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Historia, lenguaje y teoría de la sociedad (Cátedra-Universitat de València, 2001; en adelante HLTS) es probablemente el libro más conocido del historiador Miguel Ángel Cabrera, y no solo en el mundo castellanoparlante. En 2004, vio la luz una versión inglesa parcialmente revisada: Postsocial History. An Introduction (Lexington Books), que pocos años después se tradujo al mandarín. Las versiones castellana e inglesa fueron objeto de reseñas, y el libro ha sido citado en un número elevado trabajos de investigación en ambos idiomas.
Se trata de una obra ampliamente reconocida como una guía fundamental del debate historiográfico actual, especialmente en lo que se refiere a la cuestión de la explicación histórica considerando el papel del lenguaje en la constitución significativa de la realidad. Su exposición de los orígenes, las características y la agenda de investigación de las propuestas englobadas dentro de la denominada “historia postsocial” resulta especialmente esclarecedora. Aunque el libro está a punto de cumplir veinticinco años desde su publicación, sus tesis fundamentales siguen siendo válidas.
El lenguaje como discurso y la “nueva historia” postsocial
HLTS ofreció una perspectiva clarificadora de los debates historiográficos sobre la explicación histórica desde la década de 1980. En ella, se presentan nítidamente las complejas discusiones historiográficas en torno a la implementación de un nuevo concepto de “lenguaje como discurso”. Asimismo, la obra examinó minuciosamente las características de posturas teóricas entonces nuevas y que han llevado a un creciente grupo de especialistas a decantarse por ellas.
Una guía fundamental del debate historiográfico actual, especialmente en lo que se refiere a la cuestión de la explicación histórica considerando el papel del lenguaje en la constitución significativa de la realidad
Cabrera supo conjugar las aportaciones de numerosos investigadores. En este sentido, la obra tiene un marcado carácter sintético. Más que ofrecer nuevos conceptos, lo que hace es identificar perspicazmente los supuestos teóricos esenciales que subyacen a las propuestas explicativas de otros historiadores y mostrar su aplicación en la investigación empírica. Con todo, esta ingente labor de síntesis también permitió a Cabrera contribuir con sus propias aportaciones al debate. Al exponer la base común que subyacía a todos estos trabajos, pudo deducir que el cambio teórico que traían consigo las nuevas tendencias entrañaba un corte epistemológico profundo con las corrientes anteriores. Dicha ruptura afectaba no solo a la identificación de los problemas de análisis, la formulación de las tesis y el análisis de la evidencia empírica, sino también a las maneras de concebir y explicar la diferencia histórica y su transformación en el tiempo.
Así, varios de los trabajos que Cabrera agrupó dentro de la “nueva historia” ponían en cuestión la noción de “representación” teórica de la realidad (objetiva o subjetiva) en la que se habían asentado las teorías precedentes. Según esta nueva perspectiva, las posturas objetivistas o subjetivistas no proporcionaban representaciones más o menos fieles de una realidad más profunda y significativa —como pueden ser la realidad social objetiva o la mente racional y creativa de los individuos—. Más bien, dichas posturas eran la consecuencia de una determinada forma de concebir el mundo que dota de sentido la realidad estudiada y que se funda en una matriz de categorías y supuestos interrelacionados propios de la modernidad occidental.
Según Cabrera, en las décadas de 1970 y 1980 muchos historiadores que realizaban sus investigaciones dentro de los parámetros teóricos de la historia cultural se distanciaron progresivamente de las aportaciones de la historia social de corte objetivista. Los problemas explicativos de esta última eran cada vez más evidentes. Ello llevó a muchos profesionales a volverse hacia las interpretaciones de carácter subjetivista, al tiempo que algunos incluso renunciaron a la explicación de procesos para centrarse en la descripción y comprensión de sus casos de estudio. Frente a este “retorno al subjetivismo”, otro conjunto de investigadores reaccionó indagando en las nuevas posibilidades explicativas que ofrecían algunas categorías analíticas incorporadas recientemente a la investigación.
El cambio teórico que traían consigo las nuevas tendencias entrañaba un corte epistemológico profundo con las corrientes anteriores
En concreto, estos especialistas exploraron la noción de “lenguaje como discurso” como nuevo factor explicativo. De acuerdo con este concepto, el lenguaje no es un mero vocabulario que los sujetos utilizan para expresar los significados surgidos en la realidad objetiva o creados por ellos mismos con sus capacidades racionales; tampoco es una especie de “caja de herramientas” disponible en cada época y lugar para que los sujetos ordenen y expresen sus experiencias y persigan sus intereses forjados en la esfera objetiva o en la subjetiva. En vez de ello, el lenguaje se concibe como el factor constitutivo de los significados de la realidad. Más que un simple conjunto de palabras, el lenguaje así entendido conforma una red de categorías y supuestos interrelacionados, muchas veces de maneras conflictivas, con los que los sujetos dotan de sentido la realidad y a sí mismos, actuando en consecuencia.
Desde esta perspectiva, el lenguaje no es un elemento pasivo empleado por sujetos sociales o racionales autónomos, sino el factor que media la relación entre la realidad y las personas. Permite a las personas concebirse y analizar el mundo a partir de categorías como “sociedad” o “naturaleza humana”, las cuales no deben tomarse como representaciones de realidades con significados inherentes (como la estructura social objetiva o la mente creativa de los individuos), sino como formas históricamente concretas de aprehender significativamente la realidad.
Estos especialistas exploraron la noción de “lenguaje como discurso” como nuevo factor explicativo
En HLTS, Cabrera proporcionó abundantes ejemplos para distinguir las nuevas perspectivas respecto de las anteriores posturas teóricas de los historiadores sociales y culturales. Lo hizo examinando cuestiones clave como la noción de realidad material (frente a “realidad objetiva”), la conformación histórica de los sujetos, sus experiencias, intereses e identidades y su conducta histórica. Este análisis comparativo es uno de los elementos más valiosos del libro, pues dichas diferencias no siempre resultan fáciles de captar. De hecho, han provocado y continúan provocando confusiones entre los historiadores, como la de considerar que el lenguaje es una manifestación más del concepto de “cultura” o la de asimilar la perspectiva postsocial a las corrientes subjetivistas. No obstante, la lectura de HLTS resulta lo suficientemente clara como para resolver estas confusiones o, al menos, arrojar dudas sobre las perspectivas de la historia social o de la historia cultural que no distinguen estas diferencias.
Debates y propuestas en la estela de una obra renovadora
Desde la publicación de HLTS, el debate teórico ha avanzado y, en las últimas décadas, nuevas investigaciones han explorado y utilizado las tesis y perspectivas postsociales que Cabrera explicó en su libro, resolviendo algunos problemas y formulando categorías analíticas nuevas.
Dado que estas categorías no son representaciones de la realidad, sino articulaciones significativas de esta, dichas predicciones fallan eventualmente
Un primer asunto concierne a la cuestión de la explicación histórica. En HLTS, Cabrera expuso que uno de los problemas que aquejaban a la “nueva historia” era la relativa falta de explicación del cambio histórico. La mayoría de los trabajos no afrontaban cómo se transforman, desaparecen o crean los discursos y cómo estas mutaciones inciden en los sujetos y sus conductas. Él mismo esbozó una tesis para afrontar esta cuestión partiendo de la premisa de que un marco categorial determinado lleva a los sujetos que se constituyen en él a aprehender significativamente la realidad de unas formas históricamente concretas. Dado que la realidad social no posee significados inherentes (no es una “realidad objetiva”, sino una “realidad material”), su sentido le viene dado por las categorías que se utilizan para entenderla e interpretarla —o, utilizando un concepto explicado en HLTS, para “articularla” significativamente—.
De este modo, cuando las personas aplican este marco categorial para dotar de sentido su mundo y a sí mismas, también proyectan predicciones sobre lo que el mundo será o seguirá siendo. Dado que estas categorías no son representaciones de la realidad, sino articulaciones significativas de esta, dichas predicciones [sobre lo que el mundo será o seguirá siendo] fallan eventualmente. Ello acaba restando eficacia al sentido que los miembros de una comunidad histórica confieren a la realidad por medio de ese discurso. Cuando esto ocurre, se abre la posibilidad de reconsiderar la validez de esas categorías, de explorar sus contradicciones internas y en relación con sus efectos, y de desarrollarlas para responder a estos problemas emergentes de sentido.
Varios trabajos recientes despliegan esta lógica explicativa para dar cuenta de la emergencia de un marco categorial nuevo. Así, la obra de Charles Taylor sobre el surgimiento del “imaginario moderno” (Modern Social Imaginaries, Duke University Press, 2004; traducida al castellano en 2006 en Paidós Ibérica) ahonda en este proceso. Taylor se centra en los conflictos que aparecieron a partir de la aplicación de la concepción teológica cristiana medieval al intentar esta legitimar el gobierno de poblaciones cristianas en las que existía una diversidad de formas de interpretar la Biblia. Como consecuencia de los problemas de aplicación de las concepciones previas, materializados en cerca de dos siglos de debates y de conflictos, se produjo una transformación de la noción de “naturaleza humana” hasta convertirse en eje clave de la perspectiva liberal y la aparición de conceptos asociados, como “individuo” o “sociedad civil”. En suma, la dificultad de aplicar la concepción providencialista del mundo habría motivado la exploración crítica de los conceptos establecidos y su eventual reformulación en otros nuevos.

Algunas de las mutaciones esenciales que ocurren en el tiempo y que afectan a un discurso concreto pueden explicarse de la misma forma. Así lo expone Kay Anderson en su análisis de la aparición del concepto de “raza” (Race and the Crisis of Humanism, University College London Press, 2007). Según esta autora, la emergencia de la noción biológica de raza en el cambio del siglo XVIII al XIX fue el resultado de los obstáculos con que los europeos se toparon al aplicar el concepto ilustrado de “hombre” a la diversidad de grupos humanos. A finales del siglo XVIII, a los occidentales les resultaba cada vez más difícil reducir dicha diversidad a los conceptos universales de raigambre occidental, como el de “humanidad”. Por tanto, para Kay Anderson la noción de raza no habría surgido como el fruto de una creación intelectual, sino como consecuencia de la revisión de la categoría anterior de “hombre” al fallar su aplicación universal. Fue, pues, el resultado de los problemas de la aplicación del discurso moderno, particularmente de la distinción seminal entre “naturaleza” y “cultura”, a la diversidad de experiencias humanas. Ello condujo a distinguir a las poblaciones entre aquellas que aparecían como “más humanas” y las que eran “más animales” a ojos de quienes operaban con dicha distinción.
Un segundo asunto objeto de una discusión teórica actual a partir de la obra de Cabrera tiene lugar en otro ámbito de conocimiento: se trata del denominado “giro ontológico” en antropología
Por su parte, el propio Cabrera ha realizado una contribución clave a la cuestión de la explicación histórica con su análisis genealógico del concepto moderno de “sociedad”. Según plantea en A Genealogical History of Society (Springer, 2018), la idea liberal de que la sociedad era una unión de individuos racionales entró en crisis a lo largo del siglo XIX a causa de los efectos imprevistos de la aplicación de dicha noción en el marco de la progresiva implantación de los regímenes liberales a lo largo de esa centuria. En particular, la aparición de la cuestión social fue un factor determinante en la paulatina erosión y la deslegitimación final de esa concepción contractual y atomista de la sociedad. La predicción fallida de que la armonía social se lograría con la mera instauración de las libertades individuales en los regímenes liberales condujo al denominado “ascenso de lo social”, esto es, al convencimiento de que la sociedad no era equivalente a la suma de sus miembros ni era, por tanto, una mera “asociación”. Según la nueva percepción que fue emergiendo desde mediados del siglo XIX, la sociedad era un organismo o una estructura compleja, dotada de sus propias leyes de funcionamiento y que condicionaba o, incluso, determinaba la conducta de los individuos.
Para Cabrera, Comte y Marx habrían sido dos de los principales exponentes de esta revisión crítica de la noción clásica de sociedad. Ahora bien, lejos de haber “descubierto” la realidad social objetiva o de haber “inventado” nuevos conceptos, ambos autores llegaron a este nuevo concepto al explorar las contradicciones ocasionadas por la aplicación práctica de la noción contractual de sociedad y del supuesto subyacente de naturaleza humana. El que los individuos no pudieran escapar de las limitaciones de sus condiciones materiales para emanciparse económicamente mediante el trabajo y el ahorro se debía a que tales condiciones materiales tenían que significar la existencia de un campo nuevo que funcionaba de acuerdo con su propia lógica. Si el individuo no podía elevarse sobre las relaciones y condiciones materiales en las que vivía se debía a que no podía ser un “sujeto racional autónomo”, sino uno “condicionado” o incluso “determinado” por dichas relaciones y condiciones. De este modo, la nueva noción de “lo social” fue el producto de las predicciones fallidas del liberalismo “individualista” anterior.

Un segundo asunto objeto de una discusión teórica actual a partir de la obra de Cabrera tiene lugar en otro ámbito de conocimiento: se trata del denominado “giro ontológico” en antropología. Los estudios englobados en el giro ontológico han producido nuevos argumentos y conceptos teóricos que, en buena medida, respaldan y desarrollan las tesis de las perspectivas postsociales explicadas en HLTS. Me refiero a trabajos como los de Eduardo Viveiros de Castro (Metafísicas caníbales. Líneas de antropología posestructural, Katz, 2010) y Philippe Descola (Más allá de naturaleza y cultura, Amorrortu, 2012), o los reunidos en Martin Holbraad y Morten Pedersen (The Ontological Turn. An Anthropological Exposition, Cambridge University Press, 2017), entre otros. Estas reflexiones resultan especialmente pertinentes para afrontar la cuestión de la explicación de la diferencia histórica. De hecho, ya hay algunos historiadores que las están aplicando, como Greg Anderson en sus estudios recientes sobre la Atenas del periodo clásico (The Realness of Things Past. Ancient Greece and Ontological History, Oxford University Press, 2018).
Resulta oportuno detenernos brevemente en el concepto de “ontología” que se emplea en estos estudios. Según las definiciones usuales, una ontología corresponde aproximadamente al concepto de lenguaje como discurso que hemos visto anteriormente: es decir, al conjunto de supuestos y categorías acerca de la realidad que permiten a las personas concebirse a sí mismas, su mundo y las acciones que pueden realizar. Los antropólogos del giro ontológico han mostrado que una ontología es lo que permite a los humanos articular significativamente la realidad material. El resultado de esta articulación sería lo que denominan un “mundo”, en el que la realidad material se entreteje con los significados que la dotan de sentido.
Los historiadores postcoloniales han reflexionado profundamente sobre cómo las categorías analíticas que usamos los historiadores están enmarcadas en las concepciones occidentales acerca del pasado
De este modo, la realidad material puede ser la misma para diferentes grupos humanos, pero los “mundos” (o realidades significativas) de cada uno de estos grupos no lo son. Por tanto, no se trata ya de postular la existencia de un único mundo y diversas formas culturales de representarlo, como defendían los historiadores socioculturales y culturales. La nueva postura teórica de los neo-ontologistas no es multiculturalista o relativista cultural; al contrario: reconocer la existencia de diversas ontologías entraña asumir la existencia de varios “mundos” entendidos de esta manera diversa, lo cual supone poner en cuestión el esencialismo de la ontología occidental y de sus supuestos seminales, entre ellos, la distinción entre “naturaleza” y “cultura”. Desde esta nueva perspectiva, no existe una única naturaleza y muchas formas culturales de representarla. Los supuestos de “naturaleza” y “cultura” son históricos y propios del mundo occidental, no universales y, por tanto, hay que contemplar la posibilidad de que otras comunidades del pasado “habitasen otros mundos” distintos al que habitamos los historiadores.

Esta perspectiva epistemológica, que se ha saldado con la emergencia de posturas como el denominado “multinaturalismo” y el “perspectivismo” (especialmente, en los trabajos de Viveiros de Castro), ha enriquecido notablemente el elenco de argumentos y categorías de análisis de las perspectivas postsociales. El asunto ha llevado a Cabrera a publicar un nuevo libro sobre el giro ontológico: Después del etnocentrismo. Historia de una crítica teórica (Postmetrópolis, 2020). En él, explora (que yo sepa, por primera vez en castellano) las aportaciones más relevantes de dicho giro para pensar la diversidad humana en general y la diferencia histórica en particular.
En tercer lugar, la cuestión de la diferencia ontológica permite conectar el hilo argumental de este análisis con las aportaciones de la historia postcolonial, las cuales están ausentes en HLTS. Los historiadores postcoloniales han reflexionado profundamente sobre cómo las categorías analíticas que usamos los historiadores están enmarcadas en las concepciones occidentales acerca del pasado. Estos investigadores han examinado cuestiones esenciales acerca del estatus epistemológico y ontológico del conocimiento histórico, así como del sentido de realizar investigación con categorías históricamente situadas, como lo son las categorías modernas occidentales. El número de trabajos postcoloniales es muy elevado y sería imposible citar aquí los más relevantes. Para el propósito de este escrito, basta mencionar el influyente trabajo de Dipesh Chakrabarty, Provincializing Europe. Postcolonial Thought and Historical Difference (Princeton University Press, 2000), que recoge buena parte de los asuntos tratados por estos investigadores. El propio Cabrera, junto a Inmaculada Blasco, contribuyó más tarde a revisar las contribuciones de los historiadores postcoloniales en la introducción a un número monográfico de la revista Alcores.
Reconocer la existencia de diversas ontologías entraña asumir la existencia de varios “mundos” entendidos de esta manera diversa, lo cual supone poner en cuestión el esencialismo de la ontología occidental
En suma, las aportaciones bibliográficas del propio Cabrera indicadas en estos tres asuntos permiten actualizar y completar HLTS. No obstante, como puede observarse, los nuevos trabajos han confirmado y ampliado dichas tesis, pero no las han puesto en cuestión. Los argumentos recogidos en dicha obra siguen siendo relevantes más de dos décadas después de su publicación. De hecho, las aportaciones recientes ponen de manifiesto que Cabrera acertó plenamente en su apuesta por las nuevas perspectivas postsociales, ya que construyen el nuevo conocimiento que proponen a partir de las tesis clave de HLTS. De ahí que la utilidad de esta obra siga estando vigente en 2025 para quien quiera entender el debate historiográfico actual más sustancioso.