, en Madrid. Lo que hace necesita luz y precisión. También alguna sierra y sopletes. Y unas manos que sufren los gajes de un oficio artesanal, cuyo desempeño le ha dejado marcas en los dedos que hacen imposible que pueda llevar a cabo la que fue su vocación desde niña: tocar esos instrumentos que ahora repara o crea.
Magdalena Sapeta es arquetera, es decir, una lutier especializada en la construcción y reparación de arco, el accesorio que permite que vibren las cuerdas de los instrumentos musicales que pertenecen a la familia de las cuerdas frotadas: violín, violón, viola o contrabajo.
“Mi trabajo consiste en atender las necesidades de los músicos, fabricar un arco acorde al balance del músico y su instrumento —resume Sapeta en conversación con El Salto—. Es una parte muy importante de la acústica”.
En una época en la que un retrato pintado por una inteligencia artificial es vendido en subasta por más de 430.000 dólares, el oficio de fabricar a mano un arco para violín, con madera y cerdas, suena a paraíso (casi) perdido, a oasis que enarbola la bandera de la resistencia, a aldea gala, a otro tiempo. Una profesión, además, a la que ha llegado la onda expansiva de los recortes y de unas políticas educativas públicas que han borrado la música de los programas de estudio. Ella reconoce, a su manera, esa condición excepcional: “No tengo página web ni tarjetas de visitas. Me conocen por el boca a boca. Contamos con los músicos como publicidades andantes”.
¿Eres la última arquetera de España?
No, no, por supuesto que no. Hay mucho interés entre los jóvenes por la lutería y la arquería.
¿Tienes muchos clientes?
No me quejo [risas]. Hay músicos que frecuentan el taller, algunos requieren más atención y otros menos.
Sus clientes son músicos profesionales, integrantes de orquestas o solistas, pero también estudiantes y profesores de música que le hacen un encargo y le cuentan sus penas al cruzar la puerta del taller. Y no solo son intérpretes de música clásica, ella asegura que también trabaja con músicos autodidactas, algunos que tocan flamenco, jazz, tango o músicos que “por gusto o necesidad combinan música clásica con otra más comercial, digamos”. Sapeta explica que su trabajo es muy personal y que el punto final a la faena se alarga bastante más de las dos semanas que suele tardar en hacer un arco. Los acabados acústicos —el afinado de la barra y el ajuste de la curvatura del arco— son la fase última de un proceso que puede durar hasta un par de meses y en el que se requiere la implicación del músico: “Un arco es como una obra sin acabar. Hasta que el músico no lo hace suyo, no está terminado. El arco perfecto es uno que sirve a un instrumento y a un músico en concreto. El mismo arco puede ir fenomenal a un músico y muy mal a otro, por el balance corporal, la técnica que aplican o el peso del brazo, y, por supuesto, por el instrumento”.
Lo primero que hace cuando recibe un posible encargo son entrevistas y audiciones para entender qué es lo que necesitan tanto el músico como su herramienta de trabajo: “Los instrumentos de arco tienen alma y un músico percibe su sonido personal, así que hay que ajustarse a él”. Quizá no sea la última, pero es posible que Magdalena Sapeta, nacida en 1984 en Polonia, sí sea la única arquetera, la única mujer que se dedica a este oficio en España. Ella recuerda que desde pequeña hacía trabajos de bisutería y joyería en madera. Con 13 o 14 años ya había hecho muchas piezas y a partir de los 18, cobraba por ellas. Al empezar los estudios de violín se le despertó el interés por la lutería, que la llevó a Cremona (Italia), donde conoció a su marido. De allí a San Lorenzo de El Escorial, tras descartar volver a su tierra por la abundancia de lutieres que hay.
Por el camino se quedó la posibilidad de tocar el violín —“ahora me resulta imposible por la falta de sensibilidad en las manos que me ha causado el trabajo, y también requiere muchas horas de estudio así que lo he aparcado, pero sí me hubiera gustado seguir tocando”— y encontró la razón última que conduce su día a día: “El amor por la música es vital porque si no, no trabajas a gusto”.
De cara al porvenir, la arquetera explica que su idea es “mejorar siempre” y que no tiene “metas para el futuro sino hacer mejor cada arco que fabrique, a base de investigaciones acústicas y físicas que se aplican a la madera”.
¿Crees que tu oficio podría desaparecer?
Lo dudo mucho. La materia prima es cada vez más complicado conseguirla, es necesario tener ciertos permisos. Hay que comprar madera de pernambuco con certificado de protección de maderas en extinción. Hay otros materiales como marfil, palo santo,... Yo tengo un stock bastante importante pero hay gente buscando alternativas a la madera, como fibra de vidrio mezclada con otros materiales para intentar asimilar a la acústica de la madera, aunque por ahora no va por el buen camino. Hay muchos niños pequeños con ilusión por aprender a tocar instrumentos y con interés por la música clásica. Es cierto que con los recortes la música ha desaparecido de la escuela pero el interés se mantiene. Hay muchos padres y profesores que vienen y se quejan. Hay profesores de música a los que les han desplazado a dar educación física porque parece que esto es más importante.
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Que grandes seres humanos los dos,
Magdalena y su marido.
dificil encontrar personas con tan buen corazon y menos aun dentro del medio musical.
Ellos lo son.
Gracias por ese gran corazon y esa sonrisa que fabrica y repara arcos e instrumentos.
Preciosidad de manos y muy bien contextualizado el tema, como en una encrucijada de valores que caen, se sostienen, se añoran, se desean.