Xavier Artigas: “No somos capaces de relatar algo que nos afecta y no intervenir en ello”

El activista y cineasta Xavier Artigas, codirector de Ciutat Morta y cuyo último proyecto es un documental sobre la muerte de Idrissa Diallo en un CIE de Barcelona en 2012, repasa la trayectoria de la cooperativa audiovisual Metromuster y las opciones del cine como herramienta política.

Xavier Artigas 1
Ione Arzoz El activista y cineasta Xavier Artigas a su paso por Zas Kultur (Gasteiz)
22 may 2018 11:33

Xavier Artigas formó junto con Xapo Ortega la productora Metromuster tras pasar juntos por la experiencia del 15M. Su película Ciutat Morta les puso en el centro de todas las miradas, asumiendo una responsabilidad que ha marcado su carrera. Cada nuevo paso que dan junto con su equipo no está exento de compromiso político y hacen de ello una forma de vida. Su último proyecto: contar la historia de la muerte de Idrissa Diallo, fallecido en el 2012 en un Centro de Internamiento de Extranjeros en Barcelona.

Antes de profundizar en vuestro bagaje, creo que es conveniente que marquemos bien el inicio de todo esto, por eso quería preguntarte por el origen de Metromuster y bajo qué objetivos se establece.
El propio nombre surge de una vivencia personal del momento en el que abandono mis estudios de Sociología en Alemania para trasladarme a París y dedicarme al arte. Mientras trabajaba cuidando niños preparé un dossier que no fue aceptado en la Academia de Bellas Artes y es precisamente del contenido de aquella solicitud de donde proviene el nombre. Conocí en Francia un colectivo artivista llamado Antipub que intervenía anuncios del metro retirando los slogans y los nombres de las marcas como una forma de liberación de las imágenes. Aquellas acciones propiciaron que yo mismo comenzara a cortar con un cutter fragmentos de la gráfica publicitaria del metro cuya trama offset me permitía realizar stencils callejeros y grabados. La palabra “trama” que en alemán se traduce "muster" dio nombre a un proyecto que pretendía trabajar la reutilización de la imagen desde un punto de vista anticapitalista como crítica a los patrones sociales y de organización urbana.

Entonces aquel nombre se queda como una parte de tu pasado que, sin embargo, vuelve para bautizar el camino que inicias, esta vez desde lo audiovisual.
Exacto, el rodaje de NO-RES en el 2011 me obliga a crear una productora que me permitiese acceder a subvenciones y a la coproducción con TV3, y en ese momento decido adoptar aquel nombre que formaba parte de mis primeras tomas de contacto en las que conjugaba la creación artística con intención política.

Precisamente NO-RES es una película que podemos identificar como una apuesta cinematográfica muy íntima y personal, que contrasta con las películas posteriores y con el hecho de que la propia productora se convierte en cooperativa, ¿cómo se explica esta evolución?
Si bien NO-RES es un trabajo que podríamos definir como cine de autor, reclama unos principios que acabarán por materializarse más adelante. Por un lado NO-RES pretendía ser un rodaje cercano a la comunidad y buscando el protagonismo de la gente de la Colonia Castells de Barcelona, ejerciendo una voluntad de transformación desde el propio proceso, y por otro lado, quería contribuir desde la licencia Creative Commons al movimiento de cultura libre. Por último, supuso una búsqueda de códigos narrativos y visuales que si bien se posicionan desde lo político no dejan de proponer una investigación estética ligada a la creación artística. Estas tres bases sirvieron de guía para la fuerza teórica de NO-RES y será con el estallido del 15M y mi integración en la comisión audiovisual de la acampada de Barcelona (conformada como colectivo bajo el nombre 15mbcn.tv) lo que acaba de aglutinar el inicio de lo que somos ahora.

Un vídeo o una película no le cambia la vida a nadie, pero sí es un buen complemento para sustentar experiencias que sí lo hacen

Con el 15M empieza entonces una nueva realidad que irrumpe en vuestro día a día.
Así es. Comenzamos una actividad frenética como activistas sin ninguna ambición profesional, y es con Ciutat Morta cuando nos damos cuenta de la necesidad de profesionalizar nuestra propia práctica, desde la experiencia de un hecho que suscita la producción de un vídeo de corte activista y que acaba desembocando en una película de dos horas. Es en este momento cuando junto con Xapo Ortega retomamos la idea de la productora audiovisual, alimentados por la fuerza colectiva de nuestra labor en la comisión y la red de contactos creada a lo largo de este proceso.

Al hilo de la profesionalización, en vuestro caso se da una condición que creo interesante reseñar: la convivencia de la militancia política que es a su vez una jornada laboral. ¿Cómo llegáis a conformar las líneas de trabajo en un terreno tan difuso?
La gran suerte que hemos tenido, y esto tiene que ver indiscutiblemente con el 15M, es que lo que ha acabado culminando como proyecto de vida, se gestó como una manera de militancia. El momento que decidimos constituir Metromuster como una cooperativa para ser una empresa de la que viven varias personas, viene precedido de una dedicación en la que no existía la presión de que así fuera. Por lo tanto, la marca ha sido creada sin ningún tipo de renuncia a la radicalidad o a la voluntad de transformación social. Esto hace que nuestra identidad estuviera clara desde el principio y a su vez supusiera un filtrado inicial para el tipo de clientes con los que trabajamos, lo que nos ha permitido conciliar muy bien ambas facetas.

Incidiendo un poco más en la filosofía de Metromuster y en general en todo vuestro recorrido dentro de la producción audiovisual, ¿qué opciones propone la creación de imagen para el activismo político?
Vivimos en un mundo marcado por la circulación de la imagen. La cultura visual parece anteponerse a la textual y sin embargo socialmente no estamos educados para tanta cantidad de estímulos. Por esto mismo, este campo guarda aún muchas opciones de sorprender y emocionar. Un vídeo o una película no le cambia la vida a nadie, pero sí es un buen complemento para sustentar experiencias que sí lo hacen. Por ejemplo, creo sinceramente que el 1 de octubre es un hito colectivo que ha marcado la vida de muchas personas. En este caso el protagonismo de la imagen reside tanto en la anticipación a lo que va a suceder mediante las campañas previas, como en la documentación de lo que sucede mediante la construcción de una memoria visual. Por lo tanto, en ese sentido siempre nos hemos sentido como un colectivo que acompaña movimientos sociales y con el potencial de influir en la faceta emocional.

Xavier Artigas
Xavier Artigas durante su entrevista en Gasteiz Ione Arzoz

De hecho una de las características más importantes de vuestro trabajo es vuestra capacidad para compaginar estrategias y lenguajes más cercanos a la publicidad sin renunciar a un desempeño artístico.
Desde mi punto de vista esta forma de operar ha venido antes también desde la publicidad, recursos del arte o del cine que han sido secuestrados y que han acabado vinculados a un imaginario colectivo propio de la televisión. Por tanto, siguiendo con lo que comentábamos antes, podríamos hablar de una liberación de las imágenes puesto que no pertenecen a nadie. Lo que está claro es que la cultura de la que procedemos marca también nuestras maneras de crear y de producir y forma todo parte de un espacio híbrido en el que no queda tan claro cuáles son los orígenes y el lugar al que pertenece cada cosa.

Además vuestros proyectos superan el hecho cinematográfico y en muchos casos son métodos mucho más extensos que se desarrollan en campos diferentes.
Claro, lo que pasa en la pantalla es una parte muy pequeña del conjunto y sirve como excusa para todo lo generado anteriormente. Una de las cosas que más caracterizan nuestra práctica es la inmersión en cuestiones colectivas y todo esto enriquece el proceso creativo que acaba derivando por puntos que no estaban previstos y que nos ayudan a permanecer abiertos al devenir de lo que acontece.

En este sentido y teniendo en cuenta vuestro evidente compromiso, la exigencia de “neutralidad” que siempre parece sobrevolar al formato documental, ¿se convierte en una cuestión reseñable de vuestro modos de hacer?
Durante el estallido de Ciutat Morta se nos acusaba constantemente de ser un documental realizado desde una subjetividad manifiesta. Nosotros siempre hemos remarcado que evidentemente partía de una afinidad con una de las partes implicadas. La pregunta que lanzamos es si existe algún proyecto que no sea así. La creación nunca es, ni tiene por qué ser inocente y no hay ningún problema en asumirlo. Otra cosa es el rigor. Cuando como en el caso de Ciutat Morta estás haciendo una investigación cuyo objetivo es esclarecer la verdad sobre unos hechos que ocurrieron, por mucha subjetividad que exista en la narración hay una verdad que subyace y que no podemos relativizar. En nuestro caso además la distancia con los casos que hemos trabajado se ha ido haciendo cada vez más pequeña y hemos sido parte activa del desencadenamiento de diversos acontecimientos al respecto, actuando aquí desde nuestro perfil de activistas políticos y desde una implicación directa. No somos capaces de relatar algo que nos afecta y no intervenir en ello.

Entonces cada experiencia os atraviesa completamente. ¿Cómo gestionáis la carga emocional que vais acumulando? ¿Hay un límite para esa capacidad?
No lo hay para nada. Al final es tu vida y es un camino que eliges. Por eso te decía que esto es mucho más que un trabajo, no puede ser solo eso. Tenemos relación cercana con la gran mayoría de las personas que forman parte de las historias en las que nos involucramos. Finalmente Metromuster es una apuesta total, no hay margen para separar lo laboral de la implicación emocional. No sé si esto es bueno o es malo, pero es lo que sentimos y lo que necesitamos hacer, es un todo inseparable.

Posiblemente seamos las personas que más saben sobre el caso Idrissa Diallo y acabamos por generar dispositivos que distan del mero resultado audiovisual

Sobre esta implicación total el ejemplo más reciente es el proyecto que estáis realizando ahora sobre Idrissa Diallo.
Partimos de la muerte de Idrissa en un CIE en el año 2012 y de la necesidad de construir un relato colectivo sobre un hecho del que nadie se hizo responsable y que se pretendió silenciar enterrando a Idrissa en un nicho anónimo sin ni siquiera avisar a la familia. Cuando nos metemos en una historia como esta nos encontramos con problemas que ya nos han visitado antes. Por un lado la falta de recursos económicos y por otro la falta de formación en el tema en concreto, en este caso todo lo relativo a las políticas de migración y al racismo institucional. Por tanto mientras buscamos estrategias de financiación investigamos y estudiamos un tema del que al final acabamos adquiriendo un vasto conocimiento. Por eso comienzan a llegarnos encargos profesionales relativos al tema como fue el caso de la película sobre la masacre de Tarajal que estrenamos en 2016 y que realizamos por iniciativa de l'Observatori DESC. Lo que acaba sucediendo es que posiblemente seamos las personas que más saben sobre el caso Idrissa Diallo y acabamos por generar dispositivos que distan del mero resultado audiovisual, tales como la organización de jornadas sobre racismo institucional con colectivos europeos o incluso hechos tan relevantes como ser los que finalmente contactamos con la familia de Idrissa en Guinea para comunicarles su fallecimiento.

De este modo imagino que los tiempos y los resultados se alteran completamente. Piensa que finalmente el proyecto de Idrissa ha durado cuatro años y ha generado una gran cantidad de “subproductos” que van desde organizar talleres para los chavales de El Raval hasta el crowfunding para la repatriación de su cuerpo como acto de reparación. Han ocurrido tantas cosas que el documental será prácticamente lo menos importante. Las relaciones de personas que han iniciado cuestiones colectivas son mucho más válidas como activadores de procesos de cambio que finalmente son más coherentes con el principio del proyecto que es la contribución a la memoria de Idrissa. Podemos decir que todos los objetivos que podíamos tener cuando empezamos esta andadura en formato documental se han cumplido incluso de manera más efectiva.

¿Reivindicamos por tanto el cine como una posibilidad de para lo político?
Por supuesto que la experiencia cinematográfica puede ser casi un ritual colectivo, un lugar de encuentros disparador de sentimientos y de formas de sentir, pero esta catarsis ya ha ido sucediendo desde el principio y aún no hemos montado la película. Siempre decimos que las historias que trabajamos forman parte de nuestras vivencias y que creemos que deben ser contadas. En 15mbcn.tv pensábamos que “esto lo tiene que saber el mundo”. Quedará un documental más o menos bonito que viajará a uno u otro festival, pero las mimbres de todo esto ya se han tejido durante 4 años y es eso lo que hace que todo el camino valga la pena.

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