Hemeroteca Diagonal
Eloy Fernández Porta: “No creo en la democracia amorosa”

El escritor Eloy Fernández Porta ha investigado sobre el amor en los tiempos que corren. El resultado es un ensayo en el que cabe todo acerca de la “superproducción de los afectos”.
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3 dic 2010 11:59

Cada época tiene su ars amandi, que expone y desarrolla las condiciones en que el amor se dice, se forma, y su conducta se “normaliza” como entidad. Podría afirmarse que se aplica la máxima del escritor François de La Rochefoucauld: “Hay mucha gente que jamás se habría enamorado de no ser porque oyó hablar de amor”. La obra del escritor barcelonés Eloy Fernández Porta, €®o$ (y no Eros), es un ensayo impulsivo que reitera algo axiomático en nuestra cultura: la primacía de lo estético sobre lo ético; y lo hace a través del análisis crítico del capitalismo tardío y su implicación en el terreno afectivo. Una sugerente continuidad de sus estudios sobre el “afterpop”, ahora en el ámbito de lo íntimo. €®o$ es un texto irónico, pues utiliza el humor y la contemplación “extradiegética”, a modo de ficción futurista, para hacernos ver nuestro mundo como un pastiche insoportable; pero también es un texto satírico y autodestructivo. Fernández Porta explica cómo €®o$ “nos obliga a”, nos vuelve cyranos, generaliza la perfidia, protocolizando nuestros comportamientos afectivos, convirtiendo el ámbito (digital o físico) en un injusto locus amoenus, concebido para consumir. O tal vez para Amar 2.0.

¿Crees en un posible cambio de paradigma en las relaciones sentimentales hacia la permisión de la poligamia (por ejemplo)? A fin de cuentas, al capitalismo le saldría rentable, ¿no?
No estaría mal, pero me temo que los capitalistas, y en particular los responsables de las inmobiliarias, estarían en contra de la poligamia, no tanto por razones morales como económicas: si tienes varias parejas, ¿cómo te podrás permitir pagar una hipoteca, que es el centro de la economía de mercado? La monogamia crea un modelo de “consumidor de dos cabezas”, estable y con proyección a largo plazo, que resulta mucho más rentable que los consumidores, digamos, “heterodoxos”. Dicho de otro modo: el matrimonio es el centro de las industrias de la vida personal, que venden productos tales como las hipotecas, los coches familiares o los productos para niños, y que son económicamente más relevantes que las industrias de la vida relacional, que se dirigen a un consumidor soltero o a una pareja no consolidada y que venden productos menos costosos.

¿Qué continuidad hay con tus anteriores ensayos Afterpop (2007) y Homo Sampler (2008)?
En los tres libros está presente el tema de la producción de la subjetividad y las jerarquías del sentimiento, aunque con inflexiones y modulaciones distintas. En Afterpop hay una sección sobre la figura del friqui, en la cual describí la economía sentimental de los marginados sociales, pero no como un tema de risas, sino como una figura que pone en evidencia el componente normativo y reglamentado de la amistad. Luego, en Homo Sampler hice un intento más extenso de explicar cómo algunos conceptos que tradicionalmente pertenecían al mundo de la estética, como trash o kitsch, se han trasladado a la esfera de las relaciones personales, donde dan lugar a una distinción entre amores ‘deluxe’ y amores basura, entre amistades fotogénicas y amistades de mal gusto. €®o$ culmina todo este trabajo: aquí uso las referencias al mundo de las artes (música, literatura, cómics) para explicar modos, modalidades y actitudes de la vida sentimental.

¿Qué piensas de las grandes bases de datos que funcionan mediante la información privada captada en las redes sociales como Facebook o Twitter, cuyo objetivo es crear perfiles genéricos para las empresas o modelos de consumo y comportamiento? ¿En eso consiste “democratizar”?
Pues sí, también en ese aspecto se comprueba que la así llamada “democratización” puede funcionar como una forma de totalitarismo o, como en ese caso, de vigilantismo. Por eso soy muy escéptico con la tradición académica que ensalza el “amor democrático”, bien sea como “confluencia correcta de las pasiones” (Giddens) o como “romanticismo para todos los públicos” (Beck). Más bien creo, con Joe Crepúsculo, que “es difícil amar en tiempos de democracia”.

¿Cómo crees que las redes sociales influirán en la búsqueda de reconocimiento individual y grupal?
En internet 2.0, que es la autopista del capitalismo emocional, el consumidor como amante encuentra páginas web que le permiten realizar distintos actos de consumo sentimental. Así, puede adoptar una actitud respetable (la búsqueda de pareja estable en Meetic) o heterodoxa (el adulterio tutelado en Ashley Madison); puede buscar a una persona a quien sólo vio en una ocasión (en Craigslist) o tener la fantasía de una orgía (en PartyHardcore). Algunas de estas actitudes forman parte del mainstream sentimental; otras son subculturas afectivas, minoritarias, presentadas o experimentadas como “nuevas corrientes”. Este último sector de internet “puede llevar más lejos” a algunas personas en la medida en que genera una comunidad particular, distinta de la mainstream, y hace posible que el amante obtenga un “reconocimiento específico”, un reconocimiento de su deseo particular, bien distinto del “reconocimiento público genérico” que defienden pensadores como Axel Honneth. Las subculturas afectivas no son populares, como tampoco lo es la sección de contactos del Clima, porque cuando las personas “normales” ven que quienes tienen un deseo diferente se organizan para llevarlo a cabo, suelen ponerse nerviosas.

¿Es una visión pesimista la de vincular el capitalismo de la era digital con la sustancia de nuestras relaciones afectivas?
Suena pesimista porque se nos ha enseñado a pensar en términos románticos, esto es, a creer en una “sustancia del afecto” personal, íntima, eterna y transhistórica. Pero esa visión se vuelve optimista si se considera que, desde el punto de vista de la teoría de género y de la teoría queer, esa idea de “sustancia” ha sido tradicionalmente utilizada para diferenciar los amores correctos de los incorrectos, los comportamientos aceptables de los pérfidos, la sentimentalidad “eterna” de las modas. Y sí, yo creo que el paradigma de las relaciones personales se construye, en cada momento histórico, como una moda con sus discursos, sus códigos y sus referentes. Creo que es políticamente necesario abordarlo de ese modo, y que es moralmente nocivo remitirse a unos supuestos “universales eternos del sentimiento” que, a lo largo de la Historia, han servido para jerarquizar las subjetividades y modelarlas al gusto de quienes controlaban esos discursos.

¿Por qué no has hablado de la tradición religiosa en €®O$?
El amor religioso no es el tema principal de €®O$, como tampoco es un motivo destacado en el área de conocimiento a la que pertenece este texto, que es la sociología de las relaciones personales. Dicho esto, sí se encuentran, a lo largo del libro, varias referencias a los espectros de la mística en el mercado. De hecho, escribí, y acabé descartando, un capítulo entero sobre pop religioso titulado God is in (remote) control, donde hablaba del sustrato cristiano en las películas estilo Vidas cruzadas y en la música de R.E.M., y que quizá publique en otra ocasión. En €®O$ esas referencias aparecen cuando hablo de la “creencia”, en el sentido de “creer, contra toda evidencia y en un mundo materialista, en la autenticidad del sentimiento”, cosa que hacemos todos, aun cuando nos ponemos cínicos. También aparece cuando comento las referencias a la mística en la música de Los Planetas, que son abundantes y están relacionadas con esa necesidad de salir de los condicionamientos socioeconómicos para trasladarse a un espacio de desinterés puro. El mito del desinterés en un mundo interesado es un leitmotiv de €®O$, y ese mito ha sido elaborado en la religión, entre otros ámbitos.

¿Crees que los artistas tienen un papel más importante que los estudiosos en una futura reconversión del ámbito afectivo hacia modelos más sinceros, originales o éticos?
Habría que decir que sí, en la medida en que el trabajo de los artistas suele tener más difusión que el de los estudiosos. Pero –y este es un punto que he abordado, de varias maneras, en mis tres ensayos– ¿y si consideramos que el artista contemporáneo lleva dentro de sí a un teórico? ¿Acaso la teoría no es una parte sustancial de la práctica creativa? Eso se comprueba en el caso de los cómics de Julia Weltz, que hizo una serie sobre las llamadas ‘missed connections’, las personas que buscan a alguien a quien sólo vieron una vez. El trabajo de Welz es autobiográfico y artístico, pero también es sociológico y coolhunter: no se limita a contar una experiencia íntima, sino que identifica una cultura afectiva, describe su repertorio y sus situaciones codificadas, llama a 40 dibujantes para que cada cual haga su cómic sobre el tema, organiza los cómics en categorías... Sí, una de las funciones principales del artista en el capitalismo emocional es identificar, describir y analizar una subcultura afectiva, como ha hecho Lorrie Moore con la autoayuda, Daniel Link con los foros gays, etc.

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