En tránsito: una ecología de izquierda y una izquierda ecologista

La conflictiva relación de los nuevos movimientos ecológicos con la izquierda no está pensando en esta izquierda, sino en los partidos verdes y reformistas o en una izquierda monolítica y desvencijada que ya nadie reconoce como tal.

avilés contaminación
David F. Sabadell Avilés. La zona central de Asturias registra los niveles más altos de exposición a azufre y partículas de todo el Estado.

militante de Anticapitalistas

25 sep 2017 10:52

En la última década han cambiado muchas cosas en el panorama ecológico: algunos datos se han disparado, mostrando que los indicadores de alerta están señalando puntos de no retorno y que la propuesta ecologista que podríamos llamar clásica –la del ecologismo que se construyó, grosso modo, desde los años sesenta del siglo pasado– ya no puede llevarse a cabo. Este cambio ha venido acompañado de un cierto repunte de las iniciativas sociales que, desde un ámbito no político, han tratado de abordar los desafíos ecológicos: proyectos como Ciudades en Transición o propuestas como las de Ted Trainer (La vía de la simplicidad, Trotta, 2017) o, en el Estado español, la de la Asociación Véspera de Nada son muestras de este tipo de iniciativas que sitúan las necesariasransiciones en su punto de mira.

Desde una posición como esta, es lógico que estas iniciativas tengan una relación más que conflictiva con la izquierda política. Por un lado, los llamados partidos verdes entraron hace ya mucho en la vía del reformismo, y esa vía, como explica Fernando Quesada en Sendas de democracia, no deja alternativa: al asumir que el capitalismo es el modelo económico incuestionado, la única posibilidad que puede plantear es la distribución de repartos, cuando los hay. Y las crisis ecológicas que se avecinan no dejarán esta opción. En palabras de Yayo Herrero, “no hay nada para repartir y no pueden ofrecer ninguna alternativa a las falsas promesas que hace el neofascismo”. Por otra parte, y eso es necesario reconocerlo, no sólo la izquierda ecologista más reformista ha fracasado; la izquierda radical no ha sido capaz de poner los desafíos ecosociales en el centro de su propuesta política, pese a que en buena parte de los casos sí lo ha hecho en términos de análisis y diagnóstico.

Sin embargo, la propuesta política radical sigue siendo necesaria. Por una parte, las transiciones pondrán en juego –ya lo están haciendo– un nuevo reparto de los recursos y una nueva geopolítica. Una propuesta de transición que no acepte esto seguirá haciendo propuestas con una dosis de ingenuidad como la de Trainer, que llega a plantear que podremos ir reduciendo la jornada laboral hasta trabajar un par de días porque no nos hará falta más... como si el capitalismo fuera a dejar que su mano de obra decida cuánto quiere trabajar cada semana, o como si los territorios en los que se pretenden montar las huertas fueran a ser cedidos sin oposición. Por otra parte, esta propuesta política radical tiene buenas bases en las que asirse en la reformulación ecológica del marxismo que se está efectuando desde hace al menos dos décadas y que constituye hoy día uno de los polos de innovación teórica más ricos de la corriente materialista. Desde esta perspectiva podemos articular una propuesta teórica que ponga en el núcleo político la clase, como agrupación social que asume la lucha de poder y sitúa en su centro los intereses comunes, y al mismo tiempo se constituye como sujeto transformador con vocación masiva y democrática.

Se trata, por supuesto, de un reto vivo, no cerrado; no existe un programa ecosocialista plug- and-play, pero existen sectores con voluntad transformadora que asumen los retos de lanzar un proyecto político para sociedades que controlen lo que Marx denominaba el impacto metabólico y que Jorge Riechman define hoy como el encaje en los ecosistemas.

Esta izquierda tiene retos pendientes. Uno de ellos, probablemente el mayor de todos, es asumir que su propuesta política tiene que acoplarse a una menor disponibilidad energética y a una reducción urgente de las emisiones, lo cual implica que debe desacoplar las ideas de emancipación y producción y asumir que las fuerzas productivas son, como las llamaba Sacristán – siguiendo en esto una propuesta literal de Marx–, productivo-destructivas. Pero es una izquierda que está haciendo su reformulación y que, al mismo tiempo, dispone de un buen anclaje en una tradición y un hacer sinceramente revolucionario y tiene una base política y teórica sólidas.

La conflictiva relación de los nuevos movimientos ecológicos con la izquierda no está pensando en esta izquierda, sino en los partidos verdes y reformistas o en una izquierda monolítica y desvencijada que ya nadie reconoce como tal. Para no dejar la cuestión en abstracto, pondremos el ejemplo de un libro paradigmático en lo que se refiere a este asunto: La izquierda ante el colapso de la civilización industrial (La Oveja Roja, 2016), en el que el autor sacude con fruición a una izquierda de vanguardias, lucha de clases y desprecio a las masas. Insistir en esa discusión es discutir con un zombi y dar por hecho que, al hacer eso, se está discutiendo con la izquierda no deja de ser una falacia. Lo que nos hace falta –y, de hecho, nos urge– es establecer diálogos y convergencias entre movimientos que trabajan desde lo social y una izquierda sólida que sepa asumir el desafío transformador, revolucionario, del panorama ecosocial al que nos enfrentamos.

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