Historia
Xavier Domènech: “El franquismo fue en gran parte una utopía empresarial”

El historiador Xavier Domènech defiende que fue el conflicto de clase lo que permitió la llegada de la democracia. Una afirmación a contracorriente de las lecturas que sitúan el consenso como motor de la transición política.
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Xavier Domènech. Álvaro Minguito
27 nov 2022 05:45

El abandono de la política profesional le ha sentado bien a Xavier Doménech (Sabadell, 1974), que ha retomado su trabajo como historiador. Si con Un haz de naciones. El Estado y la plurinacionalidad en España (1830-2017), publicado en 2020 por Atalaya, aportó un estudio fundamental sobre la evitable configuración del estado centralista, en su última obra Luchas de clases, franquismo y democracia (Akal, 2022) investiga el conflicto de clases durante el franquismo y en los años de sus estertores. Y lo hace con una tesis fuerte —es la lucha de clases la que devuelve la democracia a España— y su habitual rigor académico. Un lujo.

Con toda la represión, con todo lo que significa la guerra civil de cesura, de pausa histórica para el movimiento obrero defiendes que hay algo ahí que que no desaparece del todo. 
El libro trata la implementación de un nuevo régimen, que es un nuevo Estado, que pretende ser una Nueva España. Ese régimen nace como un régimen clásico de los fascismos históricos, el fascismo italiano y del nazismo alemán: nace como una negación absoluta, ya no del movimiento obrero, ya no de la lucha de clases, sino de la propia existencia de la clase obrera. Intenta erradicar la cultura de clase, las organizaciones de clase y sustituirlas por una nueva cultura nacional española e integrar a la clase obrera en un inmenso sindicato de productores. Equiparando nominalmente a los empresarios y a los trabajadores, todos ellos como productores. 

Pese a todo, le sale mal.
Esa negación absoluta, que es incesante a lo largo del tiempo, conlleva una cierta afirmación. Aquello que se necesita negar con esa fuerza es algo que marca su existencia. Hay unas consecuencias no buscadas que ponen en cuestión la victoria absoluta de los vencedores de la Guerra Civil. 

¿Qué significa la migración de los derrotados y supervivientes de la guerra para la reconstrucción del movimiento obrero?
El franquismo busca depurar clarísimamente a las comunidades, a los pueblos de España. Y en esa depuración lo que hace es estigmatizar, criminalizar y expulsar a gran parte de sus pobladores. Ese es el proceso que analizo en el principio del libro. El de los años 40 y 50 es un proceso migratorio que, en algunos sitios, es extraordinario y que a veces ha quedado atrapado por el proceso migratorio posterior de los 60, que se ha tendido a ver como un proceso migratorio clásico, económico: la gente marcha de aquellos sitios donde no hay trabajo hacia sitios donde hay trabajo. Pero en los años 40 y 50 había hambre en Andalucía, también en Madrid y había hambre en Catalunya. Esa primera migración, que en algunos sitios podía ser del 30 al 40% del total migratorio, tiene un carácter sociopolítico. Esos que se van de una tierra maldita buscando nuevos horizontes y esperanza buscan también el anonimato de las grandes ciudades y son uno de los primeros eslabones de las cadenas migratorias. Serán aquellos que, en las nuevas comunidades vivenciales, en los nuevos barrios de las grandes ciudades de España, se convertirán en los referentes de las luchas, en la construcción del barrio, en los trabajos. Irónicamente, aquello que ha querido ser expulsado, estigmatizado y puesto al final de la escala social, es lo primero de la nueva escala social migratoria en aquellos sitios más dinámicos económicamente, donde se desarrollan más protestas. Entonces hay un principio de dislocación de las pretensiones del franquismo. 

A lo largo del libro desarrollas la dialéctica entre la clase obrera y la clase dominante bajo el franquismo. ¿Qué papel juega el régimen en la configuración moderna de esas clases?
El franquismo es un régimen enormemente represor de la clase y definidor de la clase. Unifica a las burguesías y dota de recursos organizativos a los empresarios. En el caso de la otra vertiente de la lucha de clases, que es el movimiento obrero, la represión es enorme. De hecho, en tiempos de paz, esta es claramente equiparable y comparable, y en algunos puntos superior, a la que se ve en la Alemania nazi o en la Italia fascista en tiempos de paz. Para hacer la contramirada: no hay otros ejemplos de fascismos históricos en tiempos de paz donde haya una conflictividad tan continuada durante todo el periodo. Incluso los momentos más duros, en el año 45, por ejemplo, cuando acaba la Segunda Guerra Mundial, hay fábricas —pocas— donde se para automáticamente con el mensaje de que si se ha acabado con el fascismo en Europa tiene que acabarse en España. En el año 46 se produce la huelga general de Manresa, en el 47 la huelga general de Bizkaia, en el 51 la huelga general de Barcelona. Constantemente hay episodios, y eso nos habla de varias realidades: la de una cultura de clase que, a pesar de estar mermada, tiene alguna capacidad de protagonizar conflictos importantes. Nos habla también del crecimiento de la clase obrera. 

En los 60, ese movimiento obrero conjuntamente con el movimiento estudiantil y posteriormente el movimiento vecinal, produce cambios dentro de lo posible bajo el franquismo

La clase obrera crece numéricamente en ese periodo.
Tenemos muy asociada la mitología de la clase obrera al primer tercio del siglo XX español, pero en realidad, en ese momento la clase obrera es minoritaria en la sociedad española y devendrá mayoritaria durante el franquismo. Se llegará a su cénit, sobre todo en la clase obrera industrial, en los años 70, que es cuando hay más obreros y obreras industriales en la historia de España. A pesar de ser negada, crece numéricamente de una forma brutal durante este periodo. La clase obrera es fundamental en esos primeros episodios de resistencia o de protesta. Entre el año 56 y el 62 hay una primer modelo de conflictividad —que califico como conflictividad por oleada— que es aquel que permite por primera vez recuperar los salarios anteriores a la Guerra Civil. Se tarda 20 años en recuperarlos. Eso no lo hace el desarrollismo, eso lo hace la propia acción de los trabajadores y trabajadoras de este país. Pero será a partir de los 60 cuando esa conflictividad por oleadas se transforme, por una serie de situaciones, en una conflictividad policéntrica, con fuertes culturas locales, con fábricas referentes donde ese movimiento obrero genera ya organizaciones propias.

Uno de los puntos que abordas, y que es poco conocido, trata de las nuevas relaciones que se dan entre las organizaciones ya constituidas, antes o casi durante la guerra, como el Partido Comunista y la CNT. Son relaciones que se retoman desde otro punto distinto al que quedó tras la Guerra Civil.
Hablo de las continuidades y de la importancia de las continuidades. El libro parte de una perspectiva de clase o de lucha de clases. Desde esa perspectiva de clase, los cortes ideológicos y políticos son más complejos de cómo muchas veces los leemos desde el presente. Algo que rastreo en las nuevas militancias del movimiento obrero de los años 50, en espacios donde la CNT, el anarcosindicalismo, ha sido la cultura de clase mayoritaria pero en los que vive una situación de destrucción organizativa, es que hay nuevos obreros y nuevas obreras que encuentran a obreros y obreras mayores que tienen comportamientos de clase. Personas que saben cómo iniciar un conflicto, cómo hacer un repertorios de acción colectiva, que tienen un acervo de clase muy potente que viene de la República y de antes de la República incluso. Esas viejas generaciones entran en contacto con las nuevas generaciones de militantes, pero mayoritariamente ya no se ubicarán en el campo del anarcosindicalismo sino del comunismo. Muchas veces incluso son los mismos militantes los que les dicen: ahora mismo si te quieres organizar mejor hazlo en el campo comunista, a pesar de que son anarquistas. Eso tiene que ver con una mirada por la que lo importante es la clase, y la ideología y la política tiene que ver más con la utilidad de los instrumentos en cada momento. Si tú aplicas una mirada puramente ideológica, si te sitúas en la gran pelea de mayo del 37 se hace impensable, pero si lo miras dentro de las culturas de clase eso se produce mucho.

¿Compartes que la comunista es la gran cultura política del momento?
En el franquismo identifico cuatro grandes culturas nicho: una cultura que llamo “dormida”, que es la socialista, que tiene muy poca presencia en el activismo en ese periodo, pero que tiene mucha importancia y eso se constata tras las elecciones de julio de 1977: se ve que ha habido una continuidad. Hay otra cultura que llamo “interrumpida” que es la cultura anarcosindicalista. Esta está presente en la formación del nuevo movimiento obrero, se hace presente en decisiones y en la transmisión del acervo cultural de clase. Y después hay dos culturas más, la comunista, que es la más militante en ese periodo, y otra cultura que me parece muy importante y que es muy nueva en el contexto del movimiento obrero español, que es la cultura católica obrera, que es la más activa en términos de militancia de ese periodo junto con la comunista. De la interacción de esas dos culturas, también con las anteriores, emergerán muchos fenómenos, incluso algunos de extrema izquierda que proceden de la cultura católica. Es una interacción muy interesante que nos habla tanto de las rupturas como de las continuidades.

¿Qué lo diferencia de lo anterior?
Ya no se trata de las organizaciones políticas clandestinas que alimentan a ese movimiento obrero, sino que se generan organizaciones propias del movimiento: las primeras Comisiones Obreras, etcétera. Eso se pluraliza también organizativamente: hay diferentes opciones y se genera una conflictividad que es sostenida en el tiempo. La represión seguirá siendo permanente, seguirá siendo durísima, podrá conllevar muertes, torturas, cárcel —de hecho, el franquismo acaba matando, se hace mucho más duro en los 70, precisamente porque entra en una crisis de hegemonía; los últimos fusilados lo son en el 75, los muertos de Vitoria, los muertos de Granada, etcétera— pero es durante los 60 cuando el franquismo se enfrenta a un nuevo sujeto social, que le llevará al paroxismo represivo, ya con el Estado de excepción en 1969.

Explicas que el Régimen percibe que no puede acabar con ese nuevo sujeto.
Sus organismos represivos se dan cuenta de que pueden intentar paralizarlo, pero que no pueden erradicarlo. Ese es un momento clave. En los 60, ese movimiento obrero conjuntamente con el movimiento estudiantil y posteriormente el movimiento vecinal, produce cambios dentro de lo posible bajo el franquismo. Es decir, con una dureza increíble, se renegocia lo que es posible hacer. Es posible hacer manifestaciones —en los 40 o 50 sería impensable—, y a partir de los 60 se pueden hacer manifestaciones con costes represivos durísimos. Se pueden hacer asambleas, también con coste represivo, pero se pueden hacer asambleas públicas donde la gente no tiene por qué agruparse en función de una militancia política, sino más en función de movimientos sociales. Eso va generando también cambios en las posibilidades, ya no solo de los movimientos sociales, sino del propio tejido social. Entidades de la sociedad civil, colegios profesionales, etcétera, pueden posicionarse en contra la represión y, por tanto, emerger como potencialmente antifranquistas. Se va cambiando el color —de forma desigual en el territorio y con una intensidad también diversa, con momentos de retroceso— pero va cambiando el color de la sociedad civil, del tejido social en el Estado español. 

Esa percepción de que la única vía para mejorar la vida es la protesta empieza en los 60 y en los 70 se hace muy generalizada en la sociedad española

¿Qué efecto tiene eso en el conjunto de la sociedad?
Ese movimiento social emerge con toda su fuerza en los 60 y mantiene su conflictividad durante todo el periodo. En el año 66, cuando el derecho de asociación, el derecho a huelga, el derecho a reunión, los derechos de expresión están prohibidos y pueden conllevar detenciones, torturas, incluso muertes, España se convierte en el país de toda Europa con mayor conflictividad. Eso nos habla de un sujeto social con una relevancia absolutamente enorme para entender la dinámica política, social y cultural del periodo.

Historia
Mayo de 1968: y la utopía cayó sobre nuestras cabezas

De París a la plaza de las tres culturas de Tlatelolco, las revueltas del año 68 definieron los límites de la contestación al capitalismo en todo el mundo. En España, la falta de una masa crítica para propiciar un cambio de régimen no impidió que el franquismo desarrollara un plan represivo para contener al movimiento obrero y estudiantil.


Al contrario de otros autores, sostienes que la sociedad de consumo y la cultura de masas no es el factor determinante. ¿En qué momento comienza a quebrarse esa excepción?
Se ha difundido mucho la idea de un nuevo movimiento obrero que no tiene nada que ver con el pasado republicano y he tratado de demostrar que no es cierto, que hay conexiones potentes en la formación de ese movimiento obrero con el periodo republicano. Pero es verdad que la formación de este nuevo movimiento se produce coetáneamente con la formación de la cultura de consumo de masas, que es una cultura que tiende a disolver las culturas de clase. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la sociedad de consumo de masas es tardía en el caso español, muy tardía. De hecho, se construye más una imagen que una realidad en los 60. Hay encuestas en los 70 que preguntan a la sociedad española cómo se autoidentifica, y mayoritariamente la autoidentificación de los trabajadores y trabajadoras es como obreros. Esas mismas encuestas de autoidentificación en los 80 dicen que ha habido un traslado de obreros a clase media. Y no ha cambiado tanto la sociedad española. Es decir, hay una autoidentificación que es diferente, una que parte de una idea de orgullo de clase. 

Las primeras décadas siguen las directrices de Carrero Blanco —la eminencia gris del régimen, como lo llamaban— que decían básicamente “orden, unidad y aguantar”. Eso como propuesta de hegemonía es un poco pobre

¿A qué se debe?
Pensemos que los 70 son un periodo con una extensión brutal de algo que llamo la cultura de la protesta: de la convicción de que la mejora de las vidas, individual y colectivamente pasa por la protesta. Eso se certifica incluso en los mismos informes de los aparatos del régimen. Hay informes policiales que analizan en los 60 a una fábrica en la cual ha habido protestas y la fábrica de al lado, en la que no las ha habido. Y en la fábrica donde había protestas ha habido grandes aumentos de salario. Los aparatos policiales están muy preocupados por cómo se entiende lo que ha sucedido en la fábrica donde ha habido protestas en aquellas donde no ha habido protestas, cómo se extiende la idea de que los que son disciplinados, los que no desafían al régimen, cobran menos. Es decir, esa percepción de que la única vía para mejorar la vida es la protesta empieza en los 60 y en los 70 se hace muy generalizada en la sociedad española. Eso es clave y es algo que destruye las propias bases del franquismo, que busca mantener la sociedad disciplinada. 

¿Las protestas son el combustible para el cambio de régimen?
El primer gobierno de la monarquía era un gobierno de reforma del franquismo. No era un gobierno que llegase para inventar un sistema democrático, eso no estaba en juego. Lo que lleva a ese punto es que son conscientes de la imposibilidad de gobernar el país. Un país que en el año 76 se pone por delante de la conflictividad europea. Por ejemplo, solo en Vizcaya hay 13 huelgas generales en un año, se produce la huelga general de Sabadell, la de Córdoba. Se multiplica la protesta de manera exponencial en un momento, además, de crisis económica, de crisis del petróleo. Eso hace inviable la continuidad del régimen. Hay otras tesis que explican esa transformación a partir de la sociedad de consumo: sostienen que lo que se desarrolla en España es una modernización llevada por la tecnocracia del Opus Dei, o sea desde el propio franquismo, que posibilita una sociedad de clases medias y de consumo de masas ya en los 60. Y que eso llevó a una modernización de los valores sociales que hizo que el franquismo cayera como una carcasa vacía, producto de su propio desarrollo económico. Esa tesis no la comparto. 

¿Cuándo se producen los cambios que el franquismo emprende para su modernización?
Los 60 es la década clave para el régimen franquista. El Franquismo ha sobrevivido al final de la Segunda Guerra Mundial. Estaba aislado por un sistema económico autárquico, con una sensación de asedio importante. Eso se soluciona en gran parte gracias a la Guerra Fría y a la apuesta de Estados Unidos de constituir el régimen franquista como un aliado importante en esa guerra fría. Pero sólo en parte. Las primeras décadas siguen las directrices de [Luis] Carrero Blanco —la eminencia gris del régimen, como lo llamaban— que decían básicamente “orden, unidad y aguantar”. Eso como propuesta de hegemonía es un poco pobre. Básicamente es la cultura de la victoria frente a la cultura de la derrota. ¿Por qué estamos aquí? Porque vencimos. ¿Quiénes somos nosotros? Los que ganamos la guerra. Por lo tanto, eso sitúa una España de vencedores y una España de perdedores. Sitúan la fractura dentro de la propia acción política. En los 60 se produce el crecimiento económico, producto básicamente de la conexión con el crecimiento económico capitalista que se está dando en esos momentos. A través de esos circuitos de crecimiento económico se produce la entrada de capital extranjero en España, que encuentra aquí una cosa que no encuentra en otros sitios, que es una clase obrera disciplinada por el propio régimen, que le permite un tipo de fordismo que es muy intensivo en trabajo, algo que en otros sitios no es tan posible. 

Eso que son consecuencias del proceso político: la idea de consenso, el centrismo como factor democratizador y moderador, se convierten gracias al mito de la Transición, en causas

¿Qué supone ese crecimiento para el régimen?
Le permite respirar: se puede empezar a pensar en una consolidación del franquismo que no pase sólo por la cultura de la victoria —que siempre está ahí, la legitimidad del 18 de julio está hasta el final—. Pero se ve posible revestir esa cultura de la victoria por otra cultura que es, en el aniversario del final de la Guerra Civil, los descritos como 25 años de paz. Tratan de convertir esa legitimidad de origen —basada en la victoria— en una legitimidad de ejercicio: estamos aquí porque podemos proveer el crecimiento económico, podemos proveer una mejor vida. 

Xavier Domènech - 3
Xavier Domènech. Álvaro Minguito


Hay una bifurcación de la que hablas en el libro.
En esa apertura se abren dos grandes proyectos: el proyecto reformista y el proyecto tecnócrata. El proyecto tecnócrata dice básicamente: “los experimentos en casa y con gaseosa; aquí lo que tenemos que hacer es seguir produciendo crecimiento económico y asegurar la sucesión de Franco en la monarquía”. Eso no es transformar el franquismo, es simplemente buscar generar un consenso por medio de la sociedad de consumo de masas. Piensan que eso les va a permitir permanecer. La otra línea, la que es reformista, no es democrática, es la fascista. Se plantea que todo lo que tienen que hacer para mejorar la situación es integrar a las masas. Eso implica una apertura del Sindicato Vertical, elecciones de delegados sindicales —las más importantes son las del 66—, empieza la Ley de Prensa, la Ley Orgánica del Estado, la Ley de Asociaciones. Ese intento de integrar es un proyecto fascista, los proyectos fascistas no son simplemente represores también son de integración de la sociedad dentro del Estado. 

Machado decía: en mi soledad he visto muchas cosas que no son verdad, y creo que las élites franquistas, a costa de escucharse sólo a ellas mismas, se acabaron creyendo su retórica

Es un fracaso.
[José] Solís Ruiz, delegado nacional de Sindicatos y ministro del Movimiento, convoca las elecciones sindicales de 1966 diciendo “que ganen los mejores”, convencido de que los mejores son ellos. [Antonio] Machado decía: en mi soledad he visto muchas cosas que no son verdad, y creo que las élites franquistas, a costa de escucharse sólo a ellas mismas, porque a los que decían algo diferente los represaliaban, se acabaron creyendo su retórica. Eso no pasaba, y eso es muy curioso, en los aparatos policiales, que eran mucho más conscientes de lo que había y vieron con mucho temor ese movimiento de apertura. Las elecciones del 66 son una derrota para el franquismo: en los principales centros industriales gana la oposición obrera. Y eso es sorprendente. Todo eso llevará a una dinámica de apertura que rápidamente tendrá que ser de represión. La Ley de Prensa acabará con la voladura del diario Madrid

Esa derrota del fascismo pata negra explica la transformación del Consejo de Ministros franquista.
Los Solís Ruiz, los Fraga, acaban al final de año 69 fuera del gobierno, y queda solo la opción tecnócrata, aparentemente como la ganadora. Es el año en el que el rey Juan Carlos es nombrado sucesor. ¿Qué pasa? Que esa propuesta tecnócrata en realidad también era muy débil porque dependía de una sola cosa: del crecimiento económico. Y eso se va a hacer puñetas con la crisis económica del 74-75. En ese momento ya no queda prácticamente ninguno de los grandes proyectos de los 60, quedan desarbolados. Se plasma la imposibilidad del franquismo de reformarse a sí mismo a pesar de la voluntad de sus élites de reformarlo, no de llegar a una democracia. Esa imposibilidad, que se ha producido por la acción en la calle, lo que lleva fundamentalmente es a una gran batalla en la calle, que se da en el año 76, y eso conduce finalmente al fin histórico de la dictadura.

Cultura de la Transición
Sophie Baby: “En los 70 se esperaba la guerra civil, la percepción era que habría un millón de muertos”

El discurso político generalista ha defendido el carácter incruento del paso del régimen franquista a la democracia del sistema del 78. Sin embargo, durante la Transición hubo centenares de muertos. La autora de El mito de la transición pacífica (Akal, 2018) ha realizado un estudio científico sobre la realidad y la utilidad de ese constructo.


¿Cuándo son conscientes los empresarios de que no hay futuro para el negocio bajo la dictadura?
He leído tesis sobre la historia que han venido a decir que el empresariado prácticamente soportó el franquismo, que no tenía nada que ver con el régimen. Que de alguna manera éste se benefició de los empresarios. Es la imagen que se construyó en términos historiográficos como de privilegiados e impotentes. Se dice que en realidad el franquismo no representaba lo que ellos querían. Yo eso lo cuestiono: hay utopías empresariales anteriores, por ejemplo en los años 20, que dibujan muy claramente lo que será el régimen franquista: estado corporativo, democracia orgánica, con sindicatos únicos. Y no son imágenes construidas desde lo más marginal del empresariado de extrema derecha, sino desde la vanguardia organizativa del empresariado. Por tanto, el franquismo en gran parte, es una utopía empresarial. 

La identificación entre empresario y fascismo es tan alta que son los propios documentos empresariales los que certifican que tienen un problema gravísimo

¿Cómo se baja de la utopía al terreno concreto?
El franquismo asegura unas ganancias económicas enormes y además organiza al empresariado, porque dentro del Sindicato Vertical el empresariado tiene una autonomía y una capacidad organizativa que la unifica como clase, algo que nunca tendrán los obreros. Es evidente que el empresariado no actúa como sujeto en gran parte porque no tiene por qué actuar. ¿Qué pasa? Que esa identificación entre empresario y franquismo, que se da en el curso del desarrollo del modelo productivo español, se basa en un régimen de disciplinación de la masa obrera. Cuando hay un conflicto, la clase obrera, casi independientemente de sus valores, se sitúa como antifranquista y el empresariado como franquista.

¿Cómo concluye ese sueño para la patronal?
Cuando, producto de la acción de los movimientos sociales en los años 74,75 y 76, la crisis del franquismo es insostenible, se producen varias cosas. En el campo de las hegemonías culturales, el desprestigio empresarial es enorme. La identificación entre empresario y fascismo es tan alta que son los propios documentos empresariales los que certifican que tienen un problema gravísimo. Ellos lo viven además con ansiedad enorme porque ven lo que está pasando en los 70 como una gran ofensiva anticapitalista que les va a quitar poder. Eso ocurre en el campo de las percepciones, de las representaciones colectivas, etcétera, etcétera, pero también en el campo más puramente económico: del año 73 al año 76 se produce una redistribución de rentas producto de la conflictividad que no se ha dado en todo el siglo XX español. Es la primera vez que los aumentos salariales, que son muy altos en ese periodo, se producen recortando de la tasa de beneficios empresariales. No es “yo te aumento el salario y aumento el precio final del producto o te aumento el salario y aumenta tu productividad”. No, no. Te aumento el salario porque me recorto mis beneficios. En los años 76-77 es la primera vez que la renta salarial en el conjunto de la renta nacional supera el 60%. Se mantendrá así hasta 1985. Son consecuencias que se consolidan durante una década. En el último dato que tengo presente (2017) está en el 47%. Es decir, en aquel momento hay una pérdida del capital. La principal promesa del régimen era su capacidad de contener la conflictividad obrera y ese régimen ha producido la mayor conflictividad obrera de toda la historia de España. 

¿Cómo actúa entonces la clase empresarial?
El régimen se ha hecho inútil para el empresariado y además les está reportando un problema gravísimo de capacidad de influencia. Llega a tal punto que el primer gobierno de UCD tarda casi un año en reunirse con los empresarios, porque percibe que la reunión con las organizaciones patronales aumenta el desprestigio político. Puede verse la transición política como una cuestión de correlación de fuerzas políticas, pero en realidad también hay una correlación de fuerzas sociales en la que hay un componente clarísimo de lucha de clases. Hay una reacción patronal extraordinaria de reconversión que lleva a la creación de una patronal que es extraordinaria en el contexto europeo, como es la CEOE, con un poder enorme. Es muy inusual la unificación de las patronales de servicios, industria, agricultura y comercio. La unión de la patronal bancaria con la patronal industrial. La unión de las pequeñas y las medianas patronales con las grandes. Esa concentración de fuerza que se da dentro de la CEOE tiene que ver con el proceso de unificación de clase que ha vivido el empresariado durante el franquismo, que bebe de esa fuerza. De hecho, la CEOE nace de las entrañas del Sindicato Vertical franquista. Ese empresariado que era aparentemente inactivo pasa a ser hiperactivo. Y eso también condiciona el proceso de cambio político.

Hay meses que el 20 o 30% de las huelgas son de solidaridad. Y es difícil discernir si son políticas o si son económicas. Esas huelgas son un indicador de la conciencia de clase

Otra cuestión que abordas es la diferencia entre la huelga económica y la huelga por motivos políticos, algo que ha tenido mucho peso en las discusiones académicas pero que, ante todo, ha generado dos formas distintas de interpretar los motivos del cambio político. 
Hay dos tesis discrepantes dentro de la historiografía, que enfrenta a aquellos como José Antonio Maravall, que han puesto el peso en la idea de que las huelgas tenían una naturaleza y un carácter político fuerte, y la otra línea quienes defienden que eran huelgas económicas que el régimen politiza. La primera dice que a medida que vamos avanzando en el tiempo del régimen político, las huelgas son cada vez más políticas. De hecho, el índice de huelgas políticas recogido por el propio régimen es extraordinario. La segunda tesis dice que lo que se produce es una movilización económica que hace posible una sociedad de clases medias, de valores más moderados y moderadores que los que había en la República, cuando se da un fuerte componente de ruptura de clase. Desde ese punto de vista, el factor fundamental para explicar la llegada de la democracia es la modernización económica. Y es también el factor principal para el mantenimiento de la democracia en el futuro. Es esa idea que decía Felipe González que citaba a Deng Xiaoping —“qué más da que el gato sea negro, lo importante es que cace ratones”. Si la modernización fue aquello que llevó a la democracia durante el periodo franquista, la modernización es lo que va a consolidar la democracia. 

¿Cómo se ha proyectado esa idea en el tiempo?
Eso tiene consecuencias sobre nuestro presente: no hace falta preocuparse por la redistribución, sino por el crecimiento económico, porque es eso lo que llevará a la redistribución. Eso se presenta de una forma sofisticada diciendo que en realidad esa conflictividad tiene que ver con la misma modernización, en la idea de que esos trabajadores quieren acceder a la sociedad de consumo de masas, por lo tanto, no están preocupados por la política ni por el régimen, sino que están preocupados por el aumento salarial y lo que pasa es que, como es un régimen que ha quedado en el mundo de ayer, no sabe tratar esto, lo reprime y convierte en político lo que es de naturaleza económica. La otra tesis diría: hay huelgas políticas que son claramente de desafío al régimen, cosa que además si lo miras estadísticamente se certifica. Es decir, a partir de determinado momento, las huelgas políticas superan claramente las económicas. Yo en el libro intento hablar de otra cosa, que es de las huelgas de solidaridad. Que en ese debate están poco tratadas y que son extraordinarias. 

Y que ahora no forman parte del repertorio autorizado de lucha.
Durante la Transición se prohibieron, y esa prohibición puede pasar desapercibida para la historiografía pero es importante. También Margaret Thatcher las prohibió en el caso británico. Son las huelgas en las cuales tú no haces huelga para algo que te revierte directamente a ti, sino en solidaridad con otros trabajadores y trabajadoras que están viviendo un conflicto. Esas huelgas son extraordinarias en el caso español. Hay meses que el 20 o 30% de las huelgas son de solidaridad. Y es difícil discernir si son políticas o si son económicas. Esas huelgas son un indicador de la conciencia de clase. Cuando tú haces huelga y te expones a perder salario, te expones a la represión, te expones a la prisión, te expones a la tortura, no por tus propios intereses directos sino por aquellos que reconoces que forman parte de un grupo común a ti, y eso te lleva a la acción, eso indica la existencia de una conciencia de clase. La politización no se mide en la medida que se pueda responder a una convocatoria política concreta, sino en la formación de una cultura de clase que tiene valores sociales, que tiene valores políticos. 

La patronal juega un papel clave para que los Pactos de La Moncloa no se puedan reeditar, básicamente porque busca instaurar un sistema bipartidista que deje fuera a otras opciones políticas que no sean los grandes partidos

¿Cómo son estas huelgas?
Por ejemplo, huelgas que se extienden mucho a finales de los 60, donde lo importante es el aumento lineal del salario, no el porcentual, algo que lleva a la igualdad salarial a la larga. Hay huelgas incluso que se hacen pidiendo aumentos inversamente proporcionales a la cantidad retribuida, es decir, que buscan aumentar más los salarios más bajos y bajar los más altos. Todo ese tipo de huelgas indican una economía moral, indican lo que es justo, qué tipo de modelo de relaciones laborales tiene que haber. Por el lado de los empresarios, hay una reacción de clase brutal ante la posibilidad de introducción de elementos de cogestión en la empresa. Eso se puede dar durante la transición política: que los trabajadores participen en la organización del trabajo y en la gestión económica de la propia empresa. Ese elemento producirá una lucha brutal contra la Ley de Acción Sindical, una victoria de la CEOE. Eso indica claramente que ahí se está dirimiendo una relación de clases, unos modelos sociales, económicos y de democratización, entendidas no solo como democratización política sino también económica, algo que a veces en el debate exclusivamente económico-político se pierde. 

¿Hasta qué punto los Pactos de la Moncloa sirven para explicar el momento en que comienzan las renuncias, el momento en que, por ejemplo, se transforman las Comisiones Obreras asamblearias de los 60 en la central sindical que dura hasta hoy?
Los Pactos de La Moncloa, en los que finalmente no participan ni los sindicatos ni las organizaciones patronales, acaban conllevando unos efectos que no están contemplados: una moderación salarial, una redistribución del coste de la crisis hacia los salarios, etcétera. Pero hay un elemento clave —en el libro lo explico hacia el final— que es el intento de reedición de los Pactos de la Moncloa, cuando se agotan en el año 1978. La patronal juega un papel clave para que esos pactos no se puedan reeditar, básicamente porque busca instaurar un sistema bipartidista que deje fuera a otras opciones políticas que no sean los grandes partidos. En los compases finales de lo que se ha conocido como Transición, los sindicatos han vivido una transformación enorme. En el año 76 España es el país con más huelgas de toda Europa. Esa conflictividad ha sido provocada por una reacción conjunta de la UCD y de la gran patronal contra las victorias obreras en el periodo anterior. Los sindicatos han vivido una fase de debate sobre la unidad sindical, que no se puede realizar. Empieza la competencia sindical entre la nueva UGT y Comisiones Obreras y se plantean qué papel deben jugar en el proceso político. Y es verdad que en el año 1979 hay una derrota importante, en términos sindicales y en términos obreros.

La recomposición final de la hegemonía empresarial se hace en varios movimientos: uno de reacción muy rápida que es de bloqueo de leyes que pueden desafiar su poder de clase. Uno más a medio plazo que es de incidencia en el poder político

Otra cuestión que aparece tras la lectura del libro es si la derrota del movimiento obrero es también una derrota silenciosa de la posibilidad de llegar a la república. 
Primero, creo que lo que se produce contra la voluntad de las élites franquistas es el fin del franquismo: por tanto, no es posible hablar de derrota. Ese final del franquismo tiene mucho que ver con la acción de los trabajadores y trabajadoras de las clases populares. Después, lo que hay es una configuración del sistema político posterior, que es el sistema político que tenemos actualmente, donde hay una reacción enorme de los grandes poderes económicos para evitar el descontrol. Y eso se certifica muy claramente el proceso constituyente. Se dan nuevas alianzas y el movimiento obrero queda desplazado de la centralidad de la acción política. De todas formas, el movimiento obrero tendrá una mala salud de hierro durante tiempo. A principios de los 80, con todo el proceso de reconversión industrial, el movimiento obrero seguirá luchando con una cronología clavada a la que se vivió en Gran Bretaña con Margaret Thatcher. Y después habrá huelgas como la del 14 de diciembre de 1988. Las victorias en términos de renta salarial se mantienen hasta mediados de los 80. La derecha hija del franquismo finalmente queda desplazada del poder durante mucho tiempo, tanto la UCD, que implosiona, como Alianza Popular. Otra cosa es el papel del Partido Socialista, que sería otro tema para otro libro.

¿Y las malas noticias para el movimiento obrero?
Es verdad que se produce una recomposición final de la hegemonía empresarial. Esta se hace en varios movimientos: uno de reacción muy rápida que es defensivo: bloquean leyes que ellos piensan que pueden desafiar su poder de clase. Una más a medio plazo que es de incidencia en el poder político: esto cristaliza en el final del período, en los años 78-79. En esos años consiguen volver a incidir claramente en la configuración del sistema político, influenciando a la UCD e incluso a costa de UCD (eso es uno de los elementos que acaba con la propia UCD). Después hay un proyecto que también se certifica en su momento, que es el proyecto de una nueva hegemonía neoliberal. Frente a lo que ellos perciben como la introducción de valores anticapitalistas de forma fuerte en la sociedad, se centran en la introducción de la hegemonía neoliberal. Esto los conecta claramente con la reacción empresarial global, conecta con el hecho de que Friedman y Hayek reciban los premios Nobel de Economía en su momento, conecta con un momento de difusión de las nuevas ideologías por parte de las grandes fundaciones bancarias en España. Ese es un proyecto más a largo plazo, que empieza ya fuerte a mediados de los 80 y se hace hegemónico en los 90, que es el de la nueva hegemonía neoliberal. Pero esa victoria nos llevará al 2008 y es una victoria que ha conllevado el caos económico y a que ahora mismo la anterior premier británica haya durado 45 días con esas mismas recetas. Es un modelo que ha llevado a un casino capitalista. Es ahí donde se gestan las subordinaciones de clase más potentes que hoy vivimos. 

En 1976 hay una verdadera batalla por la calle, que el franquismo pierde, pero al final de ese año emerge algo no esperado, que es una monarquía que quiere sobrevivir al franquismo

¿Nos tenemos que alejar de esa idea de la transición como una transacción que ha prendido en los últimos años?
Hay una pregunta pertinente que es si había potencia suficiente para hacer más cosas de las que se hicieron y, si no se hicieron, fue por un problema de estrategia política o de mérito o defecto o traición, si quieres, de las élites políticas del antifranquismo. He intentado explicar el proceso por el que se pasa de una idea de ruptura a una idea de negociación. Qué se produce en el año 76, qué tipo de reacciones se producen dentro del propio régimen. Manuel Fraga lo planteó bien: él dice que en el gobierno de la monarquía estaban preocupados por la amnistía, por las elecciones municipales y por el control de la calle. En 1976 hay una verdadera batalla por la calle, que el franquismo pierde, pero al final de ese año emerge algo no esperado, que es una monarquía que quiere sobrevivir al franquismo. Una parte del personal político del franquismo que también quiere sobrevivir. Suárez, que había sido el penúltimo secretario general del Movimiento —no venía ni de los sectores aperturistas ni reformistas— acaba absorbiendo una parte de la agenda de la oposición e inaugura un nuevo proceso político, en el que aparentemente la iniciativa está en manos del gobierno y la oposición pierde esa iniciativa política. Digo aparentemente porque está muy determinada por ese conflicto de clases. El viaje de UCD no es plácido. 

La derecha toma ventaja.
Hay un análisis que se hace en el año 76 por parte de ciertas élites del antifranquismo, que es por qué en Portugal ha sido posible una revolución y en España, no. ¿Porque en Portugal la oposición política es mucho más potente que la española? No. En términos de movimientos sociales, en términos de conflicto, no es así. Es porque en España el control de los poderes represivos del franquismo mantiene su fidelidad hasta el final al régimen. Hasta el final y más allá, como se ve en el golpe del 23F. En cambio en Portugal no, Portugal ha sido una parte del mismo ejército la que ha iniciado la revolución. Esa es la diferencia entre la revolución rusa de 1905 y la de 1917. En la primera hay soviets, pero no hay soviets de soldados, hay soviets obreros. En el 17 hay soldados, y eso es un elemento no menor para entender porque una triunfa y la otra no. 

El relato más extendido señala al PCE y a Carrillo como los traidores o incapaces.
Es verdad que en el caso del PCE en ese momento hay una obsesión por parte de sus dirigencias por no caer en la irrelevancia y eso le lleva a pactos políticos, digamos que no le beneficiarán. Eso es evidente en la obsesión por la construcción de gobiernos de unidad nacional, la misma idea de los Pactos de la Moncloa inscrita en esa idea, etcétera. También se podría contraponer, sí, pero eso daba miedo a los empresarios. Las reacciones que tenía la CEOE contra esa estrategia son brutales, de hecho que no firmen los segundos pactos obedece a eso. A los empresarios objetivamente les interesaba una nueva firma, porque les aseguraba paz social y contención salarial y deciden no hacerlo, en alianza con una parte de la UCD y en contra la opinión del mismo Suárez. Deciden no hacer esos pactos porque saben que eso destruirá la influencia, en este caso del Partido Comunista, y que eso conllevará un fortalecimiento del PSOE y la propia erosión de la UCD. No entro en un campo directo de certificación histórica sobre la estrategia política adecuada. La historia virtual, entender “qué hubiera pasado si” es importante. Pero en el libro para mí es importante entender qué elementos de clase había presentes y cómo se configuró el proceso social y político, por qué se producen las victorias y por qué se producen las derrotas. 

Cuando se pregunta en 1983 en el CIS quién ha llevado la democratización a España, es una minoría la que considera que ha sido la monarquía o las élites políticas, y una mayoría considera que han sido los movimientos sociales

¿Has tratado de hacer un libro que mira con optimismo al pasado, una lectura distinta a la habitual de la izquierda sobre la transición?
Creo que el libro plantea que el pasado no se construye sólo a partir de una lectura de la derrota constante. Ha habido victorias y han sido importantes. Pero también se construye a partir de las derrotas. A veces damos una lectura muy politicista. Para mí, el conflicto de clases como vector explicativo de la impregnación de los sujetos sociales y políticos es muy actual. También intento liberar el mito de la Transición de sí mismo. 

¿En qué sentido?
Creo que hay una construcción de la Transición como un periodo normativo de nuestro presente, es decir, regulador de las conductas políticas. Esa idea de la Transición como mito fundacional de la democracia cada vez se sostiene menos como relato político. En realidad, el tiempo de cambio político es mucho más amplio; y la Transición contiene muchos más elementos que esa imagen construida a partir de la idea del consenso. Es en el conflicto donde tenemos que entender el origen de nuestro propio sistema político. 

¿Hay entonces un poco de dosis de autoayuda en el libro para superar esa mirada típica sobre la Transición?
Cuando se pregunta en 1983 en el Centro de Investigación Sociológicas quién ha llevado la democratización a España, es una minoría la que considera que ha sido la monarquía o las élites políticas, y una mayoría considera que han sido los movimientos sociales y, dentro de los movimientos sociales, el movimiento obrero. Si miras esa encuesta ves que es transversal ideológicamente: esa opinión no sólo se concentra en la izquierda, sino que también se extiende a la derecha. Eso es en el 83. Si esto lo preguntas ahora, veríamos que ha cambiado, no tanto, pero ha cambiado. Y eso tiene que ver con la construcción del mito y la narrativa de la Transición: es consecuencia del proceso de cambio político, del reforzamiento de las élites políticas por encima de los movimientos sociales y, por tanto, de los actores políticos. Para empezar, de la monarquía, que era muy débil en el momento de la Transición, estaba muy cuestionada y no sólo cuestionada por los movimientos antifranquistas, también por el propio régimen franquista. Eso que son consecuencias del proceso político: la idea de consenso, el centrismo como factor democratizador y moderador, se convierten gracias al mito de la Transición, en causas. Y eso trata de reforzar, evidentemente a las instituciones en el presente. Se lanza la idea de que el conflicto es algo que pone en peligro la libertad cuando lo que intento explicar es que precisamente es el conflicto lo que lleva a la libertad.

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alvaro.larraza
6/12/2022 1:07

Yo soy del 56 y viví los años que se explican aquí, y reconozco que esta lectura me ha aportado mucho.

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