Migración
Un viaje a la Andalucía diversa

El 7,38% de la población andaluza es de origen extranjero. Lejos de los discursos racistas, la convivencia se construye día a día desde los barrios.

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Mercadillo de Algeciras Gabriel Corredor
31 mar 2019 10:45

La Peña Cultural Camarón de la Isla huele a café y hierbabuena. Lleva siendo así desde hace cinco años, cuando esta histórica peña flamenca se transformó en lo que es hoy: una cafetería marroquí. Sus antiguos dueños la cerraron por falta de público. Ahora, sin embargo, hacen lleno cada tarde. Acuden a ella sobre todo marroquíes, “pero también españoles”, apunta Ahmed, el camarero. A su alrededor, varios grupos de señores juegan a las damas y comparten humeantes vasos de té. Mientras, la silueta aleonada del ‘Maestro’ les observa de reojo, desde un azulejo antiguo que aún decora la fachada.

Así es la zona sur de Algeciras. Tierra de mezclas y paradojas imposibles, donde la proporción de población extranjera (9,37%) supera con creces la media andaluza (7,38%). Algunos la llaman “le petit Maroc”, aunque en realidad tiene su propia idiosincrasia: aquí los musulmanes visten a sus hijas de lunares para ir a la feria y los cristianos comen pinchitos de cordero halal. En las calles, lo mismo se sintoniza Aljazeera que Canal Sur, y existe una norma no escrita: se felicita la Navidad en diciembre y en mayo el Ramadán.

“La interrelación entre vecinos es cotidiana y habitual. A veces la convivencia es más profunda y a veces más superficial, pero está claro que existe”, cuenta el periodista algecireño Juan León Moriche. Según él, esta ciudad es singular por su relación histórica con los vecinos de enfrente. Ya en los años 70, Algeciras fue un lugar de paso obligado para los marroquíes que iban y venían de Europa. Ahora, incluso a partir de 2008, cuando la crisis obligó a miles de migrantes a marcharse de España, aquí la comunidad siguió creciendo y en algunos barrios ya van por la tercera generación.

Muchos han ocupado los pequeños negocios que, por culpa de la crisis o la competencia despiadada de los centros comerciales, fueron cerrando en la zona sur de la ciudad. Está la Peña Cultural Camarón de la Isla, pero también hay carnicerías, pastelerías, peluquerías, bazares, locutorios. “Si esta zona aún sigue viva es por ellos”, insiste el periodista.

En total se cuentan 104 nacionalidades en 85 kilómetros cuadrados y todas ellas conviven de manera pacífica

Pero los marroquíes no son los únicos. En total se cuentan 104 nacionalidades en 85 kilómetros cuadrados y todas ellas conviven de manera pacífica. Lo confirmó en 2017 un estudio impulsado por la Fundación Márgenes y Vínculos. Tras realizar más de 400 encuestas a población autóctona y extranjera, llegaron a una conclusión que quizá pueda resultar extraña a quien no haya pisado antes este lugar: un tercio de los algecireños cree que los inmigrantes ayudan a mejorar la convivencia.

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Partida de ajedrez en un bar Gabriel Corredor

“La convivencia es normal, no hay problemas. Nos llevamos bien españoles e inmigrantes, hay mucho respeto”, asegura Abdel El-hatani, un joven comerciante marroquí que acaba de abrir un bazar de segunda mano cerca del puerto. A solo unos metros de su tienda está la ferretería de Francisco de la Jara, abierta desde 1972 y con el mostrador empapelado de carteles de Semana Santa. “Hay gente que tiene miedo de venir por aquí, pero yo siempre les digo que no pasa nada. Los árabes de aquí son buenas personas. Yo sé que ahora mismo pego un ‘chillío’ y todos los moros que hay a mi vera vienen a salvarme”.

Es el relato de la Andalucía que convive. Una tierra abierta y diversa que lleva años acostumbrada a tratar con el diferente. Y aunque obviamente no está libre de racismo —nada lo está—, basta con rascar un poco para encontrar cientos de historias de encuentro y mestizaje. Algunas tan inverosímiles como descubrir en un mismo cartel las palabras Camarón y halal.

¿Es Andalucía racista?

En el colegio público Bergamín de Málaga hay tres profesores de religión —católica, islámica y evangélica— y las zonas comunes están traducidas a seis idiomas distintos. Lo diverso es la norma.

“El colegio es bilingüe, pero aquí se escucha todo tipo de idiomas”, señala su directora Concha Navarta. Tienen niños de 23 nacionalidades. Algunos de lugares tan distantes como Emiratos Árabes, Irak, Burkina Faso, Paraguay o Estados Unidos. No hay clase que no tenga un acento discordante y los niños lo viven con total naturalidad. “Tenemos la conciencia de que todos caben. Por eso enseñamos la importancia del respeto y la aceptación”. En medio de este abanico multicultural, a veces ocurren situaciones peculiares, por ejemplo, en Semana Santa. “Todos los años sacamos un trono pequeño del Cristo Cautivo y la Virgen de la Trinidad y lo llevan niños de todas las religiones”.

El racismo no es un problema para ellos, asegura la directora, pero… ¿qué pasa con los adultos? Las últimas encuestas del Observatorio Andaluz de las Migraciones demuestran que la sociedad andaluza resulta ser “mucho más tolerante e integradora” respecto a la inmigración que la europea. La mayoría lo ve como algo positivo para el mercado de trabajo y considera que enriquece la vida cultural. Solo un 5,8% de la población se declara “abiertamente racista”.

Los andaluces suelen tener más amigos y familiares extranjeros que la media española

El 93% de los andaluces aceptaría tener un compañero de trabajo o estudios de origen extranjero y al 68% no le importaría tener vecinos o vecinas inmigrantes. Son proporciones muy altas respecto a la media en la Unión Europea, que ronda el 44%. Los andaluces también suelen tener más amigos y familiares extranjeros que la media española. El 70% asegura tener relaciones de amistad con personas de otro país, frente al 57% que se registra en el resto de España. El 32% de los andaluces afirma tener a una persona inmigrante en su familia, cuando la media española es el 18%.

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No obstante, todo esto no quiere decir que no surjan conflictos. “Encajar a todo el mundo en un mismo lugar necesita mucho esfuerzo. Cada uno tiene su pensamiento, sus creencias”. Habla Guita Taha, mediadora intercultural en la Fundación Márgenes y Vínculos. Ella lleva años recorriendo los barrios de Algeciras, hablando con los vecinos y escuchando sus problemas, resolviendo posibles diferencias culturales entre españoles y extranjeros, o entre los propios inmigrantes. “La convivencia es difícil siempre”, asegura Guita. Sin embargo, “las administraciones no le dan la importancia suficiente: aún hacen falta mediadores en los centros de salud, en los colegios y en los servicios públicos”, continúa.

El coste de ese desinterés puede llegar a ser muy alto. Basta recordar los lamentables sucesos ocurridos en El Ejido en 2000, cuando violentos disturbios racistas desembocaron en la quema de coches y viviendas, y provocaron la huida de cientos de magrebíes que trabajaban en las plantaciones agrícolas. Hoy, 19 años después, la situación en El Ejido está cambiando gracias, precisamente, al esfuerzo de los mediadores y colectivos que trabajan para acercar a los vecinos y acabar con esa histórica desconfianza hacia el otro. “Hay un salto exponencial en el estado de la convivencia. Hace cinco años la opinión de la gente era muy mala, ahora se empieza a ver de otra manera”, explica Kaoutar Boughlala, presidenta de la ONG Codenaf.

Desde 2010, Codenaf promueve una experiencia piloto de convivencia en la barriada de Las Norias de Daza, donde coincide un 69% de población extranjera y una alta proporción de población gitana. “Intentamos que los conflictos se solucionen de forma pacífica y dialogada a través de la mediación”, apunta Boughlala. Para ello se coordinan a través de una mesa local donde participan miembros de otras asociaciones, de los colegios y del centro de salud del barrio. “Todavía no hemos podido llegar a todos, nos falta involucrar a los empresarios. Es nuestro siguiente reto”, explica.

Desde 2000, Andalucía no ha vuelto a vivir ningún episodio similar al de El Ejido, pero el racismo y la xenofobia siguen siendo todavía la principal razón de los delitos de odio, igual que en el resto de España. Se trata de incidentes puntuales, aislados, pero existen. De los 135 delitos de odio registrados en 2017, 64 fueron por motivos racistas.

El problema es la pobreza

“Sigo pensando que Andalucía es territorio de convivencia, que los almerienses no son racistas. Es más clasismo que racismo, es miedo al pobre”, responde Kaoutar Boughlala para intentar explicar cómo, a pesar de los esfuerzos por mejorar la integración en El Ejido, un 29,51% de sus habitantes votó en las últimas elecciones autonómicas a una opción claramente xenófoba. “Los dos barrios donde se registraron más votos fueron el más rico y el más pobre. En Almerimar, donde no hay inmigrantes, solo urbanizaciones privadas; y aquí en Las Norias, una zona muy desfavorecida donde la gente lo pasa regular”.

Según datos del último Eurobarómetro, la inmigración está el penúltimo en la lista de preocupaciones de los andaluces

El problema no es la inmigración como tal. Nunca lo ha sido. Según datos del último Eurobarómetro, este tema está el penúltimo en la lista de preocupaciones de los andaluces. Lo que de verdad les quita el sueño es el paro. Por eso es precisamente ahí, en el caladero de la escasez, donde se aferra el discurso del miedo para enfrentar a unos contra otros, a pobres contra pobres.

“Al incrementarse las desigualdades, disminuir las prestaciones sociales y enquistarse la pobreza se crea un contexto que está siendo aprovechado por quienes lanzan mensajes fanáticos y agresivos de xenofobia”, alertaba ya en 2015 un estudio financiado por La Caixa en 31 territorios de “alta diversidad”, entre ellos algunos barrios andaluces como Granada Norte, Jerez Sur, el Polígono Sur de Sevilla o el propio El Ejido.

Es en estos territorios —donde dos de cada tres vecinos se han visto afectados por la crisis— en los que acaban filtrándose muy rápido todos los viejos estereotipos asociados al inmigrante. El eterno “nos quitan el trabajo” o el cada vez más frecuente “reciben más ayudas”. Afirmaciones que se han demostrado claramente falsas. Como dice Kaoutar, no es racismo. Es miedo a la pobreza.

No es racismo sino miedo a la pobreza

“También tiene que ver con la imagen pública que tienen los migrantes en los medios. Somos parte de la población, pero estamos invisibilizados; solo salimos para que nos estigmaticen”, critica Ahmed Khalifa, director de proyectos en la Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes. Precisamente en este colectivo, y en contra de todos los estereotipos posibles, los inmigrantes no piden ayuda. La dan.

“Ayudamos a familias vulnerables, con independencia del origen. De hecho, los españoles son la segunda nacionalidad de beneficiarios —cuenta Khalifa—, así entendemos la interculturalidad. Que la población inmigrante pueda aportar algo a los españoles y los españoles a los inmigrantes. Hasta en clases de idiomas tenemos a alumnos de aquí que no saben escribir y que están aprendiendo junto a los inmigrantes”.

El camino de la convivencia. Hace solo unos meses que Sory Traore vive en Algeciras. Ocupa una de las estrechas habitaciones del Hostal Levante, en la zona sur. Aquí, detrás de cada puerta, hay una historia de huida. “Me fui de Mali porque la vida era muy mala. Al principio estuve trabajando en Argelia, pero la policía empezó a perseguir a los negros”, relata este chaval de 23 años. Por eso decidió cruzar a España. Y tan empeñado estaba que lo intentó 14 veces. La última llegó hasta Málaga y de allí lo trasladaron al ‘Levante’, donde hoy vive temporalmente junto a otros subsaharianos que, como él, han pedido asilo.

En un cuarto diminuto, de esos donde ya hay que encender la luz desde el mediodía, se dedica a estudiar español y a pintar atardeceres rojos que le recuerdan a su país —él estudió Artes Plásticas en Mali—. Junto a las escenas de arte africano, Sory muestra un cuadro con fondo azul y cientos de rabiosos puntos negros. “Una patera”, dice.

Es la otra cara de la multiculturalidad en Algeciras, la de quienes vienen deprisa y jugándose la vida. Aunque la mayoría suelen continuar el camino hacia Europa, algunos como Sory se quedan, intentan convertirse en uno más. Y seguramente no lo tendrá fácil.

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Peluquero atiende a un cliente Gabriel Corredor

Andalucía no es una comunidad racista pero, siendo sinceros, sí es un poco hipócrita. Se ve bien la inmigración, pero siempre que sean ellos quienes “se integren”. Es lo que opina el 57% de los andaluces, según el Observatorio de las Migraciones. Ni siquiera se tienen en cuenta las barreras que solo ellos encuentran en el camino de la integración, como el idioma o las dificultades legales. Por eso, el modelo mayoritario en muchos de los barrios está basado —más que en la convivencia— en la coexistencia. La gente vive y se respeta, no hay conflicto, pero tampoco existe mucha relación. Se comparte el tiempo y el espacio, pero poco más.

“Hace falta un proceso de cirugía social para favorecer las interrelaciones. Las sociedades no son perfectas, por eso la mediación hace tanta falta en un barrio como un centro de salud. Igual que hay programas preventivos para la diabetes, tiene que haber actividades que prevengan el conflicto y mejoren la convivencia”, explica José Ángel Ponce, subdirector de la Fundación Márgenes y Vínculos.

Ellos, a través del proyecto 'Un barrio de todos', tratan de recuperar espacios comunes —los parques, las plazas— para facilitar ese encuentro. Ya sea para celebrar el Día de Andalucía, como el de África; para una feria gastronómica o para el Carnaval. Lo importante es que los vecinos se conozcan, se pongan nombre, sepan lo que significa migrar más allá de la fría imagen de la televisión, se traten como iguales.

“Lo más curioso es que los inmigrantes saben más sobre nosotros, sobre nuestra cultura, nuestro deporte o nuestra política, que nosotros sobre ellos”, apunta el periodista Juan León Moriche en referencia a los resultados de la encuesta que hicieron en 2017. Incluso, el 83% asegura que le gusta mucho o muchísimo la cultura y costumbres andaluzas. En el caso contrario, solo el 33% de los autóctonos conoce y admira las costumbres de su vecino. Todavía nos falta mucho por trabajar la parte del camino que nos toca.

Aquí no hay extranjeros

Blas Infante decía que en Andalucía no hay extranjeros y, según el profesor Antonio Manuel Rodríguez, esa sola frase encierra la auténtica esencia del pueblo andaluz. “El paradigma andaluz siempre ha sido la interculturalidad, el abrazo, el respeto a las diferentes culturas que han transitado por esta tierra”, defiende este profesor de Derecho de la Universidad de Córdoba. Lo compara con una fuente de tres caños que existe hoy en Frigiliana (Málaga): “Cada caño tiene el símbolo de una de las religiones monoteístas. La cruz, la media luna y la estrella de seis puntas. Cada caño vierte su contenido en un mismo recipiente donde se mezclan las tres aguas. Andalucía es como ese recipiente, alberga el sustrato de todas las civilizaciones”.

El antropólogo Isidoro Moreno añade a esa fuente dos caños más: la gitana y la negra. En el caso de la segunda, muy vinculada a los años de esclavitud, cuando ciudades como Cádiz llegaron a tener más de un 20% de población subsahariana.

A partir de la “reconquista” de Al-Andalus, no hubo más remedio que pertenecer a una sola religión y hablar una sola lengua

Sin embargo, como advierten estos especialistas, el paradigma lleva mucho tiempo roto. Concretamente, desde el 2 de enero de 1492, fecha de la Reconquista de Al-Andalus. “A partir de entonces no hubo más remedio que pertenecer a una sola religión y hablar una sola lengua”, defiende Rodríguez. “Se nos dijo que ser español era ser castellano y católico”. Y desde entonces los habitantes de Andalucía tuvieron que negar el resto, tapiar todos esos otros caños que también formaban parte de su identidad. Aquel pasado mestizo hoy apenas sobrevive en la garganta —a través del acento—, en las palabras, en el flamenco.

“Esa bipolaridad es clave para entender lo que somos: un pueblo que para sobrevivir tuvo que hacerse converso y escenificar que no era judío ni musulmán. Eso cala y provoca una amnesia colectiva sin precedentes. Por eso, Al-Andalus es el periodo más largo de nuestra historia y, paradójicamente, el más ignorado en nuestros libros de texto”, continúa Rodríguez.

Quizá por eso, al contrario de Infante, seguimos viendo extranjeros en Andalucía. Porque nos cuesta reconocer en ellos todo eso que, en el fondo, compartimos. No obstante, como dice Antonio Manuel, todavía estamos a tiempo: “En Andalucía, pese a todo, no hay rechazo al migrante. Solo tenemos que ser capaces de mirarnos al espejo y reconocernos”.

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