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Coronavirus
Bolsonaro, entre el coronavirus y la tentación dictatorial
El virus se ha introducido en la vida política brasileña como un torbellino perturbador, tejiendo un manto de incertidumbre y ambigüedades sobre el sentido de acciones y gestos de los actores políticos.
El pasado fin de semana se dirimía una disputa de hegemonías políticas entre izquierdas y ultraderecha en el espacio público brasileño. Los partidos de izquierda y los movimientos sociales trazaron una estrategia que pasó por hacer piña en aceptar la caracterización de pandemia decretada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Apoyaron sin restricciones las políticas de prevención rigurosa, haciendo causa común en autolimitar las convocatorias presenciales.
En coherencia, suspendieron las manifestaciones convocadas para el sábado 14, en que se cumplía el segundo aniversario del asesinato de la concejala del Partido por el Socialismo y la Libertad (Psol) Marielle Franco y su chófer Ánderson Gomes. También las por venir, como la huelga con movilización planeada por los sindicatos para el martes 18 de marzo. No hay cómo saber el grado de éxito en términos de fuerza y asistentes que podrían haber tenido las del sábado pasado.
El lunes 16, Renata Souza, ex jefa de gabinete de Marielle y actual diputada autonómica por Río de Janeiro por el mismo partido, declaraba a El Salto que “los actos organizados por los dos años del feminicidio político de Marielle fueron cancelados, precisamente para evitar la aglomeración de personas en un momento en que el coronavirus está entrando fuerte”, explicó Souza. “Hubo actos simbólicos con Amnistía Internacional, el Instituto Marielle Franco y poco más. Y se colocaron carteles exigiendo 'justicia para Marielle', encarando una investigación en serio, que hasta el momento no ha habido”.
El domingo 15 se habían convocado manifestaciones con la consigna de impugnar y obligar al cierre del actual parlamento y del Supremo Tribunal Federal, máxima instancia judicial del país
La ultraderecha y los grupos de apoyo fieles a Bolsonaro, así como el propio presidente y parte de la alta jerarquía militar, continúan cabalgando en la línea de amplificar el desprestigio de las instancias que rigen la vida institucional del país. Habían convocado, para el domingo 15, manifestaciones con la consigna de impugnar y obligar al cierre del actual parlamento y del Supremo Tribunal Federal, máxima instancia judicial del país. Una línea claramente golpista, en los moldes de la dictadura militar inaugurada en 1964.
Sin embargo, la declaración de pandemia por el coronavirus, emitida la semana pasada por la Organización Mundial de la Salud se interpuso. Llevó al Ministro de Salud a hacerse eco de las recomendaciones preventivas llamando a evitar aglomeraciones y, al propio presidente, a desconvocar las concentraciones. El jueves 12, Bolsonaro lanzaba un tuit: “Nuestra salud y la de nuestras familias deben ser preservadas. Es un momento de unión, serenidad y sentido común”.
No obstante, sus redes de apoyo hicieron oídos sordos y siguieron adelante con la convocatoria. En alrededor de 250 ciudades se sucedieron concentraciones, con poca afluencia de gente, siendo la de São Paulo la más exitosa. Imposible caracterizar de modo terminante las citas como éxitos o fracasos. Desde el punto de vista numérico podría decirse que fracasaron, pero hacerlo sería liviano y sesgado debido a la ambigüedad y desconcierto creados por la coexistencia de dos voces de mando en sentido opuesto, el presidente —por una parte— llamando a cancelar y sus redes, por la otra, convocando a salir a las calles.
El ex capitán está bajo vigilancia sanitaria por haber tenido alta exposición al coronavirus durante su viaje a los EEUU en los primeros días de febrero
Llegado el domingo 15, el presidente pareció olvidar sus propias recomendaciones y compartió en Twitter fotos y vídeos de manifestaciones en distintas ciudades: Belo Horizonte, Río de Janeiro, Salvador de Bahía, Belém do Pará y Brasília. No satisfecho con eso, decidió participar en la concentración de cientos de simpatizantes que se dieron cita en Brasília. Al mediodía hizo un periplo en coche —con las ventanillas subidas— desde el Palacio da Alvorada (residencia presidencial) hasta la Explanada de los Ministerios, sede del gobierno, donde se habían concentrado sus seguidores. Allí el presidente estableció contacto físico directo —apretones de manos y abrazos de por medio— acompañados de profusión de selfies.
Un dato no menor es que el ex capitán está bajo vigilancia sanitaria por haber tenido alta exposición al coronavirus durante su viaje a los EEUU en los primeros días de febrero. De hecho, el secretario de Comunicación de la Presidencia, Fabio Wajngarten, está contaminado, así como otros once integrantes de la comitiva que lo acompañaban. Bolsonaro afirmó que su primer test dio negativo, pero que se sometería a un segundo para confirmar, o desmentir, ese resultado. Durante el contacto con sus seguidores, el mandatario en ningún momento utilizó mascarilla, prescripción básica para personas —como él— que hayan estado expuestas al virus y, por tal, susceptibles de poder transmitirlo.
EL CORONAVIRUS, LÍNEA DEMARCATORIA ENTRE “CIVILIZACIÓN O BARBARIE”
Una línea estrategia demarcatoria en clave “civilización o barbarie” podría deducirse de las declaraciones de Renata Souza, al caracterizar la epopeya bolsonarista del domingo en estos términos: “Fue una acción extremadamente autoritaria, que demuestra el talante de Bolsonaro y de sus más fieles. Gente que pedía la instalación del Acto Institucional 5 [AI-5], que fue la fase más dura de la censura impuesta por la dictadura militar, otros portando carteles calificando de 'mentir' la llegada del coronavirus como pandemia”.
Souza lo valora como “todo en un cerrado negacionismo, una lógica de pensamiento terraplanista, que intenta impedir que la gente pueda aceptar un análisis amplio y diverso de la cuestión”. Les preocupa, dice, la tentativa del presidente “de fragilizar la democracia” en un tiempo de pandemia: “Hizo una exhibición de autoritarismo lunático al abandonar la cuarentena que se le había impuesto. Demuestra que no tiene el menor compromiso con la salud de la población y exhibe su talante autoritario y negacionista. Una persona así no puede ocupar el cargo que ostenta.”
CACEROLADAS SUCESIVAS CONTRA BOLSONARO
Sin embargo, algo pareció cambiar súbitamente en el incierto panorama político brasileño. El martes 17 por la noche se sucedieron en Río de Janeiro, São Paulo, Belo Horizonte, Brasilia y Recife caceroladas en repudio a las declaraciones de Bolsonaro durante el día, que calificó como “histeria” la alarma social causada por las noticias llegadas, sobre todo desde Europa, en torno al coronavirus. El presidente aprovechó para cuestionar también iniciativas a favor del aislamiento preventivo implementadas por algunos gobernadores. Afirmó que perjudican la economía.
Al día siguiente, el mandatario convocó a una colectiva de prensa en la casa de gobierno para explicar las acciones del gobierno para intentar detener el avance del coronavirus y aprovechó la ocasión para mostrarse magnánimo con las ruidosas protestas del día anterior, calificándolas como un derecho democrático a manifestarse. Pero mientras efectuaba estas declaraciones y durante la noche, se volvieron a registrar caceroladas más ruidosas, masivas y prolongadas en varias ciudades de los estados de São Paulo, Río de Janeiro, Minhas Gerais y Pernambuco.
El ruido evidenciaba la indignación de la población a la actitud negacionista del presidente frente al coronavirus, ahora apenas disimulada en una actitud errática frente al problema, con ambigüedades como “tengo la obligación de traer la verdad a la población y les digo que no hay justificación para el pánico. En el pasado ya hemos pasado por problemas más graves que no han tenido semejante eco en la prensa brasileña”. Un claro tiro por elevación a la prensa, a la que aparenta no perder la ocasión de lanzar dardos. A las 21h también hubo manifestaciones a favor del presidente que fueron un fracaso en efusividad y participación.
Algunos asesores gubernamentales sí parecieron haber registrado el sentido crítico de las caceroladas. Según Folha de São Paulo, un asesor del presidente manifestó que “en Italia la gente canta en las ventanas en un gesto de solidaridad, en España van a las ventanas para aplaudir al personal sanitario y en Brasil van a las ventanas para protestar contra el comportamiento del presidente. Algo no está bien aquí”.
Ratificando su ambigüedad, el mandatario negó la gravedad del hecho de haberse abrazado y dado apretones de manos el domingo 15, durante la concentración de sus seguidores, “al no estar infectado, no estoy poniendo en riesgo la salud de nadie”, afirmó. Y para rematar, advirtió que nadie debería sorprenderse si en días venideros lo vieran subirse a un metro o un autobús llenos de gente, “no sería demagogia o populismo, sino la demostración de que estoy al lado del pueblo, tanto en sus alegrías como en sus tristezas”, conclamó.
EL IMPEACHMENT, UNA INICIATIVA QUE AÚN CARECE DE CUERPO
A pesar de este repentino cambio en el humor político de la sociedad, ninguna fuerza política orgánica promueve —por el momento— el impeachment, que ha quedado por cuenta de algunas figuras solitarias —de perfil errático y con poco prestigio— del congreso. Básicamente, se trata de ex integrantes de las huestes del bolsonarismo originario, como la diputada federal Janaína Paschoal, que se considera una “desilusionada con el presidente” y el ex diputado bolsonarista Alexandre Frota, actualmente en el PSDB.
Finalmente, hubo tres pedidos de impeachment, el primero presentado el martes 17 por el diputado Leandro Grass, (REDE) del Distrito Federal. También propusieron uno, de cuño propio, los diputados del PSOL Fernanda Melchionna, Sâmia Bomfim y David Mirand, gesto que causó sorpresa, dado que su partido, por el momento no suscribe esa iniciativa. Al final, el ya citado Alexandre Frota (PSDB – São Paulo), que protocoló el jueves 19 un tercer pedido de impeachment. Están en manos del presidente de la cámara, Rodrigo Maia, aceptar o no, estas peticiones.
La izquierda evalúa que carecería, al menos de momento, de la legitimidad social necesaria que la sustente, y que equivaldría a una reedición, en clave de revancha, del golpe institucional que culminó con la destitución de Dilma Roussef
Más allá de estas expresiones, es manifiesto que las instancias cuestionadas por Bolsonaro —el congreso y el Superior Tribunal federal— mantienen una línea de prudencia y no pretenden utilizar este instrumento jurídico como ariete destituyente, sino apenas como arma de presión contra el presidente, con vistas al escenario caótico que prevén, a partir de la profundización de la crisis económica y sanitaria que se agudizaría con la llegada del coronavirus.
La diputada del Psol Renata Souza en una entrevista concedida a El Salto —que publicaremos próximamente— asegura que el partido es reticente a una iniciativa en tal sentido. Evalúan que carecería —al menos por el momento— de la legitimidad social necesaria que la sustente y equivaldría a una reedición, en clave de revancha, del golpe institucional que culminó con la destitución de Dilma Roussef.
Parece animarles también, así como al propio Partido de los Trabajadores (PT), la intención de recobrar cuerpo e influencia, derrotando al bolsonarismo en las elecciones municipales de octubre próximo. Además, según la propia diputada, a la izquierda tampoco se le escapa que el impeachment sería un gesto de alcance limitado. Saben que no bastaría con deshacerse de Bolsonaro: la clave es derrotar a un proyecto político del cual el ex capitán es solo el mascarón de proa y del que su vice —general Mourão— y la profusión de ministros militares que adornan el gabinete, serían sus seguros continuadores.
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