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Historia
Mayo de 1968: la utopía cayó sobre nuestras cabezas
De París a la plaza de las tres culturas de Tlatelolco, las revueltas del año 68 definieron los límites de la contestación al capitalismo en todo el mundo. En España, la falta de una masa crítica para propiciar un cambio de régimen no impidió que el franquismo desarrollara un plan represivo para contener al movimiento obrero y estudiantil.
Locos y locas, diversas sexuales, negras y argelinas están invitadas a una fiesta que, no obstante, se empeñan en dirigir varones blancos, estudiantes de clase media. Las imágenes del mayo parisino se reproducirán en todas las esquinas del mundo. La televisión y lo relativamente asequible de los equipos de grabación permiten que los ecos de París se conviertan en la imagen canónica de un tiempo que verá agitarse a una generación en todo el globo.
Se ha escrito que el de 1968 fue un movimiento transnacional y policéntrico que, aquí y allá, sacudió las líneas de producción y reproducción de la economía capitalista. Centros y periferias: Checoslovaquia, Japón, Alemania, Francia, México, Estados Unidos. Hitos de imaginación, creatividad y amor, también de cargas policiales y militares, torturas y muerte.
El 2 de octubre de ese año, más de 200 personas son asesinadas por autoridades y grupos fascistas en Tlatelolco, Ciudad de México. Son, en su mayoría, estudiantes. Faltan diez días para la inauguración de los Juegos Olímpicos, dos semanas para que Tommie Smith y John Carlos, ganador y segundo clasificado en la competición de 200 metros lisos, levanten el puño como símbolo del poder negro.
El 21 de octubre, casi 300.000 personas ocupan la estación de tren de Shinjuku en Tokio. La “zona liberada” es desalojada ocho meses después por la policía japonesa a golpe de porras y gases lacrimógenos. La contrarreforma se extiende durante la siguiente década. El poder, desgraciadamente, lo ha entendido todo. Ante la reacción se plantean pocas salidas; las más transitadas, el plomo o el desengaño.
Han pasado tres años desde la Convención Demócrata de Chicago. El partido de los Kennedy ha quedado destrozado tras un congreso marcado por las protestas contra la guerra de Vietnam. El presidente republicano Richard Nixon transforma, en 1971, las bases de la economía mundial. Una tarde de agosto dinamita los acuerdos de Bretton Woods, el cierre económico-financiero de la II Guerra Mundial. El dólar deja de ser convertible al oro. Estados Unidos desarrolla su propia máquina de imprimir billetes, no atada a ninguna convención internacional. Cuarenta años después, esa decisión será recordada.
Solo han pasado tres años desde el asesinato de Martin Luther King en Memphis (Estados Unidos). Tres años desde la condena a Huey Newton, líder de los Panteras Negras. Tres años desde los “diez días de resistencia” convocados por los Estudiantes por una Sociedad Democrática, la mayor plataforma estudiantil que nunca ha existido en Estados Unidos. Tres años desde el comienzo del fin de la guerra de Vietnam, del momento en que la nación más poderosa del mundo fue consciente de que nunca iba a ganar al ejército norvietnamita.
7 de noviembre de 1968. Convención de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) en Berlín. El canciller alemán, Kurt Georg Kiesinger, no lo sabe, pero su tiempo como dirigente de la República Federal está tocando a su fin. Mientras espera en el estrado de autoridades, una mujer, Beate Klarsfeld, se acerca hacia él y lo abofetea. “¡Kiesinger, nazi! ¡Renuncia!”, exclama. Durante el resto de su vida, Kiesinger guardará silencio sobre este episodio que, sopapo mediante, le ha recordado su trabajo en el gabinete de comunicación de Joachim von Ribbentrop en la II Guerra Mundial. Antes de un año lo sustituirá Willy Brandt. Se abre el tiempo de la socialdemocracia en Europa. Treinta y siete años después, Angela Merkel, de la CDU, es elegida canciller, cargo que ostenta actualmente.
Manzanas y píldoras
¿Qué fue 1968? ¿El primer movimiento de un cambio global o, como escribió el sociólogo Alain Touraine, “el último día revolucionario del siglo XIX”?. Al otro lado del teléfono, la socióloga Marina Subirats (Barcelona, 1943) habla de diversión cuando recuerda su primavera en París aquel año de fin de ciclo. “Si pudiera repetir una semana o un mes de mi vida, sería el mes que elegiría”, arranca Subirats. París era una fiesta y las asambleas eran las intérpretes de las partituras escritas por Lenin —especialmente el Qué hacer, recuerda Subirats—, Jean Paul Sartre, Michel Foucault o los situacionistas. También llegaban las obras de Simone de Beauvoir, que ese año publicaba su novela La mujer rota, pero Subirats reconoce que “aunque las mujeres estamos en la calle, en los grupos, realmente el debate feminista no está y no hay líderes mujeres”.Decenas de españoles pasan por París aquel año. Un grupo ocupa el Colegio de España en la capital francesa. Pero “no creía que a partir de aquello se pudiera derribar el franquismo”, sintetiza esta socióloga.
25 de julio de 1968. Vaticano (Roma). Pablo VI promulga la encíclica Humanae vitae, donde, sin citarla, critica la píldora anticonceptiva, que ha comenzado a ser comercializada siete años antes. La encíclica tiene enorme influencia en España, que no legalizará la píldora hasta después de la muerte de Franco. Tres años antes, la editorial Sagitario había publicado en Barcelona La mística de la feminidad, de Betty Friedan, el libro que dará pie a la llamada segunda ola del feminismo. Faltan 50 años para la huelga feminista del 8 de marzo de 2018.
En Madrid, el 68 fue un concierto, y la manifestación tras ese concierto, tan masiva que paró la carretera de La Coruña, por la que transitaba el coche de la princesa Sofía de Grecia. En 2018, el principal protagonista de aquel recital, Raimon, lleva un año retirado de la exposición mediática. No va a hablar del principal hito de aquel año, que tuvo lugar en la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense, hoy convertida en la Facultad de Historia.
Jaime Pastor (Valencia, 1946) cita ese concierto como un punto álgido de esa etapa de “especial e intensa radicalización estudiantil”. Un evento que ha quedado en la memoria colectiva gracias a la grabación que realizó Helena Lumbreras (1935-1995), autora de España 68: el hoy es malo pero el mañana es mío, una pieza rara realizada para el Partido Comunista Italiano, que transcurre entre asambleas de rostros desenfocados, los tabiques de una casa en la que trabaja un obrero de la construcción y las abigarradas escaleras donde Raimon canta “Indesinenter”, la canción escrita sobre un poema de Salvador Espriu con la que pone en pie al personal.
Arcadio Rojo vivió en Pamplona ese auge del movimiento estudiantil. Comenta sonriente que fue elegido delegado sindical por el Sindicato Democrático de Estudiantes cuando leyó un texto de Daniel Cohn-Bendit (Dani el Rojo), un famoso agitador del Mayo del 68 francés. Y recita su comienzo, que decía así: “La universidad es una fábrica de idiotas especializados fieles y acríticos al sistema que nos gobierna”.
Era el espíritu del tiempo. Decenas de estudiantes de la Universidad de Navarra —fundada en 1952 por Escrivá de Balaguer y desde entonces criadero político de opusdeístas— intentaron una ocupación de tres días del rectorado. Rojo, uno de los cabecillas, fue expedientado y posteriormente deportado fuera de Navarra. La universidad lo expedientó de por vida, pero su militancia y su formación ya lo habían llevado lejos de aquellos muros.
El 68 es un momento de eclosión del movimiento estudiantil. Hay paros y ocupaciones de facultades como las de Santiago de Compostela o Sevilla. Pero, recuerda Jaime Pastor, también es un año “que nos llevó a comprobar directamente el duro choque con la represión de la dictadura, sobre todo a partir de octubre de aquel año, y que culminaría en enero del 69 con el asesinato de nuestro compañero del FLP Enrique Ruano”.
FLP, ORT, LCR, organizaciones que piden paso clandestinamente, cuya explicación requeriría algo más que el mero desglose de sus siglas. Otras, como las de la CNT, la UGT o el PCE, adquieren un significado casi mítico, seguramente por encima de sus capacidades reales de intervención sobre una sociedad dirigida entonces por el barnizado “segundo franquismo”.
Un fantasma recorría el espinazo del poder, y desde comienzos del año 69 iba a quedar demostrado que el miedo a una masa crítica contra el régimen no era infundado
Melitón Manzanas se convierte un día de verano de 1968 en la primera víctima de ETA en un atentado planificado. Colaborador de la Gestapo nazi durante la II Guerra Mundial, la lista de torturados por el inspector Manzanas incluyó a líderes del PSOE (Ramón Rubial), consagrados intelectuales (Luis Martín Santos), activistas vascos (Julen Madariaga) o militantes del PCE (María Jesús Muñoz). El asesinato de Manzanas y otras dos personas da lugar, dos años después, al llamado Proceso de Burgos, un juicio en el que el franquismo agotó las penúltimas monedas de su crédito internacional.
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La dictadura reaccionó a los encierros y protestas estudiantiles con colmillo retorcido, sobeestimando incluso las fuerzas de la contestación estudiantil y social, valora Jaime Pastor: “Como se puede comprobar en la prensa de entonces, y en discursos y memorias de algunos de los personajes de la dictadura, esa etapa les llevó a temer un ‘efecto contagio’ del Mayo francés e incluso una confluencia entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero”
La reacción había llegado de la mano de Carlos Robles Piquer, número dos de Información y Turismo, que ordenó a los editores de los medios de comunicación que se aislase la información sobre los hechos que tenían lugar en París. Organizaciones de siglas hoy ya casi olvidadas y a punto de la disolución son el objetivo número uno de un gobierno que se desequilibrará solo un año después en contra de Fraga y que saltará por los aires definitivamente —hacia la última reconversión— en diciembre de 1973.
Un fantasma recorría el espinazo del poder, y desde comienzos del año 69 iba a quedar demostrado que el miedo a una masa crítica contra el régimen no era infundado. Aquello se tradujo en una serie de movimientos dentro del entonces único movimiento: el nombramiento de Juan Carlos I como sucesor de Franco, la declaración del Estado de excepción en todo el territorio nacional y el cese de Fraga como ministro de Información a favor de los mandarines del Opus Dei.
Comisiones Obreras y autonomía
El PCE, que a través de las Comisiones Obreras había encontrado, por primera vez desde 1939, una palanca para intervenir en la realidad política española, está en 1968 en un momento crítico de su historia. Por primera vez el comunismo español se enfrenta a la Unión Soviética. La represión de la Primavera de Praga ese mismo año supone un punto de arranque de lo que posteriormente será inventado como Eurocomunismo. Carrillo empieza su fulgurante ascensión a una carrera modesta en la política representativa pero fundamental en el relato de la transición.Pero los movimientos internos de los partidos comunistas de Occidente corrían en paralelo con un cuestionamiento de raíz del modelo soviético, que bebía de las tradiciones anarquistas pero que anuncia algo nuevo, desarrollado plenamente en Italia en la década de los 70.
El filósofo Santiago López Petit (Barcelona, 1950) explica así su experiencia en el 68: “La militancia se me impuso como una necesidad personal, y a la vez como una apuesta colectiva de emancipación. Resultaba difícil permanecer encerrado en un laboratorio investigando mientras por la ventana veía pasar a la policía montada a caballo. En la universidad predominaban los partidos políticos marxistas-leninistas cada uno ‘vendiendo’ su programa de salvación, y todos ellos pretendiendo dirigir a la clase trabajadora. Nunca pude creérmelos. Por eso cuando supe de un grupo de trabajadores que defendían la autonomía de clase y la autooorganización, un colectivo obrero que no quería imponer ninguna sigla porque, de hecho, no tenían, me involucré con ellos totalmente. Encontré un anticapitalismo radical que no reproducía —o por lo menos intentaba no hacerlo— cualquier división jerárquica en su interior”.
Sí hay una conciencia de que la contrarreforma fue brutal y de que se desplegó por todos los resquicios de la vida. Foucault, uno de los héroes del 68, emitió un diagnóstico demoledor que ha parecido cumplirse desde entonces
Virginia Cádiz (Vianos, Albacete, 1946) trabajaba entonces en la fábrica de Pegaso en el extrarradio de Madrid. Sus recuerdos del 68 son los que le prestaron entonces sus compañeros de asamblea, los abogados que informaban —como podían— a los obreros de “la Pegaso” de lo que estaba sucediendo en París y en las facultades españolas. También evoca las asambleas en una parroquia al final de la avenida de San Diego, en Vallecas, o en la casa de Eva Forest y Alfonso Sastre, en el barrio de la Concepción; en las cuevas de Sésamo, a pocos metros de la temida Dirección General de Seguridad, sede de torturas, segunda residencia de Billy el Niño o el temido comisario Conesa. Asambleas de tabaco Rex y “charleta”, de una escasa docena de militantes clandestinos, con una o dos chicas, como Virginia; el resto, varones.
Asambleas casi monotemáticas: cómo crear y sostener las comisiones obreras, que se repiten en otros sectores, como la construcción, en otras fábricas, como la “Estándar” o “la Perkins” de Marcelino Camacho. Las mismas asambleas que filmó Helena Lumbreras para la televisión italiana.
Mirando hacia atrás sin desencanto ni nostalgia, actrices y actores secundarios en la historia de aquel año reconocen que el esfuerzo —o la enunciación— de convertir la clase obrera en el sujeto revolucionario no tuvo resultados. “Fue un movimiento fundamentalmente de estudiantes universitarios, hijos de la clase media, pero también, sobre todo en los años siguientes, llegó a influir en jóvenes de la clase obrera”, explica Jaime Pastor, quien resalta esa influencia sobre “las Comisiones Obreras juveniles que empezaron a crearse entonces, especialmente en barrios periféricos de Barcelona o Madrid”.
La socióloga Marina Subirats coincide en partes de ese análisis: “En aquel momento creíamos que había un sujeto revolucionario —que creíamos era la clase trabajadora—, pero en mayo esto también se puso en cuestión porque de pronto eran los estudiantes. Aquello dio lugar a un montón de debates, pensábamos que frente al capitalismo podía surgir otra fuerza social que le plantara cara y que lo venciera”.
López Petit también señala la gran derrota que anunciaba aquel mayo multinacional: “Fui de los primeros en poner en el centro la derrota del movimiento obrero. Nunca quise disimularla inventando nuevos movimientos sociales con diferentes colores. Asumir la derrota era para mí el punto de partida. Sabemos perfectamente que no hay un afuera porque la realidad se ha hecho plenamente capitalista. Pero podemos abrir grietas y sabotear el mundo que nos encierra”, explica este teórico de la autonomía. Arcadio Rojo cree que el 68 “en ningún momento” planteó una crítica “a la propia esencia del sistema capitalista, que es la idea de progreso”. Rojo encuentra más líneas de fuga, alternativas más radicales, en el movimiento hippy que en la efímera comuna francesa, pero aquel movimiento fue “liquidado por la propia democracia norteamericana”.
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No hay nostalgia ni desencanto. Nadie o casi nadie ejerce de excombatiente de aquellos hechos, desperdigados e inconexos, que se enredaron en el tejido del 68 internacional. Sí hay una conciencia de que la contrarreforma fue brutal y de que se desplegó por todos los resquicios de la vida. Foucault, uno de los héroes del 68, emitió un diagnóstico demoledor que ha parecido cumplirse desde entonces: “Hay dos especies de utopías: las utopías proletarias socialistas que gozan de la propiedad de no realizarse nunca, y las utopías capitalistas que, desgraciadamente, tienden a realizarse con mucha frecuencia”.
Así lo cree Subirats, que comenta que “en cierto modo estamos peor, estamos en una fase del capitalismo más degradada y más extractiva que entonces”. Subirats concluye que “al haberse producido la globalización se ha globalizado el poder de las oligarquías, que miran por encima de los Estados”. Hoy aquel combate de “clase contra clase” se da en términos de “nación contra nación”, apunta Rojo. López Petit añade una reflexión sobre los conceptos de victorias y derrotas: “Nuestra derrota fue paradójicamente el triunfo perverso del Mayo del 68. El deseo de huir de la fábrica y de su rutina fue reconducido. Ahora estamos presos dentro de la red. La rutina se ha mutado en sobreexcitación. El neoliberalismo se alza sobre el individualismo del yo-marca que tenemos que ser cada uno de nosotros. Un yo-marca en el mercado de la vida”.
¿Qué fue Mayo del 68? ¿Cómo influyó en nuestro presente? El 3 de junio de ese año, el informático Larry Roberts entrega a su superior en el Departamento de Defensa estadounidense el proyecto Arpanet: la primera red capaz de conectar a distintos usuarios a través de distintas computadoras. Faltan 22 años para el nacimiento de internet. El futuro está cabalgando sobre el cadáver de las fábricas y las aulas.
España, 1968. De los 33 millones de personas que forman la población total, hay casi ocho millones y medio que trabajan. Cuatro millones justos lo hacen en el sector servicios; 3.900.000, en la agricultura. Casi tres millones y medio trabajan en la industria.
España, 2018. La población ha crecido hasta 46 millones y medio. Trabajan 18 millones. No llega a un millón el número de personas que se dedican a la agricultura. Dos millones de personas están empleadas en la industria. El número de trabajadores de la construcción se mantiene en las mismas cifras (un millón). 14 millones trabajan en el sector servicios.
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