Flamenco
(Al menos) Tres décadas de voces femeninas
Carmen Linares, Estrella Morente y Rocío Márquez, a su manera y en tres décadas diferentes, han rendido homenaje a las mujeres que expandieron los límites de género. Como La Mejorana, que a finales del siglo XIX embrujaba a Manuel de Falla, sacando de la marginalidad al flamenco.
A finales del siglo XIX, el Café de Silverio acogía espectáculos de flamenco a la moda parisina de los cafés cantante en Sevilla, Cádiz y Jerez de la Frontera. En Cádiz, la bailaora por excelencia en estos acontecimientos fue, durante su juventud, Rosario Monje ‘la Mejorana’. Ella fue quien contó las costumbres gitanas, sus proverbios y cantares a Manuel de Falla, quien, hechizado por los relatos de la brujería caló, compuso la obra que catapultó al flamenco fuera de la marginalidad, El amor brujo. Pastora Imperio, hija de la Mejorana, fue la protagonista en el estreno de 1915. Su madre, a estas alturas, ya se había retirado. La pieza de Manuel de Falla constituye el salto del flamenco hacia los escenarios, una visión aún romántica de la cultura gitana —marginada y vilipendiada— que auguraba una dirección hasta entonces ignorada e inconcebible para los aficionados al flamenco. Un siglo después, la obra representa un canon en tanto que constituye la unión entre el flamenco —arte de clases populares— y las artes escénicas —el Arte, con mayúsculas, de las clases altas—. Hoy día, parece que quien lleva a las tablas El amor brujo queda consagrada dentro del arte flamenco.
Tres de las artistas que se han granjeado este reconocimiento son Carmen Linares, Estrella Morente y Rocío Márquez.
Cada una de ellas ha rendido su propio homenaje, a su manera y en tres décadas diferentes, a mujeres que han expandido —o eliminado— los límites del género, que han conseguido difundir su propio mensaje, pleno de fuerza femenina, en un mundo —como el que vivimos y como el del flamenco— eminentemente machista. Como hizo Rosario la Mejorana al desplegar por primera vez los brazos tal y como se hace hoy, o como hizo su hija cuando llevó por primera vez el género al escenario.
Para reafirmar el rol de la mujer en Firmamento (Universal, 2017), Rocío Márquez (Huelva, 1985) se rodea de ellas. Del total de piezas que componen su último trabajo, la mitad aproximadamente son de su autoría y para el resto ha contado con la colaboración de Christina Rosenvinge, Isabel Escudero y María Salgado. Cada una de ellas añade un mensaje de denuncia desde varios prismas: María desde el ecologismo —el fandango “Son flúor tus ojos” canta a la aberración que supone la industria química en la capital onubense—, Isabel desde lo social —“Si yo me duelo” expone un relato sobre la emigración, pasando por el éxodo del pueblo andaluz hacia los centros urbanos industrializados y asimilándolo a la huida del pueblo sirio en busca de refugio en una Europa indiferente— y Christina desde el feminismo —el romance “Almendrita” es una historia sobre la violencia contra las mujeres—. Todo ello acompañado por una instrumentación en la que la guitarra está ausente y el toque se traslada al saxo, al piano, la marimba o la batería.
Tres décadas atrás, Carmen Linares (Linares, Jaén, 1951), una mujer, según el flamencólogo José Manuel Gamboa, cuya “modélica trayectoria y su valentía e integridad artísticas han servido de guía para otras tantas compañeras que están hoy en primera línea”, presentaba su homenaje particular a la mujer, Antología de la mujer en el cante (Mercury, 1996). Un álbum doble que abría una doble vereda, en el género flamenco y en el femenino. Ante los micrófonos, Linares hablaba en 2015 de su impulso creativo, la necesidad de mostrar la importancia del trabajo de la mujer en el flamenco. Y de la repercusión de este trabajo: “Resulta que ayudó a que mucha gente se sorprendiera de la aportación de las mujeres al canto. Y animó a muchas a cantar”. Quedan compilados tientos, alegrías y peteneras de la Niña de los Peines, soleares de la Serneta, tangos de la Repompa, malagueñas de la Peñaranda o cantiñas de Rosario la Mejorana, entre otras. Tanto el trabajo de investigación que precede a esta selección —recuperó para el repertorio flamenco muchos cantes olvidados— como la fuerza resultante
—contó con muchos de los guitarristas más prestigiosos—, configuraron a la cantaora jienense como una figura de referencia.
Así, Estrella Morente continuó sus pasos cuando lanzó Mujeres (EMI, 2006), “un disco homenaje a mujeres que abrieron fronteras de todo tipo”, según la propia artista. En este caso, la recopilación de cantes abarca, además de a cantaoras, a cantantes y actrices. Una iniciativa que nace de la admiración a mujeres artistas como Imperio Argentina, Carmen Linares, Penélope Cruz, Chavela Vargas o Nina Simone. En su propuesta, Morente, más allá de los palos más clásicos, traduce varios estilos al argot flamenco, atreviéndose con géneros tan dispares entre sí como la copla, el folclore latinoamericano o la chanson —la versión en referencia a Nina Simone consiste en una reinterpretación que esta hizo de “Ne me quittes pas” de Jacques Brel.
Tal labor —como los trabajos anteriores, y como muchos otros proyectos emergentes— forma parte de un proceso en el que la artista, mujer empoderada, se instaura como portavoz de unas voces a menudo silenciadas.
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